Opinión.


LA ESTATUA

 

Por Jaime CAMPMANY/

 

«La transición consistia en que los comensales que salían de un homenaje a Carrillo pasaran en paz junto a una estatua de Franco»
YA lo dice un proverbio de mi tierra: «Hoy semos, y mañana, estautas». Franco fue un día y duró mucho, pero hace treinta años que ya era «estauta». Los puristas de mi lengua vernácula, el panocho, o sea, a la estatua la convierten en «estauta», variante a la que no se atreve, por ejemplo, el catalán, que sigue diciendo «estàtua», como en castellano. Los rojelios podían haber honrado el espíritu de la transición y haber dejado a Franco sobre el caballo de trote inmóvil, que ya a nadie podía encolerizar y a nadie incitaba a la aclamación. Las estatuas son Historia, y la Historia se estudia, se aprende y sirve de lección y de consejo.

A estos rojelios que la han desmontado, la estatua podría haberles servido de memoria y advertencia para no caer (que de alguna manera están cayendo) en los mismos errores, disparates y agresiones que hicieron posible el suceso de que Franco se subiera al caballo. Mal asunto. Todas las actitudes que tienden a resucitar las dos Españas y el encono entre ellas olvidan que de ese encono, llevado a sus últimas consecuencias, nació la trágica, terrible, espeluznante Guerra Civil. Habíamos logrado los españoles hacer una transición que todos los pueblos calificaron de ejemplar. Habíamos apartado de nuestras costumbres políticas los odios, las revanchas y el ajuste de cuentas, que tantas veces, antes de abrir el ataque a enemigos de carne y hueso, se encarna en símbolos: banderas, músicas, himnos, uniformes, estatuas.

Como yo esa película de terror de la preguerra ya la he visto, aunque era muy niño entonces, me estremecen ahora todas las actitudes que recuerdan de alguna manera aquellas mismas actitudes contra los símbolos, porque sé que después llegan las actitudes violentas contra las personas. Por ahí se empieza el famoso aguafuerte de Goya, el de los dos celtíberos armados de garrote, que sólo es otro comienzo. Cuentan en León (no puedo certificarlo en verdad) que a Rodríguez Zapatero, hoy jefe del Gobierno, le fusilaron un abuelo los nacionales, los facciosos o los sublevados, como queráis llamarlos, y al otro lo asesinaron los leales, los republicanos o los rojos. Si es así, y como él habrá muchos españoles, constituye un símbolo perfecto de la tragedia de aquel tiempo.

Ha querido el azar que la estatua de Franco la hayan desmontado de su sitio a la entrada de los Nuevos Ministerios la misma noche en que se celebraba una cena de homenaje a Santiago Carrillo, que vive sus noventa años tranquilo y respetado en la España democrática y que es una demostración viviente del difícil olvido en el que se ejercitaron muchos españoles antes de comenzar este nuevo período que vive España. Quieran los dioses, o más bien los hombres, que no se deteriore el invento y pueda acabar como en otras desgraciadas ocasiones.

Señores socialistas del Gobierno: la transición y su vocación de democracia consistía precisamente en esto: en que los comensales que salían de una cena-homenaje a Santiago Carrillo pasaran pacíficamente junto a una estatua de Franco. Lo otro es volver a las andadas y caer en la peor nostalgia: la del perdedor.

® ABC. 18 de Marzo de 2.005.-

© Generalísimo Francisco Franco. 18 de Marzo de 2.005.

 


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