Memoria Histórica
Las "bondades" de Santiago Carrillo
Por
Eduardo Palomar Baró.
Preparación del asesinato de Modesto y Líster
En el libro Mañana España, refiriéndose a una entrevista con Stalin en 1948, Carrillo escribe: «Nos dijo (Stalin) algo muy curioso: “Parece ser que Líster no siente mucho cariño por la Unión Soviética”. Yo no sabía a qué se refería, pero Dolores sí lo sabía, y dijo: “Se está haciendo más prudente”». La verdad es muy otra. ¿Qué había sucedido? Séame permitido entrar en algunos pormenores antes de llegar a esa entrevista y a las palabras de Stalin.
En la reunión del Buró Político, que del 15 de abril al 12 de mayo de 1956 tuvo lugar en Bucarest, y a la que me refiero en otros lugares de este libro, expliqué lo que el 21 de febrero de 1952 me dijo Mije en Praga.
Mije me había relatado que en una reunión donde estaban Uribe, Carrillo, Antón y él. Antón planteó que, debido a mis relaciones con los yugoslavos, yo tenía que ser relevado de mis cargos y debía examinarse qué otras medidas más graves era preciso adoptar. Agregó Mije que, posteriormente, en diferentes conversaciones, esas “medidas más graves” fueron apareciendo más claramente como mi liquidación física. Respondí a Mije que todo eso lo consideraba una infamia, pues todas las relaciones que había tenido con los yugoslavos, o con camaradas de otros países, habían sido siempre con el acuerdo del Buró Político, al que siempre le había tenido al corriente, como él mismo sabía. La noche del día en que había expuesto este asunto en la reunión de Bucarest, tuve una conversación con Carrillo a petición suya. En ella me planteó que no tenía ninguna duda en que Mije me había contado lo expuesto por mí sobre las intenciones de Antón de liquidarme físicamente y que él no descartaba que Antón tuviese esas intenciones. Pero que debía comprender en qué situación colocaba al BP. Que no se trataba solamente de la situación entre Mije y yo, sino que esta cuestión desviaba la atención de los miembros del BP del examen de los problemas fundamentales que estaban en discusión, y que lo mismo iba a pasar en la reunión del CC, de lo que ya era ejemplo la intervención de Claudín.
(En efecto, éste había dicho: «En su intervención, el camarada Líster ha planteado una cuestión de suma gravedad: que el camarada Mije, en 1952, le informó que Antón se proponía su liquidación física. Si Mije tenía fundamentos para ello, es de suma gravedad en relación con Antón. Si no tenía fundamentos, es de una ligereza inconcebible por parte de Mije. Creo que esto es necesario aclararlo hasta el fin. Si se trata de una ligereza de Mije, de carácter intrigante, debe de reconocerlo. De paso debo decir que para mí no está clara la conducta de Mije en la discusión que estamos realizando».)
Argumentó Carrillo, además, que si yo insistía en plantear ese problema, lo más seguro es que habría que sacar a Mije del BP y que ello iba a aparecer como una escabechina de los veteranos, pues las medidas que había que tomar con Uribe y las críticas a Dolores ya hacían bien difícil la situación.
Carrillo me propuso entonces que hiciera una declaración en la que podía seguir sosteniendo que era cierto que Mije me contara lo que yo había dicho en la reunión, pero que no podía estar seguro de que existía tal plan de liquidación física. Pensando en la unidad de los órganos de dirección del Partido, acepté el chantaje de Carrillo.
En las conversaciones con Uribe en 1961, éste me dijo: «Lo que te contó Mije es cierto, pero no era sólo Antón el que quería tu liquidación física, sino también Carrillo; y no se trataba sólo de ti, sino también de Modesto.
»Este plan, que venían madurando desde 1947, recibió un nuevo impulso al producirse la ruptura con Yugoslavia. Este hecho venía a reforzar los argumentos de Carrillo y Antón en cuanto a la necesidad de vuestra liquidación física, por vuestras relaciones anteriores con los yugoslavos. Incluso, Carrillo y Antón no tuvieron escrúpulos en mezclar en este “asunto” a dirigentes de otros partidos hermanos, a los que atribuyen serias desconfianzas hacia Modesto y hacia ti.
»Para esa liquidación se habían barajado dos variantes: un atentado y echarle la culpa a los anarquistas o a los franquistas; o un “accidente” al examinar alguna arma o explosivo.
»Si vuestra liquidación física no se llevó a cabo –prosiguió Uribe– se debe a Stalin. Cuando en septiembre de 1948, una delegación del Partido, formada por Dolores, Antón y Carrillo, visitó a Stalin, éste les preguntó: “¿Cómo van Líster y Modesto?” Dolores respondió: “Bien, Líster forma parte del BP y Modesto del CC, y los dos están trabajando bien”. Y Stalin agregó: “Me alegro, pues aquí también hicieron los dos un buen trabajo”.
»Esto –me añadió Uribe– os salvó la vida, pues ante esa opinión de Stalin, Carrillo y Antón dieron marcha atrás en la liquidación física, aunque continuaron con otras medidas».
