Juan Luis
Calleja.
"Intentaré
explicar por qué yo, contemporáneo, no he sido, no soy, ni seré jamás
antifranquista. Me lo impiden la memoria, la gratitud y el entendimiento.
Mi
memoria: al mismo día siguiente de invadirnos la 2ª República,
1931, vi cómo se ahorcaba un enorme muñeco igual que Alfonso XIII, entre
chuflas y risotadas. Al mes siguiente, desde un alto balcón de Goya 95,
vi las manchas de humo saliendo de iglesias y conventos incendiados. Poco
después, un tío carnal, jesuíta, fue echado de España por jesuíta. Un
día de aquellos, al llegar a mi colegio, creí que habían expulsado
también a todos los marianistas porque parecían sustituidos por maestros
civiles. Pero no era tanto. La República democrática sólo había
prohibido los hábitos religiosos en los centros de enseñanza,
generosamente. Tenía yo ocho años.
Un verano más
tarde, el de 1932, masas "republicanas" de Santander
respondieron al general Sanjurjo apedreando y quemando el Club Marítimo,
enfrente de donde yo vivía. Aquellas larguísimas llamas (el Club era,
casi todo, de madera) nos hicieron huir a casa de mis abuelos.
Octubre
de 1934. Madrid. Se refugian entre nosotros los primos Cernuda,
escapados de la revolución de Asturias. Ya no nos asombra lo que nos
cuentan, aunque es espantoso. También en Cataluña se sublevan contra
España. Otro tío mío que trabaja allí preocupa a mi padre, que sufre
un infarto de miocardio. Quiso Dios que saliera adelante.
1936:
huelgas, asaltos, tiroteos, muertes. Porsi fuera poco, Largo Caballero
amenazó con "cerros de muertos y ríos de sangre" si sus planes
socialistas se frenaban. Teníamos miedo. Yo iba al colegio llevando en el
revés de la solapa una tarjeta con mi nombre y mis señas, algo así como
la chapa de identificación militar en tiempo guerra. Ya tenía 13 años y
ya discutía de política, comotodos los chicos de mi edad que veían muy
claro, y lo decían, que se iba a armar la gorda. Gil Robles, amenazado,
se va a Francia.
14
de julio de 1936: bombazo congelador: Calvo Sotelo ha aparecido
muerto a las tapias de un cementerio. Lo han tirado allí los guardias de
asalto que lo sacaron de su casa. ¡Guardias de asalto de la República!
Como dijo más tarde Gil Robles, ya no era posible la paz. Lo veíamos
hasta los niños.
Rompió el Alzamiento.
No pudo cogernos de sorpresa. Algo así esperábamos como inevitable. Pero
la acción de la izquierda radical, crecía allí donde el Movimiento
fracasó, fue satánica.
En
1936, mis padres se habían mudado al Paseo de Rosales, junto al
parque del Oeste y no lejos de la cárcel Modelo. Aún tengo en los oídos
el estruendo de las matanzas en la cárcel, y los tiros nocturnos en el
parque. Mataron de todo: curas, civiles, militares; monárquicos y
republicanos; hombres y mujeres; familias enteras, como la de mi condiscípulo
Arizcun. Gracias a que mi abuelo materno nació en Cuba, mi padre logró
el pasaporte cubano para mi madre y sus hijos, que salimos para Alicante,
rumbo al "Gipsy", destructor británico que nos llevaría a
Marsella. Aún me angustia recordar a mi padre quedándose sólo en al andén
de Atocha mientras el tren nos arrancaba de su lado. Mi padre nunca se había
metido en política. Como editor, había publicado obras de izquierdistas
de gran relieve, como Pérez de Ayala y Azaña. Sin embargo, hubo de pedir
asilo en la Embajada de Méjico (Méjico con jota) y su casa de Rosales
fue saqueada, vaciada, con la fontanería rota por quienes hasta en las
tuberías buscaron escondites. No dejaron ni un libro. Y hablando de
libros: mientras esto escribo, no voy detrás de literaturas. Sólo me
gustaría contar aquello como lo habría hecho el chaval que entonces era
yo. En Alicante, unos agentes, de no se qué, expropiaron a mi madre el
poco dinero que llevaba encima. En Marsella, pudo arreglárselas gracias a
Maurice Robert, editor francés, para ir en tren a San Juan de la Luz,
donde nos esperaban mis tíos Peña que habían escapado, a tiempo, de
"la que se va a armar". ´
Gracias a la ascendencia cubana, o al muy previsor transplante a Francia o
a las piernas escuetas, Escudo arriba, casi toda mi familia de Santander
se salvó. De los nueve que no escaparon, seis fueron asesinados. Seis.
