Escritos sobre la guerra de España
Informe sobre la campaña de Cataluña por el comunista Togliatti.
Por
Eduardo Palomar Baró.
Palmiro Togliatti nació en Génova el 26 de marzo de 1893 en el seno de una familia de clase media. Comenzó su vida política en el Partido Socialista Italiano poco antes de la Primera Guerra Mundial. En ella combatió como oficial voluntario, siendo herido en combate y enviado a casa por enfermedad.
Al final del conflicto formó parte del grupo liderado por Antonio Gramsci, que publicaba el periódico L’Ordine Nuovo en Turín mientras trabajaba como profesor. Fundador del Partido Comunista de Italia (PCd’I, más tarde PCI) en 1921, se convirtió en el líder del mismo –tras el encarcelamiento de Gramsci por el régimen de Benito Mussolini– y en director de su órgano Il Comunista.
Cuando el Partido fue ilegalizado por el gobierno fascista en 1926, Togliatti fue uno de los pocos dirigentes que no fue arrestado, debido a que se encontraba en una reunión de la Internacional Comunista en Moscú. Estuvo en el exilio durante las décadas de 1920 y 1930, organizando reuniones clandestinas del PCd’I en Lyon (1926) y Colonia (1931). En 1927 fue elegido Secretario General del Partido.
En 1935, bajo el nombre de guerra de Ercole Ercoli, fue elegido miembro del Secretariado de la Internacional Comunista. Participó en la Guerra Civil española en 1937 como máximo responsable en España de la Internacional, encargado de asegurar que el Partido Comunista de España ejecutara fielmente la línea política fijada desde Moscú de lograr la total unidad en el bando republicano y primar el objetivo de ganar la guerra sobre el de hacer la revolución. En esa medida, diversos sectores le atribuyeron una responsabilidad cuando menos política, si no directa y personal, en episodios oscuros del bando republicano, desde exterminio del POUM, al asesinato de Andreu Nin, pasando por la depuración de las Brigadas Internacionales.
En 1939, tras su huída de España por la derrota de los frentepopulistas, fue detenido en Francia. Liberado tras el pacto nazi-estalinista, se trasladó a la Unión Soviética y permaneció allí dirigiendo las emisiones de radio a Italia durante la Segunda Guerra Mundial, llamando a la resistencia contra la Alemania nazi y la República Social Italiana de Mussolini.
Regresó a su país natal en 1944 y bajo su dirección el PCI desarrolló el llamado Giro de Salerno (Svolta di Salerno), basado en el apoyo del Partido a las medidas democráticas necesarias para implantar en Italia la República y el abandono de la lucha armada para establecer el socialismo. Este giro a la derecha, en contraste con las demandas de un amplio sector de su base significó además el desarme de los miles de partisanos comunistas de la Resistencia Italiana. Togliatti fue nombrado Ministro de Justicia.
Tras ser Ministro sin cartera en el gobierno del General Pietro Badoglio, sirvió como Vice-Primer Ministro en el gabinete del democristiano Alcide De Gasperi en 1945. A pesar del deseo contrario de su Partido, votó a favor de incluir los Pactos de Letrán en la Constitución de la República Italiana. En las elecciones generales de 1946, el PCI obtendría el 19% de los votos y 104 escaños.
Los ministros comunistas fueron cesados durante la crisis de mayo de 1947. En el mismo mes, Maurice Thorez, líder del Partido Comunista Francés, fue forzado a dimitir del gobierno de Paul Ramadier junto a los otros cuatro ministros comunistas. Como en Italia, el partido comunista era muy fuerte y participaba en la alianza de gobierno con socialistas y democristianos (el llamado Tripartisme) había obtenido el 28,6% en las elecciones generales de noviembre de 1946.
En 1948, Togliatti lideró al PCI en las primeras elecciones tras la instauración de la República en la alianza Frente Democrático Popular, junto al PSI, que obtuvo el 31% de los votos.
El 14 de julio de ese año, Togliatti sufrió un atentado fascista, siendo seriamente herido y creando una gravísima crisis política en Italia, que incluyó una huelga general convocada por la Confederación General Italiana del Trabajo. Los propios llamamientos a la calma de Togliatti impidieron una extensión mayor de la movilización comunista, que podría haber iniciado un proceso revolucionario en el país.
Bajo su dirección, el PCI se convirtió en el segundo partido político del país y en el mayor partido comunista de Europa Occidental. Aunque permanentemente en la oposición a nivel nacional, accedió al poder en numerosos municipios y en grandes regiones y provincias como Emilia Romaña, Toscana o Umbría.
En 1953 luchó contra el intento de la Democracia Cristiana de instaurar un sistema electoral mayoritario similar al de Reino Unido o Estados Unidos, lo cual habría beneficiado al centro-derecha. Finalmente no fue aprobada.
En las elecciones de noviembre de ese año el PCI obtuvo el 22,6% de los votos. A pesar de su estrecha relación con la Unión Soviética, el liderazgo de Togliatti no fue cuestionado tras la Revolución Húngara de 1956, que en la mayor parte de los países causó enormes conflictos en el seno de la izquierda. Al mismo tiempo comenzó la defensa de la teoría del policentrismo (unidad en la diversidad de los partidos comunistas). En las elecciones de 1958 el PCI siguió en ascenso, así como en las de 1963 donde llegó al 25,2% de los votos, aunque volvió a quedar lejos de alcanzar la mayoría relativa.
