En el libro Mañana España,
refiriéndose a una entrevista con Stalin en 1948, Carrillo escribe: «Nos dijo
(Stalin) algo muy curioso: “Parece ser que Líster no siente mucho cariño por la
Unión Soviética”. Yo no sabía a qué se refería, pero Dolores sí lo sabía, y
dijo: “Se está haciendo más prudente”». La verdad es muy otra. ¿Qué había
sucedido? Séame permitido entrar en algunos pormenores antes de llegar a esa
entrevista y a las palabras de Stalin.
En la reunión
del Buró Político, que del 15 de abril al 12 de mayo de 1956 tuvo lugar en
Bucarest, y a la que me refiero en otros lugares de este libro, expliqué lo que
el 21 de febrero de 1952 me dijo Mije en Praga.
Mije me había relatado que en una
reunión donde estaban Uribe, Carrillo, Antón y él. Antón planteó que, debido a
mis relaciones con los yugoslavos, yo tenía que ser relevado de mis cargos y
debía examinarse qué otras medidas más graves era preciso adoptar. Agregó Mije
que, posteriormente, en diferentes conversaciones, esas “medidas más graves”
fueron apareciendo más claramente como mi liquidación física. Respondí a Mije
que todo eso lo consideraba una infamia, pues todas las relaciones que había
tenido con los yugoslavos, o con camaradas de otros países, habían sido siempre
con el acuerdo del Buró Político, al que siempre le había tenido al corriente,
como él mismo sabía. La noche del día en que había expuesto este asunto en la
reunión de Bucarest, tuve una conversación con Carrillo a petición suya. En ella
me planteó que no tenía ninguna duda en que Mije me había contado lo expuesto
por mí sobre las intenciones de Antón de liquidarme físicamente y que él no
descartaba que Antón tuviese esas intenciones. Pero que debía comprender en qué
situación colocaba al BP. Que no se trataba solamente de la situación entre Mije
y yo, sino que esta cuestión desviaba la atención de los miembros del BP del
examen de los problemas fundamentales que estaban en discusión, y que lo mismo
iba a pasar en la reunión del CC, de lo que ya era ejemplo la intervención de
Claudín.
(En efecto, éste había dicho: «En
su intervención, el camarada Líster ha planteado una cuestión de suma
gravedad: que el camarada Mije, en 1952, le informó que Antón se proponía su
liquidación física. Si Mije tenía fundamentos para ello, es de suma gravedad
en relación con Antón. Si no tenía fundamentos, es de una ligereza
inconcebible por parte de Mije. Creo que esto es necesario aclararlo hasta
el fin. Si se trata de una ligereza de Mije, de carácter intrigante, debe de
reconocerlo. De paso debo decir que para mí no está clara la conducta de
Mije en la discusión que estamos realizando».)
Argumentó Carrillo, además, que si yo
insistía en plantear ese problema, lo más seguro es que habría que sacar a Mije
del BP y que ello iba a aparecer como una escabechina de los veteranos, pues las
medidas que había que tomar con Uribe y las críticas a Dolores ya hacían bien
difícil la situación.
Carrillo me propuso entonces que
hiciera una declaración en la que podía seguir sosteniendo que era cierto que
Mije me contara lo que yo había dicho en la reunión, pero que no podía estar
seguro de que existía tal plan de liquidación física. Pensando en la unidad de
los órganos de dirección del Partido, acepté el chantaje de Carrillo.
En las conversaciones con Uribe en
1961, éste me dijo: «Lo que te contó Mije es cierto, pero no era sólo Antón el
que quería tu liquidación física, sino también Carrillo; y no se trataba sólo de
ti, sino también de Modesto.
»Este plan, que venían madurando
desde 1947, recibió un nuevo impulso al producirse la ruptura con
Yugoslavia. Este hecho venía a reforzar los argumentos de Carrillo y Antón
en cuanto a la necesidad de vuestra liquidación física, por vuestras
relaciones anteriores con los yugoslavos. Incluso, Carrillo y Antón no
tuvieron escrúpulos en mezclar en este “asunto” a dirigentes de otros
partidos hermanos, a los que atribuyen serias desconfianzas hacia Modesto y
hacia ti.
»Para esa liquidación se habían
barajado dos variantes: un atentado y echarle la culpa a los anarquistas o a
los franquistas; o un “accidente” al examinar alguna arma o explosivo.
»Si vuestra liquidación física no
se llevó a cabo –prosiguió Uribe– se debe a Stalin. Cuando en septiembre de
1948, una delegación del Partido, formada por Dolores, Antón y Carrillo,
visitó a Stalin, éste les preguntó: “¿Cómo van Líster y Modesto?” Dolores
respondió: “Bien, Líster forma parte del BP y Modesto del CC, y los dos
están trabajando bien”. Y Stalin agregó: “Me alegro, pues aquí también
hicieron los dos un buen trabajo”.
»Esto –me añadió Uribe– os salvó
la vida, pues ante esa opinión de Stalin, Carrillo y Antón dieron marcha
atrás en la liquidación física, aunque continuaron con otras medidas».
|
|
A Modesto le
siguieron el proceso por las relaciones con los yugoslavos y
le agregaron que tenía relaciones con una mujer que venía
enviada por los servicios de espionaje franquista; le
quitaron todos los cargos que tenía en Francia y, en 1949,
le enviaron a Praga, donde ya no volvió a tener ninguna
tarea de Partido hasta diciembre de 1959, en que fue
nombrado para formar parte de la comisión encargada de
redactar la Historia de la Guerra, y de la que luego le sacó
Carrillo. El encargado de montarle todo el proceso a Modesto
fue Romero Marín, cumpliendo órdenes de Carrillo. Me recordó
Uribe la historia del famoso “complot de Moscú”.
