Palmiro
Togliatti nació en Génova el 26 de marzo de 1893 en el seno de una familia de
clase media. Comenzó su vida política en el Partido Socialista Italiano poco
antes de la Primera Guerra Mundial. En ella combatió como oficial voluntario,
siendo herido en combate y enviado a casa por enfermedad.
Al final del
conflicto formó parte del grupo liderado por Antonio Gramsci, que publicaba el
periódico L’Ordine Nuovo en Turín mientras trabajaba como profesor.
Fundador del Partido Comunista de Italia (PCd’I, más tarde PCI) en 1921, se
convirtió en el líder del mismo –tras el encarcelamiento de Gramsci por el
régimen de Benito Mussolini– y en director de su órgano Il Comunista.
Cuando el
Partido fue ilegalizado por el gobierno fascista en 1926, Togliatti fue uno de
los pocos dirigentes que no fue arrestado, debido a que se encontraba en una
reunión de la Internacional Comunista en Moscú. Estuvo en el exilio durante las
décadas de 1920 y 1930, organizando reuniones clandestinas del PCd’I en Lyon
(1926) y Colonia (1931). En 1927 fue elegido Secretario General del Partido.
En 1935, bajo el
nombre de guerra de Ercole Ercoli, fue elegido miembro del Secretariado de la
Internacional Comunista. Participó en la Guerra Civil española en 1937 como
máximo responsable en España de la Internacional, encargado de asegurar que el
Partido Comunista de España ejecutara fielmente la línea política fijada desde
Moscú de lograr la total unidad en el bando republicano y primar el objetivo de
ganar la guerra sobre el de hacer la revolución. En esa medida, diversos
sectores le atribuyeron una responsabilidad cuando menos política, si no directa
y personal, en episodios oscuros del bando republicano, desde exterminio del
POUM, al asesinato de Andreu Nin, pasando por la depuración de las Brigadas
Internacionales.
En 1939, tras su
huída de España por la derrota de los frentepopulistas, fue detenido en Francia.
Liberado tras el pacto nazi-estalinista, se trasladó a la Unión Soviética y
permaneció allí dirigiendo las emisiones de radio a Italia durante la Segunda
Guerra Mundial, llamando a la resistencia contra la Alemania nazi y la República
Social Italiana de Mussolini.
Regresó a su
país natal en 1944 y bajo su dirección el PCI desarrolló el llamado Giro de
Salerno (Svolta di Salerno), basado en el apoyo del Partido a las medidas
democráticas necesarias para implantar en Italia la República y el abandono de
la lucha armada para establecer el socialismo. Este giro a la derecha, en
contraste con las demandas de un amplio sector de su base significó además el
desarme de los miles de partisanos comunistas de la Resistencia Italiana.
Togliatti fue nombrado Ministro de Justicia.
Tras ser
Ministro sin cartera en el gobierno del General Pietro Badoglio, sirvió como
Vice-Primer Ministro en el gabinete del democristiano Alcide De Gasperi en 1945.
A pesar del deseo contrario de su Partido, votó a favor de incluir los Pactos de
Letrán en la Constitución de la República Italiana. En las elecciones generales
de 1946, el PCI obtendría el 19% de los votos y 104 escaños.
Los ministros
comunistas fueron cesados durante la crisis de mayo de 1947. En el mismo mes,
Maurice Thorez, líder del Partido Comunista Francés, fue forzado a dimitir del
gobierno de Paul Ramadier junto a los otros cuatro ministros comunistas. Como en
Italia, el partido comunista era muy fuerte y participaba en la alianza de
gobierno con socialistas y democristianos (el llamado Tripartisme) había
obtenido el 28,6% en las elecciones generales de noviembre de 1946.
En 1948,
Togliatti lideró al PCI en las primeras elecciones tras la instauración de la
República en la alianza Frente Democrático Popular, junto al PSI, que obtuvo el
31% de los votos.
El 14 de julio
de ese año, Togliatti sufrió un atentado fascista, siendo seriamente herido y
creando una gravísima crisis política en Italia, que incluyó una huelga general
convocada por la Confederación General Italiana del Trabajo. Los propios
llamamientos a la calma de Togliatti impidieron una extensión mayor de la
movilización comunista, que podría haber iniciado un proceso revolucionario en
el país.
Bajo su
dirección, el PCI se convirtió en el segundo partido político del país y en el
mayor partido comunista de Europa Occidental. Aunque permanentemente en la
oposición a nivel nacional, accedió al poder en numerosos municipios y en
grandes regiones y provincias como Emilia Romaña, Toscana o Umbría.
En 1953 luchó
contra el intento de la Democracia Cristiana de instaurar un sistema electoral
mayoritario similar al de Reino Unido o Estados Unidos, lo cual habría
beneficiado al centro-derecha. Finalmente no fue aprobada.
En las
elecciones de noviembre de ese año el PCI obtuvo el 22,6% de los votos. A pesar
de su estrecha relación con la Unión Soviética, el liderazgo de Togliatti no fue
cuestionado tras la Revolución Húngara de 1956, que en la mayor parte de los
países causó enormes conflictos en el seno de la izquierda. Al mismo tiempo
comenzó la defensa de la teoría del policentrismo (unidad en la diversidad de
los partidos comunistas). En las elecciones de 1958 el PCI siguió en ascenso,
así como en las de 1963 donde llegó al 25,2% de los votos, aunque volvió a
quedar lejos de alcanzar la mayoría relativa.