Togliatti murió el 21 de agosto de 1964 debido a una hemorragia cerebral mientras se encontraba de vacaciones junto a su pareja Nilde Iotti en Yalta (URSS). Según sus colaboradores, Togliatti se encontraba realmente allí para dar su apoyo a Leonid Brézhnev como sucesor de Nikita Jruschov al frente del Partido Comunista de la Unión Soviética.
Le sucedió como Secretario del PCI el dirigente comunista Luigi Longo. A éste le sucedería en 1972 el pupilo favorito de Togliatti, Enrico Berlinguer, que sin embargo acabaría con muchas de las políticas defendidas por aquél.
Conclusiones
Palmiro Togliatti ha sido abiertamente criticado por muchos historiadores italianos por no haber condenado la intervención soviética en la Hungría de 1956. Sus políticas fueron definidas como maquiavélicas y cínicas en sus objetivos, siempre que asegurase el crecimiento del poder del PCI.
También ha sido criticado por las buenas relaciones que mantuvo con el Presidente de Yugoslavia, Josip Broz Tito, que era considerado un disidente por la dirección del PCUS tras su ruptura con Stalin en 1948.
Y así mismo ha sido criticado por su balance de las políticas de Stalin: tras la muerte del líder soviético en 1953, afirmó: “Iosif Stalin es un titán del pensamiento. Su nombre debe dársele al conjunto del siglo…”. Más tarde, en 1956, tras la desestalinización, declaró: “Stalin ha diseminado tesis falsas y exageradas, y fue víctima de una perspectiva desesperada de la persecución sin fin”. Al siguiente año, Togliatti insistió repetidamente que había desconocido los crímenes de Stalin.
La Vía Italiana al Socialismo que propuso, giró al PCI hacia posiciones más independientes, a la condena de la invasión soviética de Checoslovaquia durante la Primavera de Praga de 1968 y sentó las bases para el eurocomunismo de Berlinguer.
Escritos sobre la guerra de España
Palmiro Togliatti vivió día a día la lucha de la República española contra el ‘fascismo’, participando activamente en la dirección del combate. En estos escritos se recogen sus informes a la Internacional Comunista, que son una fuente histórica sumamente valiosa y un testimonio de primera magnitud sobre los problemas con que hubo de enfrentarse la República.
En su informe correspondiente del 21 de mayo de 1939 trata sobre la campaña de Cataluña, en los siguientes términos:
Falta de ayuda efectiva del ejército de la Zona Central al ejército de Cataluña
Tras el inicio de las operaciones del Ebro, que impidieron la caída de Valencia en julio de 1938, el ejército de Cataluña no recibió ninguna ayuda efectiva del ejército de la Zona Central. Eso fue consecuencia no solamente de la situación general de las unidades de la Zona Central, sino también del sabotaje y de la nefasta acción del general Miaja y de los demás comandantes del Centro.
La ayuda podía haberse prestado de dos modos: a) organizando operaciones ofensivas generales en la Zona Central, o bien, b) enviando con prontitud fuerzas considerables –uno o dos cuerpos de ejército– de la Zona Central a Cataluña.
El Estado Mayor republicano se orientó hacia la primera solución, y fue proyectada así una operación ofensiva general en los frentes meridionales –Extremadura, Andalucía, costa mediterránea– que, si hubiera sido coronada por el éxito, habría podido invertir la suerte de la guerra. Sucedió, no obstante, lo contrario. El plan consistía en una repetición en condiciones distintas de lo que había dado buen resultado con la toma de Teruel, es decir, en prevenir la ofensiva del enemigo mediante una maniobra por sorpresa que desbaratara sus planes. El ataque había de tener lugar con el apoyo de la armada, con un desembarco en dirección a Motril entre el 8 y el 11 de diciembre de 1938, y esa operación había de ir seguida a pocos días de distancia por un vigoroso ataque en Extremadura dirigido hacia Zafra, con el objetivo de cortar la carretera de Sevilla a Badajoz, lo que habría significado, prácticamente, cortar en dos el territorio enemigo.
La operación de Motril no tuvo lugar: los transportes de tropas recibieron orden –tras una serie de telegramas contradictorios intercambiados entre los distintos jefes militares– de volver a la base, cuando se encontraban ya en el mar. Hoy no cabe duda de que se trató de un acto de sabotaje y de una traición, cuyo autor debe buscarse entre los tres responsables de todo ese asunto (Miaja, Rojo, Matallana).
Ubieta, comandante de la armada, jugó un papel de lo más sospechoso. Cometimos el error, entonces, de contentarnos con las explicaciones que se nos dieron (malentendidos entre Miaja y Rojo, entre Miaja y Matallana, etc.). Hubiéramos debido profundizar en la cuestión y exigir que se investigaran las responsabilidades, pero eso hubiera significado poner en discusión la lealtad de los jefes militares supremos. Hay que decir también que el Partido fue informado bastante mal y con gran retraso sobre todo eso.
