Opinión
ICONOPLASTAS
Por Jon Juaristi/
UNA consecuencia previsible de la retirada de la estatuaria residual
franquista es la reaparición de la extrema derecha, algo que la
izquierda -y particularmente el PSOE- está buscando sin recato desde
hace un año con el objetivo de hacer añicos a la oposición. A este
paso lo va a lograr antes de lo que calcula. Aunque la maniobra salga
redonda y colme sus ansias revanchistas, el Gobierno debe ser consciente
de que está jugando con nitroglicerina. Lo que ahora aparece como un
pintoresco cogollito de nostálgicos, puede ser en poco tiempo un
vertedero de frustraciones donde no sólo irán recalando sectores
humillados y ofendidos del electorado del PP, sino también los votantes
de la izquierda decepcionados e impacientes: los que esperaban una
solución milagrosa al problema de la vivienda, los alarmados por la
avalancha inmigratoria, los agraviados por la pasividad socialista ante
la ofensiva de los nacionalismos, percibida, no sin razón, como
complicidad descarada. Sobra decir que ante un panorama económico sombrío,
el sectarismo gubernamental resulta mucho más estúpido que en épocas
de bonanza.
La noche de Walpurgis del progresismo memo, la noche del 16 al 17 de
marzo, sacó a flote nuevas miserias morales del Gobierno y sus aliados.
Concebida como una celebración en diferido del vuelco político de
marzo de 2004, sin la contención que entonces impuso a los triunfadores
el luto por los asesinados el 11-M, la cena de cumpleaños de Carrillo
propició el desmadre verbal de Peces-Barba y la simultánea gamberrada
de la ministra Álvarez, gestos ambos cuidadosamente medidos. La alusión
trasparente e insultante del Comisionado para las Víctimas del
Terrorismo a una derecha democrática que, desde los orígenes mismos de
la transición, acumula más muertos por atentados de ETA que todos los
demás partidos juntos, su alusión a «los malos» ausentes, repito,
viniendo de quien venía, no admitía más que una interpretación: hay
víctimas buenas y víctimas malas y las víctimas aportadas por «los
malos» son víctimas malas, es decir, franquistas. La operación, además
de requerir la divulgación televisiva del maniqueo gregoriano,
implicaba asimismo una agresión simbólica a lo que la izquierda cree
patrimonio intocable de la memoria de la derecha. De esto último se
encargó la de Fomento, entre cuyas funciones, al parecer, está la de
fomentar la discordia para levantar luego monumentos a la concordia. La
idea era ingeniosa. De haber funcionado, España se habría desayunado
el jueves con un PP enfurecido, en cuya rabieta se confundirían la
indignación ante el ataque de Peces-Barba y el franquismo atávico
desencadenado por la Magdalena Proustiana. Nos despertamos, en cambio,
con un Rajoy sarcástico que se limitó a preguntar a los socialistas si
no pensaban remover también al alcalde de Pinto, de profesión su pampa
interminable.
Lo que tras el aquelarre progre y casposo del 16/17 ha quedado claro es
la verdadera naturaleza del cargo no retribuido en el que Rodríguez ha
colocado al rector de la Universidad Carlos III, que, como la dama
aquella del chiste de Borges -«Sepa usted, amigo, que su señora, con
el pretexto de trabajar en un burdel, hace contrabando de género»-,
finge dedicarse a mosquear a determinadas asociaciones de víctimas del
terrorismo sólo como tapadera para suscitar un Le Pen en la derecha
española. Peces, en efecto, como todo antiamericano, padece una fobia
morbosa a la derecha democrática, representada por «esos
neoconservadores» que, según sus propias y horrorizadas palabras, han
introducido el odio en el corazón de la democracia más antigua y
poderosa del mundo. Los más malos de los malos, vamos. La fiebre
iconoclasta o más bien iconoplasta de Rodríguez y su ministra se me
hace, en cambio, tiernamente familiar. Yo también, en mis años mozos,
me dediqué a fulminar con nocturnidad y alevosía determinados lugares
de la memoria franquista. Sólo que entonces aún vivía Franco, y tal
circunstancia le daba a la cosa una cierta emoción. Por lo menos, podrían
montar el próximo numerito a la luz del día. Quedaría, no sé, como más
torero.
® ABC. 20 de Marzo de 2.005.-
© Generalísimo Francisco Franco. 20 de Marzo de
2.005.