A Modesto le siguieron el proceso por las relaciones con los yugoslavos y le agregaron que tenía relaciones con una mujer que venía enviada por los servicios de espionaje franquista; le quitaron todos los cargos que tenía en Francia y, en 1949, le enviaron a Praga, donde ya no volvió a tener ninguna tarea de Partido hasta diciembre de 1959, en que fue nombrado para formar parte de la comisión encargada de redactar la Historia de la Guerra, y de la que luego le sacó Carrillo. El encargado de montarle todo el proceso a Modesto fue Romero Marín, cumpliendo órdenes de Carrillo. Me recordó Uribe la historia del famoso “complot de Moscú”.
En 1947 Carrillo fue a Moscú y volvió con el “descubrimiento” del famoso “complot” contra Dolores, inventado de todas piezas por él, pero matando dos pájaros de un tiro: aparecer como un decidido defensor del secretario general del Partido y, principalmente, intentar ensuciar toda nuestra emigración en la Unión Soviética, calumniando y golpeando a toda una serie de camaradas que habían pasado con honor, al lado del pueblo soviético, todas las tremendas dificultades de la guerra, mientras Carrillo y otros “acusadores” dirigentes del Partido estaban viviendo tranquilamente la gran vida al otro lado del “charco”.
Al regresar de Moscú, Carrillo informó al secretariado de su “descubrimiento” de un “complot” montado por Jesús Hernández contra Dolores y Antón, en el que, según él, habíamos participado Modesto y yo.
Durante semanas se nos interrogó para hacernos reconocer nuestra participación en un tal “complot”. Modesto y yo rechazamos indignados las acusaciones y dijimos que nuestras discrepancias con Antón, por los métodos intolerables de dirección que había empleado y por su conducta inmoral, eran conocidas de todo el mundo, en primer lugar del propio Antón y Dolores a los que se las habíamos dicho por escrito y de viva voz.
Una de las cuestiones contra la que habíamos protestado Modesto y yo en una carta enviada a Dolores a Ufa en 1942, era el método de Antón de montar en los colectivos españoles unos servicios de espionaje para los que, además, escogía a los tipos más inmorales. Antón y Dolores enviaron esta carta a Dimitrov, con otra de ellos en la que se pedía poco menos que nuestras cabezas. En un viaje mío a Moscú en junio de 1942, Dimitrov me enseñó las dos cartas y me preguntó qué era lo que pasaba. Se lo expliqué y él dijo que, efectivamente, tales métodos no eran correctos.
En esa conversación me preguntó Dimitrov quién creíamos, Modesto y yo, que debía ocupar el puesto de secretario general del Partido vacante por la muerte de José Díaz tres meses antes. Le respondí que esa cuestión ya la habíamos hablado Modesto y yo, y que nuestra opinión era que debía ser ocupado por Dolores. Que existía en contra la funesta influencia de Antón sobre Dolores, y su papel de secretario general consorte, pero que se podía resolver enviando a Antón en misión lo más lejos posible.
Me respondió Dimitrov que ésa era también la opinión de ellos, es decir, del Secretariado de la Internacional Comunista, y que ya se estaba estudiando el envío de Antón a un país de América latina.
En 1943, al llegar a Moscú, Modesto y yo fuimos a visitar a Dolores en su despacho. Allí estaba Antón, y en la habitación contigua varios camaradas, entre ellos, E. Castro, Mateo, Segis Álvarez. Al meterse Antón en la conversación que Modesto y yo teníamos con Dolores, le dijimos todo lo que pensábamos de él, de sus métodos, de su conducta, y eso lo oyeron no sólo Dolores, sino también los otros camaradas que se encontraban en la habitación contigua y cuya puerta estaba abierta. Modesto y yo no podíamos ocultar la repugnancia que nos merecía toda la conducta de Antón y, sobre todo, la forma en que había salido de Francia para la Unión Soviética.
La historia de esa salida, que sólo algunos conocíamos, es la siguiente: Dolores, que no se preocupaba en absoluto por la situación de los centenares de miles de españoles metidos en los campos de concentración en Francia –y menos aún por los de España–, pedía insistentemente que Antón fuese llevado a Moscú. Dimitrov y el Secretariado de la IC, de acuerdo con José Díaz, se hacían los sordos, pues consideraban que ésa era una buena ocasión para terminar con el arribismo de Antón. En esta situación, Antón es detenido en Francia, y entonces las peticiones de Dolores adquieren un verdadero tono de histerismo. Ante ello, hay la famosa frase de Stalin: «Bueno, si Julieta no puede vivir sin su Romeo se lo traeremos, pues siempre tendremos por aquí un espía alemán para canjearlo por Antón». Y así fue como salió en 1940 de una cárcel francesa y llegó a Moscú.
Durante los interrogatorios llevados a cabo por Carrillo y Antón, puse como testigos de mi conducta al camarada Dimitrov y a la propia Dolores. Recordé, entre otros ejemplos, el siguiente:
En abril de 1944, estando Modesto, Cordón y yo en el frente ucraniano con el Ejército polaco, recibimos la orden de ir a Moscú. La primera visita que hicimos fue a Dolores, la cual nos informó de las noticias que habían llegado de Méjico sobre la situación del Partido allí. Según esas noticias, Hernández había desencadenado una lucha abierta contra Dolores y Antón y aseguraba que toda una serie de camaradas residentes en la URSS, entre ellos Modesto y yo, estábamos de acuerdo con él. Dolores nos dijo que Dimitrov quería hablar con nosotros dos.