La operación de Extremadura fue fijada para el 18 de diciembre de 1938. Pero cuando todas las fuerzas estaban ya concentradas en sus bases de partida el Estado Mayor general cambió los planes y decidió que el ataque tenía que desencadenarse en dirección a Granada, cosa que obligó a cambiar radicalmente el dispositivo de combate, trasladando a un ejército de un frente a otro por carreteras en pésimas condiciones. Cuando todo estuvo dispuesto para el ataque hacia Granada, nuevo cambio. El Estado Mayor general desaconseja la operación contra Granada, pero deja libre al Estado Mayor de la Zona Central para operar donde considere oportuno. Éste se decide de nuevo por Extremadura. Las tropas son trasladadas de nuevo en medio de un desorden inaudito y el ataque no tiene lugar hasta el 5 de enero de 1939, 13 días después de la ruptura del frente del Segre, cuando el enemigo había obtenido ya en Cataluña éxitos harto importantes.
A pesar de ello el enemigo fue cogido por sorpresa y la operación habría podido tener una repercusión notable si tras la ruptura del frente y tras el primer éxito se hubiera maniobrado con audacia, lanzando todas las fuerzas por la brecha y avanzando con decisión –como hacía en Cataluña el ejército fascista– por el flanco y a espaldas del enemigo, en una región no fortificada y poco defendida en la que habríamos podido contar con grupos guerrilleros y amenazando Sevilla por un lado y la carretera de Badajoz por otro. Eso no se hizo, por incapacidad e indecisión del mando y en particular de los comandantes de las unidades y de las divisiones. Desgraciadamente eran en su mayor parte comunistas (Cartón, miembro del Buró Político, Marquina, Toral, etc.). Empezaron a pelearse entre sí, a frenar a los que querían avanzar audazmente, como el comunista Recalde, comandante de la 47 división del XXII cuerpo de ejército, y a marcar el paso sin moverse, y dejaron tiempo al enemigo para reunir sus reservas locales y algunas fuerzas retiradas de otros frentes (Levante), para hacernos frente y rechazarnos hasta nuestras posiciones de partida. La operación de Extremadura fue una de las mejores ocasiones perdidas de asestar al enemigo un golpe bastante grave por el ejército republicano. Tal como se desarrolló no tuvo ninguna repercusión en el curso de las operaciones de Cataluña.
Parte de la responsabilidad de este fracaso corresponde a Jesús Hernández, comisario general del ejército de la Zona Centro. No estaba sobre el terreno en el período de preparación, llegó el día mismo en que empezaba la operación y se volvió dos días después, precisamente en el momento crítico, cuando su presencia habría sido más necesaria. El Buró Político decidió mandar a Dolores Ibárruri, quien sin embargo no pudo cambiar la situación, comprometida ya de modo tan grave.
Por lo que se refiere al envío de fuerzas de la Zona Centro a Cataluña, la decisión en este sentido fue tomada con mucho retraso y mal, sólo para un pequeño número de hombres (todo lo más una división).
En vez de trasladar unidades completas y escogidas entre las mejores, con su Estado Mayor, etc., fueron mandados a Cataluña soldados tomados de todo el ejército (los que lo solicitaban, y por lo tanto, en su mayor parte, catalanes que se ofrecían porque querían volver para ver a sus familiares). Cada comandante, naturalmente, dejó ir sólo a los peores. Los primeros millares llegaron a Barcelona cuando ya había caído Tarragona. Una gran parte desertó aún antes de ser mandada al frente. Una brigada a la que se había confiado la defensa del macizo de Garraf –última línea de defensa de la capital– huyó al completo ante el enemigo.
La campaña de Cataluña
Tras la retirada del ejército de Modesto a la orilla izquierda del Ebro y cuando la ofensiva fascista había de considerarse inminente la relación de fuerzas entre nuestro ejército y el ejército enemigo, que se disponía a atacarnos en el frente catalán, era aproximadamente la siguiente:
Infantería de uno a dos
Artillería de uno a tres
Aviación de caza de uno a dos y medio
Aviación de bombardeo de uno a cuatro
Dado que estábamos a la defensiva y que algunos sectores del frente estaban bien protegidos (XI cuerpo de ejército; XVIII cuerpo de ejército; XII cuerpo de ejército), esa relación de fuerzas no nos era demasiado desfavorable. En esas condiciones un buen ejército podía resistir victoriosamente, y desde ese punto de vista la valoración optimista del camarada Sa. (camarada no identificado por Togliatti) estaba justificada. Pero la verdad es que nuestro ejército, además de sus acostumbradas debilidades orgánicas, estaba en aquel momento particularmente debilitado.
Además, una vez lanzado, el ataque fascista resultó más fuerte de lo previsto. Se esperaba un ataque de 22 divisiones; el 7 de enero de 1939, 14 días después del comienzo de la ofensiva, el enemigo había puesto en línea 22 divisiones, pero tenía a su disposición 4 más en posición de apoyo inmediato y aun otras 5 o 6 de infantería para operar en Cataluña. Su superioridad resultaba aplastante, sobre todo en cuanto a la artillería y a la rapidez de maniobra.
El ejército republicano se batió bien –con la grave excepción del XII cuerpo de ejército de Vega, que abandonó el frente el primer día, dos horas después del ataque, casi sin combatir y con las debilidades de siempre– más o menos durante quince días En los primeros días de enero se notaba el bajón de la moral y la falta de disciplina del XV cuerpo de ejército (Tagüeña) y del XXIV. El 19 de enero la situación de las fuerzas republicanas del frente era la siguiente:
X cuerpo de ejército (Anarquista) (¿?)