En 1947 Carrillo fue a
Moscú y volvió con el “descubrimiento” del famoso “complot”
contra Dolores, inventado de todas piezas por él, pero matando
dos pájaros de un tiro: aparecer como un decidido defensor del
secretario general del Partido y, principalmente, intentar
ensuciar toda nuestra emigración en la Unión Soviética,
calumniando y golpeando a toda una serie de camaradas que habían
pasado con honor, al lado del pueblo soviético, todas las
tremendas dificultades de la guerra, mientras Carrillo y otros
“acusadores” dirigentes del Partido estaban viviendo
tranquilamente la gran vida al otro lado del “charco”.
Al regresar de Moscú,
Carrillo informó al secretariado de su “descubrimiento” de un
“complot” montado por Jesús Hernández contra Dolores y Antón, en
el que, según él, habíamos participado Modesto y yo.
Durante semanas se nos
interrogó para hacernos reconocer nuestra participación en un
tal “complot”. Modesto y yo rechazamos indignados las
acusaciones y dijimos que nuestras discrepancias con Antón, por
los métodos intolerables de dirección que había empleado y por
su conducta inmoral, eran conocidas de todo el mundo, en primer
lugar del propio Antón y Dolores a los que se las habíamos dicho
por escrito y de viva voz.
Una de las cuestiones
contra la que habíamos protestado Modesto y yo en una carta
enviada a Dolores a Ufa en 1942, era el método de Antón de
montar en los colectivos españoles unos servicios de espionaje
para los que, además, escogía a los tipos más inmorales. Antón y
Dolores enviaron esta carta a Dimitrov, con otra de ellos en la
que se pedía poco menos que nuestras cabezas. En un viaje mío a
Moscú en junio de 1942, Dimitrov me enseñó las dos cartas y me
preguntó qué era lo que pasaba. Se lo expliqué y él dijo que,
efectivamente, tales métodos no eran correctos.
En esa conversación me
preguntó Dimitrov quién creíamos, Modesto y yo, que debía ocupar
el puesto de secretario general del Partido vacante por la
muerte de José Díaz tres meses antes. Le respondí que esa
cuestión ya la habíamos hablado Modesto y yo, y que nuestra
opinión era que debía ser ocupado por Dolores. Que existía en
contra la funesta influencia de Antón sobre Dolores, y su papel
de secretario general consorte, pero que se podía resolver
enviando a Antón en misión lo más lejos posible.
Me respondió Dimitrov
que ésa era también la opinión de ellos, es decir, del
Secretariado de la Internacional Comunista, y que ya se estaba
estudiando el envío de Antón a un país de América latina.
En 1943, al llegar a
Moscú, Modesto y yo fuimos a visitar a Dolores en su despacho.
Allí estaba Antón, y en la habitación contigua varios camaradas,
entre ellos, E. Castro, Mateo, Segis Álvarez. Al meterse Antón
en la conversación que Modesto y yo teníamos con Dolores, le
dijimos todo lo que pensábamos de él, de sus métodos, de su
conducta, y eso lo oyeron no sólo Dolores, sino también los
otros camaradas que se encontraban en la habitación contigua y
cuya puerta estaba abierta. Modesto y yo no podíamos ocultar la
repugnancia que nos merecía toda la conducta de Antón y, sobre
todo, la forma en que había salido de Francia para la Unión
Soviética.
La historia de esa
salida, que sólo algunos conocíamos, es la siguiente: Dolores,
que no se preocupaba en absoluto por la situación de los
centenares de miles de españoles metidos en los campos de
concentración en Francia –y menos aún por los de España–, pedía
insistentemente que Antón fuese llevado a Moscú. Dimitrov y el
Secretariado de la IC, de acuerdo con José Díaz, se hacían los
sordos, pues consideraban que ésa era una buena ocasión para
terminar con el arribismo de Antón. En esta situación, Antón es
detenido en Francia, y entonces las peticiones de Dolores
adquieren un verdadero tono de histerismo. Ante ello, hay la
famosa frase de Stalin: «Bueno, si Julieta no puede vivir sin
su Romeo se lo traeremos, pues siempre tendremos por aquí
un espía alemán para canjearlo por Antón». Y así fue como
salió en 1940 de una cárcel francesa y llegó a Moscú.
Durante los
interrogatorios llevados a cabo por Carrillo y Antón, puse como
testigos de mi conducta al camarada Dimitrov y a la propia
Dolores. Recordé, entre otros ejemplos, el siguiente:
En abril de 1944,
estando Modesto, Cordón y yo en el frente ucraniano con el
Ejército polaco, recibimos la orden de ir a Moscú. La primera
visita que hicimos fue a Dolores, la cual nos informó de las
noticias que habían llegado de Méjico sobre la situación del
Partido allí. Según esas noticias, Hernández había desencadenado
una lucha abierta contra Dolores y Antón y aseguraba que toda
una serie de camaradas residentes en la URSS, entre ellos
Modesto y yo, estábamos de acuerdo con él. Dolores nos dijo que
Dimitrov quería hablar con nosotros dos.