Al día siguiente, Dolores, Modesto y yo pasamos el día con Dimitrov, examinamos las cuestiones y redactamos un telegrama para Méjico en el que se rechazaban las afirmaciones de Hernández.
En la reunión del BP de abril y mayo de 1956, dije: «Yo rechazo que en Moscú haya habido un complot contra el Partido. Yo no acepto que las discrepancias de opiniones de este u otro camarada que estábamos en Moscú, pasen a la historia del Partido como “el complot de Moscú”. Entre nuestra emigración en la URSS ha habido un gran descontento contra Antón y contra sus métodos, de los que su conducta posterior no fue más que una continuación. Unos camaradas expresaban este descontento de una forma y otros, de otra. Y una parte de esos descontentos iban a quejarse a Hernández de los métodos de Antón. ¿Qué había en esto de particular? Hernández era más antiguo que Antón en el BP. Había desempeñado cargos más importantes que Antón y para toda la emigración aparecía teniendo más responsabilidad que Antón, incluso en las cosas de la emigración en la Unión Soviética. ¿Que Hernández tenía otras miras? Eso no quiere decir que los que iban a quejarse a él participaran en un complot, y ni siquiera que tal complot existiese.
»Yo planteo esta cuestión con la esperanza de que cuento con las suficientes garantías para que las cosas se pongan en claro. Yo creo que la cuestión lo merece, pues no podemos dejar que toda una serie de camaradas sigan con el sambenito de participantes en un complot contra el Partido. Y vosotros, camaradas Uribe, Claudín y Carrillo, no teníais ningún derecho a ir a Moscú a desencadenar una campaña de calumnias contra camaradas del Partido, del Comité Central y del Buró Político.
»Vosotros no teníais ningún derecho ni siquiera a abrir una discusión política donde se fuese a juzgar la conducta de miembros del Comité Central y del Buró Político, porque no estabais autorizados para ello ni por el Comité Central ni por el Buró Político. Esos acuerdos los habéis tomado, sin duda, en reuniones de Secretariado, pero el Secretariado no tiene ningún derecho a tomar tales acuerdos».
Carrillo había dejado montado en Moscú todo el escenario para sostener contra una serie de camaradas toda una campaña indecente de calumnias y desprestigio, para continuar la cual fueron enviados allí Vicente Uribe y Fernando Claudín, que quedó allí varios años como fiel ejecutor de las opiniones de Carrillo, como antes lo había sido en otros lugares y luego había de continuar siéndolo hasta 1962 en que chocaron entre ellos.
En cuanto al tan manoseado asunto de que lo que quería Jesús Hernández era la secretaría general, nada más lejos de la verdad. Jesús Hernández era lo suficientemente inteligente para comprender que él no tenía ninguna posibilidad de ser el secretario general del Partido. Pero lo que no quería Jesús Hernández, como no lo queríamos ninguno de los que estábamos al corriente de la cuestión, era tener un secretario general consorte. No queríamos a Antón como secretario general del Partido y a Dolores como tapadera. Yo sé, porque me lo dijo el mismo Uribe, que Hernández, al llegar a Méjico, le había hablado de ese peligro y le había dicho que la única forma de evitarlo era que Uribe fuese secretario general del Partido.
¿Complot? ¡Ni complot ni centellas! Lo que había era descontento general de la inmensa mayoría de los camaradas, que veían que mientras ellos vivían, trabajaban y luchaban en las terribles condiciones de la guerra, Dolores y Antón no cumplían en absoluto su misión de dirigentes, dedicándose a disfrutar su cómoda vida.
He aquí algunas cifras que hablan del heroísmo y del cumplimiento del deber, al lado del pueblo soviético, de nuestra emigración en la URSS.
Al producirse la agresión hitleriana (22 de junio de 1941) había en la URSS 4.221 españoles. La mayoría, cerca de 3.000, eran niños que habían sido evacuados allí durante nuestra guerra, y una parte de los cuales ya se habían convertido en jóvenes entre los 15 y 18 años. El resto de nuestra emigración allí estaba compuesta por camaradas que habíamos desempeñado durante la guerra cargos políticos, militares y de otro tipo, y familiares que componían casi la mitad de parte de esos camaradas. En total éramos 900. Había, además, un grupo de 122 maestros, maestras y auxiliares llegados con los niños; un grupo de 157 aviadores que el fin de nuestra guerra cogió instruyéndose en la URSS y 69 marinos de algún barco español que había ido a buscar material. Posteriormente se agregaron a la emigración 56 españoles más de la División Azul, que se quedaron en la Unión Soviética.
Al producirse la agresión, los españoles estábamos distribuidos por diferentes puntos de la Unión Soviética. Los niños en casas donde personal español y soviético se ocupaban de su enseñanza. El resto trabajaba en fábricas, en la construcción, etc. Algunos pensionados debido a su edad, un grupo en una escuela política, otro de 28 en la Academia militar Frunze y otro de 6 en la Academia Militar de Estado Mayor.
