Memoria Histórica
Josep Pla y la Revolución de Octubre de 1934
Por
Eduardo Palomar Baró.
Josep Pla i Casadevall nació en Palafrugell (Gerona) el 8 de marzo de 1897. Hijo de una familia de modestos propietarios rurales, el mayor de cuatro hermanos, estudió el bachillerato en la ciudad de Gerona, donde estuvo internado desde 1909 en el Colegio de los Maristas. El último curso (1912-13) se examinó por libre porque fue expulsado del internado. En 1913 se matriculó en Ciencias en la Universidad de Barcelona e inició estudios de Medicina, pero en mitad de curso cambió de idea y se matriculó en Derecho sin demasiado entusiasmo, con la idea de convertirse en notario.
Instalado en pensiones y apasionado por la lectura y la observación desde muy joven, el vacío que percibía en la vida universitaria no le privó de adaptarse a otro ambiente que canalizaría su desorientación intelectual de juventud: la Peña del Ateneo barcelonés, con la biblioteca y sobre todo la tertulia diaria que allí tenía lugar con personajes como Josep M. de Sagarra, Eugeni d'Ors o Francesc Pujols. De esta época juvenil proviene su admiración por Pío Baroja –una referencia constante para su generación– y la influencia de Alexandre Plana, amigo y maestro de juventud, al que atribuyó nada menos que su decisión de alejarse del amaneramiento noucentista y apostar definitivamente por “una literatura para todo el mundo” basada en “la inteligibilidad, la claridad y la sencillez”, ideas que serían su divisa estilística a lo largo de su carrera literaria.
En 1919 se licencia en Derecho y comienza a trabajar profesionalmente en el periodismo, primero en el periódico fundado por Rafael Roldós, Las Noticias, y al poco tiempo en la edición nocturna de La Publicidad. Comienza su periplo como corresponsal en distintos destinos (París, Madrid, Portugal, Italia, Berlín). Catalanista moderado, en 1921 es elegido diputado de la Mancomunitat de Catalunya por la Lliga Regionalista en su comarca natal.
En 1924, a causa de un artículo crítico con la política militar en el Protectorado español de Marruecos, sufre un proceso militar que le impide regresar a España en los años siguientes. Durante su exilio en París, trató –y conspiró– con algunos de los principales opositores catalanistas a la Dictadura de Primo de Rivera, como Francesc Macià. Continúa viajando por Europa (Unión Soviética, Reino Unido) y en 1925 publica su primer libro, Coses Vistes –una recopilación de descripciones paisajísticas, narraciones breves, retratos literarios y evocaciones autobiográficas– con el que obtuvo un gran éxito de crítica y público, y que se agotó en una semana. A finales de 1925 se publicó su segunda obra –Rússia–, escrita a partir del viaje de seis semanas a la URSS en compañía de Eugeni Xammar y acogido en casa de Andreu Nin. En 1927 pudo regresar a España, dejó La Publicidad, de línea progresista próxima a Acció Catalana, y fichó por La Veu de Catalunya, el periódico de la Lliga, de tendencia liberal-conservadora. Inició entonces una relación de mecenazgo con Francesc Cambó –líder del catalanismo moderado–, cuyas famosas tertulias frecuentó asiduamente y del cual publicó poco después una biografía política muy favorable al personaje, por entonces enfrentado a los sectores republicanos e izquierdistas.
La República y la guerra civil
En abril de 1931, la misma mañana de la proclamación de la República, es enviado a Madrid por Cambó como corresponsal parlamentario de La Veu de Catalunya y se convierte en observador directo de los primeros días del nuevo régimen. Permaneció en la capital de España durante casi todo el periodo republicano (1931-1936), ejerciendo de cronista parlamentario, lo que le permitió relacionarse con las élites políticas y culturales españolas. Manifestó en un primer momento cierta simpatía por la República, aunque poco a poco se va desencantando con el curso que toman los acontecimientos hasta considerarlo una completa “locura frenética y destructora”.
Alegando razones de salud, abandona un Madrid convulso y muy peligroso pocos meses antes de comenzar la guerra civil española. Tampoco Barcelona le parece segura y huye en barco de la Cataluña republicana en dirección a Marsella, en septiembre de 1936, en compañía de Adi Enberg, ciudadana noruega nacida en Barcelona con la que mantenía una relación formal desde años atrás. Adi Enberg trabajaba para SIFNE, el Servicio de Información de la Frontera Noreste, un servicio de espionaje franquista financiado por Francesc Cambó, tareas con las que algunas fuentes afirman que colaboró también Pla. Continúa su exilio en Roma, donde escribe por encargo de Francesc Cambó buena parte de la monumental Historia de la Segunda República Española, publicada en 1939. En el otoño de 1938, Adi Enberg y Pla se desplazan a Biarritz y desde ahí logran llegar a San Sebastián e incorporarse a la España nacional. En enero de 1939 entra en Barcelona integrado en las tropas franquistas, junto a Manuel Aznar y otros periodistas. Entre febrero y abril de 1939, en que acaba la guerra, se convierte en subdirector de La Vanguardia, bajo la dirección de Manuel Aznar Zubigaray.
La posguerra
Se retira al Ampurdán y se separa de Adi Enberg. En septiembre de 1939 publica su primer artículo en Destino, el semanario que sus amigos catalanes crearon en Burgos y en el que empezará a escribir semanalmente unos meses después, desde febrero de 1940. Gracias a su colaboración regular con la revista Destino, de la cual acabará siendo uno de sus principales impulsores, vuelve a viajar por el mundo, ya no como corresponsal, sino como periodista observador. Visita Francia, Israel, Cuba, Nueva York, Oriente Medio, América del Sur, la Unión Soviética...
Elaborando las obras completas
A partir de la segunda mitad de los años 1950 continúa viajando e inicia la preparación de sus Obras Completas, tarea a la que se dedicará de lleno también durante la década siguiente.
Resurge la cultura en lengua catalana, al tiempo que el antifranquismo nacionalista le va marginando, pese a ser ya entonces el escritor más leído en lengua catalana: no le perdonan su apoyo a los franquistas durante la Guerra Civil, ni su convivencia aparentemente no conflictiva con el régimen.
Su actitud desdeñosa hacia la izquierda política y hacia algunas figuras políticas y culturales catalanistas hizo que, al igual que sucedió con Dalí, la cultura progresista le negase el pan y la sal en forma de premios. Josep Vergés vendió Destino a la Banca Catalana de Jordi Pujol, que le censuró un artículo crítico con el Portugal revolucionario, y Pla abandonó la revista en 1976, tras 36 años de colaboración semanal ininterrumpida y no se le reconociese completamente su valía hasta varios años después.
No obstante, a pesar del vacío que muchos le hacían, y ya con 80 años, no por ello dejó de expresar su opinión, en esos primeros años de la Transición: “La izquierda ha hecho siempre lo mismo: su aberración de la realidad del país la mantiene, como siempre, en su ignorancia antediluviana. Hablan mucho, pero no dicen nada. [...] Quieren ante todo ganar las elecciones y, una vez sentados en sus poltronas, hacer todo lo contrario de lo que han prometido”.
Ya en el tramo final de su vida, Josep Tarradellas le impuso la Medalla de Oro de la Generalitat de Cataluña.
Pla muere el 23 de abril de 1981, en Llufríu, municipio de Palafrugell en la provincia de Gerona.
La Veu de Catalunya
Diario en catalán que se publicó en Barcelona desde el 1 de enero de 1899 hasta el 8 de enero de 1937. Se publicaban dos ediciones diarias.
Es destacable la influencia que tuvo La Veu de Catalunya en el periodismo de principios del siglo XX. En sus páginas escribieron políticos, escritores, y periodistas como Enric Prat de la Riba, Francesc Cambó, Raimon Casellas, lldefons Sunyol, Prudenci Bertrana, Josep Maria Junoy, Eugeni d'Ors (con el pseudónimo de Xènius), Josep Pla, Manuel Brunet, Carles Sentís, Irene Polo, Ignasi Agustí y Ferran Agulló.
La Revolución de 1934 vista por Josep Pla.
(“La Veu de Catalunya”, 13 de octubre de 1934)
La toma de Oviedo
La vida de Madrid está totalmente normalizada. La mayor parte del personal se ha integrado al trabajo y funcionan todos los servicios, no solamente los públicos, sino particulares, como taxis, hoteles y restaurantes. Habiéndose celebrado la fiesta de la Raza y habiendo sido medio fiesta en Madrid, la gente se ha echado a la calle y la animación ha sido considerable en todas partes. No ha habido actividad política. En los ministerios ha sido fiesta todo el día. El señor Lerroux ha estado en su despacho oficial y ha pasado por la tristeza inmensa de no poder dar ninguna esperanza a los innumerables familiares de los encartados en los consejos de guerra. El señor Lerroux, en la recepción de los periodistas, a última hora de la tarde, estaba emocionado.
