SIN MEMORIA, SIN ESCRÚPULOS |
Cristina Losada
Con veinticinco años de retraso, estoy descubriendo cosas muy interesantes. Por ejemplo, lo que mola ser víctima del franquismo. A mí me interrogó Billy el Niño, al que ahora pintan como crudelísimo discípulo de Torquemada: ¿no merece eso cinco segundos de televisión? Ya no digo una pensioncita, porque me da un poco de repelús meter mano en el erario. Ahora bien, a los viejos que reunieron el 1 de diciembre en el Congreso, debían haberles dado unas pensiones menos miserables los primeros gobiernos democráticos. Les han hecho, en cambio, un homenaje, y eso después de haberlos tenido en un olvido ignominioso.
“Parece increíble que haya habido que esperar 25
años”, dijo uno de los que asistieron al acto. No lo parece, lo es.
En El País resaltaban la frase, pero no adjuntaban la
pieza que pedía la información. Podían haber llamado a Alfonso
Guerra, que vuelve a sacar de paseo al doberman –con la edad
se va necesitando un animal de compañía y no tiene otro, el
hombre– o al propio González Márquez, y preguntarles por qué no
hicieron ese homenaje cuando estuvieron dirigiendo España a su
antojo. Seguro que hubieran tenido alguna ocurrencia. Seguro que no se
compadecería con la realidad.
La realidad es que las víctimas les importan un
pimiento. Las tuvieron a pan y agua cuando mandaban y las han
sacado cuando gobierna la derecha para utilizarlas. Y no tienen escrúpulos
de jugar con las emociones de los viejos si les sirven de munición
contra el PP y de ocasión para revitalizar los mitos de la tribu.
Buena falta les hacen para cubrir las vergüenzas de un paso por el
poder devastador para el sistema democrático y la hacienda pública.
Quieren que olvidemos su pasado reciente y real. ¡Y denuncian la
desmemoria!
Claro que para desmemoria, la del PNV. Allí estaba
Anasagasti, tronando contra la especie extinguida de los azules, y
dándoselas de republicanismo, ¡él!, dirigente de un partido
que traicionó a la República. “La batalla ideológica por la
democracia continúa”, soltó. Fue quizá la única verdad que dijo.
La batalla por la democracia continúa, sí, porque su partido se
salta las reglas.
Mala memoria también la de los que dicen que la
Transición fue “amnésica”. Al contrario, el recuerdo de la
guerra civil estuvo tan presente en ella que definió su esencia. No
se olvidó el pasado: se decidió no hurgar en él. Se renunció a
revivir los agravios. Y ello beneficiaba a los herederos de los dos
bandos, tanto como a una sociedad que ya no se identificaba con
ninguno de ellos. Si no recuerdo mal, el PCE predicó durante años la
“reconciliación nacional”. Y si supongo bien, de haber existido
una Comisión de la Verdad, personajes como La Pasionaria y Carrillo,
hubieran tenido que responder de sus crímenes.
Lo grave de este revival, que no huele a naftalina,
sino a sectarismo, es que muestra que la izquierda, y sus satélites
oportunistas, siguen apoderándose en exclusiva de la legitimidad
democrática. Y no se consolidará la democracia en España mientras
la izquierda quiera echar del sistema a la derecha, mientras persista
en convertir al adversario en enemigo de la democracia. Pocos amigos
tuvo la democracia tanto en la República como en la mitificada
oposición al franquismo. Ahora tenemos que aguantar que incluso
los que no arriesgaron nada entonces se presenten como “demócratas
de toda la vida”. Bien calladito se lo tenían.
Libertad Digital. 5 diciembre de 2.003 |