Participaron en la guerra junto al pueblo soviético, bien en unidades militares o en destacamentos guerrilleros, 614 emigrados y 135 jóvenes de los llegados como niños.
De ellos murieron en la lucha 138 mayores y 66 jóvenes. Los españoles incorporados en el Ejército soviético participaron en la heroica defensa de Leningrado, en la histórica batalla de Stalingrado, en los frentes de Moscú, el Cáucaso y otros lugares de la Unión Soviética.
Participaron en unidades de guerrilleros en la retaguardia de los ejércitos hitlerianos: en Ucrania, Bielorrusia, Crimea, en la región de Leningrado, donde se combatió a las fuerzas fascistas de la División Azul.
No faltó en los combates de la aviación soviética la participación de los pilotos republicanos españoles. Tomaron parte con el Ejército soviético en la liberación de Polonia, de Checoslovaquia, Alemania y otros países, pagando esa participación con sus vidas no pocos españoles.
El Gobierno soviético, destacando la participación de la emigración republicana española en la gran guerra patria del pueblo soviético contra el fascismo, ha concedido a gran cantidad de combatientes españoles numerosas condecoraciones.
No acaba aquí la lucha, pues muchos camaradas, al terminar la segunda guerra mundial y desde la Unión Soviética, se incorporaron clandestinamente a España para proseguir luchando contra el fascismo con los camaradas que ya lo venían realizando desde 1936, unos, y desde 1939, en que terminó la guerra de España, los otros. Por su actividad, unos han sido fusilados, otros cayeron en el combate guerrillero y no pocos han sufrido largos años de prisión.
Estos son los hombres que, con la historia del “complot”, calumniando a nuestra emigración en la Unión Soviética, como se había hecho y se seguía haciendo con nuestros camaradas de España, Francia y otros lugares, eran convertidos de víctimas –los únicos que tienen derecho a ser acusadores– en acusados. Lo que se quería era castigar a los que en el pasado no se habían sometido, e inutilizar a los que en el futuro harían lo mismo. Por desgracia, la operación de Carrillo no fracasó totalmente, pues por ahí andan no pocos de esos hombres y mujeres sometidos al carrillismo.
El día 21 de marzo de 1942 muere José Díaz. Sobre su muerte se han hecho y se hacen especulaciones para todos los gustos. Mi firme convicción es que nadie le empujó materialmente a tirarse por la ventana, aunque no puedo afirmar lo mismo en el aspecto moral.
José Díaz estaba gravemente enfermo. El cáncer le iba deshaciendo el estómago. Lo habían operado varias veces, pero ninguna de esas operaciones cortó el mal.
Al lado de los males físicos estaban los morales. Habíamos perdido la guerra, el Partido estaba distribuido por medio mundo y la parte fundamental bajo el terror de los triunfadores. En estas condiciones, en 1940, José Díaz, Dolores Ibárruri, Jesús Hernández y Enrique Castro, con la ayuda de Togliatti, preparaban un informe sobre la situación en España después de la guerra y las tareas del Partido en esa situación. José Díaz, en nombre de la dirección del Partido Comunista de España, da lectura al informe ante el Secretariado de la Internacional Comunista. Luego toman la palabra los miembros del Secretariado de la IC y van destruyendo uno a uno los planteamientos que hay en el informe.
Hernández, Castro y Togliatti se callan, pero Dolores toma la palabra para dar la razón a los que critican el informe y para acusar a José Díaz de “individualista” en el trabajo, de que no tiene en cuenta las opiniones de los demás. Con eso se acaba la reunión, pues a José Díaz hay que sacarlo entre dos personas. El ataque brutal de Dolores viene a agravar su mal estado físico.
¿Qué dejó José Díaz escrito antes de suicidarse? Cuando se lo pregunté a Dolores Ibárruri, ésta me contestó que sólo había dejado unas cuartillas que ni se podían leer, pero no me las enseñó. Estoy convencido que José Díaz escribió un verdadero testamento político en el que, entre otras cosas, estampa sus opiniones sobre los diferentes miembros de la dirección del Partido, y en primer lugar, sobre Dolores Ibárruri.
Las conversaciones con Uribe y sus confesiones fueron para mí un golpe terrible y dejaron en mi ánimo una profunda amargura. Con ellas se derrumbaban en mí creencias, ideas y opiniones sobre cosas y personas que habían ocupado un lugar muy importante en mi vida de militante revolucionario. El cuadro que me iba describiendo Uribe de aspectos que yo desconocía de la vida de la dirección de nuestro Partido, de cosas que se habían venido haciendo, de métodos que se habían venido empleando, eran, en unos casos, completamente nuevos para mí y, en otros, rebasaban en mucho lo que yo conocía, mis sospechas y temores. Según él me iba hablando, ante mí aparecían, como en una película, escenas terribles, entre ellas los cuerpos de camaradas ejecutados en las montañas pirenaicas cuando, llenos de ilusiones, marchaban al país a cumplir tareas del Partido o regresaban a informar a la dirección de cómo las habían cumplido.
