Josep Pla i
Casadevall nació en Palafrugell (Gerona) el 8 de marzo de 1897. Hijo de una
familia de modestos propietarios rurales, el mayor de cuatro hermanos, estudió
el bachillerato en la ciudad de Gerona, donde estuvo internado desde 1909 en el
Colegio de los Maristas. El último curso (1912-13) se examinó por libre porque
fue expulsado del internado. En 1913 se matriculó en Ciencias en la Universidad
de Barcelona e inició estudios de Medicina, pero en mitad de curso cambió de
idea y se matriculó en Derecho sin demasiado entusiasmo, con la idea de
convertirse en notario.
Instalado en
pensiones y apasionado por la lectura y la observación desde muy joven, el vacío
que percibía en la vida universitaria no le privó de adaptarse a otro ambiente
que canalizaría su desorientación intelectual de juventud: la Peña del Ateneo
barcelonés, con la biblioteca y sobre todo la tertulia diaria que allí tenía
lugar con personajes como Josep M. de Sagarra, Eugeni d'Ors o Francesc Pujols.
De esta época juvenil proviene su admiración por Pío Baroja –una referencia
constante para su generación– y la influencia de Alexandre Plana, amigo y
maestro de juventud, al que atribuyó nada menos que su decisión de alejarse del
amaneramiento noucentista y apostar definitivamente por “una literatura para
todo el mundo” basada en “la inteligibilidad, la claridad y la sencillez”, ideas
que serían su divisa estilística a lo largo de su carrera literaria.
En 1919 se
licencia en Derecho y comienza a trabajar profesionalmente en el periodismo,
primero en el periódico fundado por Rafael Roldós, Las Noticias, y al
poco tiempo en la edición nocturna de La Publicidad. Comienza su periplo
como corresponsal en distintos destinos (París, Madrid, Portugal, Italia,
Berlín). Catalanista moderado, en 1921 es elegido diputado de la Mancomunitat de
Catalunya por la Lliga Regionalista en su comarca natal.
En 1924, a causa
de un artículo crítico con la política militar en el Protectorado español de
Marruecos, sufre un proceso militar que le impide regresar a España en los años
siguientes. Durante su exilio en París, trató –y conspiró– con algunos de los
principales opositores catalanistas a la Dictadura de Primo de Rivera, como
Francesc Macià. Continúa viajando por Europa (Unión Soviética, Reino Unido) y en
1925 publica su primer libro, Coses Vistes –una recopilación de
descripciones paisajísticas, narraciones breves, retratos literarios y
evocaciones autobiográficas– con el que obtuvo un gran éxito de crítica y
público, y que se agotó en una semana. A finales de 1925 se publicó su segunda
obra –Rússia–, escrita a partir del viaje de seis semanas a la URSS en
compañía de Eugeni Xammar y acogido en casa de Andreu Nin. En 1927 pudo regresar
a España, dejó La Publicidad, de línea progresista próxima a Acció
Catalana, y fichó por La Veu de Catalunya, el periódico de la Lliga, de
tendencia liberal-conservadora. Inició entonces una relación de mecenazgo con
Francesc Cambó –líder del catalanismo moderado–, cuyas famosas tertulias
frecuentó asiduamente y del cual publicó poco después una biografía política muy
favorable al personaje, por entonces enfrentado a los sectores republicanos e
izquierdistas.
ARRIBA
En abril de 1931, la misma mañana de la
proclamación de la República, es enviado a Madrid por Cambó
como corresponsal parlamentario de La Veu de
Catalunya y se convierte en observador directo de los
primeros días del nuevo régimen. Permaneció en la capital de
España durante casi todo el periodo republicano (1931-1936),
ejerciendo de cronista parlamentario, lo que le permitió
relacionarse con las élites políticas y culturales
españolas. Manifestó en un primer momento cierta simpatía
por la República, aunque poco a poco se va desencantando con
el curso que toman los acontecimientos hasta considerarlo
una completa “locura frenética y destructora”.
Alegando razones
de salud, abandona un Madrid convulso y muy peligroso pocos meses antes de
comenzar la guerra civil española. Tampoco Barcelona le parece segura y huye en
barco de la Cataluña republicana en dirección a Marsella, en septiembre de 1936,
en compañía de Adi Enberg, ciudadana noruega nacida en Barcelona con la que
mantenía una relación formal desde años atrás. Adi Enberg trabajaba para SIFNE,
el Servicio de Información de la Frontera Noreste, un servicio de espionaje
franquista financiado por Francesc Cambó, tareas con las que algunas fuentes
afirman que colaboró también Pla. Continúa su exilio en Roma, donde escribe por
encargo de Francesc Cambó buena parte de la monumental Historia de la Segunda
República Española, publicada en 1939. En el otoño de 1938, Adi Enberg y Pla se
desplazan a Biarritz y desde ahí logran llegar a San Sebastián e incorporarse a
la España nacional. En enero de 1939 entra en Barcelona integrado en las tropas
franquistas, junto a Manuel Aznar y otros periodistas. Entre febrero y abril de
1939, en que acaba la guerra, se convierte en subdirector de La Vanguardia,
bajo la dirección de Manuel Aznar Zubigaray.
ARRIBA
Se retira al Ampurdán y se separa de Adi Enberg. En
septiembre de 1939 publica su primer artículo en Destino,
el semanario que sus amigos catalanes crearon en Burgos y en
el que empezará a escribir semanalmente unos meses después,
desde febrero de 1940. Gracias a su colaboración regular con
la revista Destino, de la cual acabará siendo uno de
sus principales impulsores, vuelve a viajar por el mundo, ya
no como corresponsal, sino como periodista observador.
Visita Francia, Israel, Cuba, Nueva York, Oriente Medio,
América del Sur, la Unión Soviética...
ARRIBA
A partir de la segunda mitad de los años
1950 continúa viajando e inicia la preparación de sus
Obras Completas, tarea a la que se dedicará de lleno
también durante la década siguiente.
Resurge la
cultura en lengua catalana, al tiempo que el antifranquismo nacionalista le va
marginando, pese a ser ya entonces el escritor más leído en lengua catalana: no
le perdonan su apoyo a los franquistas durante la Guerra Civil, ni su
convivencia aparentemente no conflictiva con el régimen.
Su actitud
desdeñosa hacia la izquierda política y hacia algunas figuras políticas y
culturales catalanistas hizo que, al igual que sucedió con Dalí, la cultura
progresista le negase el pan y la sal en forma de premios. Josep Vergés vendió
Destino a la Banca Catalana de Jordi Pujol, que le censuró un artículo
crítico con el Portugal revolucionario, y Pla abandonó la revista en 1976, tras
36 años de colaboración semanal ininterrumpida y no se le reconociese
completamente su valía hasta varios años después.
No obstante, a
pesar del vacío que muchos le hacían, y ya con 80 años, no por ello dejó de
expresar su opinión, en esos primeros años de la Transición: “La izquierda ha
hecho siempre lo mismo: su aberración de la realidad del país la mantiene, como
siempre, en su ignorancia antediluviana. Hablan mucho, pero no dicen nada. [...]
Quieren ante todo ganar las elecciones y, una vez sentados en sus poltronas,
hacer todo lo contrario de lo que han prometido”.
Ya en el tramo
final de su vida, Josep Tarradellas le impuso la Medalla de Oro de la
Generalitat de Cataluña.
Pla muere el 23
de abril de 1981, en Llufríu, municipio de Palafrugell en la provincia de
Gerona.
ARRIBA
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Diario en catalán que se publicó en
Barcelona desde el 1 de enero de 1899 hasta el 8 de enero de
1937. Se publicaban dos ediciones diarias.
Es destacable la influencia que tuvo La Veu de Catalunya
en el periodismo de principios del siglo XX. En sus páginas
escribieron políticos, escritores, y periodistas como Enric Prat
de la Riba, Francesc Cambó, Raimon Casellas, lldefons Sunyol,
Prudenci Bertrana, Josep Maria Junoy, Eugeni d'Ors (con el
pseudónimo de Xènius), Josep Pla, Manuel Brunet, Carles Sentís,
Irene Polo, Ignasi Agustí y Ferran Agulló.
ARRIBA
La
Revolución de 1934 vista por Josep Pla.
(“La Veu de
Catalunya”, 13 de octubre de 1934)
La toma de Oviedo
La vida de
Madrid está totalmente normalizada. La mayor parte del personal
se ha integrado al trabajo y funcionan todos los servicios, no
solamente los públicos, sino particulares, como taxis, hoteles y
restaurantes. Habiéndose celebrado la fiesta de la Raza y
habiendo sido medio fiesta en Madrid, la gente se ha echado a la
calle y la animación ha sido considerable en todas partes. No ha
habido actividad política. En los ministerios ha sido fiesta
todo el día. El señor Lerroux ha estado en su despacho oficial y
ha pasado por la tristeza inmensa de no poder dar ninguna
esperanza a los innumerables familiares de los encartados en los
consejos de guerra. El señor Lerroux, en la recepción de los
periodistas, a última hora de la tarde, estaba emocionado.
Los hechos de
Asturias continúan siendo el tema de las máximas preocupaciones
y de la más nerviosa atención. Aún hay lugares en Asturias en
que la batalla está en su punto culminante. La toma de Oviedo
por el general López Ochoa ha producido un gran entusiasmo.
