Queridos compañeros: He recibido, por fin, la noticia largo tiempo esperada de
que la Oposición Comunista de Izquierda emprende la publicación de su órgano
“Comunismo”. No dudo ni un momento de que esta publicación tendrá un gran éxito.
España pasa por un periodo revolucionario. En un periodo así, el pensamiento
despierto de la vanguardia proletaria aspira ávidamente a abordar las cuestiones
no de un modo aislado sino en su nexo interno.
Las épocas revolucionarias han sido siempre tiempos de avance de los intereses
históricos entre las clases históricamente progresivas. Ninguna teoría, excepto
el marxismo, puede dar una respuesta a los problemas gigantescos planteados
actualmente a los obreros españoles. Pero podemos y debemos decir de un modo
completamente categórico que ningún grupo, a excepción de la Oposición de
Izquierda, es capaz actualmente de dar a los obreros españoles una
interpretación auténticamente marxista de las condiciones de la revolución, de
sus fuerzas motrices, de sus perspectivas, de sus fines. Mientras que la
fracción centrista oficial de la Internacional Comunista subordina los problemas
de la revolución proletaria a las consideraciones y necesidades del prestigio
burocrático seriamente comprometido, y no permite el planteamiento crítico de
una sola cuestión, la Oposición de Izquierda se propone como misión decir lo que
hay. La claridad, la precisión teórica y por consiguiente la honradez política,
he aquí los rasgos que hacen invencible a una tendencia revolucionaria. Que con
esta bandera viva y se desarrolle “Comunismo”.
Os prometo el apoyo más resuelto, y ante todo la colaboración más asidua, e
invito a hacer lo mismo a nuestros camaradas de todos los países. Os envío mi
proyecto de plataforma, que he terminado estos días, sobre la URSS.
Espero que los comunistas españoles avanzados prestarán a las cuestiones
internas del primer Estado obrero la misma atención que los comunistas de la
URSS y de todos los demás países deben prestar a los problemas de la revolución
española.
¡Viva “Comunismo”! ¡Vivan los bolcheviques-leninistas españoles! ¡Viva el
proletariado revolucionario español!
Kadikei, 12 de abril de 1931
ARRIBA
Cuando, después, de la dimisión de Maura y Alcalá Zamora,
Azaña se encargó de la presidencia
del Consejo de ministros, fueron muchos los que
interpretaron la modificación ministerial como una evolución
a la izquierda. Maurín llegó incluso a afirmar que el nuevo
gobierno era “típicamente pequeño burgués”, y a equipararlo
al “gobierno Kerenski”. Nosotros, por el contrario,
sostuvimos desde el primer momento que la solución dada a la
crisis significaba un paso adelante en el sentido de la
consolidación de la gran burguesía y del bloque de ésta con
los socialistas. “En realidad –decíamos en el número 3 de
“El Soviet”, que el gobernador de Barcelona, representante
del pretendido “gobierno Kerenski”, confiscó–, el verdadero
dueño de la situación es Lerroux, o sea la gran burguesía.
Pero no ha llegado aún el momento de dar la cara, de tomar
enteramente las riendas del poder en nombre de los que ven
en Lerroux, como éste ha dicho en su discurso de Santander,
“la boya en la cual ve el náufrago la esperanza de su
salvación.”
Los hechos han demostrado, y siguen demostrando, que nuestra apreciación era
justa. A la adopción de la “ley de defensa de la República” por la casi
unanimidad de los diputados en las Constituyentes, ha seguido una política cada
vez más acentuada, de represión contra la clase obrera y de estrangulamiento
sistemático de la revolución democrática. Alentada por la debilidad de las
organizaciones obreras, la incapacidad de los dirigentes anarcosindicalistas de
la CNT, a los cuales la experiencia no ha enseñado nada, y la ausencia de un
gran partido comunista, la burguesía va reforzando sus posiciones y acechando el
momento oportuno para arrojar la careta democrática e implantar su dictadura
descarada.