Ante mí aparecían las figuras de los ejecutores de las sentencias dictadas por Carrillo y Antón y aprobadas o consentidas por otros. A algunos de esos ejecutores yo los conocía personalmente, y si bien entre ellos los podía haber que estaban dispuestos a matar sin importarles quién era la víctima, no tengo dudas de que otros al ejecutar las sentencias creían sinceramente que estaban defendiendo al Partido de terribles enemigos.
Los equipos de ejecución fueron creados por Carrillo en 1944 y en esa época las sentencias que debían ejecutar eran las que Carrillo dictaba sin dar cuenta a nadie. Esos equipos operaban no sólo en Francia, sino que iban también a España y otros países.
Aparecían también con claridad los objetivos liquidacionistas de Carrillo y Antón de querer destruir al máximo nuestra organización en Francia. En ella había muchos testigos de las cobardías y otras cosas de algunos miembros de la dirección del Partido y de las JSU, entre los que estaban en primera línea, precisamente, Carrillo y Antón. Sabían éstos que entre nuestros militantes de la organización de Francia encontrarían muchos y muy serios opositores a la política que pensaban imponerle al Partido (y que Carrillo ha venido imponiendo a los que aún le seguían).
El relato de Uribe se refería a hechos ocurridos fundamentalmente en los años del terror franquista en que se asesinaba diariamente a antifascistas españoles y en que los servicios policíacos de la dictadura enviaban sus espías a las organizaciones antifascistas. Luchar contra ellos era un deber; aplastarlos cuando eran descubiertos era una necesidad. Pero Carrillo y Antón se aprovechaban de esa lucha justa para deshacerse de auténticos comunistas; de hombres que no habían cometido más delito que el de tener entre sus camaradas un prestigio ganado en la lucha o que sabían demasiado sobre las actividades de los dos compadres, que no se doblaban ante las exigencias de ellos o a causas aún más inconfesables.
Al final del relato, Uribe me dijo: «Todo lo que te he contado explica por qué a Carrillo le fue posible mi liquidación política. Yo era el responsable de la dirección del trabajo, en parte, de los años en que se cometieron esas fechorías y esos crímenes, y aunque muchas veces no estaba de acuerdo me faltaba el valor para oponerme a ellas, y así me fui comprometiendo y hundiéndome cada día más. Carrillo me ha acusado de no estudiar, y de ir abandonando el trabajo. Es cierto. Carrillo sabía todo eso y lo fomentaba, porque ésa era la forma de irme liquidando. Cuando me di cuenta era demasiado tarde, había perdido toda confianza en mí mismo y todo hábito de trabajo sistemático y organizado. Así es como Carrillo me pudo golpear a mansalva; porque sabía que yo no me defendería. Y lo mismo le pasaba a Dolores. Ella ha aprobado en unos casos y tolerado en otros muchas de las injusticias y crímenes que se han cometido. Carrillo la tiene agarrada por ese pasado y cada vez la aislará más de los camaradas más sinceros y la irá rodeando de sus propios incondicionales. Irene Falcón es un ejemplo de ello. Dolores odia ferozmente a Carrillo, pero después de 1956 le ha cogido miedo y no está dispuesta a enfrentarse con él. Prefiere ir tirando y figurando en el grado que Carrillo la deje, que cada vez será menos.»
«Lo único que Carrillo dejó al lado de Dolores es ese ser funesto que se hace llamar Irene Falcón, que informa a Carrillo de todo lo que hace y dice Dolores».
Me explicó Uribe las causas de la tirantez permanente que existía entre Dolores y él. Dolores no había perdonado nunca a José Díaz, a Pedro Checa y a él las severas críticas que le habían hecho durante la guerra por su vida familiar. Uribe agregó: «Esto es conocido por Carrillo, que lo aprovechó para envenenar aún más las relaciones entre Dolores y yo, acusándome de querer ocupar la Secretaría General, mientras quien iba a por ella era el propio Carrillo».
En el editorial de Nuestra Bandera escribía Carrillo algunas otras cosas que nos deben hacer pensar sobre el propio Carrillo, pues, según ellas, parece como si se estuviese retratando a sí mismo.
Pero el enemigo no utiliza sólo a estos elementos –escribe Carrillo al referirse a Monzón y otros–. Los servicios de provocación del enemigo se esfuerzan también especialmente en introducir sus agentes en nuestro Partido. Estos intentos criminales del enemigo no son nuevos. Analizando casos como el de Jesús Hernández y Enrique Castro, no es posible contentarse con la explicación de que han degenerado y se han podrido en estos últimos años. Un grado tal de maldad, de hipocresía, de bajeza, no puede ser producto de una evolución tan rápida hacia el mal. Un verdadero revolucionario no se convierte en perro policíaco de la noche a la mañana.
Hay que llegar a la conclusión –continúa Carrillo–, quizá algún día con los archivos en la mano, como ha sucedido en el caso de Raj y Kostov, lo podremos comprobar, que hombres como Jesús Hernández y Enrique Castro fueron enviados a las filas del Partido por el enemigo, que, trabajando con perspectivas, los mantuvo camuflados hasta que consideró llegado el momento de que se arrancaran el antifaz. Y lo que en otro tiempo fue considerado en ellos como máculas, faltas más o menos graves, que no entrañaron sanción decisiva, eran actos conscientes de lucha para desacreditar y desprestigiar al Partido.