Los hechos de Asturias continúan siendo el tema de las máximas preocupaciones y de la más nerviosa atención. Aún hay lugares en Asturias en que la batalla está en su punto culminante. La toma de Oviedo por el general López Ochoa ha producido un gran entusiasmo. Continúa la asfixia de rumores y de noticias sobre la situación de aquella región. Nos encontramos ante una hecatombe auténtica. Se han denegado todas las autorizaciones a los periodistas para ir a Oviedo. Esta tarde, el capitán general de Madrid, Cabanellas, ha convocado a todos los compañeros de prensa extranjera acreditados aquí para aconsejarles prudencia y ecuanimidad. Existe el peligro de que cuando la opinión conozca detalles de los sucesos de Asturias se desborde contra la política que ha producido y ha hecho germinar esta locura delirante y primitiva.
En el ambiente político se comienza a hacer balance de los últimos acontecimientos con vista al futuro. Se considera que el marxismo ha recibido un golpe mortal tan fuerte al menos como en Italia, Alemania, Austria y, por un camino más normal, Inglaterra. Ahora los socialistas se convierten en delirantes defensores de la táctica evolucionista de Besteiro. Notoriamente, este partido utiliza a sus hombres según los momentos. Es difícil, no obstante, que a estas horas la mencionada táctica convenza a nadie. La gente se va separando de este partido de esnobistas, de ex ministros y de ex embajadores que tantos estragos ha hecho en el país.
El campo de las izquierdas era reducidísimo. Ahora ya no existe. Todo el mundo sabe que los señores Azaña, Botella Asensi, Martínez Barrio y Maura se han separado de la legalidad republicana. Esto, sin embargo, resulta a estas alturas una mera afirmación, porque, si se han separado de algo, realmente, es de la gente. El partido de Maura se ha disuelto. Los pocos diputados de Martínez Barrio están desesperados con la situación en que les ha puesto su líder. El señor Azaña está en el vapor Ciudad de Cádiz y cada vez está más implicado –parece– en el asunto del contrabando de armas. Dada la reacción de la opinión pública española ante la política de Esquerra Catalana, el hecho de encontrarse el señor Azaña en Cataluña el día 6 ha puesto al mencionado señor en una situación de la que se duda si podrá salir con bien.
Los últimos hechos revolucionarios, por el contrario, han demostrado que lo que se creía destruido, o sea, el Ejército, tenía aún vitalidad relativamente formidable. En efecto, el triunfador de estos últimos días es el Ejército. El señor Lerroux tocó un timbre, el del estado de guerra, y la oficialidad y la tropa formaron con automatismo, con un vigor indudable.
Éste es el resumen objetivo de los últimos acontecimientos
(“La Veu de Catalunya”, 24 de octubre de 1934)
Llegada a Asturias, impresión de conjunto, las causas de la Revolución
He podido llegar a Gijón, vía Santander-Llanes. En Llanes, la vía del tren se interrumpe, y he tenido que alquilar un taxi que me ha traído, por Ribadesella, hasta aquí. Es el único camino natural y practicable para llegar a Oviedo. Dudo que ningún periodista haya podido llegar por un camino diferente. Lo primero que he de advertir es que la inmensa mayoría de las informaciones sobre la situación en Asturias son indirectas y generalmente inventadas.
Gijón está en paz. Los soldados de la Infantería de Marina protegen a la población. Hay un gran movimiento de tropas en la calle. Siendo el puerto el camino de llegada de las tropas, hay un gran movimiento de barcos. En Gijón, la huelga duró poco, pero fue muy violenta. En esta comarca asturiana domina la FAI, que aquí, como en todas partes, se ha unido al movimiento –cuando lo ha hecho– a regañadientes. La huelga concluyó aquí cuando murió quien dirigía el movimiento, el anarquista José María Martínez. El barrio alto de la ciudad –Cimadevilla, barrio de pescadores– fue bombardeado por el crucero Libertad. Hay una docena de casas destruidas. Una estampa de la gran guerra.
En el momento de escribir estas líneas la situación no está, ni mucho menos, dominada. Toda la parte sur de Oviedo se mantiene invulnerable. Hay también un grupo peligrosísimo en Grado. En general, aquí se considera que las operaciones serán dificilísimas, dada la orografía dantesca del país. Se trata de un país casi inaccesible y de una complicación enorme. Se tiene la esperanza, claro, de que los mineros se cansen. Tienen armas y municiones en abundancia. Las municiones –se puede alegar– se agotarán un día u otro. Es cierto. Pero la gente de aquí cree que los mineros tienen una enorme cantidad de dinamita robada de las minas y de la Fábrica de Trubia.
Los puntos fuertes de la resistencia son Siero, Nava, Noreña, Langreo, La Felguera, Sama, Laviana, Olloniego, Mieres, Figaredo, Proaza, Santo Adriano, Trubia y Grado. La columna que subía por Pajares y que mandaba el general Bosch (hoy la manda el general Balmes) no ha pasado, al parecer, de Campomanes. Hay otra columna que marcha de Oriente a Occidente con tropas del País Vasco y de Navarra. El general López Ochoa entró en Oviedo dando una gran vuelta, esto es, describiendo un gran arco por el lado occidental de la provincia y entrando en la capital por el Noroeste (Avilés). El general López Ochoa hizo una operación arriesgadísima que consistió en dejar los puntos de resistencia en la retaguardia. La ocupación de Oviedo fue forzada para producir un efecto moral en toda España, lo que se alcanzó de forma indudable.
No se tiene ninguna noticia del interior de la zona minera, lo cual no debe extrañar, dada la orografía del país. Se hace difícil, incluso, fijar objetivos concretos sobrevolando el lugar por ser la zona minera un sistema de barrancos estrechísimos separados por montañas de elevación fantástica. Al fondo de estos barrancos suele pasar una carretera, el ferrocarril y una corriente de agua. A veces, entre las paredes del barranco hay distancias irrisorias; se trata, pues, de desfiladeros peligrosísimos a través de los cuales el avance de las columnas, el transporte de las vituallas y las maniobras militares más sencillas se hacen con dificultades inenarrables.
Hay que decir, además, que todo este sistema de barrancos está considerablemente trabajado por la mano del hombre. Todo son pozos, bocas de minas, planos inclinados, construcciones de todas clases. Se trata en realidad de un laberinto de una enorme complicación, que la gente del país conoce palmo a palmo, lo cual explica la facilidad de la resistencia. Sólo se puede arriesgar si se cuenta con tropas de un indescriptible valor personal, acostumbradas a luchar a pecho descubierto. Ello explica el envío aquí del Tercio –ya hay tres banderas de estas tropas– y de una mía de regulares marroquíes. Aun así, se observa una creciente prudencia de dichas tropas, prudencia explicable por la impunidad casi asegurada de los sediciosos.
No se sabe, pues, lo que pasa en el interior de la zona. Destaco la impresión muy general de que el ídolo de los mineros asturianos, Belarmino Tomás, se ha constituido, en Langreo, en comisario permanente de la Revolución. Belarmino Tomás es la primera figura del socialismo asturiano.
Al iniciarse la revolución, Asturias estaba prácticamente desguarnecida. Había un regimiento de Zapadores en Gijón, un regimiento de Infantería en Oviedo y unas tres o cuatro compañías de guardias de Asalto. Ahora hay aquí operando de 18.000 a 20.000 hombres de todas las armas.
Me es imposible a estas alturas facilitar información sobre lo que los periodistas llamamos los “hechos”. Tengo tanto original ante los ojos, sobre cosas anecdóticas, que si empezara a escribir no acabaría nunca. Daría, además, una impresión incoherente sobre la situación en Asturias. Dejo los hechos en el telégrafo y constato que en estos momentos estamos en Asturias el señor Cardona, de “Associated Press” de Madrid, y yo. No ha llegado nadie más. Están los corresponsales asturianos de los diarios de Madrid, quienes hacen lo que pueden, generalmente, reportajes basados en los fugitivos de la zona minera.
La única forma de hacer algo positivo es trabajar de manera sistemática. Hemos de empezar por el principio.
Después de una investigación pormenorizada, puedo decir que el movimiento de Asturias es un movimiento inicialmente socialista, desbordado primero por la Juventud Socialista del mismo partido. La huelga comenzó el día 5 y fue, en toda Asturias, pacífica y generalmente fría. La huelga empezó a adquirir un aspecto francamente revolucionario el día 6, a las once de la noche, es decir, cuando se comenzó a saber en estas tierras lo que decían en Barcelona los representantes de la Generalitat. Desde las once de la noche del día 6, este país entró en una situación espasmódica. Los obreros de las minas, en masas compactas, entraron en Gijón, Oviedo, Avilés y en los núcleos urbanos de la provincia, y en general se mantuvieron en ellos –excepto en Gijón– muchos días seguidos. Dieron pruebas, en las primeras horas, de una cierta organización militar y política, pero con una rapidez fulminante fueron desbordados. Desde que se inició este desbordamiento, no hubo nada seguro y se produjeron los acontecimientos terribles de Oviedo, que hacen palidecer los hechos más dramáticos ocurridos en la historia política de todos los tiempos. Oviedo es una población que está hoy prácticamente destruida.