XI cuerpo de ejército (Márquez) 21-22.000 hombres
XVIII cuerpo de ejército (Del Barrio) 7-8.000 “
XII cuerpo de ejército (Galán) 6.000 “
V cuerpo de ejército (Líster) 10.000 “
XV cuerpo de ejército 6-7.000 “
XXIV cuerpo de ejército (¿?) 7.000 “
Los efectivos normales de un cuerpo de ejército habrían tenido que ser de 30-32.000 hombres.
A partir de aquel momento el bajón de la moral y de la disciplina se hizo general. Las posiciones clave fueron abandonadas sin combatir. El decreto de movilización general (18 de enero), acogido con entusiasmo por el pueblo, tampoco podía dar resultado alguno. Los recién movilizados acudían en masa a los centros de reclutamiento, pero los que eran enviados al frente, sin ninguna preparación, contribuían a empeorar la situación, porque eran los primeros en huir. La iniciativa del Gobierno de pedir a los partidos que formaran batallones de voluntarios no surtió más que efectos muy limitados, porque habían sido ya movilizados todos o casi todos los hombres. Con esos batallones fueron enviados sobre todo los camuflados de los distintos aparatos del estado, y también ellos dieron un pésimo resultado. El ejército en retirada, que entre el 20 y el 25 estaba a las puertas de Barcelona, era ya un ejército incapaz de combatir, con la excepción de alguna unidad (XI división). Dos divisiones mantenidas en reserva por el Estado Mayor general bastaron a duras penas para tapar transitoriamente alguna brecha. La decisión de mandar nuevamente al fuego a los internacionales que todavía esperaban para ser evacuados (italianos, alemanes, polacos, etc.) fue tomada demasiado tarde, y los internacionales puestos en línea tras la caída de Barcelona también abandonaron el frente sin combatir, en La Garriga y después en Gerona. Lo único bueno que hicieron fue la vigilancia de las carreteras de la retaguardia durante las dos últimas semanas, entre Figueres y la frontera francesa.
La ciudad de Barcelona habría podido resistir probablemente algún día más a) si el pueblo hubiera sido llamado a la defensa y b) si no hubieran surgido hechos sólo explicables por la traición y el sabotaje.
a) Por lo que se refiere al primer punto (movilización del pueblo), en Barcelona se manifestaron algunos de los síntomas que habían de hacerse predominantes en los dos meses siguientes en la Zona Central.
El primero de ellos fue el gran cansancio de las masas, tanto de las que siempre nos había seguido a nosotros como de las que habían seguido a otros partidos. El 25 de diciembre de 1938 tuvo que ser aplazado un gran mitin convocado por los jefes anarquistas más conocidos de Cataluña (Capdevila, Oliver, etc.) porque el público se reducía a seis personas, hecho sin precedentes en una cuidad como Barcelona. Las masas de la pequeña burguesía nacionalista no manifestaron entusiasmo alguno por la lucha en ningún momento de la campaña. La masa sin partido se mostraba indiferente y en ocasiones hostil ante quien predicaba y organizaba la resistencia. Los grupos de jóvenes que construían barricadas se enfrentaban a grupos de mujeres del pueblo que, llorando, les quitaban de las manos los instrumentos de trabajo. Los nervios de los habitantes de Barcelona estaban deshechos, por las privaciones, por la indigencia, por los constantes bombardeos, etc. Por lo que se refiere al PSUC, quedó claro que su pretendida posición dominante en Barcelona era una ilusión.
Las direcciones de los distintos partidos se negaron a emprender ninguna acción común eficaz. Se imprimieron carteles y nada más. Dentro del Frente Popular –todavía 10 días antes de la caída de la ciudad– se luchaba por provocar una crisis del Consejo de la Generalitat. El Ayuntamiento de Barcelona se negó a reunirse hasta la víspera de la entrada de las tropas italianas. Cuando se reunió, el 25 de enero, estaban presentes únicamente los miembros del PSUC (8) y otros 4 concejales (catalanistas). Todos los demás habían soltado ya amarras. Los sindicatos anarquistas hicieron llamamientos en la prensa pero no llevaron a cabo un trabajo eficaz. Su dirección fue de las primeras en desaparecer. En el sector catalanista nada más que desmoralización, pánico e intrigas.
El PC no tenía una organización propia en la ciudad. La dirección del PC decidió funcionar en común con la del PSUC; además fueron puestos a disposición de todas las organizaciones del PSUC (órganos del Comité Central, comité ciudadano, comités de sección, etc.) cuadros de confianza del PC, mientras que la mayor parte de los camaradas que teníamos a nuestra disposición eran mandados al frente. Los resultados, sin embargo, no fueron notables.
