LAS PROMESAS
ELECTORARES
Por Jaime Campmany.
Como a nuestros políticos les dé por cumplir con
puntualidad y escrúpulo todas sus promesas electorales, estamos frescos
y saca la bota María. Los socialistas le han pedido a Ibarreche, con
buenas maneras, por supuesto, que reconsidere el Plan que lleva su
nombre y que lo adapte al estilo catalán, o sea, a la cuchipanda de
Maragall con el tripartito. Ibarreche ha respondido muy educadamente que
no le sale, y que va a mantener el Plan Ibarreche, que es una promesa
electoral, igual que Zapatero ha mantenido la retirada de las tropas de
Iraq. Se trata del mismo «talante» aunque con acciones contrarias.
Zapatero retira las tropas mientras Ibarreche mantiene las posiciones
del Plan. Lo importante para él es que las promesas electorales se
cumplan.
La promesa electoral de abandonar los compromisos con Estados Unidos
para echarnos en brazos de Francia y Alemania ya ha empezado a dar sus
frutos. La Constitución europea nos rebajará los votos y disminuirá
el peso de España en las decisiones de la Unión. Enflaqueceremos unos
quilos, pero con las promesas electorales cumplidas. Y a la ministra de
cuota Elena Espinosa, que lo es de Agricultura y Pesca, le han dado ya
la primera enhorabuena: han dejado nuestro algodón a la luna de
Valencia y el aceite de nuestros olivares, el oro de España, lo ponen
con el culo en las goteras. O sea, que a más producción, los mismos
euros. Como esto termine en que yo pierda mi asignación terapéutica de
aceite de oliva extravirgen de Osuna, esta ministra de cuota me oye.
Total, que en vez de producir aceite lo que tenemos que hacer es matar
los olivos como si fueran el árbol de Guernica. Yo creo que quien se ha
cargado el árbol de Guernica ha sido Arzallus a fuerza de agitarlo
fuertemente por ver si de sus ramas caían nueces. Y es que no se pueden
pedir peras al olmo ni nueces al roble. Ni prudencia a Arzallus, aunque
el exilio lo tiene callado durante una temporadita.
Volviendo a las promesas electorales, mi viejo y querido profesor don
Enrique Tierno Galván tenía toda la razón y ofreció un buen consejo
cuando dijo que las promesas electorales se hacen para no cumplirlas.
Hay muchas promesas electorales que lo mejor que se puede hacer con
ellas es no cumplirlas. Claro está que mi viejo y querido don Enrique
era un sabio de la escuela cínica y el único socialista que había leído
con idéntica atención lo mismo a Marx que a Maquiavelo. En cuanto «estos
chicos», como él los llamaba, sigan cumpliendo sus promesas
electorales, deroguen la Ley de Calidad de la Enseñanza y den en las
aulas el aprobado general, empiecen a despilfarrar los ahorros, a
convertir los Estatutos de Autonomía en constituciones soberanas, a
tirar la casa por la ventana y a España por el balcón, y a usar el
rodillo parlamentario mientras exaltan el diálogo y el consenso, ya
estaremos instalados en el ideal «gobierno de progreso».
Porque estos socialistas nuestros, mucho hablar de diálogo, pero en
cuanto se han enterado de que Aznar ha dialogado con Bush, mandan por
delante a Pepiño Blanco para que le llame «chivato» y «desleal». Y
Pepiño va y se lo llama. Eso es un hombre.
ABC. 23 de Abril de 2.004.-