Es evidente que al principio de nuestra guerra de liberación contra el fascismo, los falangistas se esforzaron por enviar a nuestras filas a sus agentes. Y a pesar de la vigilancia revolucionaria es indudable que algunos consiguieron introducirse. No importa que fuesen casos aislados, por contraste con las organizaciones sindicales y anarquistas, que les abrieron y les abren hoy de par en par las puertas. Un caso aislado, uno sólo de esos elementos, en un partido revolucionario como el nuestro, puede hacer mucho daño.
¡Y tanto! Y cuando Carrillo lo afirmaba con tanta seguridad no hacía más que retratarse a sí mismo.
Hasta 1970 era mi firme propósito de que muchas de las cosas, sino todas, que me dijo Uribe, como otras que fui conociendo más tarde, fueran conmigo a la tumba. Pero en esa fecha y ante la situación a que Carrillo y sus seguidores estaban llevando al Partido, tomé la decisión de plantearlas ante el pleno del CC que tuvo lugar en agosto de ese año. Carrillo y sus incondicionales no me lo permitieron. Simón Sánchez Montero, que presidía, acató sumisamente la orden de Carrillo de no dejarme hablar y, entonces, no me dejaron más camino que el de callarme cobardemente o hacer públicas las cosas que allí no pude exponer. Escogí este último camino por considerarlo el del deber, y publiqué el libro “¡Basta!”
A lo largo de los años, Carrillo se ha ido deshaciendo hábilmente de camaradas que más tarde podrían oponerse a su política cuando ésta apareciese con más claridad.
A unos los echó, a otros los domesticó y los alineó, a otros les fue dando de lado, disminuyendo su papel. Y a no pocos los hizo asesinar o los envió a una muerte segura.
En el Comité Central y otros órganos del Partido hay no pocos miembros que después de haber sido echados del Comité Central y puestos de rodillas por Carrillo, fueron recuperados luego gracias a la “magnanimidad” de éste.
En vez de examinar en cada ocasión franca y abiertamente, y empleando el método de la crítica y la autocrítica, las fallas, los errores, lo criticable de la conducta y la actividad de este u otro dirigente, Carrillo ha practicado el método del escamoteo. Con ello perseguía y consiguió un doble objetivo: ocultar sus propias faltas, sus propios errores, todo lo que hay de criticable en su propia conducta y en sus métodos y tener en sus manos a otros camaradas que también tienen cosas criticables. Así se ha ido creando una identidad de intereses y así ha ido forjando Carrillo contra cada uno el arma de chantaje que empleará en cada ocasión concreta contra el camarada que no marche derecho por la línea que le señala.
Con ese método, Carrillo tiene agarrado por el cuello a más de uno de los que más chillan en su defensa; de los que están siempre dispuestos a aprobar o condenar, con el mismo entusiasmo y sin pedir ninguna explicación, todo lo que Carrillo quiera que se apruebe o se condene.
En cuanto a Dolores misma, a partir de Toulouse en 1945, Carrillo la fue sometiendo, alineando, con un trabajo paciente. Con el método jesuítico que le es propio, al mismo tiempo que le iba comprometiendo en sus propias fechorías y empujándola en sus debilidades, la separaba de todos los camaradas que eran sinceros y leales con ella e imponiéndole a la vez las relaciones con sus propios incondicionales.. ¿Es que Dolores no se da cuenta de todo eso? Claro que se da cuenta, pero en vez de decir “¡Basta!”, se lamenta, llora, repite una y otra vez que se va a tirar por una ventana, etc. Y mientras tanto, Carrillo ha continuado su trabajo de liquidación del Partido.
Estos defensores del llamado “socialismo humano” y de la democracia en otros partidos, en el suyo son verdaderos Torquemadas en la aplicación de condenaciones y excomuniones a diestra y siniestra contra todo el que no dice “Amén” sin rechistar a cuanto sale de la boca o de la pluma del jefe y de algunos privilegiados que con él comparten el secreto de la verdad absoluta.
Lo que yo he venido pidiendo en el CE es que se formase una Comisión de Investigación que examinara la conducta política y moral de todos los que hemos sido miembros del CC y del BP o del CE, desde 1936 acá.
Otra cosa que yo he pedido es que esa Comisión investigara toda una serie de casos de camaradas acusados, sancionados, perseguidos, “desaparecidos”, detenidos y muchos fusilados en España, etc.
He pedido también que esa Comisión investigara cómo se aplicó la decisión de disolver las guerrillas, qué medidas se han empleado, etc.
¿Por qué ese miedo de Carrillo y otros miembros del CE carrillista a una tal investigación? Porque sabían que les sería fatal. Carrillo y sus incondicionales necesitaban tiempo para llevar hasta el fin su plan de transformar un partido revolucionario en un conglomerado capaz de practicar la colaboración de clases, como partido de la clase obrera, en representación de la clase obrera y traicionando a la clase obrera.