Todas las debilidades del PSUC, y en primer lugar de su dirección, se manifestaron en pleno. El primer discurso de Comorera, pronunciado en los primeros días de enero, que habría tenido que orientar a todo el partido y a todo el pueblo, estuvo políticamente equivocado. La mira estaba puesta no en la necesidad de movilizar hasta el último hombre para hacer frente al enemigo, sino en contra del gobierno de Negrín, al estilo poco más o menos de los partidos catalanistas, lo que contribuía a desmoralizar y desanimar a todos. Un segundo discurso a los cuadros del partido, acertado en cuanto a la línea política, fue extremadamente débil de tono y carente de energía y de entusiasmo. Comorera demostró tener valentía personal, saliendo de la ciudad cuando los carros de combate italianos estaban en la plaza de Cataluña, pero sus debilidades políticas, su desconfianza hacia la dirección del PC, su obtuso nacionalismo y la excesiva familiaridad con el pocho aparato de su ministerio no le permitieron jugar el papel que habría debido y podido jugar. A pesar de nuestras constantes presiones no conseguimos obtener que mantuviese un vínculo directo con el pueblo, organizando mítines en la calle, yendo a hablar a las fábricas, a los obreros que se organizaban para ir a cavar trincheras, etc. Aceptaba nuestros consejos, nuestras indicaciones, pero no luchaba por realizarlas, y toda la dirección se dejaba ir con él, más o menos, hacia la corriente derrotista.
Parte de los miembros de la dirección dieron prueba de cobardía. Valdés, secretario de organización, tras haber trabajado bastante mal algunos días (ocupado más en la evacuación de las familias hacia la frontera que en la lucha), cuando empezó a ser bombardeada la ciudad cada 20 minutos, se abandonó a una vergonzosa crisis nerviosa en pleno local del partido y tuvo que ser evacuado hacia la frontera. Cerca de Figueres, 10 días después, nuevos bombardeos y nueva crisis, fue evacuado a Francia. Vidiella, enfermo e incapaz de trabajar, fue evacuado igualmente en los primeros días. Ferrer y Molinero, dirigentes de la UGT, permanecieron hasta los últimos días, pero no fueron capaces de trabajar; no consiguieron movilizar a las masas de sus organizaciones ni para los trabajos de fortificación ni para los combates de la calle. Ardiaca, secretario de la sección agitprop, cuando la situación se agravó, decidió irse a vivir a 40 km. de la ciudad. Después de volver, por decisión del secretariado, no fue siquiera capaz de garantizar la aparición diaria del órgano del partido. Colomer, el viejo, se comportó como un trotskista y un agente del enemigo. De acuerdo con el secretario de Comorera, un tal Tous, hizo publicar en Barcelona en los primeros días de enero, en calidad de “órgano teórico” (¡!) del PSUC, una revista de contenido trotskista que impuse que fuera retirada de la circulación. Los cuadros intermedios de los sindicatos se mostraron casi todos débiles, y en gran parte abandonaron la ciudad furtivamente, con sus familias, muchos días antes de la caída.
Entre los que trabajaron bien hay que mencionar a Asier, que sustituyó a Valdés como secretario de organización; a la camarada Dolores Piera, que consiguió movilizar a las mujeres del partido para el trabajo en las calles y para las fortificaciones; al secretario de la organización de Barcelona Muni, aunque se mostrara débil desde el punto de vista organizativo.
El comité ciudadano del partido de Barcelona trabajó hasta el último momento, pero sus vínculos con las masas eran débiles, insuficientes para hacer frente a una situación tan grave. Los comités de sección funcionaron mal. Ya 10 días antes del final el número de militantes de que disponía cada uno de ellos para el trabajo empezó a disminuir de forma impresionante. En los últimos días en alguna sección trabajaban solamente dos o tres camaradas (mujeres).
Esas debilidades del partido en Barcelona no se explican completamente más que por la penetración de la influencia desmoralizadora del enemigo en el propio partido, a través de los vínculos masónicos y del influjo de los partidos catalanistas. Además, no se puede negar que hubo una influencia trotskista que impidió comprender cuál había de ser el papel de la clase obrera y de sus organizaciones en la defensa del país contra el invasor extranjero.
El número de obreros que conseguíamos movilizar en los últimos días para los trabajos de fortificación apenas llegaba a los dos mil.
Un papel positivo fue jugado por la organización de la juventud, aconsejada por Santiago Carrillo y dirigida por el joven Colomer.
b) Por lo que se refiere al segundo punto (sabotaje y traición) el hecho más grave es la completa falta de iniciativa del Estado Mayor general pata fortificar la ciudad. El plan había sido elaborado ya en el mes de agosto de 1938, pero no se había hecho nada para ponerlo en práctica. Cuando empezamos a mandar a centenares y millares de obreros para los trabajos de fortificación, las autoridades militares les hicieron volverse, y se entabló una auténtica lucha para obtener que fuera organizado su trabajo. En ese campo tuvo que ser organizado todo por la dirección del partido (obtención de camiones, de instrumentos de trabajo, de suministros, etc.).
Finalmente, como causa inmediata de la caída de la ciudad están las disposiciones impartidas por el Estado Mayor en los días 24 y 25 de enero. Según esas disposiciones, el coronel Modesto, que se retiraba por aquel sector, no debía preocuparse de la defensa de Barcelona, confiada al viejo general Sarabia, republicano, masón e imbécil. Las tropas de Modesto tenían que quedar bajo las órdenes de ese general durante todo el tiempo que permanecieran en la zona de Barcelona; pero la orden de “fuego” dada por Sarabia la noche del 25 preveía ya su salida y la evacuación de la ciudad, aun antes de haber intentado la defensa. La misma noche dos mil guardias de asalto, bien armados con fusiles, ametralladoras y tanquetas, recibían orden de abandonar la ciudad, lo que acabó de desmoralizar a los habitantes y de extender el pánico. No se ha podido determinar todavía quién dio esa orden. Sarabia afirma procedía del ministro de Gobernación; éste lo niega rotundamente. La conclusión es que existía un plan preconcebido y puesto en práctica por capitulacionistas y traidores para hacer imposible toda defensa de la capital catalana y para evitar sobre todo que tuvieran lugar combates en las calles.