Togliatti murió
el 21 de agosto de 1964 debido a una hemorragia cerebral mientras se encontraba
de vacaciones junto a su pareja Nilde Iotti en Yalta (URSS). Según sus
colaboradores, Togliatti se encontraba realmente allí para dar su apoyo a Leonid
Brézhnev como sucesor de Nikita Jruschov al frente del Partido Comunista de la
Unión Soviética.
Le sucedió como
Secretario del PCI el dirigente comunista Luigi Longo. A éste le sucedería en
1972 el pupilo favorito de Togliatti, Enrico Berlinguer, que sin embargo
acabaría con muchas de las políticas defendidas por aquél.
ARRIBA
Palmiro Togliatti ha sido abiertamente
criticado por muchos historiadores italianos por no haber
condenado la intervención soviética en la Hungría de 1956.
Sus políticas fueron definidas como maquiavélicas y cínicas
en sus objetivos, siempre que asegurase el crecimiento del
poder del PCI.
También ha sido
criticado por las buenas relaciones que mantuvo con el Presidente de Yugoslavia,
Josip Broz Tito, que era considerado un disidente por la dirección del PCUS tras
su ruptura con Stalin en 1948.
Y así mismo ha
sido criticado por su balance de las políticas de Stalin: tras la muerte del
líder soviético en 1953, afirmó: “Iosif Stalin es un titán del pensamiento.
Su nombre debe dársele al conjunto del siglo…”. Más tarde, en 1956, tras la
desestalinización, declaró: “Stalin ha diseminado tesis falsas y exageradas,
y fue víctima de una perspectiva desesperada de la persecución sin fin”. Al
siguiente año, Togliatti insistió repetidamente que había desconocido los
crímenes de Stalin.
La Vía Italiana
al Socialismo que propuso, giró al PCI hacia posiciones más independientes, a la
condena de la invasión soviética de Checoslovaquia durante la Primavera de Praga
de 1968 y sentó las bases para el eurocomunismo de Berlinguer. |
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ARRIBA
Palmiro Togliatti vivió día a día la lucha
de la República española contra el ‘fascismo’, participando
activamente en la dirección del combate. En estos escritos
se recogen sus informes a la Internacional Comunista, que
son una fuente histórica sumamente valiosa y un testimonio
de primera magnitud sobre los problemas con que hubo de
enfrentarse la República.
En su informe correspondiente del 21 de mayo de 1939 trata sobre
la campaña de Cataluña, en los siguientes términos:
ARRIBA
Tras el inicio de las operaciones del Ebro,
que impidieron la caída de Valencia en julio de 1938, el
ejército de Cataluña no recibió ninguna ayuda efectiva del
ejército de la Zona Central. Eso fue consecuencia no
solamente de la situación general de las unidades de la Zona
Central, sino también del sabotaje y de la nefasta acción
del general Miaja y de los demás comandantes del Centro.
La ayuda podía haberse prestado de dos modos: a)
organizando operaciones ofensivas generales en la Zona Central,
o bien, b) enviando con prontitud fuerzas
considerables –uno o dos cuerpos de ejército– de la Zona Central
a Cataluña.
El Estado Mayor republicano se orientó hacia la primera
solución, y fue proyectada así una operación ofensiva general en
los frentes meridionales –Extremadura, Andalucía, costa
mediterránea– que, si hubiera sido coronada por el éxito, habría
podido invertir la suerte de la guerra. Sucedió, no obstante, lo
contrario. El plan consistía en una repetición en condiciones
distintas de lo que había dado buen resultado con la toma de
Teruel, es decir, en prevenir la ofensiva del enemigo mediante
una maniobra por sorpresa que desbaratara sus planes. El ataque
había de tener lugar con el apoyo de la armada, con un
desembarco en dirección a Motril entre el 8 y el 11 de diciembre
de 1938, y esa operación había de ir seguida a pocos días de
distancia por un vigoroso ataque en Extremadura dirigido hacia
Zafra, con el objetivo de cortar la carretera de Sevilla a
Badajoz, lo que habría significado, prácticamente, cortar en dos
el territorio enemigo.
La operación de Motril no tuvo lugar: los transportes de tropas
recibieron orden –tras una serie de telegramas contradictorios
intercambiados entre los distintos jefes militares– de volver a
la base, cuando se encontraban ya en el mar. Hoy no cabe duda de
que se trató de un acto de sabotaje y de una traición, cuyo
autor debe buscarse entre los tres responsables de todo ese
asunto (Miaja, Rojo, Matallana).
Ubieta, comandante de la armada, jugó un papel de lo más
sospechoso. Cometimos el error, entonces, de contentarnos con
las explicaciones que se nos dieron (malentendidos entre Miaja y
Rojo, entre Miaja y Matallana, etc.). Hubiéramos debido
profundizar en la cuestión y exigir que se investigaran las
responsabilidades, pero eso hubiera significado poner en
discusión la lealtad de los jefes militares supremos. Hay que
decir también que el Partido fue informado bastante mal y con
gran retraso sobre todo eso.