Los revolucionarios, una vez constituidos en los pueblos de que pudieron apoderarse, cometieron un crimen: armaron hasta los dientes a la gente del hampa. Esta gente se dedicó al saqueo desde el primer momento.
La táctica de las ocupaciones fue como sigue: asedio de los cuarteles de la Guardia Civil o de la Guardia de Asalto. Innumerables matanzas. Ocupación de las tiendas de alimentación y de los almacenes. Instauración del régimen de vales, con la abolición de la moneda consiguiente, para obtener cosas que comer, beber o vestir. En ciertos pueblos, este régimen fue mantenido y la Revolución transcurrió con una relativa tranquilidad. Pero en muchos pueblos el régimen de vales fue superado por el saqueo franco. En Oviedo, la población fue pura y simplemente saqueada.
Ya daremos detalles más adelante; ahora importa señalar las causas de tales enormidades. La opinión general en Asturias culpa a los socialistas de lo que ha pasado y pasa. Se trata de un caso de enervación de la opinión obrera auspiciado desde la tribuna pública y sobre todo desde el diario socialista de Oviedo Avance, que ha sido dirigido por el periodista madrileño, hoy preso, Javier (Javierito) Bueno. Los dirigentes del socialismo asturiano, Teodomiro Menéndez, Amador (Amadorcito) Fernández, Belarmino Tomás, Perfecto González, González Peña, secretario del sindicato minero asturiano, hombre de carrera, Bonifacio Martín, Gracián Antuña (que ha muerto en la Revolución) y algunos otros dirigentes, hicieron tanta propaganda demagógica, prometieron tantas cosas, que no pudieron cumplir, hablaron tanto de Rusia y de la Revolución, que prácticamente la gente, después de las elecciones, se desbordó. El fruto de la propaganda lo recogió sobre todo la juventud de las minas, que es la que ha llevado y lleva a cabo la revuelta. “No puede figurarse –me decía un ingeniero de las minas de Laviana–, no puede figurarse la pedantería, la cultura primaria y esquemática, la locura interna de esta juventud”. En Asturias ha habido, en los últimos meses, un programa político y social único que se resume en esta frase: “¡Como en Rusia! ¡Hay que hacer como en Rusia!”.
Ayudó enormemente a todo esto la labor de Avance, el diario socialista. Dicho diario, que hoy está materialmente destruido, llegó a tener una enorme tirada. Realizó una política de lo más pedestre, envenenó las cuestiones más vidriosas de los pueblos, efectuó una tarea de insensatez y de destrucción que debe calificarse de genial. Cualquier cosa infecta sirvió de pretexto para los hombres de Avance y ellos son los responsables, en gran parte, de la situación moral del país asturiano.
Sobre estas causas imponderables se ha llevado a cabo el movimiento de sedición. Las causas ponderables han sido el dinero, enviado en abundancia desde Madrid, las numerosísimas armas, las ametralladoras, los cañones robados en las fábricas de Oviedo y de Trubia –los sediciosos llegaron a tener doce piezas de artillería y abundantes morteros de las fábricas militares– y, en general –como capa–, la debilidad del Gobierno Samper durante el verano, que ha hecho posible toda clase de movimientos.
Pero, naturalmente, estos elementos fueron desbordados en seguida, por lo que decíamos al principio, es decir, por haber armado a los elementos del hampa. Sólo hay que referir un hecho que lo ilumina todo: durante los nueve días en que Oviedo estuvo en manos de los sediciosos, tuvo tres comités revolucionarios sucesivos: el primero era exclusivamente socialista, el segundo estaba formado por comunistas y socialistas, y el tercero, por comunistas puros.
Los aspectos de la situación en Asturias, la ciudad destrozada: Oviedo
(“La Veu de Catalunya”, 24 de octubre de 1934)
Los mineros de Asturias comienzan a fatigarse. Ahora llega la noticia de la toma de Trubia por fuerzas del Tercio de Regulares y de Infantería. Buena noticia. Se ha observado que una gran parte de los mineros se ha echado al monte. Si es posible celebrar operaciones pacíficas como la de Trubia, dentro de unos días Asturias estará pacificada. Hay que tener, pues, paciencia y confiar en el cansancio de los mineros y en la labor de presión que está ejerciendo sobre ellos el enorme contingente de tropas que comanda el general López Ochoa.
La tarea realizada por las fuerzas del mencionado general está destinada principalmente a limpiar los alrededores de Oviedo en un radio de unos veinticinco kilómetros y a asegurar la comunicación con el mar por Gijón y Avilés. El puerto de Avilés, sin embargo, por ahora es inutilizable, porque los revolucionarios embarrancaron en la bocana del puerto el buque de 600 toneladas Agadir. Éste deberá ser volado para dejar expedita la entrada a Avilés por mar.
Las tropas avanzan lentamente, no sólo porque la orografía del país no permite otra cosa, sino porque un elemental deber de prudencia así lo exige. La sensación aquí es que los sediciosos poseen enormes cantidades de dinamita y dado que, como también dije, la zona del carbón está llena de galerías subterráneas, pozos y trampas de toda clase, existe siempre el peligro de que las tropas sufran un atentado que produzca una hecatombe. Por ello se avanza con pies de plomo y se procura, además, que el avance sea pacífico.
A pesar de todo, contrasta el optimismo de los comunicados oficiales militares con el escepticismo de la gente del país. Los asturianos conocen a sus mineros. Saben que son muy duros. Por otra parte, el movimiento ha sido protagonizado por los mineros más jóvenes, que son los más exaltados y los más resistentes. Estos elementos tienen siempre el recurso de echarse al monte y resistir tanto tiempo como quieran. En Asturias, lo más fácil es lanzarse al campo, porque la puerta delantera de las casas de la zona minera suele dar casi siempre a una carretera y la puerta trasera linda con el monte lleno de castaños y robles. En general, cuando las tropas llegan a algún punto de esta zona sólo encuentran a las mujeres y a los hijos de los mineros. Los hombres ya han volado. En las zonas más peligrosas del País Vasco ha sucedido lo mismo.
Ahora bien, un hecho aceleró la pacificación –me lo dice todo el mundo en Asturias–: el movimiento ha carecido de líder. Ha sido un movimiento gregario, espontáneo, un alzamiento en masa de los mineros. Unos comités endebles como una hoja que se lleva el viento han tratado sucesivamente de controlarlo. Ha sido imposible. Lo que se decía al principio de que las tropas revolucionarias iban uniformadas y estaban encuadradas no se ha confirmado. Los mineros bajaban de las minas simplemente armados. Después, al producirse el saqueo de tiendas y almacenes, se vistieron un poco mejor con los impermeables, abrigos y zapatos robados. Lo que tuvieron y tienen en abundancia son las municiones y la dinamita.
El primer comité de Alianza Obrera que funcionó en Asturias estuvo integrado casi exclusivamente por socialistas; dicho comité, al cabo de pocas horas de haberse iniciado la huelga, ya se había tenido que ocultar. El segundo lo formaron los socialistas y comunistas, y duró un par de días. El tercero fue simplemente comunista. Firmó las órdenes y requisó toda clase de cosas en nombre del comité revolucionario de la Alianza Obrera y Campesina de Asturias. Este comité, según me dicen algunos oficiales que tomaron parte en la toma de Oviedo, dio muestras de un cierto sentido estratégico: la retirada de los revolucionarios fue llevada a cabo defendiendo las posiciones palmo a palmo.
En general, las escenas de horror de las que, como simple rumor, se informó la semana pasada en Madrid no se pueden reseñar, por la sencilla razón de que nadie sabe lo que ha pasado en el interior de la zona minera. Cuando se pueda acceder a la misma se podrá saber todo. Ahora es mejor abstenerse de dramatizar una situación que ya es bastante dramática. Sólo hay que tener presente que en estos momentos el número de muertos constatados supera probablemente el millar y que el número de heridos es considerable. En los hospitales de sangre de Gijón hay unos 500 heridos ingresados. Se prevé diez o doce días, aún, de operaciones militares. Trubia, que acaba de ser tomada, dista doce kilómetros de Oviedo.
* * * * * *
El único modo de trabajar es instalarse en Gijón para tener aseguradas las comunicaciones con Barcelona. No hay ninguna comunicación normal con Oviedo, pero, después de haber obtenido un pase militar, se puede ir en taxi. De Gijón a Oviedo hay 28 kilómetros. El viaje es una odisea. Tres puentes de la carretera han sido volados. Los ingenieros militares han construido tres cosas que parecen puentes para pasar. Por fortuna, no ha llovido en estos últimos días. Hace un tiempo frío pero seco, lo que permite pasar. Si llueve, las comunicaciones entre estas dos ciudades serán un desastre.