Continúa la asfixia de rumores y de noticias sobre la situación
de aquella región. Nos encontramos ante una hecatombe auténtica.
Se han denegado todas las autorizaciones a los periodistas para
ir a Oviedo. Esta tarde, el capitán general de Madrid,
Cabanellas, ha convocado a todos los compañeros de prensa
extranjera acreditados aquí para aconsejarles prudencia y
ecuanimidad. Existe el peligro de que cuando la opinión conozca
detalles de los sucesos de Asturias se desborde contra la
política que ha producido y ha hecho germinar esta locura
delirante y primitiva.
En el ambiente
político se comienza a hacer balance de los últimos
acontecimientos con vista al futuro. Se considera que el
marxismo ha recibido un golpe mortal tan fuerte al menos como en
Italia, Alemania, Austria y, por un camino más normal,
Inglaterra. Ahora los socialistas se convierten en delirantes
defensores de la táctica evolucionista de Besteiro.
Notoriamente, este partido utiliza a sus hombres según los
momentos. Es difícil, no obstante, que a estas horas la
mencionada táctica convenza a nadie. La gente se va separando de
este partido de esnobistas, de ex ministros y de ex embajadores
que tantos estragos ha hecho en el país.
El campo de las
izquierdas era reducidísimo. Ahora ya no existe. Todo el mundo
sabe que los señores Azaña, Botella Asensi, Martínez Barrio y
Maura se han separado de la legalidad republicana. Esto, sin
embargo, resulta a estas alturas una mera afirmación, porque, si
se han separado de algo, realmente, es de la gente. El partido
de Maura se ha disuelto. Los pocos diputados de Martínez Barrio
están desesperados con la situación en que les ha puesto su
líder. El señor Azaña está en el vapor Ciudad de Cádiz y cada
vez está más implicado –parece– en el asunto del contrabando de
armas. Dada la reacción de la opinión pública española ante la
política de Esquerra Catalana, el hecho de encontrarse el señor
Azaña en Cataluña el día 6 ha puesto al mencionado señor en una
situación de la que se duda si podrá salir con bien.
Los últimos
hechos revolucionarios, por el contrario, han demostrado que lo
que se creía destruido, o sea, el Ejército, tenía aún vitalidad
relativamente formidable. En efecto, el triunfador de estos
últimos días es el Ejército. El señor Lerroux tocó un timbre, el
del estado de guerra, y la oficialidad y la tropa formaron con
automatismo, con un vigor indudable.
ARRIBA
Éste es el resumen objetivo de los últimos acontecimientos
(“La Veu de
Catalunya”, 24 de octubre de 1934)
Llegada a Asturias, impresión de
conjunto, las causas de la Revolución
He podido llegar
a Gijón, vía Santander-Llanes. En Llanes, la vía del tren se
interrumpe, y he tenido que alquilar un taxi que me ha traído,
por Ribadesella, hasta aquí. Es el único camino natural y
practicable para llegar a Oviedo. Dudo que ningún periodista
haya podido llegar por un camino diferente. Lo primero que he de
advertir es que la inmensa mayoría de las informaciones sobre la
situación en Asturias son indirectas y generalmente inventadas.
Gijón está en
paz. Los soldados de la Infantería de Marina protegen a la
población. Hay un gran movimiento de tropas en la calle. Siendo
el puerto el camino de llegada de las tropas, hay un gran
movimiento de barcos. En Gijón, la huelga duró poco, pero fue
muy violenta. En esta comarca asturiana domina la FAI, que aquí,
como en todas partes, se ha unido al movimiento –cuando lo ha
hecho– a regañadientes. La huelga concluyó aquí cuando murió
quien dirigía el movimiento, el anarquista José María Martínez.
El barrio alto de la ciudad –Cimadevilla, barrio de pescadores–
fue bombardeado por el crucero Libertad. Hay una docena
de casas destruidas. Una estampa de la gran guerra.
En el momento de
escribir estas líneas la situación no está, ni mucho menos,
dominada. Toda la parte sur de Oviedo se mantiene invulnerable.
Hay también un grupo peligrosísimo en Grado. En general, aquí se
considera que las operaciones serán dificilísimas, dada la
orografía dantesca del país. Se trata de un país casi
inaccesible y de una complicación enorme. Se tiene la esperanza,
claro, de que los mineros se cansen. Tienen armas y municiones
en abundancia. Las municiones –se puede alegar– se agotarán un
día u otro. Es cierto. Pero la gente de aquí cree que los
mineros tienen una enorme cantidad de dinamita robada de las
minas y de la Fábrica de Trubia.
Los puntos
fuertes de la resistencia son Siero, Nava, Noreña, Langreo, La
Felguera, Sama, Laviana, Olloniego, Mieres, Figaredo, Proaza,
Santo Adriano, Trubia y Grado. La columna que subía por Pajares
y que mandaba el general Bosch (hoy la manda el general Balmes)
no ha pasado, al parecer, de Campomanes. Hay otra columna que
marcha de Oriente a Occidente con tropas del País Vasco y de
Navarra. El general López Ochoa entró en Oviedo dando una gran
vuelta, esto es, describiendo un gran arco por el lado
occidental de la provincia y entrando en la capital por el
Noroeste (Avilés). El general López Ochoa hizo una operación
arriesgadísima que consistió en dejar los puntos de resistencia
en la retaguardia. La ocupación de Oviedo fue forzada para
producir un efecto moral en toda España, lo que se alcanzó de
forma indudable.
No se tiene
ninguna noticia del interior de la zona minera, lo cual no debe
extrañar, dada la orografía del país. Se hace difícil, incluso,
fijar objetivos concretos sobrevolando el lugar por ser la zona
minera un sistema de barrancos estrechísimos separados por
montañas de elevación fantástica. Al fondo de estos barrancos
suele pasar una carretera, el ferrocarril y una corriente de
agua. A veces, entre las paredes del barranco hay distancias
irrisorias; se trata, pues, de desfiladeros peligrosísimos a
través de los cuales el avance de las columnas, el transporte de
las vituallas y las maniobras militares más sencillas se hacen
con dificultades inenarrables.
Hay que decir,
además, que todo este sistema de barrancos está
considerablemente trabajado por la mano del hombre. Todo son
pozos, bocas de minas, planos inclinados, construcciones de
todas clases. Se trata en realidad de un laberinto de una enorme
complicación, que la gente del país conoce palmo a palmo, lo
cual explica la facilidad de la resistencia. Sólo se puede
arriesgar si se cuenta con tropas de un indescriptible valor
personal, acostumbradas a luchar a pecho descubierto. Ello
explica el envío aquí del Tercio –ya hay tres banderas de estas
tropas– y de una mía de regulares marroquíes. Aun así, se
observa una creciente prudencia de dichas tropas, prudencia
explicable por la impunidad casi asegurada de los sediciosos.
No se sabe,
pues, lo que pasa en el interior de la zona. Destaco la
impresión muy general de que el ídolo de los mineros asturianos,
Belarmino Tomás, se ha constituido, en Langreo, en comisario
permanente de la Revolución. Belarmino Tomás es la primera
figura del socialismo asturiano.
Al iniciarse la
revolución, Asturias estaba prácticamente desguarnecida. Había
un regimiento de Zapadores en Gijón, un regimiento de Infantería
en Oviedo y unas tres o cuatro compañías de guardias de Asalto.
Ahora hay aquí operando de 18.000 a 20.000 hombres de todas las
armas.
Me es imposible
a estas alturas facilitar información sobre lo que los
periodistas llamamos los “hechos”. Tengo tanto original ante los
ojos, sobre cosas anecdóticas, que si empezara a escribir no
acabaría nunca. Daría, además, una impresión incoherente sobre
la situación en Asturias. Dejo los hechos en el telégrafo y
constato que en estos momentos estamos en Asturias el señor
Cardona, de “Associated Press” de Madrid, y yo. No ha llegado
nadie más. Están los corresponsales asturianos de los diarios de
Madrid, quienes hacen lo que pueden, generalmente, reportajes
basados en los fugitivos de la zona minera.
La única forma
de hacer algo positivo es trabajar de manera sistemática. Hemos
de empezar por el principio.
Después de una
investigación pormenorizada, puedo decir que el movimiento de
Asturias es un movimiento inicialmente socialista, desbordado
primero por la Juventud Socialista del mismo partido. La huelga
comenzó el día 5 y fue, en toda Asturias, pacífica y
generalmente fría. La huelga empezó a adquirir un aspecto
francamente revolucionario el día 6, a las once de la noche, es
decir, cuando se comenzó a saber en estas tierras lo que decían
en Barcelona los representantes de la Generalitat. Desde las
once de la noche del día 6, este país entró en una situación
espasmódica. Los obreros de las minas, en masas compactas,
entraron en Gijón, Oviedo, Avilés y en los núcleos urbanos de la
provincia, y en general se mantuvieron en ellos –excepto en
Gijón– muchos días seguidos. Dieron pruebas, en las primeras
horas, de una cierta organización militar y política, pero con
una rapidez fulminante fueron desbordados. Desde que se inició
este desbordamiento, no hubo nada seguro y se produjeron los
acontecimientos terribles de Oviedo, que hacen palidecer los
hechos más dramáticos ocurridos en la historia política de todos
los tiempos. Oviedo es una población que está hoy prácticamente
destruida.