Hay que añadir que la maniobra enemiga de cercar Barcelona se desarrolló con rapidez fulminante. Apenas habían entrado los italianos en la ciudad cuando ya la carretera que sale hacia el norte era interrumpida por la artillería y las columnas motorizadas fascistas. La dirección del partido, que permaneció en la ciudad hasta el último momento, se salvó de milagro.
Hundimiento del aparato del Estado
Después de Barcelona el aparato del Estado se hundió completamente, entre un desorden y un pánico inauditos. Negrín había dado la orden de evacuar todos los ministerios hacia la región de Gerona-Figueres, y aconsejó la partida de todos los dirigentes políticos. Eso, ocho días antes de la caída. Pero ni él ni ninguno de los ministros tomó medidas prácticas para organizar la evacuación, manteniendo el funcionamiento de un aparato dirigente, y por eso fue una fuga desordenada, con los burócratas que se llevaban en los camiones hasta sus mesas de trabajo y sus tinteros, por no hablar de las camas, los colchones, las mujeres, los niños, los amigos, etc. Un espectáculo trágico y grotesco, que contribuyó a desmoralizar a toda la ciudad. Las carretera que van hacia la frontera estuvieron atascadas durante diez días. En la zona de Gerona-Figueres no se había preparado nada, y toda esa masa acabó acampando en el campo y por las carreteras, en torno al castillo de Figueres y en el castillo mismo, sede provisional del gobierno y del caos más penoso. Ya no funcionaba nada, ni el teléfono, ni el telégrafo, ni los ferrocarriles, ni los transportes, ni las carreteras, ni la policía, ni el comisariado de Guerra. El aparato de los carabineros y de los guardias de Asalto, preparado con vistas a una situación semejante como última reserva del gobierno, se hundió. Los carabineros fueron de los que contribuyeron a organizar el pánico. Los guardias de Asalto resistieron un poco más, pero desaparecieron a su vez en la confusión. Del mismo modo desaparecieron los centros de reclutamiento y las pocas reservas todavía existentes. Sólo el Estado Mayor mantuvo una mínima capacidad de funcionamiento y un aparato de enlace con los frentes, aunque con enormes dificultades e insuficiencias. Con una retaguardia semejante, totalmente descompuesta, y sacudida a su vez por oleadas de pánico, el ejército no estaba ya en condiciones de combatir. A pesar de todo, todavía resistía ante Granollers (XI división) y en torno a Gerona, y se retiraba de modo relativamente ordenado, poniendo en práctica sistemáticamente el plan de destrucción de carreteras, puentes, depósitos de munición, etc., etc., permitiendo así la evacuación hacia Francia de la población civil y de la casi totalidad del armamento.
Negrín se vio completamente desbordado: por su propia iniciativa no tomó ninguna medida concreta de organización. Dejó hacer, sin embargo, al Partido. Cada día tenía que hacer frente en el Consejo de Ministros, reunido casi de forma permanente, a la ofensiva de los capitulacionistas, que entonces eran, abiertamente, todos los ministros, a excepción de Uribe. El camarada Moix, ministro de Trabajo, miembro del PSUC, el 30 de enero, durante el consejo en el que Negrín, tras leer una pérfida carta de Rojo sobre nuestros amigos, pedía un voto de confianza que lo dejase libre para decidir el momento en que el Gobierno debía trasladarse a la Zona Central, no encontró nada mejor que ponerse a llorar. Los demás ministros, el presidente de la República, casi todos los jefes de los demás partidos, los jefes militares no comunistas, etc., exigían todos que Negrín pusiese fin a la guerra, reconociendo la imposibilidad de toda resistencia ulterior y solicitando la intervención de Francia e Inglaterra para obtener de Franco condiciones “dignas”… Cuáles podían ser esas condiciones era cosa que nadie sabía ni intentaba precisar: en general se pensaba en la facultad de evacuar de la Zona Central a algunos miles de dirigentes comprometidos y nada más. Al mismo tiempo, Francia e Inglaterra apremiaban y tomaban actitudes brutales y chantajistas (amenaza de cerrar la frontera francesa y dejar que los fascistas capturaran al ejército completo; embargo de las armas que se encontraban en Francia con destino a España). Estaba claro que también Negrín había perdido la confianza en la continuación de la lucha, pero seguía aferrado a su antigua línea política, que era la de la resistencia. De esa situación surgieron los tres puntos de Figueres y el voto de confianza que concedieron las Cortes a Negrín sobre la base de la formulación de sus tres puntos. Precisamente ahí estaba el equívoco. Para Azaña, para los republicanos, para los jefes socialistas y para los militares de carrera los tres puntos de Figueres habían de constituir la base para una intervención diplomática franco-inglesa que debía ser solicitada por el gobierno de la República. Negrín no aceptaba esa segunda parte y dejó pasar las ofertas de mediación, que por otra parte no tenían ninguna base concreta y eran invitaciones a la capitulación pura y simple. Eso dio a Azaña el pretexto, 15 días después, para no volver de Francia a la Zona Central, afirmando que “las condiciones establecidas entre él y el gobierno no habían sido respetadas”.