Regreso a Oviedo aterrorizado por el aspecto que presenta la ciudad. No creo que la lucha civil entre ciudadanos de un mismo pueblo haya llegado nunca al extremo a que llegó aquí. Son los mismos espectáculos de la guerra europea. En el terreno de la lucha política, hay que remontarse a las escenas de la Commune de París para encontrar algo parecido. Y aún más: hay que condimentar estas escenas con la ferocidad de las de la guerra civil que vivieron nuestros antepasados.
Oviedo es una ciudad de unos cincuenta mil habitantes. Los setenta edificios que conformaban el perfil urbano de la capital de Asturias han sido saqueados, volados y quemados. He aquí un inventario del estado de la ciudad.
Los alrededores de la ciudad muestran signos tangibles de la lucha. Las casas de campo de las inmediaciones están llenas de impactos. Todas tienen izada, en el tejado, una bandera blanca. Los postes y cables del teléfono, las conducciones eléctricas, han sido derribados y cortados. Entramos en Oviedo por el barrio del Seminario, donde ha instalado su cuartel general López Ochoa. En el mismo se encuentra preso Teodomiro Menéndez, quien estuvo a punto de ser linchado por la población tras ser detenido. Una compañía del Tercio tuvo que protegerle con las armas.
Entramos en Oviedo, y en la primera calle encontramos un suelo centelleante de partículas de vidrio. Se tome la calle que se quiera, inmediatamente aparecen casas reventadas, tejados derrumbados, montañas de material humeante derribado, hierros retorcidos. La ciudad desprende un olor insoportable a causa del hundimiento de las cloacas. La gente del país no sabe aún lo que le pasa. Camina errabunda por las calles y parece buscar algo extraño –los cabellos desordenados, sin afeitar–. La gente, cuando se encuentra por las calles, se abraza llorando. Casi todo el mundo se despidió de la vida durante los nueve días de dominio de las turbas y de bombardeos de la aviación.
De la Universidad no quedan sino cuatro paredes. Lo demás ha sido derrumbado. Era un edificio del siglo XVII, con una biblioteca de 60.000 volúmenes. En el alféizar de los marcos de las ventanas que quedan en pie permanecen montones de libros que sirvieron de aspilleras para disparar. En el centro del claustro ha quedado en pie la estatua del fundador de la Universidad, señor Fernando Valdés de Salas. A su alrededor todo es una mina y hay montones de material ardiendo.
El Instituto ha sido dinamitado y quemado. Del teatro Campoamor –que era un pequeño teatro provinciano delicioso, con asientos de terciopelo rojo y molduras de oro– sólo queda la fachada, desde cuyas ventanas se ve el cielo. Del Palacio Episcopal no queda sino un montón de ceniza. La Delegación de Hacienda ha desaparecido. No pudieron derrumbar la Catedral porque sus bloques de piedra resistieron. Pero incendiaron y chamuscaron las torres –Gótico Florido– de la basílica. Del magnífico edificio de la Audiencia, del edificio del Banco Asturiano, del Banco Español de Crédito, sólo queda el recuerdo. El Banco de España fue atacado y parece que se llevaron, en efecto y con documentos de las cajas, unos 16.000.000 de pesetas, pero yo personalmente no lo he podido confirmar.
Todo el barrio comercial moderno de Oviedo ha quedado destruido. Hay manzanas enteras de casas de cinco y seis pisos que no conservan sino las paredes exteriores. Tanta destrucción produce una enorme impresión. Del magnífico hotel Covadonga, del Inglés, del Flora, queda lo mismo que del edificio del Automóvil Club. La visión de estos bloques hendidos, que han sido volados con dinamita, después de ser saqueados, es inolvidable, horroriza. No ha quedado ni un café céntrico en pie. El café Niza, los bares Dragón y Riesgo han desaparecido bajo una montaña de escombros. Todo lo de Oviedo impresiona, pero la destrucción de los cafés cabe destacarse, porque no creo que hubiera ocurrido algo semejante en ninguna Revolución anterior. Un café ¿no es la casa de todos, no es el lugar de confluencia de las más diversas ideologías, de los pensamientos más opuestos? La destrucción de estos cafés es un hecho de un sadismo y de una anormalidad total.
Han sido destruidas las siguientes grandes tiendas: Hijos de Simeón, Casa Singer, Casa Natalio, Camisería Inglesa, El Paraíso, Mi Tienda y otros comercios puestos bajo la advocación de los nombres pintorescos de la imaginación comercial. Se puede decir que en las tres calles comerciales por excelencia, lo más moderno de la ciudad –calle de Fruela, de José Tartiere, de Uría–, no ha quedado nada. Han sido destruidos también el edificio y la magnífica torre que tenía el diario socialista Avance. En los barrios obreros hay un número ingente de casas, sin estilo y sin historia, derribadas –casas que producen, si cabe, un efecto todavía más triste que el de los edificios históricos que han sido arrasados–. Más de 700 familias han quedado al raso. Hoy en Oviedo no se puede comer ni dormir en ningún lugar digamos público. La vida de la ciudad ha quedado totalmente colapsada. Pasarán muchas semanas hasta que la vida se normalice, pasarán años hasta que Oviedo vuelva a ser lo que fue. En esta ciudad existe un espléndido espíritu regional y local, y lo que ha caído será otra vez levantado. Pero hay cosas que han desaparecido para siempre, como la Universidad y el teatro.
Ésta es la obra del socialismo y del comunismo en comandita con los hombres de Esquerra Catalana. Han sembrado por doquier la destrucción, las lágrimas y el cieno. Cuando se ve Oviedo –como yo acabo de verla– en el estado en que se encuentra, no hay justificación posible de la política que ha provocado semejantes estragos. A la salida de la ciudad me detiene la Guardia del cuartel. Me insta a que entre en el edificio, que en parte es hospital de sangre. Mientras arreglo los documentos, siento los alaridos de los heridos, algunos de los cuales yacen esposados. Entran, mientras tanto, sobre una litera llena de sangre, a una niña de 12 años, rubia y guapa como un sol, con un pulmón atravesado. Salgo de Oviedo llevándome las manos a la cabeza.
La rendición de la zona minera
“La Veu de Catalunya”, 26 de octubre de 1934
Regreso de Oviedo-Mieres-Sama de Langreo. El teniente coronel Yagüe, del Tercio, ha entrado hoy en Mieres a las once de la mañana. El general López Ochoa, en persona, al frente de una columna, ha ocupado Sama de Langreo y La Felguera, aproximadamente a la misma hora. Gracias a la ayuda que me han prestado los compañeros del diario La Prensa de Gijón y a la amabilidad de las autoridades militares, hemos podido el redactor Valdés, de La Prensa, y yo ser los primeros civiles en entrar en las citadas poblaciones después de quince días de incomunicación. La operación, a cargo del Tercio, la artillería y la infantería, ha sido completamente tranquila.
La rebelión de los mineros de Asturias se puede dar, con estos hechos, por acabada. La ocupación de los demás puntos, a los que la tropa no ha llegado, es simplemente una cuestión de días. Los mineros no opusieron ya ninguna resistencia. López Ochoa hará, si se cumple la palabra dada, una serie de paseos militares sin disparar ni un tiro.
En Sama, he podido tener una confirmación auténtica de la entrevista de López Ochoa con el líder socialista minero Belarmino Tomás. Con su rendición habrá acabado pacíficamente esta terrible aventura, y se habrá evitado que la insurrección se eternizara y costara un baño de sangre. Sama de Langreo, sobre todo, con La Felguera, son puntos estratégicamente inaccesibles.
Ayer, jueves, día 18, a las 7 de la tarde, Belarmino Tomás reunió a todo el pueblo de Sama ante el Ayuntamiento, y este hombre, que tiene un prestigio inmenso entre los mineros, les dirigió la palabra:
«Acabo de llegar de Oviedo –les dijo–. He sido llamado por el general López Ochoa. Como consecuencia de la conversación mantenida, creo que nos tenemos que rendir. Tenemos que rendirnos porque ya se ha derramado demasiada sangre. ¡Conmigo haced lo que queráis! ¡Matadme, arrastradme por las calles! Yo creo que nos tenemos que rendir.
»Si Cataluña, Valencia, Madrid, Bilbao y Zaragoza hubieran respondido como hemos respondido nosotros, en estos momentos el socialismo se habría implantado en todo el país. Nosotros hemos vivido en régimen socialista desde el día 6. Nosotros, los asturianos, hemos cumplido».
Belarmino Tomás, por la noche, con los hombres del comité central y de los subcomités, huyó a la montaña. Su salida fue espectacular y el pueblo le aplaudió. Cuando los primeros soldados de López Ochoa tenían a la vista La Felguera y Sama, han encontrado un pueblo de sábanas y toallas blancas en la fachada, con la gente en la calle, en actitud fría pero pacífica. El Tercio ha ido a la Casa del Pueblo, donde ha encontrado tres camiones de fusiles. A las 5 de la tarde de hoy, día 19, López Ochoa, acompañado por su estado mayor, fumaba un cigarrillo en el balcón del Ayuntamiento de Sama. Nos ha recibido radiante y contento. En síntesis: el alzamiento de Asturias está acabado... hasta el próximo movimiento.
