Socialismo sui generis Por Jaime Campmany. A ese Marcelino Iglesias que capitanea, no se sabe por qué, el socialismo aragonés, tendrán que bañarlo todas las mañanas en el agua que al Ebro le sobra, a ver si se le cura la manía. O sea, como a las cluecas. Aprovechando que el Ebro pasa por Zaragoza, quiere hacerlo suyo, apropiarse de él y distribuir el caudal a su gusto. El gusto de Marcelino Iglesias es que el agua que le sobra al Ebro no sea llevada a las tierras españolas con sed, sino que se vierta en el mar, que es el morir, y que los españoles que no tengan agua, hala, a esperar la lluvia y a jorobarse. Es una pena que a este Iglesias no le haya dado también por cantar y por vivir en Miami. Nuestro socialismo, válgame Dios, se nos ha plagado de casos singulares como este de Marcelino Iglesias. El socialismo celtíbero o batueco ha perdido su sentido originario de solidaridad nacional, de tendencia al disfrute fraterno de los bienes y de atención al interés general o al bien común, y se ha sumergido en un egoísmo nacionalista de regionalismos insolidarios y soberbios. Una doctrina política basada en el principio de que aquellos que más tienen paguen más y repartan su riqueza con los que tienen menos o no tienen nada, niega en cambio que salgan dos euros catalanes para hacer carreteras en Andalucía o en Extremadura o que el agua que le sobra al Ebro se aproveche para regar las tierras sedientas del Levante y del Sureste. Formidable. Los socialistas españoles acaban de inventar el socialismo «insaciable y cruel». Estamos construyendo una Europa en donde los países más ricos ayudan a los pobres a crear fuentes y medios de riqueza, y donde se subvencionan los sistemas de explotación de riquezas naturales y la creación de empleos. Así se mira al desarrollo general con beneficios inmediatos o futuros para todos. Y cuando formamos parte, dichosamente, de esa Europa cada vez más rica por más solidaria, llegan los socialistas españoles, cuya predicación política se funda en la idea del «reparto» y que llevan un siglo dando el coñazo con el reparto, y explican que cada región, cada comunidad, cada nacionalidad se quede con lo que tiene, y de repartir para ayudar a los otros, nada de nada. De eso, nasti, que dicen los chuletas. La primera independencia que piden los socialistas catalanes es la independencia impositiva, la independencia de la Hacienda, y una Agencia Tributaria propia y especial, y olé. Los vascos pretenden preservar sus conciertos económicos y aún mejorarlos en la Europa de la tributación igualitaria. Los aragoneses y los catalanes del delta quieren para ellos solos las aguas del Ebro y volcarlas en el Mediterráneo como si todavía fuera de Pedro el Grande y de Roger de Lauria. Y hasta los socialistas andaluces, de la mano de ese Nobel de Economía que es Manuel Chaves, pretenden que los pensionistas andaluces cobren más pensión que los gallegos o los extremeños. El socialismo se ha roto por donde más duele, o sea, por la cartera. Los socialistas de una y otra comunidad se pelean por ser hijos únicos de la polla roja. Nunca fue más apropiado el dicho. ABC. 16 diciembre de 2.003. |
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