Los
treces Prelados asesinados por los rojos.
HUIX
MIRALPEIX, Salvio.
Obispo
de Lérida. (1877-1936).
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Nació
en la casa solariega de “Huix”, de la parroquia de Santa
Margarita de Vellors (Gerona) el 21 de diciembre de 1877. Al
cumplir los treinta años llamó a las puertas del oratorio de
San Felipe Neri, de Vich, de donde más tarde sería el director
de la casa. Dio impulso a las Congregaciones Marianas y desempeñó
una cátedra en el Seminario diocesano.
En
1927 fue nombrado para la diócesis de Ibiza, donde promovió
los ejercicios espirituales, la Acción Católica, el catecismo,
los roperos benéficos y fundó un colegio de niñas de notoria
utilidad pública. En 1935 llegó a Lérida para suceder al
doctor Irurita en la silla diocesana.
El
18 de julio de 1936 era comandante militar de la plaza ilerdense el
coronel de Infantería Rafael Sanz Gracia, comprometido en el
alzamiento, declarando el estado de guerra el día 20, deteniendo a
algunos oficiales que se oponían a la adopción de tal medida. Pero
al fracasar el alzamiento en Barcelona, el teniente coronel Martínez
Vallespí, que era uno de los apresados, convenció al coronel para
deponer su actitud, consiguiéndolo sin gran esfuerzo, ya que se
entregó sin resistencia. Detenidos los sublevados, fueron conducidos
a la cárcel, siendo fusilados a continuación. |
La
ciudad al quedar en manos de las turbas de la CNT, FAI y POUM, sufrió
grandes desmanes, llegando a quemar la catedral por orden de
Buenaventura Durruti. El 21 de julio las hordas rojas comenzaron a
violentar las puertas del palacio episcopal, viéndose forzado monseñor
Huix a salir por el huerto para dirigirse a la casa de unos parientes
de los porteros, distante unos diez minutos, los cuales se la habían
ofrecido aquella misma mañana.
Pero
el 23 el obispo se percató que su presencia llenaba de desazón al
dueño, el cual le dijo que valía más que se marchase por el peligro
en que los ponía a todos. A las nueve y media de la noche se marchó.
Cuando caminaba por la calle del Alcalde Costa, pasó junto a un
control en el que patrullaban guardias civiles y obreros. Su fe en el
orden y su confianza en la benemérita le decidieron entregarse en
estos términos: “Soy el obispo de la diócesis y me entrego a la
caballerosidad de ustedes”. Superado el primer asombro, los obreros
propusieron su ejecución inmediata, pero los guardias les
convencieron que sobre aquel “pez gordo” se tenía que consultar
con la Generalidad. Así lo hicieron, llegando al poco una escuadrilla
de guardias de Asalto que se hicieron cargo del detenido, trasladándolo
a la cárcel y lo alojaron en una sala de la planta baja donde había
medio centenar de tradicionalistas de la ciudad, que acogieron al
obispo con grandes muestras de simpatía. En la víspera de Santiago
entró en la prisión el párroco de Benavent, Antonio Benedet
Guardia, el cual pudo salvar el cacheo a la entrada sin que fuera
descubierto un copón en el que llevaba Sagradas Formas.
En
la fiesta del Patrón de España pudieron los presos recibir la
Eucaristía. En la madrugada del 5 de agosto, festividad de Nuestra Señora
de las Nieves, los presos confesaron con el obispo y recibieron la
Comunión. A las cuatro y media de la madrugada los hicieron subir a
un camión con el pretexto de llevarlos a Barcelona.
Salidos
apenas del casco urbano, en el punto de la carretera más próximo al
cementerio, les dio el alto un grupo armado con la orden de bajar
inmediatamente a los detenidos para deshacerse de ellos en el recinto
del camposanto. El obispo, por petición propia, fue el último
ejecutado, tras haber dado la absolución a sus veintidós compañeros.
© Generalísimo Francisco Franco, 2.005.-