En Mieres, después de la muerte de Llaneza, no ha habido un líder político capaz de controlar el movimiento. Por ello, lo que podríamos llamar el traspaso de poderes fue más laborioso. El comité revolucionario, después de las declaraciones de Belarmino Tomás, entregó la dirección del pueblo a un denominado Comité de Paz, presidido por O. Avelino Martínez, concejal radicalsocialista. Este señor, con sus compañeros del Comité de Paz, preparó la entrada en Mieres de las tropas en la madrugada pasada. El teniente coronel Yagüe entró, en efecto, sin disparar un solo tiro. El comité revolucionario y los subcomités huyeron de la población poco tiempo antes de llegar los soldados.
Ésta es la historia del fin del movimiento asturiano. Es un final realizado con vistas a producir un efecto en toda la Península. Es un final que se explica, por otra parte, teniendo en cuenta la enorme fuerza de los socialistas en la cuenca minera. Si hubieran querido resistir, la operación habría sido dificilísima.
Estas poblaciones de la zona minera han vivido quince días en régimen absolutamente socialista. Ya lo explicaremos en su día, porque hay detalles curiosísimos. En todo caso, es la experiencia más profunda que ha vivido el socialismo revolucionario español desde que existe.
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Anomalías asturianas
Hay anomalías, en la situación general de Asturias, que dan qué pensar. En la provincia asturiana hay cuatro importantísimas fábricas de armas. Dos del Estado y dos de la Sociedad Española de Explosivos. Las del Estado son la de Trubia y la de La Vega (barrio de Oviedo). La primera es de cañones. La segunda es de fusiles. Ambas están controladas por este fantástico organismo creado por el señor Azaña, llamado el Consorcio de Industrias Militares, que ha desempeñado un papel tan siniestro en el último alijo de armas. Antes, el personal de estas fábricas estaba militarizado. A partir del Gobierno del señor Azaña, fueron puestos en libertad los obreros de estas fábricas, sobre las que en seguida se proyectó, naturalmente, toda la intriga socialista y sindical. Cuando los revolucionarios se apoderaron de estas fábricas –o sea, cuando los obreros de estas fábricas las entregaron–, encontraron una enorme cantidad de material de guerra en Trubia y 30.000 fusiles en La Vega, completamente nuevos, a punto para disparar.
Había, además, dos grandes fábricas de material de guerra, propiedad de la Sociedad Española de Explosivos; a saber: la fábrica de dinamita de La Manjoya y la fábrica de pólvora de Cayés (Lugones). Todo esto cayó en manos de los revolucionarios en los primeros momentos.
Ahora bien: para vigilar todo este peligrosísimo sistema había un regimiento de infantería –que en el momento de la revolución estaba en cuadro– y un puñado de guardias de asalto. Los socialistas desembarcaron el material de guerra en San Esteban de Pravia, y lo hicieron allí, ahora se ve claro, para asegurarse. Con lo que cogieron en las fábricas tuvieron bastante para hacer lo que les dio la gana.
La monarquía ha sido criticadísima –con razón– en el aspecto de la frivolidad y de la irresponsabilidad. Pero no creo que haya precedentes en este aspecto más graves que los que presenta la República. Cuando se examina en el terreno concreto la obra militar de Azaña, no se sabe si este hombre fue un inconsciente o un insensato. Los hechos gravísimos de Asturias juzgan con un baño de sangre la obra de un hombre y de un estado de opinión típicamente desorbitada, manicomial.
Los sucesos de Asturias no se explican. Superan todo esfuerzo racional, cualquier explicación lógica. La última huelga no tiene explicación en el campo societario. No había parados en Asturias. Todo funcionaba –me dice aquí todo el mundo– a pleno rendimiento. El jornal mínimo en las minas era de nueve pesetas. El ordinario oscilaba entre doce y quince pesetas. La jornada era de siete horas. El jornal mínimo se aplicaba a los trabajos al aire libre, o sea, fuera de las minas. Asturias ofrece un indudable aspecto de prosperidad. Es un país de clase media elevada a todas las categorías del confort, de un capitalismo activo y moderno, de una clase obrera abierta a todas las perspectivas. Viniendo de Castilla, Asturias es un oasis lleno de vida, de actividad, de salud y de agitación. El país dispone de una cocina abundante, un poco tosca, muy popular, alta en calorías.
Contrastando con estos hechos, ha de observarse que Asturias es un país literalmente saturado de comunismo y socialismo. Las paredes están llenas de rótulos truculentos, en las librerías no hay sino literatura roja, la palabra revolución es la que más se ha repetido en Asturias en estos últimos años. Basta decir que el señor Melquíades y el reformismo son considerados los fascistas del país para comprender la transformación que han experimentado las ideas. Desde la República, Asturias ha tenido una serie de gobernadores a cual peor.
No ha habido principio de autoridad de ninguna clase. Las huelgas –como la de Duro-Felguera– han durado meses y meses y se ha cometido impunemente toda clase de atentados y de acciones violentas; ha habido una suerte de frivolidad que ha acabado trágicamente. Creo que Asturias ha sido la región de España que con la República ha sufrido más la anarquía instaurada en las mentes y en los brazos de la gente. Los sucesos de ahora no son sino la consecuencia naturalísima de un larguísimo proceso.
Los asturianos sensibles están desolados, porque el día de la Raza, precisamente el día de la Raza, entraron los moros en esta antigua y tradicional provincia –patria de don Pelayo– para solucionar los problemas del país. La paradoja es enorme, evidentemente, y el hecho tiene un aspecto simbólico muy curioso. Pero, en fin, no hay que apurarse. Si persistimos en los procedimientos y en el espíritu de la Península en estos tres últimos años y medio, otras cosas veremos, si vivimos.
Quince días de socialismo puro en la zona minera asturiana. La lucha en Oviedo
(“La Veu de Catalunya”, 27 de octubre de 1934)
Las poblaciones de la zona minera asturiana han vivido, durante quince días, en régimen de socialización absoluta.
El día 6, por la mañana, los revolucionarios se habían apoderado de toda la zona. La batalla por apoderarse de las poblaciones se producía en la noche del 5 al 6. Los ayuntamientos opusieron poca resistencia. Los cuarteles de la Guardia Civil y de los Guardias de Asalto resistieron como leones. Se puede decir que, de dichas fuerzas, no ha quedado ninguna persona con vida. En Sama hay enterrados 87 Guardias Civiles y de Asalto. Los oficiales fueron fusilados. Las personas civiles opusieron una resistencia nula. Las más significadas fueron hechas prisioneras y, en general, bien tratadas. Se cometieron algunos actos siniestros contra sacerdotes: pocos casos. El rector de Mieres, señor Hermógenes, a quien la prensa de Madrid ha degollado varias veces, está fresco como una rosa en medio de estas montañas. Las monjas han sido respetadas.
El día 6 por la mañana, tras haber caído ya toda la zona en poder de los revolucionarios, los mineros jóvenes se trasladaron a Oviedo a presentar batalla. En cada pueblo se constituyó un comité central revolucionario que se subdividió en diversos subcomités: el subcomité de guerra; el subcomité político; el subcomité de abastecimientos; el subcomité de higiene, etcétera. Se constituyó, en una palabra, un enorme aparato burocrático. Al hacerse cargo de la dirección del pueblo, el comité central de cada pueblo lanzó un manifiesto uniforme –que había sido impreso con mucha anticipación– decretando la abolición de la propiedad privada y otorgando a los obreros la propiedad y el derecho de gestión de los negocios en que trabajaban y recordando a todas las personas que estaban de alquiler que las casas que usufructuaban –casas o tierra– pasaban a ser de su propiedad. Al mismo tiempo, quedaba abolida la moneda y se iniciaba el régimen de vales. En dichos manifiestos se dice, también, que serán condenadas a muerte todas las personas que propalen noticias falsas –o sea, contrarias a la revolución–. Al mismo tiempo, se ordenaba que los cafés y tabernas cerraran definitivamente a fin de luchar contra el alcoholismo y su consecuencia natural, el analfabetismo.
El día 6 se organizaron las patrullas de obreros armados para mantener el orden. Fueron reparados los desperfectos en las líneas telegráficas y telefónicas y en el tendido eléctrico. Y se formaron colas a las puertas de los ayuntamientos –colas en las que se encontraba toda la población, pobres y ricos– para obtener vales. Los dos primeros días reinó el desorden. Después, este servicio se llevó a cabo con una perfección tal que los mismos ayuntamientos los repartieron, a una hora fija, cada día.