Lo que había de contradictorio en la posición de Negrín era que, aun reafirmando de modo platónico la resistencia, luego no hacía nada para organizarla. La mayor responsabilidad es la de no haber dado, en los últimos días de Figueres, las órdenes necesarias para trasladar a Valencia y Madrid al menos una parte de las armas que nos estaban llegando.
En ese período el Partido trabajó en condiciones de extrema dificultad, pero lo hizo hasta el último momento. La dirección del PC se instaló en Figueres, en el local del partido del centro de la ciudad, donde trabajamos nosotros. Era imprudente pero necesario en un momento como aquél de cobardía general. La dirección del PSUC se instaló en el campo, en Esponellà. A continuación nos trasladamos al castillo de Figueres y a Agullana (última sede del gobierno). Nuestras tareas principales eran de orden práctico. Ante todo organizar el orden en las carreteras, cosa que conseguimos –relativamente– con la ayuda de la aviación. Combatir el pánico con un trabajo de agitación (mítines, concentraciones en la calle, publicaciones del órgano del Partido en Gerona y en Figueres, radio, diarios murales, etc.). Reconstitución, en cada ciudad y en cada pueblo, de los ayuntamientos, con hombres valerosos, miembros del partido, que ocupaban el lugar de los que habían escapado. Ayuda en la construcción de líneas fortificadas. Intento de organizar un servicio de recuperación de los soldados que huían del frente. Ayuda en el funcionamiento del aparato militar. Visitas al frente. El método era el de situar en todas partes a nuestros hombres (comandantes de plaza, jefes de control de las carreteras, etc., etc.) sin pedir permiso a nadie. Y como los nuestros eran los únicos que trabajaban y no tenían miedo, se imponían. Trabajaron todos los miembros del Buró Político que se encontraban en la zona (Giorla, Mije, Antón, Manso). Por lo que se refiere al PSUC, su dirección permaneció un poco más oculta y se ocupó demasiado de la evacuación a Francia de diversos objetos de valor; no obstante, un grupo de cuadros intermedios dirigidos por el camarada italiano Armando Fedeli trabajó y luchó con tenacidad y entusiasmo hasta el último instante. Entre ellos se encontraba el viejo Hilari Arlandis, que fue muerto por una bomba de aviación. Los cuadros de la organización local del PSUC trabajaron mejor que los de la organización de Barcelona. En esos días tuvimos la prueba de que la base del PSUC era mucho mejor que su dirección.
Nosotros, absorbidos completamente por esas tareas organizativas y dominados hasta el último día por la esperanza o la ilusión de poder arreglar de nuevo la situación mediante nuestro trabajo y de impedir la pérdida de Cataluña, cometimos un grave error político: el de no tener en cuenta la situación concreta y no valorar con prontitud, en todo su alcance, las consecuencias de la derrota. Ya en la noche del 27 de enero el camarada Sa. nos decía (reunión con Antón y con Alfredo) que estaba convencido de que el ejército ya no podía aguantar con fuerza, que Cataluña estaba perdida irremediablemente y que, una vez perdida Cataluña, consideraba inevitable el hundimiento e imposible la resistencia en la Zona Central. Ésa era la opinión de todos los militares de carrera, comunistas y no comunistas. Nosotros no tuvimos en cuenta ese hecho. Hubiéramos tenido que cambiar el modo en que planteábamos a las masas y a los demás partidos el problema de la resistencia, al igual que hubiéramos tenido que cambiar nuestro lenguaje y nuestras argumentaciones. No habíamos entendido esa necesidad. Estábamos casi completamente aislados en nuestro trabajo. En Figueres no logramos obtener el más mínimo funcionamiento ni del Frente Popular ni del comité de enlace con el PSOE. La dirección de la UGT no funcionaba más que gracias al esfuerzo de los comunistas. Nosotros explicábamos ese hecho por la cobardía de los demás, sin ver que además de la cobardía había un problema político que habríamos debido estudiar y resolver con prontitud. Eso tuvo graves repercusiones en toda nuestra política posterior. Además, ahora tengo claro que hubiéramos debido oponernos al traslado, al menos, del gobierno de la Zona Central antes de la pérdida total de Cataluña.
La traición y el sabotaje
He hablado ya del papel jugado por la traición en la pérdida de Barcelona sin disparar un solo tiro. Actos aislados de traición se produjeron en todo el frente y a lo largo de toda la campaña, pero es difícil establecer caso por caso si se trató de traición o sólo de incapacidad y de cobardía. En el aparato de la industria bélica existía sin duda el sabotaje; así se explica que diversos trenes cargados de armas y municiones fueran encontrados por las tropas en retirada en lugares en los que nadie suponía que estuvieran. Las oleadas de pánico en el frente interno también eran debidas muchas veces al trabajo hostil de la quinta columna (sobre todo en la costa, en Port de la Selva, Palamós, Caldetes, donde fue abandonado material importante). Queda por examinar si se produjo sabotaje en la conducción general de la campaña. El problema que se plantea concretamente es el de Rojo y su lealtad.