La operación de Extremadura fue fijada para el 18 de diciembre
de 1938. Pero cuando todas las fuerzas estaban ya concentradas
en sus bases de partida el Estado Mayor general cambió los
planes y decidió que el ataque tenía que desencadenarse en
dirección a Granada, cosa que obligó a cambiar radicalmente el
dispositivo de combate, trasladando a un ejército de un frente a
otro por carreteras en pésimas condiciones. Cuando todo estuvo
dispuesto para el ataque hacia Granada, nuevo cambio. El Estado
Mayor general desaconseja la operación contra Granada, pero deja
libre al Estado Mayor de la Zona Central para operar donde
considere oportuno. Éste se decide de nuevo por Extremadura. Las
tropas son trasladadas de nuevo en medio de un desorden inaudito
y el ataque no tiene lugar hasta el 5 de enero de 1939, 13 días
después de la ruptura del frente del Segre, cuando el enemigo
había obtenido ya en Cataluña éxitos harto importantes.
A pesar de ello el enemigo fue cogido por sorpresa y la
operación habría podido tener una repercusión notable si tras la
ruptura del frente y tras el primer éxito se hubiera maniobrado
con audacia, lanzando todas las fuerzas por la brecha y
avanzando con decisión –como hacía en Cataluña el ejército
fascista– por el flanco y a espaldas del enemigo, en una región
no fortificada y poco defendida en la que habríamos podido
contar con grupos guerrilleros y amenazando Sevilla por un lado
y la carretera de Badajoz por otro. Eso no se hizo, por
incapacidad e indecisión del mando y en particular de los
comandantes de las unidades y de las divisiones.
Desgraciadamente eran en su mayor parte comunistas (Cartón,
miembro del Buró Político, Marquina, Toral, etc.). Empezaron a
pelearse entre sí, a frenar a los que querían avanzar
audazmente, como el comunista Recalde, comandante de la 47
división del XXII cuerpo de ejército, y a marcar el paso sin
moverse, y dejaron tiempo al enemigo para reunir sus reservas
locales y algunas fuerzas retiradas de otros frentes (Levante),
para hacernos frente y rechazarnos hasta nuestras posiciones de
partida. La operación de Extremadura fue una de las mejores
ocasiones perdidas de asestar al enemigo un golpe bastante grave
por el ejército republicano. Tal como se desarrolló no tuvo
ninguna repercusión en el curso de las operaciones de Cataluña.
Parte de la responsabilidad de este fracaso corresponde a Jesús
Hernández, comisario general del ejército de la Zona Centro. No
estaba sobre el terreno en el período de preparación, llegó el
día mismo en que empezaba la operación y se volvió dos días
después, precisamente en el momento crítico, cuando su presencia
habría sido más necesaria. El Buró Político decidió mandar a
Dolores Ibárruri, quien sin embargo no pudo cambiar la
situación, comprometida ya de modo tan grave.
Por lo que se refiere al envío de fuerzas de la Zona Centro a
Cataluña, la decisión en este sentido fue tomada con mucho
retraso y mal, sólo para un pequeño número de hombres (todo lo
más una división).
En vez de trasladar unidades completas y escogidas entre las
mejores, con su Estado Mayor, etc., fueron mandados a Cataluña
soldados tomados de todo el ejército (los que lo solicitaban, y
por lo tanto, en su mayor parte, catalanes que se ofrecían
porque querían volver para ver a sus familiares). Cada
comandante, naturalmente, dejó ir sólo a los peores. Los
primeros millares llegaron a Barcelona cuando ya había caído
Tarragona. Una gran parte desertó aún antes de ser mandada al
frente. Una brigada a la que se había confiado la defensa del
macizo de Garraf –última línea de defensa de la capital– huyó al
completo ante el enemigo.
ARRIBA
Tras la retirada del ejército de Modesto a
la orilla izquierda del Ebro y cuando la ofensiva fascista
había de considerarse inminente la relación de fuerzas entre
nuestro ejército y el ejército enemigo, que se disponía a
atacarnos en el frente catalán, era aproximadamente la
siguiente:
Infantería
de uno a dos
Artillería
de uno a tres
Aviación de
caza de uno a dos y
medio
Aviación de
bombardeo de uno a cuatro
Dado que estábamos a la defensiva y que algunos sectores del
frente estaban bien protegidos (XI cuerpo de ejército; XVIII
cuerpo de ejército; XII cuerpo de ejército), esa relación de
fuerzas no nos era demasiado desfavorable. En esas condiciones
un buen ejército podía resistir victoriosamente, y desde ese
punto de vista la valoración optimista del camarada Sa.
(camarada no identificado por Togliatti) estaba justificada.
Pero la verdad es que nuestro ejército, además de sus
acostumbradas debilidades orgánicas, estaba en aquel momento
particularmente debilitado.
Además, una vez lanzado, el ataque fascista resultó más fuerte
de lo previsto. Se esperaba un ataque de 22 divisiones; el 7 de
enero de 1939, 14 días después del comienzo de la ofensiva, el
enemigo había puesto en línea 22 divisiones, pero tenía a su
disposición 4 más en posición de apoyo inmediato y aun otras 5 o
6 de infantería para operar en Cataluña. Su superioridad
resultaba aplastante, sobre todo en cuanto a la artillería y a
la rapidez de maniobra.
El ejército republicano se batió bien –con la grave excepción
del XII cuerpo de ejército de Vega, que abandonó el frente el
primer día, dos horas después del ataque, casi sin combatir y
con las debilidades de siempre– más o menos durante quince días
En los primeros días de enero se notaba el bajón de la moral y
la falta de disciplina del XV cuerpo de ejército (Tagüeña) y del
XXIV. El 19 de enero la situación de las fuerzas republicanas
del frente era la siguiente:
X cuerpo de ejército (Anarquista)
(¿?)