Los
revolucionarios, una vez constituidos en los pueblos de que
pudieron apoderarse, cometieron un crimen: armaron hasta los
dientes a la gente del hampa. Esta gente se dedicó al saqueo
desde el primer momento.
La táctica de
las ocupaciones fue como sigue: asedio de los cuarteles de la
Guardia Civil o de la Guardia de Asalto. Innumerables matanzas.
Ocupación de las tiendas de alimentación y de los almacenes.
Instauración del régimen de vales, con la abolición de la moneda
consiguiente, para obtener cosas que comer, beber o vestir. En
ciertos pueblos, este régimen fue mantenido y la Revolución
transcurrió con una relativa tranquilidad. Pero en muchos
pueblos el régimen de vales fue superado por el saqueo franco.
En Oviedo, la población fue pura y simplemente saqueada.
Ya daremos
detalles más adelante; ahora importa señalar las causas de tales
enormidades. La opinión general en Asturias culpa a los
socialistas de lo que ha pasado y pasa. Se trata de un caso de
enervación de la opinión obrera auspiciado desde la tribuna
pública y sobre todo desde el diario socialista de Oviedo
Avance, que ha sido dirigido por el periodista madrileño,
hoy preso, Javier (Javierito) Bueno. Los dirigentes del
socialismo asturiano, Teodomiro Menéndez, Amador (Amadorcito)
Fernández, Belarmino Tomás, Perfecto González, González Peña,
secretario del sindicato minero asturiano, hombre de carrera,
Bonifacio Martín, Gracián Antuña (que ha muerto en la
Revolución) y algunos otros dirigentes, hicieron tanta
propaganda demagógica, prometieron tantas cosas, que no pudieron
cumplir, hablaron tanto de Rusia y de la Revolución, que
prácticamente la gente, después de las elecciones, se desbordó.
El fruto de la propaganda lo recogió sobre todo la juventud de
las minas, que es la que ha llevado y lleva a cabo la revuelta.
“No puede figurarse –me decía un ingeniero de las minas de
Laviana–, no puede figurarse la pedantería, la cultura primaria
y esquemática, la locura interna de esta juventud”. En Asturias
ha habido, en los últimos meses, un programa político y social
único que se resume en esta frase: “¡Como en Rusia! ¡Hay que
hacer como en Rusia!”.
Ayudó
enormemente a todo esto la labor de Avance, el diario
socialista. Dicho diario, que hoy está materialmente destruido,
llegó a tener una enorme tirada. Realizó una política de lo más
pedestre, envenenó las cuestiones más vidriosas de los pueblos,
efectuó una tarea de insensatez y de destrucción que debe
calificarse de genial. Cualquier cosa infecta sirvió de pretexto
para los hombres de Avance y ellos son los responsables,
en gran parte, de la situación moral del país asturiano.
Sobre estas
causas imponderables se ha llevado a cabo el movimiento de
sedición. Las causas ponderables han sido el dinero, enviado en
abundancia desde Madrid, las numerosísimas armas, las
ametralladoras, los cañones robados en las fábricas de Oviedo y
de Trubia –los sediciosos llegaron a tener doce piezas de
artillería y abundantes morteros de las fábricas militares– y,
en general –como capa–, la debilidad del Gobierno Samper durante
el verano, que ha hecho posible toda clase de movimientos.
Pero,
naturalmente, estos elementos fueron desbordados en seguida, por
lo que decíamos al principio, es decir, por haber armado a los
elementos del hampa. Sólo hay que referir un hecho que lo
ilumina todo: durante los nueve días en que Oviedo estuvo en
manos de los sediciosos, tuvo tres comités revolucionarios
sucesivos: el primero era exclusivamente socialista, el segundo
estaba formado por comunistas y socialistas, y el tercero, por
comunistas puros.
ARRIBA
Los aspectos de la situación en Asturias, la ciudad destrozada:
Oviedo
(“La Veu de
Catalunya”, 24 de octubre de 1934)
Los mineros de
Asturias comienzan a fatigarse. Ahora llega la noticia de la
toma de Trubia por fuerzas del Tercio de Regulares y de
Infantería. Buena noticia. Se ha observado que una gran parte de
los mineros se ha echado al monte. Si es posible celebrar
operaciones pacíficas como la de Trubia, dentro de unos días
Asturias estará pacificada. Hay que tener, pues, paciencia y
confiar en el cansancio de los mineros y en la labor de presión
que está ejerciendo sobre ellos el enorme contingente de tropas
que comanda el general López Ochoa.
La tarea
realizada por las fuerzas del mencionado general está destinada
principalmente a limpiar los alrededores de Oviedo en un radio
de unos veinticinco kilómetros y a asegurar la comunicación con
el mar por Gijón y Avilés. El puerto de Avilés, sin embargo, por
ahora es inutilizable, porque los revolucionarios embarrancaron
en la bocana del puerto el buque de 600 toneladas Agadir.
Éste deberá ser volado para dejar expedita la entrada a Avilés
por mar.
Las tropas
avanzan lentamente, no sólo porque la orografía del país no
permite otra cosa, sino porque un elemental deber de prudencia
así lo exige. La sensación aquí es que los sediciosos poseen
enormes cantidades de dinamita y dado que, como también dije, la
zona del carbón está llena de galerías subterráneas, pozos y
trampas de toda clase, existe siempre el peligro de que las
tropas sufran un atentado que produzca una hecatombe. Por ello
se avanza con pies de plomo y se procura, además, que el avance
sea pacífico.
A pesar de todo,
contrasta el optimismo de los comunicados oficiales militares
con el escepticismo de la gente del país. Los asturianos conocen
a sus mineros. Saben que son muy duros. Por otra parte, el
movimiento ha sido protagonizado por los mineros más jóvenes,
que son los más exaltados y los más resistentes. Estos elementos
tienen siempre el recurso de echarse al monte y resistir tanto
tiempo como quieran. En Asturias, lo más fácil es lanzarse al
campo, porque la puerta delantera de las casas de la zona minera
suele dar casi siempre a una carretera y la puerta trasera linda
con el monte lleno de castaños y robles. En general, cuando las
tropas llegan a algún punto de esta zona sólo encuentran a las
mujeres y a los hijos de los mineros. Los hombres ya han volado.
En las zonas más peligrosas del País Vasco ha sucedido lo mismo.
Ahora bien, un
hecho aceleró la pacificación –me lo dice todo el mundo en
Asturias–: el movimiento ha carecido de líder. Ha sido un
movimiento gregario, espontáneo, un alzamiento en masa de los
mineros. Unos comités endebles como una hoja que se lleva el
viento han tratado sucesivamente de controlarlo. Ha sido
imposible. Lo que se decía al principio de que las tropas
revolucionarias iban uniformadas y estaban encuadradas no se ha
confirmado. Los mineros bajaban de las minas simplemente
armados. Después, al producirse el saqueo de tiendas y
almacenes, se vistieron un poco mejor con los impermeables,
abrigos y zapatos robados. Lo que tuvieron y tienen en
abundancia son las municiones y la dinamita.
El primer comité
de Alianza Obrera que funcionó en Asturias estuvo integrado casi
exclusivamente por socialistas; dicho comité, al cabo de pocas
horas de haberse iniciado la huelga, ya se había tenido que
ocultar. El segundo lo formaron los socialistas y comunistas, y
duró un par de días. El tercero fue simplemente comunista. Firmó
las órdenes y requisó toda clase de cosas en nombre del comité
revolucionario de la Alianza Obrera y Campesina de Asturias.
Este comité, según me dicen algunos oficiales que tomaron parte
en la toma de Oviedo, dio muestras de un cierto sentido
estratégico: la retirada de los revolucionarios fue llevada a
cabo defendiendo las posiciones palmo a palmo.
En general, las
escenas de horror de las que, como simple rumor, se informó la
semana pasada en Madrid no se pueden reseñar, por la sencilla
razón de que nadie sabe lo que ha pasado en el interior de la
zona minera. Cuando se pueda acceder a la misma se podrá saber
todo. Ahora es mejor abstenerse de dramatizar una situación que
ya es bastante dramática. Sólo hay que tener presente que en
estos momentos el número de muertos constatados supera
probablemente el millar y que el número de heridos es
considerable. En los hospitales de sangre de Gijón hay unos 500
heridos ingresados. Se prevé diez o doce días, aún, de
operaciones militares. Trubia, que acaba de ser tomada, dista
doce kilómetros de Oviedo.
* * * * * *
El único modo de
trabajar es instalarse en Gijón para tener aseguradas las
comunicaciones con Barcelona. No hay ninguna comunicación normal
con Oviedo, pero, después de haber obtenido un pase militar, se
puede ir en taxi. De Gijón a Oviedo hay 28 kilómetros. El viaje
es una odisea. Tres puentes de la carretera han sido volados.
Los ingenieros militares han construido tres cosas que parecen
puentes para pasar. Por fortuna, no ha llovido en estos últimos
días. Hace un tiempo frío pero seco, lo que permite pasar. Si
llueve, las comunicaciones entre estas dos ciudades serán un
desastre.