Al día siguiente,
Dolores, Modesto y yo pasamos el día con Dimitrov, examinamos
las cuestiones y redactamos un telegrama para Méjico en el que
se rechazaban las afirmaciones de Hernández.
En la reunión del BP
de abril y mayo de 1956, dije: «Yo rechazo que en Moscú haya
habido un complot contra el Partido. Yo no acepto que las
discrepancias de opiniones de este u otro camarada que estábamos
en Moscú, pasen a la historia del Partido como “el complot de
Moscú”. Entre nuestra emigración en la URSS ha habido un gran
descontento contra Antón y contra sus métodos, de los que su
conducta posterior no fue más que una continuación. Unos
camaradas expresaban este descontento de una forma y otros, de
otra. Y una parte de esos descontentos iban a quejarse a
Hernández de los métodos de Antón. ¿Qué había en esto de
particular? Hernández era más antiguo que Antón en el BP. Había
desempeñado cargos más importantes que Antón y para toda la
emigración aparecía teniendo más responsabilidad que Antón,
incluso en las cosas de la emigración en la Unión Soviética.
¿Que Hernández tenía otras miras? Eso no quiere decir que los
que iban a quejarse a él participaran en un complot, y ni
siquiera que tal complot existiese.
»Yo planteo esta
cuestión con la esperanza de que cuento con las suficientes
garantías para que las cosas se pongan en claro. Yo creo que
la cuestión lo merece, pues no podemos dejar que toda una
serie de camaradas sigan con el sambenito de participantes
en un complot contra el Partido. Y vosotros, camaradas
Uribe, Claudín y Carrillo, no teníais ningún derecho a ir a
Moscú a desencadenar una campaña de calumnias contra
camaradas del Partido, del Comité Central y del Buró
Político.
»Vosotros no
teníais ningún derecho ni siquiera a abrir una discusión
política donde se fuese a juzgar la conducta de miembros del
Comité Central y del Buró Político, porque no estabais
autorizados para ello ni por el Comité Central ni por el
Buró Político. Esos acuerdos los habéis tomado, sin duda, en
reuniones de Secretariado, pero el Secretariado no tiene
ningún derecho a tomar tales acuerdos».
Carrillo había dejado
montado en Moscú todo el escenario para sostener contra una
serie de camaradas toda una campaña indecente de calumnias y
desprestigio, para continuar la cual fueron enviados allí
Vicente Uribe y Fernando Claudín, que quedó allí varios años
como fiel ejecutor de las opiniones de Carrillo, como antes lo
había sido en otros lugares y luego había de continuar siéndolo
hasta 1962 en que chocaron entre ellos.
En cuanto al tan
manoseado asunto de que lo que quería Jesús Hernández era la
secretaría general, nada más lejos de la verdad. Jesús Hernández
era lo suficientemente inteligente para comprender que él no
tenía ninguna posibilidad de ser el secretario general del
Partido. Pero lo que no quería Jesús Hernández, como no lo
queríamos ninguno de los que estábamos al corriente de la
cuestión, era tener un secretario general consorte. No queríamos
a Antón como secretario general del Partido y a Dolores como
tapadera. Yo sé, porque me lo dijo el mismo Uribe, que
Hernández, al llegar a Méjico, le había hablado de ese peligro y
le había dicho que la única forma de evitarlo era que Uribe
fuese secretario general del Partido.
¿Complot? ¡Ni complot
ni centellas! Lo que había era descontento general de la inmensa
mayoría de los camaradas, que veían que mientras ellos vivían,
trabajaban y luchaban en las terribles condiciones de la guerra,
Dolores y Antón no cumplían en absoluto su misión de dirigentes,
dedicándose a disfrutar su cómoda vida.
He aquí algunas cifras
que hablan del heroísmo y del cumplimiento del deber, al lado
del pueblo soviético, de nuestra emigración en la URSS.
Al producirse la
agresión hitleriana (22 de junio de 1941) había en la URSS 4.221
españoles. La mayoría, cerca de 3.000, eran niños que habían
sido evacuados allí durante nuestra guerra, y una parte de los
cuales ya se habían convertido en jóvenes entre los 15 y 18
años. El resto de nuestra emigración allí estaba compuesta por
camaradas que habíamos desempeñado durante la guerra cargos
políticos, militares y de otro tipo, y familiares que componían
casi la mitad de parte de esos camaradas. En total éramos 900.
Había, además, un grupo de 122 maestros, maestras y auxiliares
llegados con los niños; un grupo de 157 aviadores que el fin de
nuestra guerra cogió instruyéndose en la URSS y 69 marinos de
algún barco español que había ido a buscar material.
Posteriormente se agregaron a la emigración 56 españoles más de
la División Azul, que se quedaron en la Unión Soviética.
Al producirse la
agresión, los españoles estábamos distribuidos por diferentes
puntos de la Unión Soviética. Los niños en casas donde personal
español y soviético se ocupaban de su enseñanza. El resto
trabajaba en fábricas, en la construcción, etc. Algunos
pensionados debido a su edad, un grupo en una escuela política,
otro de 28 en la Academia militar Frunze y otro de 6 en la
Academia Militar de Estado Mayor.
Participaron en la
guerra junto al pueblo soviético, bien en unidades militares o
en destacamentos guerrilleros, 614 emigrados y 135 jóvenes de
los llegados como niños.