Rojo fue siempre un problema para nosotros, pero a pesar de las reservas y las dudas que inspiraban su origen, sus relaciones y su pasado, el Partido acabó por concederle su confianza. Rojo supo siempre cultivar con gran habilidad sus relaciones con el Partido. Es por lo menos extraño observar cómo cada vez que estaba a punto de producirse un desastre militar él daba un paso hacia el PC. En 1937-1938, antes de la segunda fase de las operaciones de Teruel, declaraba que el único partido en que hubiera podido entrar era el PC. En 1938, en vísperas de la ofensiva fascista, su hijo pidió el carné del partido y Rojo mismo solicitó a Negrín que se le autorizara a entrar en el Partido Comunista. Negrín le negó la autorización. Si tenemos presente que al mismo tiempo protegía a los elementos más sospechosos de todo el ejército (Muedra, Garijo), ostentaba su amistad con el general Asensio, enemigo encarnizado del Partido, y mantenía el Estado Mayor en estado de desorganización, sus declaraciones filocomunistas resultan cuando menos extrañas.
En cuanto a 1938, el estudio de las operaciones militares de enero a marzo (pérdida de Teruel, ruptura del frente aragonés) deja en pie las dudas sobre la actividad de sabotaje del Estado Mayor general (equivocado empleo de las reservas, agotamiento del ejército de operaciones en desplazamientos inútiles, enorme retraso en el cambio del dispositivo de combate para hacer frente a la ofensiva enemiga cuando el objetivo era ya clarísimo). Esos errores, sin embargo, pueden explicarse también por la desmoralización que determinó en el Estado Mayor general el derrotismo del ministro de la Guerra (Prieto).
Durante la resistencia en Levante (mayo-junio de 1938) la influencia de Rojo se ejerció en dirección equivocada. En vez de concentrar el esfuerzo en la organización de una robusta línea de resistencia fortificada, aconsejaba enviar al frente y poner en campo abierto en pequeños grupos las reservas del ejército, cosa destinada a provocar su agotamiento sin resultados. En cuanto se cambió de táctica pudo ser detenido el enemigo.
A Rojo le corresponde la responsabilidad directa del fracaso de las operaciones de Extremadura. Deben estudiarse además otros hechos. Incomprensibles resultan las propuestas hechas por él durante una visita a la Zona Central, consistentes en reducir los efectivos de las brigadas a 1.700 hombres y disolver la única unidad de gastadores existente en Madrid y la única de pontoneros existente en la Zona Central. Incomprensible el objeto de su viaje a Menorca en un momento en que el mar no era seguro (octubre de 1938). Bastante oscuro su papel en la designación de Ubieta, el traidor que entregó la isla a Franco, como comandante de Menorca, tras destituir a Brandaris, hombre leal y valeroso, que hubiera defendido la plaza.
En 1939 la táctica de Rojo en Cataluña fue la misma que aconsejaba en 1938 en Levante. El ejército se agotó en la defensa de una serie de posiciones sucesivas muy poco distantes unas de otras y poco o nada preparadas anteriormente. Ningún trabajo serio para fortificar y concentrar las reservas frescas en una posición retrasada sólida. La consecuencia era no solamente que se perdían hombres y armas, sino que las unidades, al retirarse continuamente y sin ninguna perspectiva o posibilidad de reorganización, se desmoralizaban muy pronto. Durante la campaña no se llevó a cabo ningún intento de maniobra, quizá por falta de reservas. El hundimiento de un sector del frente significaba siempre que cedía todo él, en toda su extensión. Está claro que el problema deberán estudiarlo técnicos militares. Lo cierto es que Rojo descuidó siempre tanto la fortificación como la formación de reservas. El 30 de enero de 1939, en el curso de una conversación con el Buró Político, desarrolló cínicamente la teoría de la total inutilidad de las fortificaciones.
Ahora sabemos que Rojo, inmediatamente después de la caída de Barcelona, propuso a Negrín poner fin a la guerra, dando a todos los comandantes de batallón la orden escrita de alzar la bandera blanca y pasarse al enemigo. Negrín, sin embargo, no dijo nada ni al partido ni al camarada Sa. El general Rojo, en el Consejo de Ministros del 29 de enero de 1939 y posteriormente, demostró que la resistencia era imposible y, aunque permaneció en su puesto y continuó dando órdenes, no hizo nada para intentar verdaderamente salvar una situación que juzgaba desesperada. Como todos los demás, consideraba imposible continuar la lucha en la Zona Central, y comunicó esa opinión al general Matallana, mediante una carta confiada a un correo especial y secuestrada por Negrín en Madrid. El general Matallana era hombre de absoluta confianza de Rojo; en 1937 se había sospechado que tuviera contactos con el enemigo, pero no se había averiguado nada concreto. Rojo, en cambio, ostentaba desprecio y odio hacia el coronel Casado.
Examinando los hechos en su conjunto y las últimas actitudes de Rojo, me parece que puede concluirse que es un elemento que políticamente ha jugado con dos barajas y cuyos vínculos con el enemigo no se interrumpieron nunca. En qué medida nos traicionó conscientemente en la dirección de las operaciones es cosa que sólo podrá ser establecida por un examen de las operaciones militares realizado en profundidad por personas competentes.
Una vez perdida Cataluña, en la Zona Centro pasó a dominar rápidamente la corriente derrotista y capitulacionista.
Documento extraído de la página: www.generalisimofranco.com