XI cuerpo de ejército
(Márquez) 21-22.000 hombres
XVIII cuerpo de ejército (Del
Barrio) 7-8.000 “
XII cuerpo de ejército
(Galán) 6.000
“
V cuerpo de ejército (Líster)
10.000 “
XV cuerpo de
ejército
6-7.000 “
XXIV cuerpo de ejército
(¿?)
7.000 “
Los efectivos normales de un cuerpo
de ejército habrían tenido que ser de 30-32.000
hombres.
A partir de aquel momento el bajón de la moral y de la
disciplina se hizo general. Las posiciones clave fueron
abandonadas sin combatir. El decreto de movilización general (18
de enero), acogido con entusiasmo por el pueblo, tampoco podía
dar resultado alguno. Los recién movilizados acudían en masa a
los centros de reclutamiento, pero los que eran enviados al
frente, sin ninguna preparación, contribuían a empeorar la
situación, porque eran los primeros en huir. La iniciativa del
Gobierno de pedir a los partidos que formaran batallones de
voluntarios no surtió más que efectos muy limitados, porque
habían sido ya movilizados todos o casi todos los hombres. Con
esos batallones fueron enviados sobre todo los camuflados de los
distintos aparatos del estado, y también ellos dieron un pésimo
resultado. El ejército en retirada, que entre el 20 y el 25
estaba a las puertas de Barcelona, era ya un ejército incapaz de
combatir, con la excepción de alguna unidad (XI división). Dos
divisiones mantenidas en reserva por el Estado Mayor general
bastaron a duras penas para tapar transitoriamente alguna
brecha. La decisión de mandar nuevamente al fuego a los
internacionales que todavía esperaban para ser evacuados
(italianos, alemanes, polacos, etc.) fue tomada demasiado tarde,
y los internacionales puestos en línea tras la caída de
Barcelona también abandonaron el frente sin combatir, en La
Garriga y después en Gerona. Lo único bueno que hicieron fue la
vigilancia de las carreteras de la retaguardia durante las dos
últimas semanas, entre Figueres y la frontera francesa.
La ciudad de Barcelona habría podido resistir probablemente
algún día más a) si el pueblo hubiera sido llamado
a la defensa y b) si no hubieran surgido hechos
sólo explicables por la traición y el sabotaje.
a)
Por lo
que se refiere al primer punto (movilización del pueblo), en
Barcelona se manifestaron algunos de los síntomas que habían
de hacerse predominantes en los dos meses siguientes en la
Zona Central.
El primero de ellos fue el gran cansancio de
las masas, tanto de las que siempre nos había seguido a
nosotros como de las que habían seguido a otros partidos. El
25 de diciembre de 1938 tuvo que ser aplazado un gran mitin
convocado por los jefes anarquistas más conocidos de
Cataluña (Capdevila, Oliver, etc.) porque el público se
reducía a seis personas, hecho sin precedentes en una cuidad
como Barcelona. Las masas de la pequeña burguesía
nacionalista no manifestaron entusiasmo alguno por la lucha
en ningún momento de la campaña. La masa sin partido se
mostraba indiferente y en ocasiones hostil ante quien
predicaba y organizaba la resistencia. Los grupos de jóvenes
que construían barricadas se enfrentaban a grupos de mujeres
del pueblo que, llorando, les quitaban de las manos los
instrumentos de trabajo. Los nervios de los habitantes de
Barcelona estaban deshechos, por las privaciones, por la
indigencia, por los constantes bombardeos, etc. Por lo que
se refiere al PSUC, quedó claro que su pretendida posición
dominante en Barcelona era una ilusión.
Las direcciones de los distintos partidos se
negaron a emprender ninguna acción común eficaz. Se
imprimieron carteles y nada más. Dentro del Frente Popular
–todavía 10 días antes de la caída de la ciudad– se luchaba
por provocar una crisis del Consejo de la Generalitat. El
Ayuntamiento de Barcelona se negó a reunirse hasta la
víspera de la entrada de las tropas italianas. Cuando se
reunió, el 25 de enero, estaban presentes únicamente los
miembros del PSUC (8) y otros 4 concejales (catalanistas).
Todos los demás habían soltado ya amarras. Los sindicatos
anarquistas hicieron llamamientos en la prensa pero no
llevaron a cabo un trabajo eficaz. Su dirección fue de las
primeras en desaparecer. En el sector catalanista nada más
que desmoralización, pánico e intrigas.
El PC no tenía una organización propia en la
ciudad. La dirección del PC decidió funcionar en común con
la del PSUC; además fueron puestos a disposición de todas
las organizaciones del PSUC (órganos del Comité Central,
comité ciudadano, comités de sección, etc.) cuadros de
confianza del PC, mientras que la mayor parte de los
camaradas que teníamos a nuestra disposición eran mandados
al frente. Los resultados, sin embargo, no fueron notables.