Diciembre de 1936: paso
a zona nacional con mi madre y hermanos. Efecto sedante. La bandera de
siempre era otra vez la bandera. Las calles respiraban tranquilas y
limpias. Las iglesias abiertas. Curas y monjas con sus hábitos. Mi tio
jesuíta, vuelto. Todo funcionaba. Había ya un "Auxilio
Social", germen de la Seguridad Social. Fue entonces en Burgos cuando
nació la ONCE. Mi hermano menor y yo hicimos tres cursos del
Bachillerato, de un Bachillerato muy mejorado en plena guerra, con más
sosiego y más tranquilidad que antes, en Madrid. La zona nacional parecía
en paz. Sólo la variedad y abundancia de uniformes y lo heridos
recordaban la guerra, en la retaguardia. Y, claro es, las noticias;
buenas, casi siempre. Cuando oímos el último parte y terminada la guerra
volvimos a Madrid, lo encontré como ennegrecido, triste, pobre. Además,
todas mis cosas de niño habían desaparecido, robadas de nuestro saqueado
piso en Rosales. Queda mucho sin contar de aquel tiempo. Dejémoslo.
Pronto hirvió
el de la 2ª Guerra Mundial. Y nos libramos de ella. ¿Nos damos bien
cuenta? Con Franco, nos libramos de ella. Sí, ya sé: todo lo bueno que
se hizo en su régimen, se atribuye a otros. Franco era un dictador
espantoso, terrible, que dejaba de serlo cuando quería entrar en la
guerra, o rechazar la industrialización, o frustrar a la ONCE o fastidiar
al obrero. En casos así, sus equipos, los equipos nombrados por él, no
le hacían ni caso y resolvían como les daba la gana. ¡Bueno! ( en tono
irónico).
Hay una célebre
fotografía de Adolf Hitler envejecido, encorvado, con cara de frío y el
cuello subido del capote, ante unos soldados, en los finales de aquel
horror. Hitler da unas palmaditas en la mejilla de uno de ellos, casi niños
de no más de quince años. Alemania se había quedado sin hombres de
diecisiete a cincuenta. Y esto habría sucedido aquí, si hubiéramos
entrado en la guerra. Es decir, que millones de españoles actuales fueron
concebidos, paridos y criados gracias a la paz mantenida por aquel hombre
que, además dejó a España en el puesto noveno entre los adelantados del
mundo. La memoria, la gratitud y el entendimiento no me dejan apuntarme al
bando de los antifranquistas
Tengo en la
memoria aquel fantoche ahorcado como Alfonso XIII, la quema de los
conventos, los horrores de Asturias y Cataluña, el asesinato por agentes
oficiales del jefe de la oposición, las orgías de sangré en la Modelo,
nuestra huida a Francia, los seis asesinados de mi familia, mi padre sólo
y amontonado en la embajada de Méjico con otros cientos de refugiados en
peligro...
Siento gratitud
por el triunfo redentor sobre tanta lágrima; por el pasmoso quiebro
torero ante Hitler de un diestro apoyado el Caudillo, a quien debieron la
vida las quintas de aquel tiempo y se la deben sus descendientes de hoy.:
millones; y siento pasmada gratitud por la increíble carrera de España
hasta el noveno puesto mundial. Sin apenas impuestos.
Con gratitud y memoria,
mi entendimiento dice que no, que el antifranquista no puedo ser yo. No me
gustan nada los antifranquismos oportunistas.
A quien mi
entendimiento cree comprender es a Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I
cuando nos habla de trabajar y discutir en democracia, con el futuro el la
cabeza y dejando en paz a Franco. Que nadie lo ataque en su presencia. Que
le debemos mucho."
La Razón.
6 de noviembre de 2.003. |