De ellos murieron en
la lucha 138 mayores y 66 jóvenes. Los españoles incorporados en
el Ejército soviético participaron en la heroica defensa de
Leningrado, en la histórica batalla de Stalingrado, en los
frentes de Moscú, el Cáucaso y otros lugares de la Unión
Soviética.
Participaron en
unidades de guerrilleros en la retaguardia de los ejércitos
hitlerianos: en Ucrania, Bielorrusia, Crimea, en la región de
Leningrado, donde se combatió a las fuerzas fascistas de la
División Azul.
No faltó en los
combates de la aviación soviética la participación de los
pilotos republicanos españoles. Tomaron parte con el Ejército
soviético en la liberación de Polonia, de Checoslovaquia,
Alemania y otros países, pagando esa participación con sus vidas
no pocos españoles.
El Gobierno soviético,
destacando la participación de la emigración republicana
española en la gran guerra patria del pueblo soviético contra el
fascismo, ha concedido a gran cantidad de combatientes españoles
numerosas condecoraciones.
No acaba aquí la
lucha, pues muchos camaradas, al terminar la segunda guerra
mundial y desde la Unión Soviética, se incorporaron
clandestinamente a España para proseguir luchando contra el
fascismo con los camaradas que ya lo venían realizando desde
1936, unos, y desde 1939, en que terminó la guerra de España,
los otros. Por su actividad, unos han sido fusilados, otros
cayeron en el combate guerrillero y no pocos han sufrido largos
años de prisión.
Estos son los hombres
que, con la historia del “complot”, calumniando a nuestra
emigración en la Unión Soviética, como se había hecho y se
seguía haciendo con nuestros camaradas de España, Francia y
otros lugares, eran convertidos de víctimas –los únicos
que tienen derecho a ser acusadores– en acusados. Lo que se
quería era castigar a los que en el pasado no se habían
sometido, e inutilizar a los que en el futuro harían lo mismo.
Por desgracia, la operación de Carrillo no fracasó totalmente,
pues por ahí andan no pocos de esos hombres y mujeres sometidos
al carrillismo.
El día 21 de marzo de
1942 muere José Díaz. Sobre su muerte se han hecho y se hacen
especulaciones para todos los gustos. Mi firme convicción es que
nadie le empujó materialmente a tirarse por la ventana, aunque
no puedo afirmar lo mismo en el aspecto moral.
José Díaz estaba
gravemente enfermo. El cáncer le iba deshaciendo el estómago. Lo
habían operado varias veces, pero ninguna de esas operaciones
cortó el mal.
Al lado de los males
físicos estaban los morales. Habíamos perdido la guerra, el
Partido estaba distribuido por medio mundo y la parte
fundamental bajo el terror de los triunfadores. En estas
condiciones, en 1940, José Díaz, Dolores Ibárruri, Jesús
Hernández y Enrique Castro, con la ayuda de Togliatti,
preparaban un informe sobre la situación en España después de la
guerra y las tareas del Partido en esa situación. José Díaz, en
nombre de la dirección del Partido Comunista de España, da
lectura al informe ante el Secretariado de la Internacional
Comunista. Luego toman la palabra los miembros del Secretariado
de la IC y van destruyendo uno a uno los planteamientos que hay
en el informe.
Hernández, Castro y
Togliatti se callan, pero Dolores toma la palabra para dar la
razón a los que critican el informe y para acusar a José Díaz de
“individualista” en el trabajo, de que no tiene en cuenta las
opiniones de los demás. Con eso se acaba la reunión, pues a José
Díaz hay que sacarlo entre dos personas. El ataque brutal de
Dolores viene a agravar su mal estado físico.
¿Qué dejó José Díaz
escrito antes de suicidarse? Cuando se lo pregunté a Dolores
Ibárruri, ésta me contestó que sólo había dejado unas cuartillas
que ni se podían leer, pero no me las enseñó. Estoy convencido
que José Díaz escribió un verdadero testamento político en el
que, entre otras cosas, estampa sus opiniones sobre los
diferentes miembros de la dirección del Partido, y en primer
lugar, sobre Dolores Ibárruri.
Las conversaciones con
Uribe y sus confesiones fueron para mí un golpe terrible y
dejaron en mi ánimo una profunda amargura. Con ellas se
derrumbaban en mí creencias, ideas y opiniones sobre cosas y
personas que habían ocupado un lugar muy importante en mi vida
de militante revolucionario. El cuadro que me iba describiendo
Uribe de aspectos que yo desconocía de la vida de la dirección
de nuestro Partido, de cosas que se habían venido haciendo, de
métodos que se habían venido empleando, eran, en unos casos,
completamente nuevos para mí y, en otros, rebasaban en mucho lo
que yo conocía, mis sospechas y temores. Según él me iba
hablando, ante mí aparecían, como en una película, escenas
terribles, entre ellas los cuerpos de camaradas ejecutados en
las montañas pirenaicas cuando, llenos de ilusiones, marchaban
al país a cumplir tareas del Partido o regresaban a informar a
la dirección de cómo las habían cumplido.
Ante mí aparecían las
figuras de los ejecutores de las sentencias dictadas por
Carrillo y Antón y aprobadas o consentidas por otros. A algunos
de esos ejecutores yo los conocía personalmente, y si bien entre
ellos los podía haber que estaban dispuestos a matar sin
importarles quién era la víctima, no tengo dudas de que otros al
ejecutar las sentencias creían sinceramente que estaban
defendiendo al Partido de terribles enemigos.