Mientras tanto, se dieron las órdenes oportunas para evitar destrucciones. Los equipos de conservación de las minas fueron mantenidos y funcionaron perfectamente. Los desagües de las minas se realizaron normalmente. Los hornos continuaron encendidos. Las bancas fueron totalmente respetadas. He visto las sucursales del Crédito Minero y de la Banca Herrero en Sama de Langreo, La Felguera y Mieres. Están intactas. El deber sagrado de la objetividad y de la verdad siempre ha primado en mí por encima de todo lo demás. En la zona minera de Asturias, la superestructura económica está intacta y ha sido respetada. Esto demuestra una cosa, y es que en la zona minera, los socialistas, que no pudieron ser desbordados, demostraron tener una organización enorme, formidable.
Los comités centrales revolucionarios dieron dos clases de vales: individuales y de familias. Los primeros daban derecho a gastar por valor de 2,40 pesetas al día. Los vales de familia eran calculados en progresión descendente, según el número de individuos que la formaban. Una familia de siete personas tenía derecho a gastar 12 pesetas diarias. Con estos papeles se cometieron abusos y se decretó la pena de muerte para quienes cometieran fraudes. La gente –pobres y ricos– iba con dichos papeles a las tiendas y recibía alimentos, ropa o servicios –como los servicios de barbería–; los comerciantes tomaban nota del saqueo que podríamos llamar legal y encima tenían que poner buena cara al camarada. Ahora, como los comerciantes debían ser pagados por los comités y éstos no pagaron, se presentaron a las autoridades militares exigiendo el pago de lo que entregaban. En una palabra: en esta zona se ha vivido gratis durante quince días. Las tiendas han quedado vacías, y los boticarios, médicos y toda clase de profesionales han trabajado gratis.
Naturalmente, todo esto habría acabado en seguida si los revolucionarios hubieran dominado solamente una o dos poblaciones. Pero tuvieron una enorme comarca, muy rica y muy abastecida, además de Oviedo, que saquearon violentamente. Por eso, la resistencia de los mineros habría podido ser –repito que son gente dura y sufrida– interminable.
Externamente, pues, la vida en estas poblaciones durante la dominación socialista fue normal. No se produjo –después del día 6– ningún hecho violento apreciable. El enemigo parecía lejano. A veces, muy alto, volaba un avión que dejaba caer, al azar, unas bombas. En Mieres, un avión militar causó víctimas, mujeres y niños, que ahora son atendidas en el hospital. El comité tenía como principal misión comunicar al pueblo noticias de toda España, falsificando la realidad, o sea afirmando que la revolución triunfaba.
Cuando las tropas han entrado en estas poblaciones, han encontrado destruidos los cuarteles de la Guardia Civil y Guardia de Asalto. Aparte de esto, todo se lo han encontrado intacto. Cuando se llega a estos pueblos, se siente una sensación que hiela la sangre; se siente que el 90 por ciento de los hombres ha tomado parte directa en la revolución. Excepto los burgueses, los comerciantes, los frailes y las mujeres, niños y viejos, ¿quién no ha participado? El movimiento socialista de Asturias es profundísimo y producirá muchos quebraderos de cabeza.
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Cuando los mineros se apoderaron de las zonas del carbón, cosa que ocurrió entre el día 5 y el día 6, y establecieron en los diferentes pueblos el socialismo más o menos puro, dejaron pelotones armados en los pueblos a que aludimos y los demás –los jóvenes, sobre todo– marcharon sobre la capital de Asturias, que cercaron completamente. Oviedo es una capital de provincia de unos 45.000 habitantes situada en un valle al modo de una cazuela, rodeada de montañas de una relativa altura, excepto la montaña del Naranco, que domina totalmente el valle y la ciudad. Los movimientos de gente armada sembraron el pánico, pero cuando la impresión se convirtió en algo inenarrable para los habitantes de Oviedo fue cuando comenzaron a caer sobre las casas obuses lanzados desde el Naranco. Eran cañones de Trubia robados de la Fábrica de Armas.
Oviedo contaba como guarnición con el regimiento número 3 de infantería en cuadro, Guardia Civil y un puñado de hombres de asalto. Al ver el movimiento asediador, la guarnición se replegó hacia los suburbios para defenderlos. La avalancha humana fue, sin embargo, más fuerte y las fuerzas tuvieron que replegarse a las puertas mismas de la ciudad. Esto hizo que los mineros se pudieran apoderar de la fábrica de fusiles de La Vega, suburbio de Oviedo conectado por la parte de la carretera de Gijón con Lugones y por el Sur con la propia ciudad. Una vez se hubieron apoderado de Trubia, de La Vega y de las dos fábricas de pólvora y de dinamita, propiedad de la Sociedad General Española de Explosivos, los asediadores dispusieron de una enorme cantidad de material para la ofensiva. La lucha se planteó, pues, desde el primer momento, en un terreno mortal.
Ahora bien: la guarnición de Oviedo, con los Guardias Civiles, los de Asalto y unos cuantos paisanos armados, acordaron resistir –a pesar de lo irrisorio de su número–y lo hicieron hasta extremos indecibles, heroicos. Su táctica consistió en ir replegándose con la máxima lentitud y después en ir defendiendo las sucesivas posiciones hasta el último extremo. Esta resistencia enorme es lo que explica la destrucción de Oviedo. Para ir desalojando poco a poco al puñado de hombres que defendía la ciudad, los revolucionarios tuvieron que ir dinamitando literalmente las posiciones ocupadas por los defensores. Cuando no pudieron acercarse lo suficiente para volar un punto determinado, prendieron fuego al grupo de casas en el que estaba concentrado el punto de resistencia. A veces, incendiaron una casa para tomar la que estaba situada cinco números más arriba o más abajo de la que pretendían tomar. Por eso hay, en las ruinas de Oviedo, tantas casas incendiadas.
Los revolucionarios, una vez se hubieron apoderado de los suburbios, rompieron todos los medios de comunicación de la ciudad con el mundo: volaron los puentes, hicieron añicos toda la organización telefónica, las conducciones eléctricas y las del agua. Por ello, Oviedo estuvo dos días, al menos, desconectado de Madrid y el Gobierno no tuvo absolutamente ninguna noticia durante todo este tiempo. Hasta que los primeros aviones no sobrevolaron la ciudad no se pudo saber exactamente qué era lo que pasaba en la capital de Asturias.
La resistencia, pues, fue enorme, pero la inmensa superioridad numérica de los asaltantes obligó a los defensores de la ciudad a replegarse, al cabo de cinco días de lucha, en el mismo centro comercial y vital de Oviedo; es decir, en los alrededores del parque denominado el Campo San Francisco. Llegó un momento en que los defensores sufrieron la presión de los asaltantes por los cuatro costados. Fue algo épico, las mismas escenas de la guerra europea, agravadas por el vandalismo de la guerra civil.
Los revolucionarios, a medida que se apoderaban de la ciudad, la sometían a un saqueo sistemático. No quedó nada en ningún almacén, en ningún comercio, en ninguna casa. Se veían escenas terribles. La gente de la ciudad se escondió, naturalmente, donde pudo. Hubo familias que se refugiaron en ocho casas sucesivas, abriendo agujeros en las paredes medianeras. La gente se tuvo que alimentar del aire del cielo durante nueve días –¡nueve días mortales!–. Los revolucionarios hicieron una enorme cantidad de prisioneros. Fueron robados de la sucursal del Banco de España documentos por valor de catorce millones de pesetas. ¡Las mismas escenas de la primera guerra civil las hemos visto repetirse en Oviedo en el año 1934 de este siglo! Que tomen nota los del progreso indefinido y continuado.
Los defensores, reducidos a un puñado de fantasmas chamuscados, aún se defendían cuando López Ochoa, con el Tercio y los regulares, entró en la ciudad. Entonces se produjeron las escenas de los habitantes de la ciudad saliendo como espectros, medio enloquecidos, hambrientos, sucios, de las cuevas, los subterráneos, las cloacas y los escondrijos más absurdos. Se produjeron imponentes escenas de humanidad.
Los revolucionarios desalojaron las posiciones de Oviedo lentamente, camino de la carretera que va a Mieres y Sama, pasando por el barrio de San Esteban. Por eso, las casas de este barrio han sido destrozadas por la artillería. Pero los revolucionarios aguantaron menos que los defensores las posiciones: el Tercio y los marroquíes de la mía atacaron a pecho descubierto y asediaron los alrededores de Oviedo con las puntas de las bayonetas.