Regreso a Oviedo
aterrorizado por el aspecto que presenta la ciudad. No creo que
la lucha civil entre ciudadanos de un mismo pueblo haya llegado
nunca al extremo a que llegó aquí. Son los mismos espectáculos
de la guerra europea. En el terreno de la lucha política, hay
que remontarse a las escenas de la Commune de París para
encontrar algo parecido. Y aún más: hay que condimentar estas
escenas con la ferocidad de las de la guerra civil que vivieron
nuestros antepasados.
Oviedo es una
ciudad de unos cincuenta mil habitantes. Los setenta edificios
que conformaban el perfil urbano de la capital de Asturias han
sido saqueados, volados y quemados. He aquí un inventario del
estado de la ciudad.
Los alrededores
de la ciudad muestran signos tangibles de la lucha. Las casas de
campo de las inmediaciones están llenas de impactos. Todas
tienen izada, en el tejado, una bandera blanca. Los postes y
cables del teléfono, las conducciones eléctricas, han sido
derribados y cortados. Entramos en Oviedo por el barrio del
Seminario, donde ha instalado su cuartel general López Ochoa. En
el mismo se encuentra preso Teodomiro Menéndez, quien estuvo a
punto de ser linchado por la población tras ser detenido. Una
compañía del Tercio tuvo que protegerle con las armas.
Entramos en
Oviedo, y en la primera calle encontramos un suelo centelleante
de partículas de vidrio. Se tome la calle que se quiera,
inmediatamente aparecen casas reventadas, tejados derrumbados,
montañas de material humeante derribado, hierros retorcidos. La
ciudad desprende un olor insoportable a causa del hundimiento de
las cloacas. La gente del país no sabe aún lo que le pasa.
Camina errabunda por las calles y parece buscar algo extraño
–los cabellos desordenados, sin afeitar–. La gente, cuando se
encuentra por las calles, se abraza llorando. Casi todo el mundo
se despidió de la vida durante los nueve días de dominio de las
turbas y de bombardeos de la aviación.
De la
Universidad no quedan sino cuatro paredes. Lo demás ha sido
derrumbado. Era un edificio del siglo XVII, con una biblioteca
de 60.000 volúmenes. En el alféizar de los marcos de las
ventanas que quedan en pie permanecen montones de libros que
sirvieron de aspilleras para disparar. En el centro del claustro
ha quedado en pie la estatua del fundador de la Universidad,
señor Fernando Valdés de Salas. A su alrededor todo es una mina
y hay montones de material ardiendo.
El Instituto ha
sido dinamitado y quemado. Del teatro Campoamor –que era un
pequeño teatro provinciano delicioso, con asientos de terciopelo
rojo y molduras de oro– sólo queda la fachada, desde cuyas
ventanas se ve el cielo. Del Palacio Episcopal no queda sino un
montón de ceniza. La Delegación de Hacienda ha desaparecido. No
pudieron derrumbar la Catedral porque sus bloques de piedra
resistieron. Pero incendiaron y chamuscaron las torres –Gótico
Florido– de la basílica. Del magnífico edificio de la Audiencia,
del edificio del Banco Asturiano, del Banco Español de Crédito,
sólo queda el recuerdo. El Banco de España fue atacado y parece
que se llevaron, en efecto y con documentos de las cajas, unos
16.000.000 de pesetas, pero yo personalmente no lo he podido
confirmar.
Todo el barrio
comercial moderno de Oviedo ha quedado destruido. Hay manzanas
enteras de casas de cinco y seis pisos que no conservan sino las
paredes exteriores. Tanta destrucción produce una enorme
impresión. Del magnífico hotel Covadonga, del Inglés, del Flora,
queda lo mismo que del edificio del Automóvil Club. La visión de
estos bloques hendidos, que han sido volados con dinamita,
después de ser saqueados, es inolvidable, horroriza. No ha
quedado ni un café céntrico en pie. El café Niza, los bares
Dragón y Riesgo han desaparecido bajo una montaña de escombros.
Todo lo de Oviedo impresiona, pero la destrucción de los cafés
cabe destacarse, porque no creo que hubiera ocurrido algo
semejante en ninguna Revolución anterior. Un café ¿no es la casa
de todos, no es el lugar de confluencia de las más diversas
ideologías, de los pensamientos más opuestos? La destrucción de
estos cafés es un hecho de un sadismo y de una anormalidad
total.
Han sido
destruidas las siguientes grandes tiendas: Hijos de Simeón, Casa
Singer, Casa Natalio, Camisería Inglesa, El Paraíso, Mi Tienda y
otros comercios puestos bajo la advocación de los nombres
pintorescos de la imaginación comercial. Se puede decir que en
las tres calles comerciales por excelencia, lo más moderno de la
ciudad –calle de Fruela, de José Tartiere, de Uría–, no ha
quedado nada. Han sido destruidos también el edificio y la
magnífica torre que tenía el diario socialista Avance. En
los barrios obreros hay un número ingente de casas, sin estilo y
sin historia, derribadas –casas que producen, si cabe, un efecto
todavía más triste que el de los edificios históricos que han
sido arrasados–. Más de 700 familias han quedado al raso. Hoy en
Oviedo no se puede comer ni dormir en ningún lugar digamos
público. La vida de la ciudad ha quedado totalmente colapsada.
Pasarán muchas semanas hasta que la vida se normalice, pasarán
años hasta que Oviedo vuelva a ser lo que fue. En esta ciudad
existe un espléndido espíritu regional y local, y lo que ha
caído será otra vez levantado. Pero hay cosas que han
desaparecido para siempre, como la Universidad y el teatro.
Ésta es la obra
del socialismo y del comunismo en comandita con los hombres de
Esquerra Catalana. Han sembrado por doquier la destrucción, las
lágrimas y el cieno. Cuando se ve Oviedo –como yo acabo de
verla– en el estado en que se encuentra, no hay justificación
posible de la política que ha provocado semejantes estragos. A
la salida de la ciudad me detiene la Guardia del cuartel. Me
insta a que entre en el edificio, que en parte es hospital de
sangre. Mientras arreglo los documentos, siento los alaridos de
los heridos, algunos de los cuales yacen esposados. Entran,
mientras tanto, sobre una litera llena de sangre, a una niña de
12 años, rubia y guapa como un sol, con un pulmón atravesado.
Salgo de Oviedo llevándome las manos a la cabeza.
ARRIBA
La rendición de la zona
minera
“La Veu de
Catalunya”, 26 de octubre de 1934
Regreso de
Oviedo-Mieres-Sama de Langreo. El teniente coronel Yagüe, del
Tercio, ha entrado hoy en Mieres a las once de la mañana. El
general López Ochoa, en persona, al frente de una columna, ha
ocupado Sama de Langreo y La Felguera, aproximadamente a la
misma hora. Gracias a la ayuda que me han prestado los
compañeros del diario La Prensa de Gijón y a la
amabilidad de las autoridades militares, hemos podido el
redactor Valdés, de La Prensa, y yo ser los primeros
civiles en entrar en las citadas poblaciones después de quince
días de incomunicación. La operación, a cargo del Tercio, la
artillería y la infantería, ha sido completamente tranquila.
La rebelión de
los mineros de Asturias se puede dar, con estos hechos, por
acabada. La ocupación de los demás puntos, a los que la tropa no
ha llegado, es simplemente una cuestión de días. Los mineros no
opusieron ya ninguna resistencia. López Ochoa hará, si se cumple
la palabra dada, una serie de paseos militares sin disparar ni
un tiro.
En Sama, he
podido tener una confirmación auténtica de la entrevista de
López Ochoa con el líder socialista minero Belarmino Tomás. Con
su rendición habrá acabado pacíficamente esta terrible aventura,
y se habrá evitado que la insurrección se eternizara y costara
un baño de sangre. Sama de Langreo, sobre todo, con La Felguera,
son puntos estratégicamente inaccesibles.
Ayer, jueves,
día 18, a las 7 de la tarde, Belarmino Tomás reunió a todo el
pueblo de Sama ante el Ayuntamiento, y este hombre, que tiene un
prestigio inmenso entre los mineros, les dirigió la palabra:
«Acabo de
llegar de Oviedo –les dijo–. He sido llamado por el
general López Ochoa. Como consecuencia de la conversación
mantenida, creo que nos tenemos que rendir. Tenemos que
rendirnos porque ya se ha derramado demasiada sangre.
¡Conmigo haced lo que queráis! ¡Matadme, arrastradme por las
calles! Yo creo que nos tenemos que rendir.
»Si
Cataluña, Valencia, Madrid, Bilbao y Zaragoza hubieran
respondido como hemos respondido nosotros, en estos momentos
el socialismo se habría implantado en todo el país. Nosotros
hemos vivido en régimen socialista desde el día 6. Nosotros,
los asturianos, hemos cumplido».
Belarmino Tomás,
por la noche, con los hombres del comité central y de los
subcomités, huyó a la montaña. Su salida fue espectacular y el
pueblo le aplaudió. Cuando los primeros soldados de López Ochoa
tenían a la vista La Felguera y Sama, han encontrado un pueblo
de sábanas y toallas blancas en la fachada, con la gente en la
calle, en actitud fría pero pacífica. El Tercio ha ido a la Casa
del Pueblo, donde ha encontrado tres camiones de fusiles. A las
5 de la tarde de hoy, día 19, López Ochoa, acompañado por su
estado mayor, fumaba un cigarrillo en el balcón del Ayuntamiento
de Sama. Nos ha recibido radiante y contento. En síntesis: el
alzamiento de Asturias está acabado... hasta el próximo
movimiento.