No puede haber duda que Carrillo y sus compañeros de tinglado han logrado ganar tiempo con la trampa, la persecución, el chantaje, las expulsiones, la corrupción y el asesinato dentro del Partido. Es claro también que con la compra de plumíferos en periódicos y revistas y con la compra en ciertos casos de gruesos paquetes de acciones de determinadas revistas y periódicos españoles, que presumen de independientes, el carrillismo goza de una abundante propaganda. A todo ello deben agregarse los medios puestos a disposición del carrillismo en el plano internacional por los capitalistas y determinados Estados llamados socialistas. El carrillismo no tiene nada de común con la lucha del pueblo español por sus derechos, es una empresa netamente al servicio de los peores enemigos de la clase obrera y del pueblo español.
Y para terminar con este triste capítulo, quiero llamar la atención de aquellos a los que puedan parecerles dudosos los datos que doy recogidos de Uribe, por tratarse de un desaparecido, que no olviden que los camaradas ejecutados o enviados a la muerte de los que habló Uribe tienen un nombre y que en vida están otros camaradas que los conocían. Entre estos camaradas los hay que conocen las circunstancias de la muerte de más de uno y que están dispuestos a decir todo lo que saben ante una Comisión de Investigación.
En las organizaciones carrillistas son cada vez más los camaradas que hacen a los enviados de Carrillo la pregunta: «Si lo que dice Líster no son más que calumnias, ¿por qué Carrillo no ha aceptado la discusión sobre los métodos y el nombramiento de la Comisión de Investigación, como Líster proponía antes del pleno y en el pleno mismo?» Esa es la cuestión.
En su obsesión por desacreditar ante los comunistas al campo socialista y presentarse así como un ingenuo o un incauto, Carrillo ha empleado con frecuencia la demagogia: «Siempre hemos ignorado lo que sucedía en esos países».
«Nos era realmente difícil comprender en los años 40 al 50 cómo destacados dirigentes checoslovacos, considerados hasta entonces como excelentes comunistas, podían transformarse de la noche a la mañana en agentes del imperialismo, en agentes de Tito, en traidores a la causa del comunismo».
Tales declaraciones en boca de Carrillo son el colmo del cinismo, ya que en aquella época fue uno de los que practicó con más frecuencia esas acusaciones de “traición” contra camaradas de los que se quería deshacer.
Carrillo no sólo ha sido el inspirador y el organizador del terror contra los comunistas honestos; ha sido, además, el principal “teórico” de esa praxis. Por eso, cuando leemos, en numerosas declaraciones hechas por Carrillo estos últimos tiempos, alusiones a los “malos métodos” que han existido en las democracias populares, no sabemos si indignarnos o morirnos de risa. Carrillo es un “teórico” de la espionitis, de la delación y del terror contra los miembros del Partido que no han querido someterse a sus pretensiones hegemónicas.
Existen pruebas materiales irrefutables de la responsabilidad directa, personal, de Carrillo en la práctica del terror en las filas del Partido. Y si la práctica es la materialización de una teoría determinada de las cosas, tiene que admitirse que la teoría de la espionitis, la delación y el terror en el Partido fomentada por Carrillo estaba destinada a estimular y justificar ese terror en nuestras filas y la desaparición “misteriosa” de muchos camaradas honestos.
Veamos, aunque sea brevemente, uno de los aspectos de esa “teoría” carrillista sobre la espionitis y la delación. Nada más llegar a Francia, en 1944, en una Conferencia para cuadros del Partido, contestando al tema, «¿Cómo debe ejercerse la vigilancia dentro del Partido?», Carrillo desarrolló las siguientes tesis:
«...Allí donde el trabajo del Partido no marche, allí donde hay pasividad y el trabajo del Partido tiene debilidades graves, donde se discute una vez, dos veces y hasta tres, y, sin embargo, sigue reinando la pasividad y el trabajo no marcha, allí es donde hay que poner el ojo vigilante del Partido con la seguridad (!) de que en la mayoría de los casos (!) están metidos los provocadores falangistas.
»...Es muy típico el método de esos camaradas que informan magníficamente sobre todo el mundo, y que dicen: «Fulano de tal es un militante muy bueno y excelente compañero. Es cierto, por desgracia, que no comprende la política de Unión Nacional; es cierto también, por desgracia, que este compañero tiene un carácter muy extraño; es cierto que las masas no quieren a este compañero, no confían en este compañero; es cierto también que no sabemos exactamente de dónde ha venido este compañero, ni sus antecedentes. Pero es un excelente camarada, lleno de voluntad, dispuesto a trabajar. Sólo necesita que se le ayude».
»Sí pueden infiltrarse en nuestro Partido ciertos elementos turbios al servicio de la Falange, que vienen a apuñalarnos por la espalda. Estos camaradas que informan tan irresponsablemente sirven inconscientemente al enemigo, y hay que ver si en algunos casos, en lugar de inconscientemente, no pertenecen a esa categoría de perros de que hablaba antes.
»Tened en cuenta que donde existen tendencias manifiestas de pasividad anda probablemente (!) la mano del enemigo.
»...¡Seguid de cerca el desarrollo de cada uno de nuestros cuadros!
» ...Un buen olfato comunista distingue en seguida (!) ese tipo de perros de que yo hablaba.
» ...Se distinguen con mucha facilidad (!) a poco que se observen.
»...Nosotros estamos vigilando ya así, estamos encontrando al enemigo, pero cada uno de los cuadros y militantes tiene que ayudarnos a encontrarlos mucho más rápidamente.