Los equipos de
ejecución fueron creados por Carrillo en 1944 y en esa época las
sentencias que debían ejecutar eran las que Carrillo dictaba sin
dar cuenta a nadie. Esos equipos operaban no sólo en Francia,
sino que iban también a España y otros países.
Aparecían también con
claridad los objetivos liquidacionistas de Carrillo y Antón de
querer destruir al máximo nuestra organización en Francia. En
ella había muchos testigos de las cobardías y otras cosas de
algunos miembros de la dirección del Partido y de las JSU, entre
los que estaban en primera línea, precisamente, Carrillo y
Antón. Sabían éstos que entre nuestros militantes de la
organización de Francia encontrarían muchos y muy serios
opositores a la política que pensaban imponerle al Partido (y
que Carrillo ha venido imponiendo a los que aún le seguían).
El relato de Uribe se
refería a hechos ocurridos fundamentalmente en los años del
terror franquista en que se asesinaba diariamente a
antifascistas españoles y en que los servicios policíacos de la
dictadura enviaban sus espías a las organizaciones
antifascistas. Luchar contra ellos era un deber; aplastarlos
cuando eran descubiertos era una necesidad. Pero Carrillo y
Antón se aprovechaban de esa lucha justa para deshacerse de
auténticos comunistas; de hombres que no habían cometido más
delito que el de tener entre sus camaradas un prestigio ganado
en la lucha o que sabían demasiado sobre las actividades de los
dos compadres, que no se doblaban ante las exigencias de ellos o
a causas aún más inconfesables.
Al final del relato,
Uribe me dijo: «Todo lo que te he contado explica por qué a
Carrillo le fue posible mi liquidación política. Yo era el
responsable de la dirección del trabajo, en parte, de los años
en que se cometieron esas fechorías y esos crímenes, y aunque
muchas veces no estaba de acuerdo me faltaba el valor para
oponerme a ellas, y así me fui comprometiendo y hundiéndome cada
día más. Carrillo me ha acusado de no estudiar, y de ir
abandonando el trabajo. Es cierto. Carrillo sabía todo eso y lo
fomentaba, porque ésa era la forma de irme liquidando. Cuando me
di cuenta era demasiado tarde, había perdido toda confianza en
mí mismo y todo hábito de trabajo sistemático y organizado. Así
es como Carrillo me pudo golpear a mansalva; porque sabía que yo
no me defendería. Y lo mismo le pasaba a Dolores. Ella ha
aprobado en unos casos y tolerado en otros muchas de las
injusticias y crímenes que se han cometido. Carrillo la tiene
agarrada por ese pasado y cada vez la aislará más de los
camaradas más sinceros y la irá rodeando de sus propios
incondicionales. Irene Falcón es un ejemplo de ello. Dolores
odia ferozmente a Carrillo, pero después de 1956 le ha cogido
miedo y no está dispuesta a enfrentarse con él. Prefiere ir
tirando y figurando en el grado que Carrillo la deje, que cada
vez será menos.»
«Lo único que
Carrillo dejó al lado de Dolores es ese ser funesto que se
hace llamar Irene Falcón, que informa a Carrillo de todo lo
que hace y dice Dolores».
Me explicó Uribe las
causas de la tirantez permanente que existía entre Dolores y él.
Dolores no había perdonado nunca a José Díaz, a Pedro Checa y a
él las severas críticas que le habían hecho durante la guerra
por su vida familiar. Uribe agregó: «Esto es conocido por
Carrillo, que lo aprovechó para envenenar aún más las relaciones
entre Dolores y yo, acusándome de querer ocupar la Secretaría
General, mientras quien iba a por ella era el propio Carrillo».
En el editorial de
Nuestra Bandera escribía Carrillo algunas otras cosas que
nos deben hacer pensar sobre el propio Carrillo, pues, según
ellas, parece como si se estuviese retratando a sí mismo.
Pero el enemigo no
utiliza sólo a estos elementos –escribe Carrillo al referirse a
Monzón y otros–. Los servicios de provocación del enemigo se
esfuerzan también especialmente en introducir sus agentes en
nuestro Partido. Estos intentos criminales del enemigo no son
nuevos. Analizando casos como el de Jesús Hernández y Enrique
Castro, no es posible contentarse con la explicación de que han
degenerado y se han podrido en estos últimos años. Un grado tal
de maldad, de hipocresía, de bajeza, no puede ser producto de
una evolución tan rápida hacia el mal. Un verdadero
revolucionario no se convierte en perro policíaco de la noche a
la mañana.
Hay que llegar a la
conclusión –continúa Carrillo–, quizá algún día con los archivos
en la mano, como ha sucedido en el caso de Raj y Kostov, lo
podremos comprobar, que hombres como Jesús Hernández y Enrique
Castro fueron enviados a las filas del Partido por el enemigo,
que, trabajando con perspectivas, los mantuvo camuflados hasta
que consideró llegado el momento de que se arrancaran el
antifaz. Y lo que en otro tiempo fue considerado en ellos como
máculas, faltas más o menos graves, que no entrañaron sanción
decisiva, eran actos conscientes de lucha para desacreditar y
desprestigiar al Partido.