En Mieres,
después de la muerte de Llaneza, no ha habido un líder político
capaz de controlar el movimiento. Por ello, lo que podríamos
llamar el traspaso de poderes fue más laborioso. El comité
revolucionario, después de las declaraciones de Belarmino Tomás,
entregó la dirección del pueblo a un denominado Comité de Paz,
presidido por O. Avelino Martínez, concejal radicalsocialista.
Este señor, con sus compañeros del Comité de Paz, preparó la
entrada en Mieres de las tropas en la madrugada pasada. El
teniente coronel Yagüe entró, en efecto, sin disparar un solo
tiro. El comité revolucionario y los subcomités huyeron de la
población poco tiempo antes de llegar los soldados.
Ésta es la
historia del fin del movimiento asturiano. Es un final realizado
con vistas a producir un efecto en toda la Península. Es un
final que se explica, por otra parte, teniendo en cuenta la
enorme fuerza de los socialistas en la cuenca minera. Si
hubieran querido resistir, la operación habría sido
dificilísima.
Estas
poblaciones de la zona minera han vivido quince días en régimen
absolutamente socialista. Ya lo explicaremos en su día, porque
hay detalles curiosísimos. En todo caso, es la experiencia más
profunda que ha vivido el socialismo revolucionario español
desde que existe.
* * * * * *
ARRIBA
Anomalías asturianas
Hay anomalías,
en la situación general de Asturias, que dan qué pensar. En la
provincia asturiana hay cuatro importantísimas fábricas de
armas. Dos del Estado y dos de la Sociedad Española de
Explosivos. Las del Estado son la de Trubia y la de La Vega
(barrio de Oviedo). La primera es de cañones. La segunda es de
fusiles. Ambas están controladas por este fantástico organismo
creado por el señor Azaña, llamado el Consorcio de Industrias
Militares, que ha desempeñado un papel tan siniestro en el
último alijo de armas. Antes, el personal de estas fábricas
estaba militarizado. A partir del Gobierno del señor Azaña,
fueron puestos en libertad los obreros de estas fábricas, sobre
las que en seguida se proyectó, naturalmente, toda la intriga
socialista y sindical. Cuando los revolucionarios se apoderaron
de estas fábricas –o sea, cuando los obreros de estas fábricas
las entregaron–, encontraron una enorme cantidad de material de
guerra en Trubia y 30.000 fusiles en La Vega, completamente
nuevos, a punto para disparar.
Había, además,
dos grandes fábricas de material de guerra, propiedad de la
Sociedad Española de Explosivos; a saber: la fábrica de dinamita
de La Manjoya y la fábrica de pólvora de Cayés (Lugones). Todo
esto cayó en manos de los revolucionarios en los primeros
momentos.
Ahora bien: para
vigilar todo este peligrosísimo sistema había un regimiento de
infantería –que en el momento de la revolución estaba en cuadro–
y un puñado de guardias de asalto. Los socialistas desembarcaron
el material de guerra en San Esteban de Pravia, y lo hicieron
allí, ahora se ve claro, para asegurarse. Con lo que cogieron en
las fábricas tuvieron bastante para hacer lo que les dio la
gana.
La monarquía ha
sido criticadísima –con razón– en el aspecto de la frivolidad y
de la irresponsabilidad. Pero no creo que haya precedentes en
este aspecto más graves que los que presenta la República.
Cuando se examina en el terreno concreto la obra militar de
Azaña, no se sabe si este hombre fue un inconsciente o un
insensato. Los hechos gravísimos de Asturias juzgan con un baño
de sangre la obra de un hombre y de un estado de opinión
típicamente desorbitada, manicomial.
Los sucesos de
Asturias no se explican. Superan todo esfuerzo racional,
cualquier explicación lógica. La última huelga no tiene
explicación en el campo societario. No había parados en
Asturias. Todo funcionaba –me dice aquí todo el mundo– a pleno
rendimiento. El jornal mínimo en las minas era de nueve pesetas.
El ordinario oscilaba entre doce y quince pesetas. La jornada
era de siete horas. El jornal mínimo se aplicaba a los trabajos
al aire libre, o sea, fuera de las minas. Asturias ofrece un
indudable aspecto de prosperidad. Es un país de clase media
elevada a todas las categorías del confort, de un capitalismo
activo y moderno, de una clase obrera abierta a todas las
perspectivas. Viniendo de Castilla, Asturias es un oasis lleno
de vida, de actividad, de salud y de agitación. El país dispone
de una cocina abundante, un poco tosca, muy popular, alta en
calorías.
Contrastando con
estos hechos, ha de observarse que Asturias es un país
literalmente saturado de comunismo y socialismo. Las paredes
están llenas de rótulos truculentos, en las librerías no hay
sino literatura roja, la palabra revolución es la que más se ha
repetido en Asturias en estos últimos años. Basta decir que el
señor Melquíades y el reformismo son considerados los fascistas
del país para comprender la transformación que han experimentado
las ideas. Desde la República, Asturias ha tenido una serie de
gobernadores a cual peor.
No ha habido
principio de autoridad de ninguna clase. Las huelgas –como la de
Duro-Felguera– han durado meses y meses y se ha cometido
impunemente toda clase de atentados y de acciones violentas; ha
habido una suerte de frivolidad que ha acabado trágicamente.
Creo que Asturias ha sido la región de España que con la
República ha sufrido más la anarquía instaurada en las mentes y
en los brazos de la gente. Los sucesos de ahora no son sino la
consecuencia naturalísima de un larguísimo proceso.
Los asturianos
sensibles están desolados, porque el día de la Raza,
precisamente el día de la Raza, entraron los moros en esta
antigua y tradicional provincia –patria de don Pelayo– para
solucionar los problemas del país. La paradoja es enorme,
evidentemente, y el hecho tiene un aspecto simbólico muy
curioso. Pero, en fin, no hay que apurarse. Si persistimos en
los procedimientos y en el espíritu de la Península en estos
tres últimos años y medio, otras cosas veremos, si vivimos.
ARRIBA
Quince días de socialismo puro en la zona minera asturiana. La
lucha en Oviedo
(“La Veu de
Catalunya”, 27 de octubre de 1934)
Las poblaciones
de la zona minera asturiana han vivido, durante quince días, en
régimen de socialización absoluta.
El día 6, por la
mañana, los revolucionarios se habían apoderado de toda la zona.
La batalla por apoderarse de las poblaciones se producía en la
noche del 5 al 6. Los ayuntamientos opusieron poca resistencia.
Los cuarteles de la Guardia Civil y de los Guardias de Asalto
resistieron como leones. Se puede decir que, de dichas fuerzas,
no ha quedado ninguna persona con vida. En Sama hay enterrados
87 Guardias Civiles y de Asalto. Los oficiales fueron fusilados.
Las personas civiles opusieron una resistencia nula. Las más
significadas fueron hechas prisioneras y, en general, bien
tratadas. Se cometieron algunos actos siniestros contra
sacerdotes: pocos casos. El rector de Mieres, señor Hermógenes,
a quien la prensa de Madrid ha degollado varias veces, está
fresco como una rosa en medio de estas montañas. Las monjas han
sido respetadas.
El día 6 por la
mañana, tras haber caído ya toda la zona en poder de los
revolucionarios, los mineros jóvenes se trasladaron a Oviedo a
presentar batalla. En cada pueblo se constituyó un comité
central revolucionario que se subdividió en diversos subcomités:
el subcomité de guerra; el subcomité político; el subcomité de
abastecimientos; el subcomité de higiene, etcétera. Se
constituyó, en una palabra, un enorme aparato burocrático. Al
hacerse cargo de la dirección del pueblo, el comité central de
cada pueblo lanzó un manifiesto uniforme –que había sido impreso
con mucha anticipación– decretando la abolición de la propiedad
privada y otorgando a los obreros la propiedad y el derecho de
gestión de los negocios en que trabajaban y recordando a todas
las personas que estaban de alquiler que las casas que
usufructuaban –casas o tierra– pasaban a ser de su propiedad. Al
mismo tiempo, quedaba abolida la moneda y se iniciaba el régimen
de vales. En dichos manifiestos se dice, también, que serán
condenadas a muerte todas las personas que propalen noticias
falsas –o sea, contrarias a la revolución–. Al mismo tiempo, se
ordenaba que los cafés y tabernas cerraran definitivamente a fin
de luchar contra el alcoholismo y su consecuencia natural, el
analfabetismo.
El día 6 se
organizaron las patrullas de obreros armados para mantener el
orden. Fueron reparados los desperfectos en las líneas
telegráficas y telefónicas y en el tendido eléctrico. Y se
formaron colas a las puertas de los ayuntamientos –colas en las
que se encontraba toda la población, pobres y ricos– para
obtener vales. Los dos primeros días reinó el desorden. Después,
este servicio se llevó a cabo con una perfección tal que los
mismos ayuntamientos los repartieron, a una hora fija, cada día.
