¿En
nombre de qué muertos?
Por Pío
Moa En recientes declaraciones con motivo de esa merendola de blancos
que son los cursos de El Escorial y otros en Andalucía referidos a la
historia del pasado reciente, Paul Preston ha lamentado el amplio eco
que, a su juicio, encuentra en la prensa española el “descarado”
revisionismo sobre la guerra civil y el franquismo. Se entiende: el buen
Preston no ha podido rebatir una sola de las críticas que ha recibido
en el plano historiográfico, y encuentra más cómodo el silenciamiento
de esas críticas por el bien de una política más correcta. En
otras palabras, sugiere finamente que a los españoles no nos conviene
una libertad de expresión algo amplia, y que un poco de censura nos
vendría bien. ¿Les suena? Una censura al estilo de la practicada por
los “demócratas” de El país y de la propuesta por la
izquierda con especial celo, y también bastante éxito, contra mis
investigaciones. El caso de Dávila es ilustrativo: desataron tal campaña,
que ninguna televisión general volvió a llamarme, y el propio Dávila
perdió su puesto en cuanto llegó el “talante” de Mr. Bean. No hubo
entonces la menor protesta de estos ardientes defensores de las
libertades… de las suyas exclusivamente, entiéndase. Bien, estas cosas extrañarán solamente a quienes sigan ignorando
la historia real y la clase de democracia defendida por las izquierdas
en la república y la guerra civil. Pero Preston va más allá. Según El
Mundo, “se refirió a historiadores como Pío Moa, que ahora
intentan explicar que las represiones recibidas por los vencidos fueron
castigos justos, y dijo que los historiadores deben "hablar en
nombre de los muertos, no se trata de venganza, sino de justicia". Yo nunca he dicho que los castigos fueran justos, como
indudablemente sabe Preston, el cual, como de costumbre, necesita
tergiversar al adversario para criticarle, si a eso cabe llamar crítica.
Las represiones fueron eso: terror, por ambos bandos. Ese terror nació
del odio, y el odio fue cultivado principalmente por la izquierda como
una virtud revolucionaria, con palabras y con agresiones continuas desde
1931. Esto lo he documentado tan abundantemente que ni Preston ni ningún
otro han podido desmentirlo. Sólo les queda, por tanto, tratar de
ocultar los hechos al público. Pero, en fin, ¿en nombre de qué muertos se cree Preston con
derecho a hablar? Por supuesto, no de los muertos de la derecha. Ni
tampoco de los izquierdistas torturados y asesinados por otros
izquierdistas, que no fueron pocos. Se refiere exclusivamente a los
izquierdistas asesinados o ejecutados por las derechas. Como nadie
ignora, los vencedores tuvieron muy amplia ocasión de vengarse del
terror de sus enemigos, porque, al terminar la guerra civil, una
conducta generalizada entre los dirigentes “republicanos” fue
escapar sin el más mínimo cuidado o previsión para la masa de
seguidores que dejaban a sus espaldas, cogida en una auténtica
ratonera. ¿Cómo calificar esta conducta? Contentémonos con señalarla,
pues por alguna extraña razón siempre se les olvida a los
historiadores tipo Preston. Pues bien, bastantes miles de esas personas abandonadas habían
practicado el terror contra las derechas y, por lo tanto, les esperaban
las más graves represalias, en las que caerían también bastantes
inocentes. ¿Habla Preston en nombre de los izquierdistas autores de crímenes,
a veces de terrible ferocidad, y que sufrieron luego, tras verse
abandonados por sus jefes, las represalias de los vencedores? Yo
sospecho que sí, que nuestro historiador habla, precisamente, en nombre
de ellos. La sospecha no es arbitraria: si Preston no se molesta
siquiera en distinguir a los criminales de los inocentes entre los
represaliados por el franquismo, está colocando a los segundos al nivel
de los primeros, con un espíritu de injusticia que da escalofríos. Es
la lógica misma del terror, justificado automáticamente si sirve a la buena
causa. Al observar estos “detalles” nos percatamos de hasta qué
punto la historia fabricada por Preston no persigue en modo alguno
establecer los hechos, sino confundirlos en un totum revolutum del que sólo
puede brotar una cosa, el odio, como un chorro de pus. Triste faena la
de reverdecer los antiguos rencores homicidas. “No es venganza, es
justicia”, asegura el faenante, que debe de tomarnos por idiotas y
deplora el creciente descrédito de sus mixtificaciones. Libertad
Digital. 5 de Julio de 2.004.-
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