Es evidente que al
principio de nuestra guerra de liberación contra el fascismo,
los falangistas se esforzaron por enviar a nuestras filas a sus
agentes. Y a pesar de la vigilancia revolucionaria es indudable
que algunos consiguieron introducirse. No importa que fuesen
casos aislados, por contraste con las organizaciones sindicales
y anarquistas, que les abrieron y les abren hoy de par en par
las puertas. Un caso aislado, uno sólo de esos elementos, en un
partido revolucionario como el nuestro, puede hacer mucho daño.
¡Y tanto! Y cuando
Carrillo lo afirmaba con tanta seguridad no hacía más que
retratarse a sí mismo.
Hasta 1970 era mi
firme propósito de que muchas de las cosas, sino todas, que me
dijo Uribe, como otras que fui conociendo más tarde, fueran
conmigo a la tumba. Pero en esa fecha y ante la situación a que
Carrillo y sus seguidores estaban llevando al Partido, tomé la
decisión de plantearlas ante el pleno del CC que tuvo lugar en
agosto de ese año. Carrillo y sus incondicionales no me lo
permitieron. Simón Sánchez Montero, que presidía, acató
sumisamente la orden de Carrillo de no dejarme hablar y,
entonces, no me dejaron más camino que el de callarme
cobardemente o hacer públicas las cosas que allí no pude
exponer. Escogí este último camino por considerarlo el del
deber, y publiqué el libro “¡Basta!”
A lo largo de los
años, Carrillo se ha ido deshaciendo hábilmente de camaradas que
más tarde podrían oponerse a su política cuando ésta apareciese
con más claridad.
A unos los echó, a
otros los domesticó y los alineó, a otros les fue dando de lado,
disminuyendo su papel. Y a no pocos los hizo asesinar o los
envió a una muerte segura.
En el Comité Central y
otros órganos del Partido hay no pocos miembros que después de
haber sido echados del Comité Central y puestos de rodillas por
Carrillo, fueron recuperados luego gracias a la “magnanimidad”
de éste.
En vez de examinar en
cada ocasión franca y abiertamente, y empleando el método de la
crítica y la autocrítica, las fallas, los errores, lo criticable
de la conducta y la actividad de este u otro dirigente, Carrillo
ha practicado el método del escamoteo. Con ello perseguía y
consiguió un doble objetivo: ocultar sus propias faltas, sus
propios errores, todo lo que hay de criticable en su propia
conducta y en sus métodos y tener en sus manos a otros camaradas
que también tienen cosas criticables. Así se ha ido creando una
identidad de intereses y así ha ido forjando Carrillo contra
cada uno el arma de chantaje que empleará en cada ocasión
concreta contra el camarada que no marche derecho por la línea
que le señala.
Con ese método,
Carrillo tiene agarrado por el cuello a más de uno de los que
más chillan en su defensa; de los que están siempre dispuestos a
aprobar o condenar, con el mismo entusiasmo y sin pedir ninguna
explicación, todo lo que Carrillo quiera que se apruebe o se
condene.
En cuanto a Dolores
misma, a partir de Toulouse en 1945, Carrillo la fue sometiendo,
alineando, con un trabajo paciente. Con el método jesuítico que
le es propio, al mismo tiempo que le iba comprometiendo en sus
propias fechorías y empujándola en sus debilidades, la separaba
de todos los camaradas que eran sinceros y leales con ella e
imponiéndole a la vez las relaciones con sus propios
incondicionales.. ¿Es que Dolores no se da cuenta de todo eso?
Claro que se da cuenta, pero en vez de decir “¡Basta!”, se
lamenta, llora, repite una y otra vez que se va a tirar por una
ventana, etc. Y mientras tanto, Carrillo ha continuado su
trabajo de liquidación del Partido.
Estos defensores del
llamado “socialismo humano” y de la democracia en otros
partidos, en el suyo son verdaderos Torquemadas en la aplicación
de condenaciones y excomuniones a diestra y siniestra contra
todo el que no dice “Amén” sin rechistar a cuanto sale de la
boca o de la pluma del jefe y de algunos privilegiados que con
él comparten el secreto de la verdad absoluta.
Lo que yo he venido
pidiendo en el CE es que se formase una Comisión de
Investigación que examinara la conducta política y moral de
todos los que hemos sido miembros del CC y del BP o del CE,
desde 1936 acá.
Otra cosa que yo he
pedido es que esa Comisión investigara toda una serie de casos
de camaradas acusados, sancionados, perseguidos,
“desaparecidos”, detenidos y muchos fusilados en España, etc.
He pedido también que
esa Comisión investigara cómo se aplicó la decisión de disolver
las guerrillas, qué medidas se han empleado, etc.
¿Por qué ese miedo de
Carrillo y otros miembros del CE carrillista a una tal
investigación? Porque sabían que les sería fatal. Carrillo y sus
incondicionales necesitaban tiempo para llevar hasta el fin su
plan de transformar un partido revolucionario en un conglomerado
capaz de practicar la colaboración de clases, como partido de la
clase obrera, en representación de la clase obrera y
traicionando a la clase obrera.