»...Y esta labor hay que llevarla a Unión Nacional Española. Si algunos perros se han infiltrado en nuestro Partido, en UNE se han infiltrado con más facilidad. Hay que descubrirlos también por su trabajo. Es claro que no vamos a utilizar en UNE los métodos duros y directos que se utilizan en nuestro Partido; tenemos que ser un poco más diplomáticos».
Como puede verse, ese planteamiento del problema de la vigilancia revolucionaria no tiene nada de comunista, se trata de una verdadera apología de la espionitis, un llamamiento a la delación y a la desconfianza entre militantes del Partido.
Si se tiene en cuenta que en esa época se planteaban toda una serie de problemas muy complejos (Unión Nacional, tentativas por sentar las premisas para crear el Partido único del proletariado, etc.), se comprenderá que resultaba muy difícil acusar de “enemigo del Partido” a cualquier camarada que tenía dudas o no comprendía tal o cual cuestión. Si alguien piensa que esa praxis policíaca está dictada por las condiciones del momento (1944) y que eso la justificaba, yo afirmo que nada está más lejos de la verdad. Ni la necesaria lucha contra los provocadores, ni el momento (1944), ni el lugar (Francia) eran las razones que determinaban esa práctica policíaca elaborada y aplicada por Carrillo y Antón. Eran los objetivos que ambos perseguían.
¿Qué tienen que ver los métodos carrillistas con la concepción y los métodos preconizados, por ejemplo, en un período mucho más difícil para nuestro Partido (1937) por el secretario de organización de aquella época, Pedro Checa? Veamos cómo, en período tan complicado como fue 1937, aborda un problema similar el leninista Checa:
«Necesitamos conocer a fondo nuestro Partido, necesitamos conocer, uno por uno, a todos nuestros militantes, conocerlos personalmente, conocer lo que son capaces de hacer, sus dotes, sus actividades, su historia, sus características, para saber en todo momento aplicarlos al trabajo para el que son útiles.
»...Este trabajo de promoción de cuadros no quiere decir que no debamos redoblar la vigilancia en el seno de nuestro Partido. Por lo general ocurre que, allí donde se tiene mucho miedo, allí donde existe mucho temor a llevar a los militantes nuevos a puestos de dirección, es donde con más facilidad se introducen elementos indeseables. Por el contrario, donde se practica una política más audaz, más abierta, más flexible y de más comprensión, allí es donde menos facilidad encuentran los elementos indeseables para introducirse en los puestos de dirección.
»...Siempre se habla de que tal camarada es relativamente de confianza: de que tal camarada no puede ser incorporado a puestos de dirección; de que tal otro puede ser utilizado, pero sin darle toda la confianza. Esto debe cesar radicalmente en nuestro Partido. Todo militante, aunque esté recién incorporado, por el hecho de militar en el Partido merece la confianza íntegra de todos los miembros del mismo. Toda persona reconocida digna de estar en nuestro Partido es también digna de figurar en puestos de dirección, sea militante nuevo o viejo, si tiene aptitudes para ello. De otra manera, crearemos un divorcio entre estos camaradas que ahora vienen al Partido y los viejos miembros, y de este modo jamás llegaremos a fusionar a los viejos y los nuevos de nuestra organización».
El lector puede darse perfecta cuenta de la diferencia radical existente entre la forma carrillista de abordar la cuestión de la seguridad en el Partido y la concepción que tenía Pedro Checa, y esa diferencia está determinada por los objetivos, también diametralmente opuestos, que perseguía el leninista Checa y los que ha perseguido el aventurero Carrillo. A Pedro Checa le movía el afán de fortalecer el Partido, hacerlo crecer, para lo cual llamaba a llevar a cabo una política audaz de cuadros, a tener confianza en todos los camaradas, a practicar una coexistencia armoniosa entre militantes veteranos y nuevos camaradas, a hacer “cesar radicalmente” la tendencia a la desconfianza. La tesis de Carrillo encierra todo lo contrario: obrar de manera que en las filas del Partido reine la desconfianza permanente, obligar a los camaradas a ver enemigos y traidores por todas partes, fomentar la delación y la fobia del espionaje. Y todo ello con el objetivo de que los camaradas recién venidos al Partido se aparten de él. En resumen: en 1944, al llegar a Francia Carrillo empezó consciente e implacablemente a poner en práctica su plan de ir destruyendo el Partido Comunista de España, para ir fabricando otro tipo de partido adecuado a los propósitos que siempre le animaron: decapitar a la clase obrera española, ponerla a remolque de la burguesía, castrarla de su contenido revolucionario, privándole del instrumento esencial de su lucha de clase, el indispensable destacamento revolucionario.
Ese plan, como digo, lo inició Carrillo en 1944 y lo ha culminado actualmente. Pero los hechos demuestran que sus cálculos han fallado porque los comunistas españoles no hemos permitido que nuestra clase se quedara sin su Partido, y hemos sabido encontrar fuerzas, audacia y determinación para reorganizar y desarrollar el destacamento comunista de la clase obrera española, el Partido Comunista Obrero Español.
Documento extraído de la página: www.generalisimofranco.com