Todas las debilidades del PSUC, y en primer
lugar de su dirección, se manifestaron en pleno. El primer
discurso de Comorera, pronunciado en los primeros días de
enero, que habría tenido que orientar a todo el partido y a
todo el pueblo, estuvo políticamente equivocado. La mira
estaba puesta no en la necesidad de movilizar hasta el
último hombre para hacer frente al enemigo, sino en contra
del gobierno de Negrín, al estilo poco más o menos de los
partidos catalanistas, lo que contribuía a desmoralizar y
desanimar a todos. Un segundo discurso a los cuadros del
partido, acertado en cuanto a la línea política, fue
extremadamente débil de tono y carente de energía y de
entusiasmo. Comorera demostró tener valentía personal,
saliendo de la ciudad cuando los carros de combate italianos
estaban en la plaza de Cataluña, pero sus debilidades
políticas, su desconfianza hacia la dirección del PC, su
obtuso nacionalismo y la excesiva familiaridad con el pocho
aparato de su ministerio no le permitieron jugar el papel
que habría debido y podido jugar. A pesar de nuestras
constantes presiones no conseguimos obtener que mantuviese
un vínculo directo con el pueblo, organizando mítines en la
calle, yendo a hablar a las fábricas, a los obreros que se
organizaban para ir a cavar trincheras, etc. Aceptaba
nuestros consejos, nuestras indicaciones, pero no luchaba
por realizarlas, y toda la dirección se dejaba ir con él,
más o menos, hacia la corriente derrotista.
Parte de los miembros de la dirección dieron
prueba de cobardía. Valdés, secretario de organización, tras
haber trabajado bastante mal algunos días (ocupado más en la
evacuación de las familias hacia la frontera que en la
lucha), cuando empezó a ser bombardeada la ciudad cada 20
minutos, se abandonó a una vergonzosa crisis nerviosa en
pleno local del partido y tuvo que ser evacuado hacia la
frontera. Cerca de Figueres, 10 días después, nuevos
bombardeos y nueva crisis, fue evacuado a Francia. Vidiella,
enfermo e incapaz de trabajar, fue evacuado igualmente en
los primeros días. Ferrer y Molinero, dirigentes de la UGT,
permanecieron hasta los últimos días, pero no fueron capaces
de trabajar; no consiguieron movilizar a las masas de sus
organizaciones ni para los trabajos de fortificación ni para
los combates de la calle. Ardiaca, secretario de la sección
agitprop, cuando la situación se agravó, decidió irse a
vivir a 40 km. de la ciudad. Después de volver, por decisión
del secretariado, no fue siquiera capaz de garantizar la
aparición diaria del órgano del partido. Colomer, el viejo,
se comportó como un trotskista y un agente del enemigo. De
acuerdo con el secretario de Comorera, un tal Tous, hizo
publicar en Barcelona en los primeros días de enero, en
calidad de “órgano teórico” (¡!) del PSUC, una revista de
contenido trotskista que impuse que fuera retirada de la
circulación. Los cuadros intermedios de los sindicatos se
mostraron casi todos débiles, y en gran parte abandonaron la
ciudad furtivamente, con sus familias, muchos días antes de
la caída.
Entre los que trabajaron bien hay que
mencionar a Asier, que sustituyó a Valdés como secretario de
organización; a la camarada Dolores Piera, que consiguió
movilizar a las mujeres del partido para el trabajo en las
calles y para las fortificaciones; al secretario de la
organización de Barcelona Muni, aunque se mostrara débil
desde el punto de vista organizativo.
El comité ciudadano del partido de Barcelona
trabajó hasta el último momento, pero sus vínculos con las
masas eran débiles, insuficientes para hacer frente a una
situación tan grave. Los comités de sección funcionaron mal.
Ya 10 días antes del final el número de militantes de que
disponía cada uno de ellos para el trabajo empezó a
disminuir de forma impresionante. En los últimos días en
alguna sección trabajaban solamente dos o tres camaradas
(mujeres).
Esas debilidades del partido en Barcelona no
se explican completamente más que por la penetración de la
influencia desmoralizadora del enemigo en el propio partido,
a través de los vínculos masónicos y del influjo de los
partidos catalanistas. Además, no se puede negar que hubo
una influencia trotskista que impidió comprender cuál había
de ser el papel de la clase obrera y de sus organizaciones
en la defensa del país contra el invasor extranjero.
El número de obreros que conseguíamos
movilizar en los últimos días para los trabajos de
fortificación apenas llegaba a los dos mil.
Un papel positivo fue jugado por la
organización de la juventud, aconsejada por Santiago
Carrillo y dirigida por el joven Colomer.
b) Por lo que
se refiere al segundo punto (sabotaje y traición) el hecho
más grave es la completa falta de iniciativa del Estado
Mayor general pata fortificar la ciudad. El plan había sido
elaborado ya en el mes de agosto de 1938, pero no se había
hecho nada para ponerlo en práctica. Cuando empezamos a
mandar a centenares y millares de obreros para los trabajos
de fortificación, las autoridades militares les hicieron
volverse, y se entabló una auténtica lucha para obtener que
fuera organizado su trabajo. En ese campo tuvo que ser
organizado todo por la dirección del partido (obtención de
camiones, de instrumentos de trabajo, de suministros, etc.).
Finalmente, como causa inmediata de la caída
de la ciudad están las disposiciones impartidas por el
Estado Mayor en los días 24 y 25 de enero. Según esas
disposiciones, el coronel Modesto, que se retiraba por aquel
sector, no debía preocuparse de la defensa de Barcelona,
confiada al viejo general Sarabia, republicano, masón e
imbécil. Las tropas de Modesto tenían que quedar bajo las
órdenes de ese general durante todo el tiempo que
permanecieran en la zona de Barcelona; pero la orden de
“fuego” dada por Sarabia la noche del 25 preveía ya su
salida y la evacuación de la ciudad, aun antes de haber
intentado la defensa. La misma noche dos mil guardias de
asalto, bien armados con fusiles, ametralladoras y
tanquetas, recibían orden de abandonar la ciudad, lo que
acabó de desmoralizar a los habitantes y de extender el
pánico. No se ha podido determinar todavía quién dio esa
orden. Sarabia afirma procedía del ministro de Gobernación;
éste lo niega rotundamente. La conclusión es que existía un
plan preconcebido y puesto en práctica por capitulacionistas
y traidores para hacer imposible toda defensa de la capital
catalana y para evitar sobre todo que tuvieran lugar
combates en las calles.
