Carrillo como ejemplo
Por Pío Moa Santiago Carrillo desempeñó un buen papel
durante la transición, bastante mejor que el PSOE, aunque a éste nadie
le tomaba en serio sus radicalismos, mientras que al PCE nadie acababa
de creerle su moderación. Fue el mejor papel en la vida del
caudillo comunista. En función de él y de la reconciliación, casi
todo el mundo prefirió olvidar otras historias siniestras. ¿Por qué ahora, un cuarto de siglo después,
se le recuerda cada vez más en relación con los asesinatos en
masa de Paracuellos? Por una razón muy sencilla: porque la izquierda, y
él mismo, están inmersos en una campaña incesante por refrescar, con
las peores intenciones, los antiguos crímenes y no crímenes de la
derecha (meten en el mismo cajón de las “víctimas” a las que
realmente lo fueron y a los castigados por asesinatos y terrorismo). La
capacidad de rencor de la izquierda, a través de los años y de las
generaciones, es sencillamente asombrosa. Y no menos su habilidad para
sacar tajada política –y monetaria– de hechos que, sin necesidad de
olvidarlos, debieran haber dejado de surtir cualquier efecto político. Una de las más miserables mentiras de estos
turbios jardineros del rencor es la de que “durante cuarenta años las
víctimas han sido olvidadas y ya es hora de reivindicar su
dignidad”. En los últimos diez años del franquismo ya las víctimas
más recordadas empezaban a ser las izquierdistas, y la cosa ha ido in
crescendo durante los decenios siguientes, hasta hoy. Lo que
ha predominado de manera absoluta, y absolutamente abusiva en los
medios de comunicación, y en toda esa literatura y arte de chiste que
padecemos, es la referencia exclusiva a las víctimas de uno de los
bandos. Las que han padecido en su dignidad y han sido condenadas
al olvido han sido precisamente las otras. La derecha, en general, ha
tragado, y una parte de ella, a base de callar –otorgando– en aras
de una “reconciliación” unilateral, y por tanto falsa, ha llegado a
comulgar con buena parte de las ruedas de molino al respecto. Tanto más
cuanto que las administraba P. Preston, unánimemente reverenciado
a derecha e izquierda, y uno de los mayores fraudes historiográficos de
los últimos diez o quince años; o Santos Juliá, y otros de la
misma cuerda. Es muy lamentable tener que salir al paso de
esta golfería, pero ya va siendo hora de hacerlo, porque si no,
terminaríamos ahogados en la mentira más nauseabunda sobre
nuestro pasado. César Vidal lo ha hecho hace poco, con Checas
de Madrid, y habrá que insistir en ello. Carrillo podría haber pasado a la historia
fundamentalmente por su actitud constructiva en una época difícil,
pero él y todos los demás parecen empeñados en convencernos de que si
obraron entonces de manera sensata no fue por convicción, sino sólo
por no haberse sentido con fuerzas para hacer lo que les pedía el
cuerpo. Lo que está haciendo esa gente, desde Maragall a Anasagasti
pasando por Llamazares y muchos socialistas, no enlaza con la transición.
Enlaza con la rebelión antidemocrática de 1934, con Paracuellos o con
el Pacto de Santoña. Ojalá encuentren entre los españoles todo el
desprecio que merecen. Libertad Digital 14 diciembre 2.003 |