Como en la guerra... El bienio a través de la revolución asturiana
(“La Veu de Catalunya”, 28 de octubre de 1934)
Contrasta considerablemente, cuando se trata de Asturias, la situación deplorable en que ha quedado Oviedo ciudad y los escasos daños que han sufrido las cosas en la zona minera de Asturias. En la zona minera –pese a la crispación que fomentan los diarios de Madrid con una inconsciente inaudita– está todo intacto, con excepción, claro, de los cuarteles de la Guardia Civil y de Asalto, que fueron los únicos escenarios de la lucha. Tanto en Trubia como en Mieres, como en Sama ha sido no ya respetada sino conservada la superestructura industrial de la economía asturiana. Se cometieron crímenes, ciertamente, en la zona minera: algunos criminales aprovecharon las aguas turbias de la Revolución para liquidar viejas venganzas personales. En Mieres, fue saqueada una banca particular, de la que se llevaron unas 60.000 pesetas. Se produjeron algunas acciones violentas contra sacerdotes –veintiocho en toda la región–. Pero yo no he visto en ninguna parte el cúmulo de enormidades totalmente inventadas por los diarios de Madrid, como no he visto en la zona minera las escenas que ven ahora los corresponsales sensacionalistas –que son casi todos– y que han llegado a aquellos valles días después de haber salido los primeros periodistas que estuvimos en ellos.
Precisamente, el control que ejercieron los socialistas sobre las masas de la zona minera demuestra que el movimiento tenía una dirección y estaba gobernado. Hay que decir más aún, porque ésta es la verdad: en los pueblos dominados predominantemente por la Confederación, el orden fue mantenido con más fuerza que en los pueblos socialistas. Éste es el caso de La Felguera. Hay que tener, pues, la buena fe elemental, cuando se habla de Asturias, de separar Oviedo de la zona minera. Oviedo ha quedado en un estado en que toda dramatización es poca. No hay necesidad de inventar hechos que no han existido después de haber visto la enorme hecatombe de la capital de Asturias.
Y esta diferencia tiene razones que la explican de una manera clara. En la zona minera, los revolucionarios se habían adueñado de todo la madrugada del día 6. Una vez destruidas las fuerzas de la Guardia Civil y de Asalto que en cantidades irrisorias guardaban el orden en aquellos pueblos, los sediciosos no tuvieron obstáculos delante. En algunos pueblos no hubo necesidad de disparar un solo tiro, porque las parejas de la Guardia Civil se rindieron ante la avalancha de mineros y fueron apresadas. Estos prisioneros fueron tratados con mayor o menor dureza, según las características locales y la violencia de la política. En general, sin embargo, se conformaron con el espectáculo de ver a todo el pueblo –ricos y pobres– haciendo cola a la puerta del edificio ocupado por el Comité Central Revolucionario –que ora fue el Ayuntamiento, ora la Casa del Pueblo, ora la fonda– para obtener un vale que permitiera conseguir un pan, una libra de arroz o un kilo de patatas. Nada más. Cuando leo ahora en los diarios de Madrid, firmando las crónicas periodísticas responsables, que han visto cadáveres en las cunetas de la carretera de la zona minera, quedo horrorizado ante la fantasía meridional. Cuando pienso en las famosas descripciones realizadas por fugitivos de una zona de la que durante quince días no pudo salir nadie, comprendo que la historia es un mito.
En cambio, en Oviedo la cosa fue de diferente manera, como ya he explicado. En Oviedo, los revolucionarios encontraron un enemigo formidable –¡menudo enemigo!–. En Oviedo, las patrullas del Regimiento Número 3 y un puñado de civiles y de Asalto y otro puñado de paisanos resistieron durante nueve días de una manera que no hay forma humana de describir. Resistieron nueve días sin comer ni dormir. Fue la exasperación que produjo en los revolucionarios dicha resistencia lo que los llevó a dinamitar los edificios urbanos centrales de la ciudad. La guarnición, pues, resistió y ésta es la explicación de lo que ha pasado en Oviedo. Después, la aviación ocasionó los naturales estragos –pocos– porque ya se puede comprender que los aviones no soltaron solamente humo y proclamas. Se produjeron, en una palabra, las condiciones de una guerra pura y simple y se cometieron todas las enormidades y todos los estragos de la guerra. Ni más ni menos. La guerra duró hasta que el general López Ochoa, poniendo en marcha todo el aparato de la guerra moderna, se apoderó de la ciudad. Si en la zona minera se hubieran presentado las condiciones de resistencia que se dieron en la capital de Asturias, en estos momentos, de todos estos pueblos no quedarían sino ruinas y miserias.
Los contrastes que se observan en Asturias recuerdan extraordinariamente a los hechos, que ya hemos medio olvidado, de la guerra europea. Cuando hubo enemigo, la destrucción fue total; cuando, por la fuerza del número, la resistencia quedó abatida rápidamente, casi todas las cosas quedaron en pie.
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La actual hecatombe de Asturias adquiere todo el aspecto trágico cuando se trata de interpretar lo que ha pasado por los procedimientos inmediatos. Los sucesos de Oviedo cierran un período de la historia de la Península. Cierran el período denominado del bienio. Este período, en Asturias, ha sido un desastre. Más desastre quizá que en otras regiones españolas –que ya es decir–. Cuando se sabe hoy que en el año 1932 hubo en esta provincia más de cuarenta huelgas importantísimas, que en 1933 hubo otras tantas, que en esta época los altos hornos de la Duro Felguera estuvieron parados nueve meses mortales, nadie se extraña del ruido de hoy después de las muchas cosas que fueron ocultadas entonces y, más que ocultadas, perdidas en la jungla grotesca del ditirambo humanitario de la época del bienio.
He hecho referencia en estas notas a la indefensión en que se encontraba Asturias después de las reformas militares de Azaña, pese a contar este país con cuatro enormes fábricas de material de guerra. El señor Pedregal, la persona más prestigiosa del país, ha dicho lo mismo en sus famosas declaraciones a El Sol. También hice referencia a la desmilitarización de la Fábrica de Trubia y su traspaso al Consorcio de Industrias Militares. Como consecuencia de este hecho, entraron las intrigas de la UGT y de la CNT en la única fábrica de cañones de España, y Trubia, en la sedición actual, entró en la constelación de los revolucionarios desde el primer momento. Yo no sé si este traspaso fue teóricamente –y digo teóricamente porque todas las cosas de la época de Azaña fueron teóricas– positivo para la economía del país. Lo que digo es que no hay en el mundo ninguna fábrica de material de guerra propiedad del Estado que esté a la merced de los individuos revolucionarios más irresponsables.
Ya me perdonará el lector si insisto sobre estas cosas y no practico el sensacionalismo de los corresponsales. Esto es lo que en definitiva tiene menos interés.
Si las cosas de Asturias no sirven, con su terrible e implacable experiencia, para modificar la política anarquizante del bienio, no habrán tenido ninguna utilidad y acumularán sobre las vergüenzas pasadas las nuevas vergüenzas.
Otro punto trágico que plantea la guerra civil vivida por este país es el de la propaganda subversiva. Se llegó aquí a prescindir francamente de toda sombra de pudor político. Todo lo que se movía llevaba el sello de la Revolución. Ya no contaban las cosas concretas ni los deseos determinados: se pedía la Revolución sin saber muy bien en qué consistía ni qué quería decir. El movimiento obrero, en todo lo que tiene de mejoras societarias y de lucha por las reivindicaciones del trabajo, ya no existía: era simplemente la organización de la lucha de clases, de la guerra franca. Una gran cantidad de burócratas del socialismo y del comunismo de aquí había ido a Rusia llevándose la impresión pueril, primitiva, sin ironía de quien va a Rusia habiendo visto el mundo simplemente por un agujero. No hay ningún muro en Asturias en el que no haya vivas a Rusia o inscripciones como “¡Salvemos a Rusia!” y otras cosas por el estilo. Por otra parte, se tenía un magnífico diario, Avance, del que decía con orgullo Teodomiro Menéndez en el Congreso que era el diario subversivo más importante del mundo. No hay que creer que los sucesos de Asturias han sido la consecuencia de un calentamiento momentáneo. No. Son acciones preparadas con mucha antelación, implican una organización profunda y tienen como misión principal probar el valor combativo de unas masas. Esto se ha conseguido abundantísimamente y no creo que en la historia de las revoluciones fracasadas de Europa haya un precedente tan enorme como Oviedo, tal como ha quedado. Lo que hay que decir de todas maneras es que las masas obreras han mostrado más combatividad que sus líderes sentido de dirección.
Lo cierto es que visitando este país no creo que haya otra observación que la que digo: la política que ha hecho posible esta hecatombe. Esta política lo explica todo, porque con su inconsciencia dio pie a todas estas cosas. Los sucesos de Asturias son el final implacable de un proceso iniciado tres años atrás, como la noche del 6 de octubre en Barcelona es el final del proceso inaugurado por la entrada del señor Macià en la política catalana. Hay cosas que no pueden ser, aunque la gente haya convenido en decir que el país no tiene lógica. ¡Sí tiene lógica el país! Tan sólo hay que darse cuenta, seguir las cosas con seriedad y prescindir de las superficialidades y de los optimismos sin ton ni son.
Las operaciones militares en Asturias han acabado. Y ahora, ¿qué?