Hay que añadir que la maniobra enemiga de cercar Barcelona se
desarrolló con rapidez fulminante. Apenas habían entrado los
italianos en la ciudad cuando ya la carretera que sale hacia el
norte era interrumpida por la artillería y las columnas
motorizadas fascistas. La dirección del partido, que permaneció
en la ciudad hasta el último momento, se salvó de milagro.
ARRIBA
Después de Barcelona el aparato del Estado
se hundió completamente, entre un desorden y un pánico
inauditos. Negrín había dado la orden de evacuar todos los
ministerios hacia la región de Gerona-Figueres, y aconsejó
la partida de todos los dirigentes políticos. Eso, ocho días
antes de la caída. Pero ni él ni ninguno de los ministros
tomó medidas prácticas para organizar la evacuación,
manteniendo el funcionamiento de un aparato dirigente, y por
eso fue una fuga desordenada, con los burócratas que se
llevaban en los camiones hasta sus mesas de trabajo y sus
tinteros, por no hablar de las camas, los colchones, las
mujeres, los niños, los amigos, etc. Un espectáculo trágico
y grotesco, que contribuyó a desmoralizar a toda la ciudad.
Las carretera que van hacia la frontera estuvieron atascadas
durante diez días. En la zona de Gerona-Figueres no se había
preparado nada, y toda esa masa acabó acampando en el campo
y por las carreteras, en torno al castillo de Figueres y en
el castillo mismo, sede provisional del gobierno y del caos
más penoso. Ya no funcionaba nada, ni el teléfono, ni el
telégrafo, ni los ferrocarriles, ni los transportes, ni las
carreteras, ni la policía, ni el comisariado de Guerra. El
aparato de los carabineros y de los guardias de Asalto,
preparado con vistas a una situación semejante como última
reserva del gobierno, se hundió. Los carabineros fueron de
los que contribuyeron a organizar el pánico. Los guardias de
Asalto resistieron un poco más, pero desaparecieron a su vez
en la confusión. Del mismo modo desaparecieron los centros
de reclutamiento y las pocas reservas todavía existentes.
Sólo el Estado Mayor mantuvo una mínima capacidad de
funcionamiento y un aparato de enlace con los frentes,
aunque con enormes dificultades e insuficiencias. Con una
retaguardia semejante, totalmente descompuesta, y sacudida a
su vez por oleadas de pánico, el ejército no estaba ya en
condiciones de combatir. A pesar de todo, todavía resistía
ante Granollers (XI división) y en torno a Gerona, y se
retiraba de modo relativamente ordenado, poniendo en
práctica sistemáticamente el plan de destrucción de
carreteras, puentes, depósitos de munición, etc., etc.,
permitiendo así la evacuación hacia Francia de la población
civil y de la casi totalidad del armamento.
Negrín se vio completamente desbordado: por su propia iniciativa
no tomó ninguna medida concreta de organización. Dejó hacer, sin
embargo, al Partido. Cada día tenía que hacer frente en el
Consejo de Ministros, reunido casi de forma permanente, a la
ofensiva de los capitulacionistas, que entonces eran,
abiertamente, todos los ministros, a excepción de Uribe. El
camarada Moix, ministro de Trabajo, miembro del PSUC, el 30 de
enero, durante el consejo en el que Negrín, tras leer una
pérfida carta de Rojo sobre nuestros amigos, pedía un voto de
confianza que lo dejase libre para decidir el momento en que el
Gobierno debía trasladarse a la Zona Central, no encontró nada
mejor que ponerse a llorar. Los demás ministros, el presidente
de la República, casi todos los jefes de los demás partidos, los
jefes militares no comunistas, etc., exigían todos que Negrín
pusiese fin a la guerra, reconociendo la imposibilidad de toda
resistencia ulterior y solicitando la intervención de Francia e
Inglaterra para obtener de Franco condiciones “dignas”… Cuáles
podían ser esas condiciones era cosa que nadie sabía ni
intentaba precisar: en general se pensaba en la facultad de
evacuar de la Zona Central a algunos miles de dirigentes
comprometidos y nada más. Al mismo tiempo, Francia e Inglaterra
apremiaban y tomaban actitudes brutales y chantajistas (amenaza
de cerrar la frontera francesa y dejar que los fascistas
capturaran al ejército completo; embargo de las armas que se
encontraban en Francia con destino a España). Estaba claro que
también Negrín había perdido la confianza en la continuación de
la lucha, pero seguía aferrado a su antigua línea política, que
era la de la resistencia. De esa situación surgieron los tres
puntos de Figueres y el voto de confianza que concedieron las
Cortes a Negrín sobre la base de la formulación de sus tres
puntos. Precisamente ahí estaba el equívoco. Para Azaña, para
los republicanos, para los jefes socialistas y para los
militares de carrera los tres puntos de Figueres habían de
constituir la base para una intervención diplomática
franco-inglesa que debía ser solicitada por el gobierno de la
República. Negrín no aceptaba esa segunda parte y dejó pasar las
ofertas de mediación, que por otra parte no tenían ninguna base
concreta y eran invitaciones a la capitulación pura y simple.