No puede haber duda
que Carrillo y sus compañeros de tinglado han logrado ganar
tiempo con la trampa, la persecución, el chantaje, las
expulsiones, la corrupción y el asesinato dentro del Partido. Es
claro también que con la compra de plumíferos en periódicos y
revistas y con la compra en ciertos casos de gruesos paquetes de
acciones de determinadas revistas y periódicos españoles, que
presumen de independientes, el carrillismo goza de una abundante
propaganda. A todo ello deben agregarse los medios puestos a
disposición del carrillismo en el plano internacional por los
capitalistas y determinados Estados llamados socialistas. El
carrillismo no tiene nada de común con la lucha del pueblo
español por sus derechos, es una empresa netamente al servicio
de los peores enemigos de la clase obrera y del pueblo español.
Y para terminar con
este triste capítulo, quiero llamar la atención de aquellos a
los que puedan parecerles dudosos los datos que doy recogidos de
Uribe, por tratarse de un desaparecido, que no olviden que los
camaradas ejecutados o enviados a la muerte de los que habló
Uribe tienen un nombre y que en vida están otros camaradas que
los conocían. Entre estos camaradas los hay que conocen las
circunstancias de la muerte de más de uno y que están dispuestos
a decir todo lo que saben ante una Comisión de Investigación.
En las organizaciones
carrillistas son cada vez más los camaradas que hacen a los
enviados de Carrillo la pregunta: «Si lo que dice Líster no son
más que calumnias, ¿por qué Carrillo no ha aceptado la discusión
sobre los métodos y el nombramiento de la Comisión de
Investigación, como Líster proponía antes del pleno y en el
pleno mismo?» Esa es la cuestión.
En su obsesión por
desacreditar ante los comunistas al campo socialista y
presentarse así como un ingenuo o un incauto, Carrillo ha
empleado con frecuencia la demagogia: «Siempre hemos ignorado lo
que sucedía en esos países».
«Nos era realmente
difícil comprender en los años 40 al 50 cómo destacados
dirigentes checoslovacos, considerados hasta entonces como
excelentes comunistas, podían transformarse de la noche a la
mañana en agentes del imperialismo, en agentes de Tito, en
traidores a la causa del comunismo».
Tales declaraciones en
boca de Carrillo son el colmo del cinismo, ya que en aquella
época fue uno de los que practicó con más frecuencia esas
acusaciones de “traición” contra camaradas de los que se quería
deshacer.
Carrillo no sólo ha
sido el inspirador y el organizador del terror contra los
comunistas honestos; ha sido, además, el principal “teórico” de
esa praxis. Por eso, cuando leemos, en numerosas declaraciones
hechas por Carrillo estos últimos tiempos, alusiones a los
“malos métodos” que han existido en las democracias populares,
no sabemos si indignarnos o morirnos de risa. Carrillo es un
“teórico” de la espionitis, de la delación y del terror contra
los miembros del Partido que no han querido someterse a sus
pretensiones hegemónicas.
Existen pruebas
materiales irrefutables de la responsabilidad directa, personal,
de Carrillo en la práctica del terror en las filas del Partido.
Y si la práctica es la materialización de una teoría determinada
de las cosas, tiene que admitirse que la teoría de la
espionitis, la delación y el terror en el Partido fomentada por
Carrillo estaba destinada a estimular y justificar ese terror en
nuestras filas y la desaparición “misteriosa” de muchos
camaradas honestos.
Veamos, aunque sea
brevemente, uno de los aspectos de esa “teoría” carrillista
sobre la espionitis y la delación. Nada más llegar a Francia, en
1944, en una Conferencia para cuadros del Partido, contestando
al tema, «¿Cómo debe ejercerse la vigilancia dentro del
Partido?», Carrillo desarrolló las siguientes tesis:
«...Allí donde el
trabajo del Partido no marche, allí donde hay pasividad y el
trabajo del Partido tiene debilidades graves, donde se
discute una vez, dos veces y hasta tres, y, sin embargo,
sigue reinando la pasividad y el trabajo no marcha, allí es
donde hay que poner el ojo vigilante del Partido con la
seguridad (!) de que en la mayoría de los casos (!) están
metidos los provocadores falangistas.
»...Es muy típico
el método de esos camaradas que informan magníficamente
sobre todo el mundo, y que dicen: «Fulano de tal es un
militante muy bueno y excelente compañero. Es cierto, por
desgracia, que no comprende la política de Unión Nacional;
es cierto también, por desgracia, que este compañero tiene
un carácter muy extraño; es cierto que las masas no quieren
a este compañero, no confían en este compañero; es cierto
también que no sabemos exactamente de dónde ha venido este
compañero, ni sus antecedentes. Pero es un excelente
camarada, lleno de voluntad, dispuesto a trabajar. Sólo
necesita que se le ayude».
»Sí pueden
infiltrarse en nuestro Partido ciertos elementos turbios al
servicio de la Falange, que vienen a apuñalarnos por la
espalda. Estos camaradas que informan tan irresponsablemente
sirven inconscientemente al enemigo, y hay que ver si en
algunos casos, en lugar de inconscientemente, no pertenecen
a esa categoría de perros de que hablaba antes.
»Tened en cuenta
que donde existen tendencias manifiestas de pasividad anda
probablemente (!) la mano del enemigo.
»...¡Seguid de
cerca el desarrollo de cada uno de nuestros cuadros!
» ...Un buen
olfato comunista distingue en seguida (!) ese tipo de perros
de que yo hablaba.
» ...Se distinguen
con mucha facilidad (!) a poco que se observen.
»...Nosotros
estamos vigilando ya así, estamos encontrando al enemigo,
pero cada uno de los cuadros y militantes tiene que
ayudarnos a encontrarlos mucho más rápidamente.