(“La Veu de Catalunya”, 30 de octubre de 1934)
Las operaciones militares en Asturias se pueden dar por acabadas –hoy 21–. Falta realizar una serie de paseos militares para hacer acto de presencia en todos los pueblos y para terminar la limpieza. El comandante Doval ha sido el encargado de los trabajos de desarme de la población: el nombramiento ha causado buena impresión, pues se trata de un oficial de la Guardia Civil serio y eficiente. A continuación, habrá que ir a la descongestión militar y al regreso de las tropas a sus lugares de residencia habituales.
La gente se pregunta ahora:
–Y los culpables de todo esto, ¿dónde están? ¿Han sido detenidos? ¿Están en prisión? ¿Dónde se encuentran?
En Oviedo hay algunos socialistas conspicuos detenidos –como Teodomiro Menéndez y Javier Bueno, ex director del ex diario Avance–. Hay también muchos presos innominados, algunos de ellos a estas horas condenados ya a la última pena. Las condiciones propias de la guerra han hecho también que caigan con las armas en las manos algunos directores de segunda y de tercera filas del movimiento. Lo cierto es que los responsables más directos de la revolución no han sido hallados: los individuos de los comités centrales locales y los innumerables subcomités se han dispersado por la montaña y han huido. Todos ellos salieron de las poblaciones horas antes de llegar las tropas y sería difícil poder asegurar si hay algún individuo seriamente responsable de los hechos de la zona minera que esté hoy encarcelado.
Leo lo que se dice en la prensa:
–¡No hay que preocuparse! Tarde o temprano, esta gente se rendirá. Cuando se le acaben los víveres, será coser y cantar...
Los asturianos no son tan optimistas. Y no lo son porque suponen que estos hombres encontrarán en la montaña ayudas y disposiciones favorables. Creo que los asturianos tienen razón. Además, hay que observar una cosa que no por ser una impresión deja de tener una fuerza incuestionable. Y es lo siguiente: la impresión que produce la gente de la zona minera, lo que le dicen a uno “sotto voce” es que en estos pueblos ha tomado parte en la revolución la inmensa mayoría de sus habitantes. Excepto las escasas familias acomodadas, los comerciantes, los técnicos de las minas y de las fábricas, ¿quién podría tirar la primera piedra contra su vecino? He llegado a algunas poblaciones de estas comarcas –Sama, Trubia, Mieres– poco después de haberlo hecho las tropas. He visto a la gente, fría y burlona, a la puerta de sus casas, bajo los colgajos de los trapos blancos, viendo pasar a los soldados. No es éste uno de los espectáculos menos impresionantes que haya observado en Asturias. Lo comunico crudamente, sin ningún matiz, descarnadamente, porque creo que tiene una enorme importancia.
Que no crea nadie, pues, que las cosas de Asturias están definitivamente acabadas. Aquí y en toda España, la liquidación de la revuelta, que fue profundísima, la formación de un ambiente de convivencia, será muy difícil y requerirá un gran esfuerzo. El primer paso es desarmar el país. Después, retornar las fábricas de armas –esto es importantísimo– a su estado anterior, o sea, militarizarlas. A continuación será necesario dar una sensación de autoridad –que ni Asturias ni ningún rincón de la Península ha conocido desde la proclamación de la República–. Esto no se hace ni en cuatro días ni en cuatro meses: se trata simplemente de iniciar una política como la que tienen todos los pueblos civilizados y continuarla con tenacidad. Se puede pensar, en efecto, lo que se quiera sobre las formas de Gobierno, pero en un punto están de acuerdo todos los observadores: la República, como forma de autoridad indispensable, aún no ha empezado. Hemos vivido, en cambio, la República como forma de la anarquía, de la pereza, de la confusión, de la ignorancia humana. Después de un proceso relativamente corto, esta tendencia triunfó en Asturias y en Barcelona la noche del 6 de octubre. Se trata de saber ahora si dicha tendencia ha de persistir para conducirnos a otra hecatombe o debe concluir definitivamente.
El estado de ánimo de la gente de Asturias es deplorable. Ve a través del panorama de las destrucciones la política que ha provocado cuanto ha sucedido. La gente espera algo. Espera la aplicación pura y franca de la ley. No la aplicación de la ley sobre el material humano, gregario e innominado. Espera que, de la visión de los efectos, se pueda deducir la precisión de las causas. Y, cuando se ha visto Oviedo en ruinas, hay que confesar que este punto de vista es pasablemente razonable.
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En la zona minera, la destrucción material, que es escasa, podrá ser reconstruida rápidamente. En Oviedo ciudad, el valor de los daños materiales sufridos asciende a 130 millones de pesetas. La cifra es enorme, pero aún es más enorme el daño moral y espiritual padecido. Quiero decir que, dentro de unos cuantos años, la ciudad será reconstruida. Me ha parecido que en Oviedo había un activísimo patriotismo local. No hay duda: todo lo que se pueda reconstruir, lo será. Lo que provoca un mayor escepticismo en la reconstrucción moral.
Los asturianos se encuentran hoy en un estado de ánimo muy natural, que con menos intensidad pero de una manera indudable sienten grandes masas de la Península: comienzan a dudar del sistema imperante como ambiente de convivencia social. Les hicieron creer toda clase de mentiras y se han encontrado con que el sistema iba sincronizado con un empeoramiento general de todas las cuestiones. Como en la inmensa mayoría de las provincias españolas, el sistema ha implicado un retroceso total: retroceso en el personal directivo; selección a la inversa de la clase política; falta de seriedad y de competencia en la manera de llevar las cosas públicas; incapacidad de resolver los problemas sociales más sencillos; anarquía creciente y progresiva para acabar con la hecatombe de la segunda semana del mes actual.
Me hablan de los gobernadores que ha tenido Oviedo durante estos últimos años. En los anales del país, no se recuerda que los haya habido peores jamás. El último inauguraba una exposición de pinturas en Gijón cuando los sediciosos ya marchaban sobre Oviedo. Es la inconsciencia al servicio de la frivolidad. Y la Policía, ¿cómo estaba? En la zona minera, con una población obrera densísima, había un puñado de hombres para afrontar el ataque. Hubo pueblos de cuatrocientos o quinientos mineros armados hasta los dientes que tenían dos parejas de la guardia civil para llevar a cabo todos los servicios de seguridad. Si se añade a ello la desmilitarización de las fábricas de armas del Estado –¡del Estado–, la situación de indefensión en la que quedó el país después de las reformas militares de Azaña; la falta absoluta de control sobre la propaganda socialista y comunista –propaganda que no habría tolerado ningún país civilizado–, se halla la explicación de por qué en Asturias todo se vino abajo como un cañizo a las primeras de cambio.
La alta burguesía asturiana tiene también buena parte de culpa en lo que ha pasado. Los intelectuales no se hablan. La Universidad de Oviedo ha pagado con su destrucción los fermentos de disgregación que lanzó. Todo el mundo era aquí demoliberal y la gente se jactaba de “izquierdismo bien entendido” y de “reformismo avanzado”. Los marqueses y los banqueros coqueteaban con Teodomiro Menéndez, las cosas se pasteleaban en virtud de los principios de la confitería más enrevesada, cada día se gastaban más los principios, los caracteres, la estructura interna de la sociedad. Toda esta sarta de insensatos aspiraba a hacer como en Inglaterra o como en Francia. El resultado está a la vista. El resultado ha sido la guerra civil y la destrucción de Oviedo. Vayan ustedes al cine a ver con sus propios ojos lo que ha pasado. La letra impresa, sobre todo la periodística, no podrá dar sino una imagen pálida de los estragos y de las destrucciones que se han cometido. Ahora bien: los sucesos de Asturias, como los de Barcelona, como los del País Vasco, como los de Madrid, son la consecuencia lógica y fatal del proceso político iniciado en el año 1931, proceso que por el momento no parece que haya terminado.
La gente de Oviedo se encuentra obligada hoy, quiera o no quiera, a reflexionar.
Dice: –Bien. Y ahora, ¿qué? Los militares se irán un día u otro. La ciudad será, por un proceso financiero u otro, reconstruida. Pero los gobernadores que nos envíen, ¿serán como los anteriores? ¿Se fusilará a cuatro o cinco infelices mineros y los autores principales de la revolución continuarán disfrutando de toda clase de libertades? ¿Se reanudará la propaganda destructora? ¿La política socialista y la política burguesa serán tan frívolas y alocadas como hasta ahora?
La gente de Asturias hoy es más pesimista que antes de los sucesos. Saben que los militares sirven para la guerra, y la guerra se ha terminado. No ven política en ninguna parte. Ven los frutos de tres años y medio de locura y unas fuerzas subversivas más altivas, después de los hechos, que antes. Ésta es la realidad y con su constatación doy por acabada esta encuesta. Agradezco desde estas columnas a los compañeros de La Prensa de Gijón y de La Voz de Asturias de Oviedo las innumerables atenciones que tuvieron conmigo, las orientaciones que me dieron y su inolvidable hospitalidad.
Documento extraído de la página: www.generalisimofranco.com