Eso dio a Azaña el pretexto, 15 días después, para no volver de
Francia a la Zona Central, afirmando que “las condiciones
establecidas entre él y el gobierno no habían sido respetadas”.
Lo que había de contradictorio en la posición de Negrín era que,
aun reafirmando de modo platónico la resistencia, luego no hacía
nada para organizarla. La mayor responsabilidad es la de no
haber dado, en los últimos días de Figueres, las órdenes
necesarias para trasladar a Valencia y Madrid al menos una parte
de las armas que nos estaban llegando.
En ese período el Partido trabajó en condiciones de extrema
dificultad, pero lo hizo hasta el último momento. La dirección
del PC se instaló en Figueres, en el local del partido del
centro de la ciudad, donde trabajamos nosotros. Era imprudente
pero necesario en un momento como aquél de cobardía general. La
dirección del PSUC se instaló en el campo, en Esponellà. A
continuación nos trasladamos al castillo de Figueres y a
Agullana (última sede del gobierno). Nuestras tareas principales
eran de orden práctico. Ante todo organizar el orden en las
carreteras, cosa que conseguimos –relativamente– con la ayuda de
la aviación. Combatir el pánico con un trabajo de agitación
(mítines, concentraciones en la calle, publicaciones del órgano
del Partido en Gerona y en Figueres, radio, diarios murales,
etc.). Reconstitución, en cada ciudad y en cada pueblo, de los
ayuntamientos, con hombres valerosos, miembros del partido, que
ocupaban el lugar de los que habían escapado. Ayuda en la
construcción de líneas fortificadas. Intento de organizar un
servicio de recuperación de los soldados que huían del frente.
Ayuda en el funcionamiento del aparato militar. Visitas al
frente. El método era el de situar en todas partes a nuestros
hombres (comandantes de plaza, jefes de control de las
carreteras, etc., etc.) sin pedir permiso a nadie. Y como los
nuestros eran los únicos que trabajaban y no tenían miedo, se
imponían. Trabajaron todos los miembros del Buró Político que se
encontraban en la zona (Giorla, Mije, Antón, Manso). Por lo que
se refiere al PSUC, su dirección permaneció un poco más oculta y
se ocupó demasiado de la evacuación a Francia de diversos
objetos de valor; no obstante, un grupo de cuadros intermedios
dirigidos por el camarada italiano Armando Fedeli trabajó y
luchó con tenacidad y entusiasmo hasta el último instante. Entre
ellos se encontraba el viejo Hilari Arlandis, que fue muerto por
una bomba de aviación. Los cuadros de la organización local del
PSUC trabajaron mejor que los de la organización de Barcelona.
En esos días tuvimos la prueba de que la base del PSUC era mucho
mejor que su dirección.
Nosotros, absorbidos completamente por esas tareas organizativas
y dominados hasta el último día por la esperanza o la ilusión de
poder arreglar de nuevo la situación mediante nuestro trabajo y
de impedir la pérdida de Cataluña, cometimos un grave error
político: el de no tener en cuenta la situación concreta y no
valorar con prontitud, en todo su alcance, las consecuencias de
la derrota. Ya en la noche del 27 de enero el camarada Sa. nos
decía (reunión con Antón y con Alfredo) que estaba convencido de
que el ejército ya no podía aguantar con fuerza, que Cataluña
estaba perdida irremediablemente y que, una vez perdida
Cataluña, consideraba inevitable el hundimiento e imposible la
resistencia en la Zona Central. Ésa era la opinión de todos los
militares de carrera, comunistas y no comunistas. Nosotros no
tuvimos en cuenta ese hecho. Hubiéramos tenido que cambiar el
modo en que planteábamos a las masas y a los demás partidos el
problema de la resistencia, al igual que hubiéramos tenido que
cambiar nuestro lenguaje y nuestras argumentaciones. No habíamos
entendido esa necesidad. Estábamos casi completamente aislados
en nuestro trabajo. En Figueres no logramos obtener el más
mínimo funcionamiento ni del Frente Popular ni del comité de
enlace con el PSOE. La dirección de la UGT no funcionaba más que
gracias al esfuerzo de los comunistas. Nosotros explicábamos ese
hecho por la cobardía de los demás, sin ver que además de la
cobardía había un problema político que habríamos debido
estudiar y resolver con prontitud. Eso tuvo graves repercusiones
en toda nuestra política posterior. Además, ahora tengo claro
que hubiéramos debido oponernos al traslado, al menos, del
gobierno de la Zona Central antes de la pérdida total de
Cataluña.
ARRIBA
He hablado ya del papel jugado por la
traición en la pérdida de Barcelona sin disparar un solo
tiro. Actos aislados de traición se produjeron en todo el
frente y a lo largo de toda la campaña, pero es difícil
establecer caso por caso si se trató de traición o sólo de
incapacidad y de cobardía. En el aparato de la industria
bélica existía sin duda el sabotaje; así se explica que
diversos trenes cargados de armas y municiones fueran
encontrados por las tropas en retirada en lugares en los que
nadie suponía que estuvieran. Las oleadas de pánico en el
frente interno también eran debidas muchas veces al trabajo
hostil de la quinta columna (sobre todo en la costa, en Port
de la Selva, Palamós, Caldetes, donde fue abandonado
material importante). Queda por examinar si se produjo
sabotaje en la conducción general de la campaña. El problema
que se plantea concretamente es el de Rojo y su lealtad.