Mientras tanto,
se dieron las órdenes oportunas para evitar destrucciones. Los
equipos de conservación de las minas fueron mantenidos y
funcionaron perfectamente. Los desagües de las minas se
realizaron normalmente. Los hornos continuaron encendidos. Las
bancas fueron totalmente respetadas. He visto las sucursales del
Crédito Minero y de la Banca Herrero en Sama de Langreo, La
Felguera y Mieres. Están intactas. El deber sagrado de la
objetividad y de la verdad siempre ha primado en mí por encima
de todo lo demás. En la zona minera de Asturias, la
superestructura económica está intacta y ha sido respetada. Esto
demuestra una cosa, y es que en la zona minera, los socialistas,
que no pudieron ser desbordados, demostraron tener una
organización enorme, formidable.
Los comités
centrales revolucionarios dieron dos clases de vales:
individuales y de familias. Los primeros daban derecho a gastar
por valor de 2,40 pesetas al día. Los vales de familia eran
calculados en progresión descendente, según el número de
individuos que la formaban. Una familia de siete personas tenía
derecho a gastar 12 pesetas diarias. Con estos papeles se
cometieron abusos y se decretó la pena de muerte para quienes
cometieran fraudes. La gente –pobres y ricos– iba con dichos
papeles a las tiendas y recibía alimentos, ropa o servicios
–como los servicios de barbería–; los comerciantes tomaban nota
del saqueo que podríamos llamar legal y encima tenían que poner
buena cara al camarada. Ahora, como los comerciantes debían ser
pagados por los comités y éstos no pagaron, se presentaron a las
autoridades militares exigiendo el pago de lo que entregaban. En
una palabra: en esta zona se ha vivido gratis durante quince
días. Las tiendas han quedado vacías, y los boticarios, médicos
y toda clase de profesionales han trabajado gratis.
Naturalmente,
todo esto habría acabado en seguida si los revolucionarios
hubieran dominado solamente una o dos poblaciones. Pero tuvieron
una enorme comarca, muy rica y muy abastecida, además de Oviedo,
que saquearon violentamente. Por eso, la resistencia de los
mineros habría podido ser –repito que son gente dura y sufrida–
interminable.
Externamente,
pues, la vida en estas poblaciones durante la dominación
socialista fue normal. No se produjo –después del día 6– ningún
hecho violento apreciable. El enemigo parecía lejano. A veces,
muy alto, volaba un avión que dejaba caer, al azar, unas bombas.
En Mieres, un avión militar causó víctimas, mujeres y niños, que
ahora son atendidas en el hospital. El comité tenía como
principal misión comunicar al pueblo noticias de toda España,
falsificando la realidad, o sea afirmando que la revolución
triunfaba.
Cuando las
tropas han entrado en estas poblaciones, han encontrado
destruidos los cuarteles de la Guardia Civil y Guardia de
Asalto. Aparte de esto, todo se lo han encontrado intacto.
Cuando se llega a estos pueblos, se siente una sensación que
hiela la sangre; se siente que el 90 por ciento de los hombres
ha tomado parte directa en la revolución. Excepto los burgueses,
los comerciantes, los frailes y las mujeres, niños y viejos,
¿quién no ha participado? El movimiento socialista de Asturias
es profundísimo y producirá muchos quebraderos de cabeza.
* * * * * *
Cuando los
mineros se apoderaron de las zonas del carbón, cosa que ocurrió
entre el día 5 y el día 6, y establecieron en los diferentes
pueblos el socialismo más o menos puro, dejaron pelotones
armados en los pueblos a que aludimos y los demás –los jóvenes,
sobre todo– marcharon sobre la capital de Asturias, que cercaron
completamente. Oviedo es una capital de provincia de unos 45.000
habitantes situada en un valle al modo de una cazuela, rodeada
de montañas de una relativa altura, excepto la montaña del
Naranco, que domina totalmente el valle y la ciudad. Los
movimientos de gente armada sembraron el pánico, pero cuando la
impresión se convirtió en algo inenarrable para los habitantes
de Oviedo fue cuando comenzaron a caer sobre las casas obuses
lanzados desde el Naranco. Eran cañones de Trubia robados de la
Fábrica de Armas.
Oviedo contaba
como guarnición con el regimiento número 3 de infantería en
cuadro, Guardia Civil y un puñado de hombres de asalto. Al ver
el movimiento asediador, la guarnición se replegó hacia los
suburbios para defenderlos. La avalancha humana fue, sin
embargo, más fuerte y las fuerzas tuvieron que replegarse a las
puertas mismas de la ciudad. Esto hizo que los mineros se
pudieran apoderar de la fábrica de fusiles de La Vega, suburbio
de Oviedo conectado por la parte de la carretera de Gijón con
Lugones y por el Sur con la propia ciudad. Una vez se hubieron
apoderado de Trubia, de La Vega y de las dos fábricas de pólvora
y de dinamita, propiedad de la Sociedad General Española de
Explosivos, los asediadores dispusieron de una enorme cantidad
de material para la ofensiva. La lucha se planteó, pues, desde
el primer momento, en un terreno mortal.
Ahora bien: la
guarnición de Oviedo, con los Guardias Civiles, los de Asalto y
unos cuantos paisanos armados, acordaron resistir –a pesar de lo
irrisorio de su número–y lo hicieron hasta extremos indecibles,
heroicos. Su táctica consistió en ir replegándose con la máxima
lentitud y después en ir defendiendo las sucesivas posiciones
hasta el último extremo. Esta resistencia enorme es lo que
explica la destrucción de Oviedo. Para ir desalojando poco a
poco al puñado de hombres que defendía la ciudad, los
revolucionarios tuvieron que ir dinamitando literalmente las
posiciones ocupadas por los defensores. Cuando no pudieron
acercarse lo suficiente para volar un punto determinado,
prendieron fuego al grupo de casas en el que estaba concentrado
el punto de resistencia. A veces, incendiaron una casa para
tomar la que estaba situada cinco números más arriba o más abajo
de la que pretendían tomar. Por eso hay, en las ruinas de
Oviedo, tantas casas incendiadas.
Los
revolucionarios, una vez se hubieron apoderado de los suburbios,
rompieron todos los medios de comunicación de la ciudad con el
mundo: volaron los puentes, hicieron añicos toda la organización
telefónica, las conducciones eléctricas y las del agua. Por
ello, Oviedo estuvo dos días, al menos, desconectado de Madrid y
el Gobierno no tuvo absolutamente ninguna noticia durante todo
este tiempo. Hasta que los primeros aviones no sobrevolaron la
ciudad no se pudo saber exactamente qué era lo que pasaba en la
capital de Asturias.
La resistencia,
pues, fue enorme, pero la inmensa superioridad numérica de los
asaltantes obligó a los defensores de la ciudad a replegarse, al
cabo de cinco días de lucha, en el mismo centro comercial y
vital de Oviedo; es decir, en los alrededores del parque
denominado el Campo San Francisco. Llegó un momento en que los
defensores sufrieron la presión de los asaltantes por los cuatro
costados. Fue algo épico, las mismas escenas de la guerra
europea, agravadas por el vandalismo de la guerra civil.
Los
revolucionarios, a medida que se apoderaban de la ciudad, la
sometían a un saqueo sistemático. No quedó nada en ningún
almacén, en ningún comercio, en ninguna casa. Se veían escenas
terribles. La gente de la ciudad se escondió, naturalmente,
donde pudo. Hubo familias que se refugiaron en ocho casas
sucesivas, abriendo agujeros en las paredes medianeras. La gente
se tuvo que alimentar del aire del cielo durante nueve días
–¡nueve días mortales!–. Los revolucionarios hicieron una enorme
cantidad de prisioneros. Fueron robados de la sucursal del Banco
de España documentos por valor de catorce millones de pesetas.
¡Las mismas escenas de la primera guerra civil las hemos visto
repetirse en Oviedo en el año 1934 de este siglo! Que tomen nota
los del progreso indefinido y continuado.
Los defensores,
reducidos a un puñado de fantasmas chamuscados, aún se defendían
cuando López Ochoa, con el Tercio y los regulares, entró en la
ciudad. Entonces se produjeron las escenas de los habitantes de
la ciudad saliendo como espectros, medio enloquecidos,
hambrientos, sucios, de las cuevas, los subterráneos, las
cloacas y los escondrijos más absurdos. Se produjeron imponentes
escenas de humanidad.
Los
revolucionarios desalojaron las posiciones de Oviedo lentamente,
camino de la carretera que va a Mieres y Sama, pasando por el
barrio de San Esteban. Por eso, las casas de este barrio han
sido destrozadas por la artillería. Pero los revolucionarios
aguantaron menos que los defensores las posiciones: el Tercio y
los marroquíes de la mía atacaron a pecho descubierto y
asediaron los alrededores de Oviedo con las puntas de las
bayonetas.
