Opinión.
«La transición
consistia en que los comensales que salían de un homenaje
a Carrillo pasaran en paz junto a una estatua de Franco» |
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YA lo dice un proverbio de mi tierra: «Hoy semos,
y mañana, estautas». Franco fue un día y duró mucho, pero
hace treinta años que ya era «estauta». Los puristas de mi
lengua vernácula, el panocho, o sea, a la estatua la convierten
en «estauta», variante a la que no se atreve, por ejemplo, el
catalán, que sigue diciendo «estàtua», como en castellano.
Los rojelios podían haber honrado el espíritu de la transición
y haber dejado a Franco sobre el caballo de trote inmóvil, que
ya a nadie podía encolerizar y a nadie incitaba a la aclamación.
Las estatuas son Historia, y la Historia se estudia, se aprende
y sirve de lección y de consejo. |
A estos rojelios que la han desmontado, la estatua
podría haberles servido de memoria y advertencia para no caer (que de
alguna manera están cayendo) en los mismos errores, disparates y
agresiones que hicieron posible el suceso de que Franco se subiera al
caballo. Mal asunto. Todas las actitudes que tienden a resucitar las dos
Españas y el encono entre ellas olvidan que de ese encono, llevado a
sus últimas consecuencias, nació la trágica, terrible, espeluznante
Guerra Civil. Habíamos logrado los españoles hacer una transición que
todos los pueblos calificaron de ejemplar. Habíamos apartado de
nuestras costumbres políticas los odios, las revanchas y el ajuste de
cuentas, que tantas veces, antes de abrir el ataque a enemigos de carne
y hueso, se encarna en símbolos: banderas, músicas, himnos, uniformes,
estatuas.
Como yo esa película de terror de la preguerra ya la he visto, aunque
era muy niño entonces, me estremecen ahora todas las actitudes que
recuerdan de alguna manera aquellas mismas actitudes contra los símbolos,
porque sé que después llegan las actitudes violentas contra las
personas. Por ahí se empieza el famoso aguafuerte de Goya, el de los
dos celtíberos armados de garrote, que sólo es otro comienzo. Cuentan
en León (no puedo certificarlo en verdad) que a Rodríguez Zapatero,
hoy jefe del Gobierno, le fusilaron un abuelo los nacionales, los
facciosos o los sublevados, como queráis llamarlos, y al otro lo
asesinaron los leales, los republicanos o los rojos. Si es así, y como
él habrá muchos españoles, constituye un símbolo perfecto de la
tragedia de aquel tiempo.
Ha querido el azar que la estatua de Franco la hayan desmontado de su
sitio a la entrada de los Nuevos Ministerios la misma noche en que se
celebraba una cena de homenaje a Santiago Carrillo, que vive sus noventa
años tranquilo y respetado en la España democrática y que es una
demostración viviente del difícil olvido en el que se ejercitaron
muchos españoles antes de comenzar este nuevo período que vive España.
Quieran los dioses, o más bien los hombres, que no se deteriore el
invento y pueda acabar como en otras desgraciadas ocasiones.
Señores socialistas del Gobierno: la transición y su vocación de
democracia consistía precisamente en esto: en que los comensales que
salían de una cena-homenaje a Santiago Carrillo pasaran pacíficamente
junto a una estatua de Franco. Lo otro es volver a las andadas y caer en
la peor nostalgia: la del perdedor.
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ABC. 18 de Marzo de 2.005.-
© Generalísimo Francisco Franco. 18 de Marzo de
2.005.
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