Rojo fue siempre un problema para nosotros, pero a pesar de las
reservas y las dudas que inspiraban su origen, sus relaciones y
su pasado, el Partido acabó por concederle su confianza. Rojo
supo siempre cultivar con gran habilidad sus relaciones con el
Partido. Es por lo menos extraño observar cómo cada vez que
estaba a punto de producirse un desastre militar él daba un paso
hacia el PC. En 1937-1938, antes de la segunda fase de las
operaciones de Teruel, declaraba que el único partido en que
hubiera podido entrar era el PC. En 1938, en vísperas de la
ofensiva fascista, su hijo pidió el carné del partido y Rojo
mismo solicitó a Negrín que se le autorizara a entrar en el
Partido Comunista. Negrín le negó la autorización. Si tenemos
presente que al mismo tiempo protegía a los elementos más
sospechosos de todo el ejército (Muedra, Garijo), ostentaba su
amistad con el general Asensio, enemigo encarnizado del Partido,
y mantenía el Estado Mayor en estado de desorganización, sus
declaraciones filocomunistas resultan cuando menos extrañas.
En cuanto a 1938, el estudio de las operaciones militares de
enero a marzo (pérdida de Teruel, ruptura del frente aragonés)
deja en pie las dudas sobre la actividad de sabotaje del Estado
Mayor general (equivocado empleo de las reservas, agotamiento
del ejército de operaciones en desplazamientos inútiles, enorme
retraso en el cambio del dispositivo de combate para hacer
frente a la ofensiva enemiga cuando el objetivo era ya
clarísimo). Esos errores, sin embargo, pueden explicarse también
por la desmoralización que determinó en el Estado Mayor general
el derrotismo del ministro de la Guerra (Prieto).
Durante la resistencia en Levante (mayo-junio de 1938) la
influencia de Rojo se ejerció en dirección equivocada. En vez de
concentrar el esfuerzo en la organización de una robusta línea
de resistencia fortificada, aconsejaba enviar al frente y poner
en campo abierto en pequeños grupos las reservas del ejército,
cosa destinada a provocar su agotamiento sin resultados. En
cuanto se cambió de táctica pudo ser detenido el enemigo.
A Rojo le corresponde la responsabilidad directa del fracaso de
las operaciones de Extremadura. Deben estudiarse además otros
hechos. Incomprensibles resultan las propuestas hechas por él
durante una visita a la Zona Central, consistentes en reducir
los efectivos de las brigadas a 1.700 hombres y disolver la
única unidad de gastadores existente en Madrid y la única de
pontoneros existente en la Zona Central. Incomprensible el
objeto de su viaje a Menorca en un momento en que el mar no era
seguro (octubre de 1938). Bastante oscuro su papel en la
designación de Ubieta, el traidor que entregó la isla a Franco,
como comandante de Menorca, tras destituir a Brandaris, hombre
leal y valeroso, que hubiera defendido la plaza.
En 1939 la táctica de Rojo en Cataluña fue la misma que
aconsejaba en 1938 en Levante. El ejército se agotó en la
defensa de una serie de posiciones sucesivas muy poco distantes
unas de otras y poco o nada preparadas anteriormente. Ningún
trabajo serio para fortificar y concentrar las reservas frescas
en una posición retrasada sólida. La consecuencia era no
solamente que se perdían hombres y armas, sino que las unidades,
al retirarse continuamente y sin ninguna perspectiva o
posibilidad de reorganización, se desmoralizaban muy pronto.
Durante la campaña no se llevó a cabo ningún intento de
maniobra, quizá por falta de reservas. El hundimiento de un
sector del frente significaba siempre que cedía todo él, en toda
su extensión. Está claro que el problema deberán estudiarlo
técnicos militares. Lo cierto es que Rojo descuidó siempre tanto
la fortificación como la formación de reservas. El 30 de enero
de 1939, en el curso de una conversación con el Buró Político,
desarrolló cínicamente la teoría de la total inutilidad de las
fortificaciones.
Ahora sabemos que Rojo, inmediatamente después de la caída de
Barcelona, propuso a Negrín poner fin a la guerra, dando a todos
los comandantes de batallón la orden escrita de alzar la bandera
blanca y pasarse al enemigo. Negrín, sin embargo, no dijo nada
ni al partido ni al camarada Sa. El general Rojo, en el Consejo
de Ministros del 29 de enero de 1939 y posteriormente, demostró
que la resistencia era imposible y, aunque permaneció en su
puesto y continuó dando órdenes, no hizo nada para intentar
verdaderamente salvar una situación que juzgaba desesperada.
Como todos los demás, consideraba imposible continuar la lucha
en la Zona Central, y comunicó esa opinión al general Matallana,
mediante una carta confiada a un correo especial y secuestrada
por Negrín en Madrid. El general Matallana era hombre de
absoluta confianza de Rojo; en 1937 se había sospechado que
tuviera contactos con el enemigo, pero no se había averiguado
nada concreto. Rojo, en cambio, ostentaba desprecio y odio hacia
el coronel Casado.
Examinando los hechos en su conjunto y las últimas actitudes de
Rojo, me parece que puede concluirse que es un elemento que
políticamente ha jugado con dos barajas y cuyos vínculos con el
enemigo no se interrumpieron nunca. En qué medida nos traicionó
conscientemente en la dirección de las operaciones es cosa que
sólo podrá ser establecida por un examen de las operaciones
militares realizado en profundidad por personas competentes.
Una vez perdida Cataluña, en la Zona Centro pasó a dominar
rápidamente la corriente derrotista y capitulacionista.
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