ARRIBA
Como en la guerra... El bienio a través de la revolución
asturiana
(“La Veu de
Catalunya”, 28 de octubre de 1934)
Contrasta
considerablemente, cuando se trata de Asturias, la situación
deplorable en que ha quedado Oviedo ciudad y los escasos daños
que han sufrido las cosas en la zona minera de Asturias. En la
zona minera –pese a la crispación que fomentan los diarios de
Madrid con una inconsciente inaudita– está todo intacto, con
excepción, claro, de los cuarteles de la Guardia Civil y de
Asalto, que fueron los únicos escenarios de la lucha. Tanto en
Trubia como en Mieres, como en Sama ha sido no ya respetada sino
conservada la superestructura industrial de la economía
asturiana. Se cometieron crímenes, ciertamente, en la zona
minera: algunos criminales aprovecharon las aguas turbias de la
Revolución para liquidar viejas venganzas personales. En Mieres,
fue saqueada una banca particular, de la que se llevaron unas
60.000 pesetas. Se produjeron algunas acciones violentas contra
sacerdotes –veintiocho en toda la región–. Pero yo no he visto
en ninguna parte el cúmulo de enormidades totalmente inventadas
por los diarios de Madrid, como no he visto en la zona minera
las escenas que ven ahora los corresponsales sensacionalistas
–que son casi todos– y que han llegado a aquellos valles días
después de haber salido los primeros periodistas que estuvimos
en ellos.
Precisamente, el
control que ejercieron los socialistas sobre las masas de la
zona minera demuestra que el movimiento tenía una dirección y
estaba gobernado. Hay que decir más aún, porque ésta es la
verdad: en los pueblos dominados predominantemente por la
Confederación, el orden fue mantenido con más fuerza que en los
pueblos socialistas. Éste es el caso de La Felguera. Hay que
tener, pues, la buena fe elemental, cuando se habla de Asturias,
de separar Oviedo de la zona minera. Oviedo ha quedado en un
estado en que toda dramatización es poca. No hay necesidad de
inventar hechos que no han existido después de haber visto la
enorme hecatombe de la capital de Asturias.
Y esta
diferencia tiene razones que la explican de una manera clara. En
la zona minera, los revolucionarios se habían adueñado de todo
la madrugada del día 6. Una vez destruidas las fuerzas de la
Guardia Civil y de Asalto que en cantidades irrisorias guardaban
el orden en aquellos pueblos, los sediciosos no tuvieron
obstáculos delante. En algunos pueblos no hubo necesidad de
disparar un solo tiro, porque las parejas de la Guardia Civil se
rindieron ante la avalancha de mineros y fueron apresadas. Estos
prisioneros fueron tratados con mayor o menor dureza, según las
características locales y la violencia de la política. En
general, sin embargo, se conformaron con el espectáculo de ver a
todo el pueblo –ricos y pobres– haciendo cola a la puerta del
edificio ocupado por el Comité Central Revolucionario –que ora
fue el Ayuntamiento, ora la Casa del Pueblo, ora la fonda– para
obtener un vale que permitiera conseguir un pan, una libra de
arroz o un kilo de patatas. Nada más. Cuando leo ahora en los
diarios de Madrid, firmando las crónicas periodísticas
responsables, que han visto cadáveres en las cunetas de la
carretera de la zona minera, quedo horrorizado ante la fantasía
meridional. Cuando pienso en las famosas descripciones
realizadas por fugitivos de una zona de la que durante quince
días no pudo salir nadie, comprendo que la historia es un mito.
En cambio, en
Oviedo la cosa fue de diferente manera, como ya he explicado. En
Oviedo, los revolucionarios encontraron un enemigo formidable
–¡menudo enemigo!–. En Oviedo, las patrullas del Regimiento
Número 3 y un puñado de civiles y de Asalto y otro puñado de
paisanos resistieron durante nueve días de una manera que no hay
forma humana de describir. Resistieron nueve días sin comer ni
dormir. Fue la exasperación que produjo en los revolucionarios
dicha resistencia lo que los llevó a dinamitar los edificios
urbanos centrales de la ciudad. La guarnición, pues, resistió y
ésta es la explicación de lo que ha pasado en Oviedo. Después,
la aviación ocasionó los naturales estragos –pocos– porque ya se
puede comprender que los aviones no soltaron solamente humo y
proclamas. Se produjeron, en una palabra, las condiciones de una
guerra pura y simple y se cometieron todas las enormidades y
todos los estragos de la guerra. Ni más ni menos. La guerra duró
hasta que el general López Ochoa, poniendo en marcha todo el
aparato de la guerra moderna, se apoderó de la ciudad. Si en la
zona minera se hubieran presentado las condiciones de
resistencia que se dieron en la capital de Asturias, en estos
momentos, de todos estos pueblos no quedarían sino ruinas y
miserias.
Los contrastes
que se observan en Asturias recuerdan extraordinariamente a los
hechos, que ya hemos medio olvidado, de la guerra europea.
Cuando hubo enemigo, la destrucción fue total; cuando, por la
fuerza del número, la resistencia quedó abatida rápidamente,
casi todas las cosas quedaron en pie.
* * * * * *
La actual
hecatombe de Asturias adquiere todo el aspecto trágico cuando se
trata de interpretar lo que ha pasado por los procedimientos
inmediatos. Los sucesos de Oviedo cierran un período de la
historia de la Península. Cierran el período denominado del
bienio. Este período, en Asturias, ha sido un desastre. Más
desastre quizá que en otras regiones españolas –que ya es
decir–. Cuando se sabe hoy que en el año 1932 hubo en esta
provincia más de cuarenta huelgas importantísimas, que en 1933
hubo otras tantas, que en esta época los altos hornos de la Duro
Felguera estuvieron parados nueve meses mortales, nadie se
extraña del ruido de hoy después de las muchas cosas que fueron
ocultadas entonces y, más que ocultadas, perdidas en la jungla
grotesca del ditirambo humanitario de la época del bienio.
He hecho
referencia en estas notas a la indefensión en que se encontraba
Asturias después de las reformas militares de Azaña, pese a
contar este país con cuatro enormes fábricas de material de
guerra. El señor Pedregal, la persona más prestigiosa del país,
ha dicho lo mismo en sus famosas declaraciones a El Sol.
También hice referencia a la desmilitarización de la Fábrica de
Trubia y su traspaso al Consorcio de Industrias Militares. Como
consecuencia de este hecho, entraron las intrigas de la UGT y de
la CNT en la única fábrica de cañones de España, y Trubia, en la
sedición actual, entró en la constelación de los revolucionarios
desde el primer momento. Yo no sé si este traspaso fue
teóricamente –y digo teóricamente porque todas las cosas de la
época de Azaña fueron teóricas– positivo para la economía del
país. Lo que digo es que no hay en el mundo ninguna fábrica de
material de guerra propiedad del Estado que esté a la merced de
los individuos revolucionarios más irresponsables.
Ya me perdonará
el lector si insisto sobre estas cosas y no practico el
sensacionalismo de los corresponsales. Esto es lo que en
definitiva tiene menos interés.
Si las cosas de
Asturias no sirven, con su terrible e implacable experiencia,
para modificar la política anarquizante del bienio, no habrán
tenido ninguna utilidad y acumularán sobre las vergüenzas
pasadas las nuevas vergüenzas.
Otro punto
trágico que plantea la guerra civil vivida por este país es el
de la propaganda subversiva. Se llegó aquí a prescindir
francamente de toda sombra de pudor político. Todo lo que se
movía llevaba el sello de la Revolución. Ya no contaban las
cosas concretas ni los deseos determinados: se pedía la
Revolución sin saber muy bien en qué consistía ni qué quería
decir. El movimiento obrero, en todo lo que tiene de mejoras
societarias y de lucha por las reivindicaciones del trabajo, ya
no existía: era simplemente la organización de la lucha de
clases, de la guerra franca. Una gran cantidad de burócratas del
socialismo y del comunismo de aquí había ido a Rusia llevándose
la impresión pueril, primitiva, sin ironía de quien va a Rusia
habiendo visto el mundo simplemente por un agujero. No hay
ningún muro en Asturias en el que no haya vivas a Rusia o
inscripciones como “¡Salvemos a Rusia!” y otras cosas por el
estilo. Por otra parte, se tenía un magnífico diario, Avance,
del que decía con orgullo Teodomiro Menéndez en el Congreso que
era el diario subversivo más importante del mundo. No hay que
creer que los sucesos de Asturias han sido la consecuencia de un
calentamiento momentáneo. No. Son acciones preparadas con mucha
antelación, implican una organización profunda y tienen como
misión principal probar el valor combativo de unas masas. Esto
se ha conseguido abundantísimamente y no creo que en la historia
de las revoluciones fracasadas de Europa haya un precedente tan
enorme como Oviedo, tal como ha quedado. Lo que hay que decir de
todas maneras es que las masas obreras han mostrado más
combatividad que sus líderes sentido de dirección.
Lo cierto es que
visitando este país no creo que haya otra observación que la que
digo: la política que ha hecho posible esta hecatombe. Esta
política lo explica todo, porque con su inconsciencia dio pie a
todas estas cosas. Los sucesos de Asturias son el final
implacable de un proceso iniciado tres años atrás, como la noche
del 6 de octubre en Barcelona es el final del proceso inaugurado
por la entrada del señor Macià en la política catalana. Hay
cosas que no pueden ser, aunque la gente haya convenido en decir
que el país no tiene lógica. ¡Sí tiene lógica el país! Tan sólo
hay que darse cuenta, seguir las cosas con seriedad y prescindir
de las superficialidades y de los optimismos sin ton ni son.
ARRIBA
Las operaciones militares en Asturias han acabado. Y ahora,
¿qué?