»...Y esta labor
hay que llevarla a Unión Nacional Española. Si algunos
perros se han infiltrado en nuestro Partido, en UNE se han
infiltrado con más facilidad. Hay que descubrirlos también
por su trabajo. Es claro que no vamos a utilizar en UNE los
métodos duros y directos que se utilizan en nuestro Partido;
tenemos que ser un poco más diplomáticos».
Como puede verse, ese
planteamiento del problema de la vigilancia revolucionaria no
tiene nada de comunista, se trata de una verdadera apología de
la espionitis, un llamamiento a la delación y a la desconfianza
entre militantes del Partido.
Si se tiene en cuenta
que en esa época se planteaban toda una serie de problemas muy
complejos (Unión Nacional, tentativas por sentar las premisas
para crear el Partido único del proletariado, etc.), se
comprenderá que resultaba muy difícil acusar de “enemigo del
Partido” a cualquier camarada que tenía dudas o no comprendía
tal o cual cuestión. Si alguien piensa que esa praxis policíaca
está dictada por las condiciones del momento (1944) y que eso la
justificaba, yo afirmo que nada está más lejos de la verdad. Ni
la necesaria lucha contra los provocadores, ni el momento
(1944), ni el lugar (Francia) eran las razones que determinaban
esa práctica policíaca elaborada y aplicada por Carrillo y
Antón. Eran los objetivos que ambos perseguían.
¿Qué tienen que ver
los métodos carrillistas con la concepción y los métodos
preconizados, por ejemplo, en un período mucho más difícil para
nuestro Partido (1937) por el secretario de organización de
aquella época, Pedro Checa? Veamos cómo, en período tan
complicado como fue 1937, aborda un problema similar el
leninista Checa:
«Necesitamos
conocer a fondo nuestro Partido, necesitamos conocer, uno
por uno, a todos nuestros militantes, conocerlos
personalmente, conocer lo que son capaces de hacer, sus
dotes, sus actividades, su historia, sus características,
para saber en todo momento aplicarlos al trabajo para el que
son útiles.
»...Este trabajo
de promoción de cuadros no quiere decir que no debamos
redoblar la vigilancia en el seno de nuestro Partido. Por lo
general ocurre que, allí donde se tiene mucho miedo, allí
donde existe mucho temor a llevar a los militantes nuevos a
puestos de dirección, es donde con más facilidad se
introducen elementos indeseables. Por el contrario, donde se
practica una política más audaz, más abierta, más flexible y
de más comprensión, allí es donde menos facilidad encuentran
los elementos indeseables para introducirse en los puestos
de dirección.
»...Siempre se
habla de que tal camarada es relativamente de confianza: de
que tal camarada no puede ser incorporado a puestos de
dirección; de que tal otro puede ser utilizado, pero sin
darle toda la confianza. Esto debe cesar radicalmente en
nuestro Partido. Todo militante, aunque esté recién
incorporado, por el hecho de militar en el Partido merece la
confianza íntegra de todos los miembros del mismo. Toda
persona reconocida digna de estar en nuestro Partido es
también digna de figurar en puestos de dirección, sea
militante nuevo o viejo, si tiene aptitudes para ello. De
otra manera, crearemos un divorcio entre estos camaradas que
ahora vienen al Partido y los viejos miembros, y de este
modo jamás llegaremos a fusionar a los viejos y los nuevos
de nuestra organización».
El lector puede darse
perfecta cuenta de la diferencia radical existente entre la
forma carrillista de abordar la cuestión de la seguridad en el
Partido y la concepción que tenía Pedro Checa, y esa diferencia
está determinada por los objetivos, también diametralmente
opuestos, que perseguía el leninista Checa y los que ha
perseguido el aventurero Carrillo. A Pedro Checa le movía el
afán de fortalecer el Partido, hacerlo crecer, para lo cual
llamaba a llevar a cabo una política audaz de cuadros, a tener
confianza en todos los camaradas, a practicar una coexistencia
armoniosa entre militantes veteranos y nuevos camaradas, a hacer
“cesar radicalmente” la tendencia a la desconfianza. La tesis de
Carrillo encierra todo lo contrario: obrar de manera que en las
filas del Partido reine la desconfianza permanente, obligar a
los camaradas a ver enemigos y traidores por todas partes,
fomentar la delación y la fobia del espionaje. Y todo ello con
el objetivo de que los camaradas recién venidos al Partido se
aparten de él. En resumen: en 1944, al llegar a Francia Carrillo
empezó consciente e implacablemente a poner en práctica su plan
de ir destruyendo el Partido Comunista de España, para ir
fabricando otro tipo de partido adecuado a los propósitos que
siempre le animaron: decapitar a la clase obrera española,
ponerla a remolque de la burguesía, castrarla de su contenido
revolucionario, privándole del instrumento esencial de su lucha
de clase, el indispensable destacamento revolucionario.
Ese plan, como digo,
lo inició Carrillo en 1944 y lo ha culminado actualmente. Pero
los hechos demuestran que sus cálculos han fallado porque los
comunistas españoles no hemos permitido que nuestra clase se
quedara sin su Partido, y hemos sabido encontrar fuerzas,
audacia y determinación para reorganizar y desarrollar el
destacamento comunista de la clase obrera española, el Partido
Comunista Obrero Español.
ARRIBA
|