(“La Veu de
Catalunya”, 30 de octubre de 1934)
Las operaciones
militares en Asturias se pueden dar por acabadas –hoy 21–. Falta
realizar una serie de paseos militares para hacer acto de
presencia en todos los pueblos y para terminar la limpieza. El
comandante Doval ha sido el encargado de los trabajos de desarme
de la población: el nombramiento ha causado buena impresión,
pues se trata de un oficial de la Guardia Civil serio y
eficiente. A continuación, habrá que ir a la descongestión
militar y al regreso de las tropas a sus lugares de residencia
habituales.
La gente se
pregunta ahora:
–Y los
culpables de todo esto, ¿dónde están? ¿Han sido detenidos?
¿Están en prisión? ¿Dónde se encuentran?
En Oviedo hay
algunos socialistas conspicuos detenidos –como Teodomiro
Menéndez y Javier Bueno, ex director del ex diario Avance–.
Hay también muchos presos innominados, algunos de ellos a estas
horas condenados ya a la última pena. Las condiciones propias de
la guerra han hecho también que caigan con las armas en las
manos algunos directores de segunda y de tercera filas del
movimiento. Lo cierto es que los responsables más directos de la
revolución no han sido hallados: los individuos de los comités
centrales locales y los innumerables subcomités se han
dispersado por la montaña y han huido. Todos ellos salieron de
las poblaciones horas antes de llegar las tropas y sería difícil
poder asegurar si hay algún individuo seriamente responsable de
los hechos de la zona minera que esté hoy encarcelado.
Leo lo que se
dice en la prensa:
–¡No hay que
preocuparse! Tarde o temprano, esta gente se rendirá. Cuando
se le acaben los víveres, será coser y cantar...
Los asturianos
no son tan optimistas. Y no lo son porque suponen que estos
hombres encontrarán en la montaña ayudas y disposiciones
favorables. Creo que los asturianos tienen razón. Además, hay
que observar una cosa que no por ser una impresión deja de tener
una fuerza incuestionable. Y es lo siguiente: la impresión que
produce la gente de la zona minera, lo que le dicen a uno “sotto
voce” es que en estos pueblos ha tomado parte en la revolución
la inmensa mayoría de sus habitantes. Excepto las escasas
familias acomodadas, los comerciantes, los técnicos de las minas
y de las fábricas, ¿quién podría tirar la primera piedra contra
su vecino? He llegado a algunas poblaciones de estas comarcas
–Sama, Trubia, Mieres– poco después de haberlo hecho las tropas.
He visto a la gente, fría y burlona, a la puerta de sus casas,
bajo los colgajos de los trapos blancos, viendo pasar a los
soldados. No es éste uno de los espectáculos menos
impresionantes que haya observado en Asturias. Lo comunico
crudamente, sin ningún matiz, descarnadamente, porque creo que
tiene una enorme importancia.
Que no crea
nadie, pues, que las cosas de Asturias están definitivamente
acabadas. Aquí y en toda España, la liquidación de la revuelta,
que fue profundísima, la formación de un ambiente de
convivencia, será muy difícil y requerirá un gran esfuerzo. El
primer paso es desarmar el país. Después, retornar las fábricas
de armas –esto es importantísimo– a su estado anterior, o sea,
militarizarlas. A continuación será necesario dar una sensación
de autoridad –que ni Asturias ni ningún rincón de la Península
ha conocido desde la proclamación de la República–. Esto no se
hace ni en cuatro días ni en cuatro meses: se trata simplemente
de iniciar una política como la que tienen todos los pueblos
civilizados y continuarla con tenacidad. Se puede pensar, en
efecto, lo que se quiera sobre las formas de Gobierno, pero en
un punto están de acuerdo todos los observadores: la República,
como forma de autoridad indispensable, aún no ha empezado. Hemos
vivido, en cambio, la República como forma de la anarquía, de la
pereza, de la confusión, de la ignorancia humana. Después de un
proceso relativamente corto, esta tendencia triunfó en Asturias
y en Barcelona la noche del 6 de octubre. Se trata de saber
ahora si dicha tendencia ha de persistir para conducirnos a otra
hecatombe o debe concluir definitivamente.
El estado de
ánimo de la gente de Asturias es deplorable. Ve a través del
panorama de las destrucciones la política que ha provocado
cuanto ha sucedido. La gente espera algo. Espera la aplicación
pura y franca de la ley. No la aplicación de la ley sobre el
material humano, gregario e innominado. Espera que, de la visión
de los efectos, se pueda deducir la precisión de las causas. Y,
cuando se ha visto Oviedo en ruinas, hay que confesar que este
punto de vista es pasablemente razonable.
* * * * * *
En la zona
minera, la destrucción material, que es escasa, podrá ser
reconstruida rápidamente. En Oviedo ciudad, el valor de los
daños materiales sufridos asciende a 130 millones de pesetas. La
cifra es enorme, pero aún es más enorme el daño moral y
espiritual padecido. Quiero decir que, dentro de unos cuantos
años, la ciudad será reconstruida. Me ha parecido que en Oviedo
había un activísimo patriotismo local. No hay duda: todo lo que
se pueda reconstruir, lo será. Lo que provoca un mayor
escepticismo en la reconstrucción moral.
Los asturianos
se encuentran hoy en un estado de ánimo muy natural, que con
menos intensidad pero de una manera indudable sienten grandes
masas de la Península: comienzan a dudar del sistema imperante
como ambiente de convivencia social. Les hicieron creer toda
clase de mentiras y se han encontrado con que el sistema iba
sincronizado con un empeoramiento general de todas las
cuestiones. Como en la inmensa mayoría de las provincias
españolas, el sistema ha implicado un retroceso total: retroceso
en el personal directivo; selección a la inversa de la clase
política; falta de seriedad y de competencia en la manera de
llevar las cosas públicas; incapacidad de resolver los problemas
sociales más sencillos; anarquía creciente y progresiva para
acabar con la hecatombe de la segunda semana del mes actual.
Me hablan de los
gobernadores que ha tenido Oviedo durante estos últimos años. En
los anales del país, no se recuerda que los haya habido peores
jamás. El último inauguraba una exposición de pinturas en Gijón
cuando los sediciosos ya marchaban sobre Oviedo. Es la
inconsciencia al servicio de la frivolidad. Y la Policía, ¿cómo
estaba? En la zona minera, con una población obrera densísima,
había un puñado de hombres para afrontar el ataque. Hubo pueblos
de cuatrocientos o quinientos mineros armados hasta los dientes
que tenían dos parejas de la guardia civil para llevar a cabo
todos los servicios de seguridad. Si se añade a ello la
desmilitarización de las fábricas de armas del Estado –¡del
Estado–, la situación de indefensión en la que quedó el país
después de las reformas militares de Azaña; la falta absoluta de
control sobre la propaganda socialista y comunista –propaganda
que no habría tolerado ningún país civilizado–, se halla la
explicación de por qué en Asturias todo se vino abajo como un
cañizo a las primeras de cambio.
La alta
burguesía asturiana tiene también buena parte de culpa en lo que
ha pasado. Los intelectuales no se hablan. La Universidad de
Oviedo ha pagado con su destrucción los fermentos de
disgregación que lanzó. Todo el mundo era aquí demoliberal y la
gente se jactaba de “izquierdismo bien entendido” y de
“reformismo avanzado”. Los marqueses y los banqueros coqueteaban
con Teodomiro Menéndez, las cosas se pasteleaban en virtud de
los principios de la confitería más enrevesada, cada día se
gastaban más los principios, los caracteres, la estructura
interna de la sociedad. Toda esta sarta de insensatos aspiraba a
hacer como en Inglaterra o como en Francia. El resultado está a
la vista. El resultado ha sido la guerra civil y la destrucción
de Oviedo. Vayan ustedes al cine a ver con sus propios ojos lo
que ha pasado. La letra impresa, sobre todo la periodística, no
podrá dar sino una imagen pálida de los estragos y de las
destrucciones que se han cometido. Ahora bien: los sucesos de
Asturias, como los de Barcelona, como los del País Vasco, como
los de Madrid, son la consecuencia lógica y fatal del proceso
político iniciado en el año 1931, proceso que por el momento no
parece que haya terminado.
La gente de
Oviedo se encuentra obligada hoy, quiera o no quiera, a
reflexionar.
Dice: –Bien.
Y ahora, ¿qué? Los militares se irán un día u otro. La
ciudad será, por un proceso financiero u otro, reconstruida.
Pero los gobernadores que nos envíen, ¿serán como los
anteriores? ¿Se fusilará a cuatro o cinco infelices mineros
y los autores principales de la revolución continuarán
disfrutando de toda clase de libertades? ¿Se reanudará la
propaganda destructora? ¿La política socialista y la
política burguesa serán tan frívolas y alocadas como hasta
ahora?
La gente de
Asturias hoy es más pesimista que antes de los sucesos. Saben
que los militares sirven para la guerra, y la guerra se ha
terminado. No ven política en ninguna parte. Ven los frutos de
tres años y medio de locura y unas fuerzas subversivas más
altivas, después de los hechos, que antes. Ésta es la realidad y
con su constatación doy por acabada esta encuesta. Agradezco
desde estas columnas a los compañeros de La Prensa de
Gijón y de La Voz de Asturias de Oviedo las innumerables
atenciones que tuvieron conmigo, las orientaciones que me dieron
y su inolvidable hospitalidad.
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