Hoy esto no es posible. Las ilusiones democráticas son aún muy vivas entre las
masas pequeño burguesas y una gran parte de la clase obrera. La burguesía tiene
necesidad de mantener temporalmente estas ilusiones sirviéndose de una fuerza
política que no esté todavía completamente desacreditada entre las masas y que,
por su significación nominal, represente una garantía de radicalismo. Esta
fuerza política es el Partido Socialista, cuyos dirigentes se muestran
dispuestos a acudir en auxilio de la clase explotadora. Pero formar un gobierno
exclusivamente socialista sería una
aventura peligrosa. Este no haría más que continuar la política de la burguesía,
y el Partido Socialista se desacreditaría a los ojos de las masas trabajadoras.
Con ello, la burguesía se vería privada de una de sus más importantes armas de
reserva. Los socialistas, que se dan perfectamente cuenta de ello, tienen un
miedo atroz a tomar enteramente la responsabilidad del poder y se pronuncian por
un gobierno de concentración, presidido por ellos. Largo Caballero se ha
apresurado a manifestar que un gobierno tal, por su composición misma, se vería
en la imposibilidad de realizar el programa del partido. Pero, éste, que según
las declaraciones del ministro del Trabajo, “ha ofrecido más renunciamientos que
nadie en bien de la República”, aceptaría este sacrificio por “interés
nacional”. En estas condiciones, los socialistas, libres de toda responsabilidad
por la política del gobierno, contribuirían a mantener las ilusiones
democráticas de las masas y darían la posibilidad a la burguesía de consolidar
definitivamente sus posiciones y preparar, tras de la mampara socialista, una
auténtica dictadura fascista. El gobierno Azaña ha sido la primera etapa de este
proceso; el gobierno presidido por los socialistas sería la segunda.
Los acontecimientos de estos últimos días confirman plenamente esta apreciación.
Mientras se prepara a la opinión para un gobierno Largo Caballero y se adormece
la sensibilidad de las masas, Lerroux, en una interviú que le ha hecho un
redactor del periódico reaccionario de Madrid, “Ahora”, expresa su
convencimiento de que los socialistas en el poder, “lejos de ser una
dificultad”, serían “una prudente colaboración”; y en unas palabras
verdaderamente clásicas, pone al desnudo, sin ambages, el carácter de clase del
régimen: “Yo puedo asegurar –dice– que estoy viendo realizada la profecía que
hice durante tantos años cuando anunciaba –en opinión de algunos enfáticamente–:
‘Yo gobernaré’. Ahora puedo decir que yo estoy gobernando, porque una cosa es el
gobierno y otra cosa es el poder. Se puede ser poder y no gobernar. Se puede ser
gobierno y no ser poder. Yo gobierno y no soy poder”. Lerroux es el
representante de la gran burguesía, el Miliukov español. Que no lo olviden los
trabajadores. |
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Y que no olviden tampoco que el jefe del partido “radical” no es
un hombre platónico. Mientras se entretiene a las masas con el
sonajero del “gobierno socialista”, Lerroux se prepara
seriamente, no sólo para gobernar entre bastidores, sino para
ser poder, para convertirse en el instrumento directo de una
sangrienta dictadura de tipo fascista.
La constitución, anunciada estos días, del partido nacionalista
“Joven España”, es el primer paso importante en este sentido. Su
organización, basada en una milicia de 500.000 hombres, que
“llevarán un dispositivo con los atributos de la legión, camisa
gris de tono verdoso y cuello del mismo color”, está calcada de
la del fascismo italiano. La advertencia de que “se abstengan de
inscribirse”, hecha a “los temerosos y los cobardes, y los que
no sean capaces de arrostrar todos los peligros de una batalla
cruenta”, demuestra bien a las claras cuáles son sus propósitos.
El proletariado cometería un error, que podría ser de funestas
consecuencias, si no concediese a este hecho toda la atención
que merece y no viera en el propósito enunciado más que una
simple manifestación de jactancia.
Es más que probable que la “Joven España” no conseguirá reclutar
actualmente a esos 500.000 hombres que necesita para ahogar
definitivamente la revolución democrática y aplastar al
proletariado. Pero lo que hoy no tiene aún una fuerza orgánica
real, puede convertirse mañana en una fuerza imponente. En 1920,
y aun en 1921, los revolucionarios italianos consideraban con
desdén a los fascistas, en los cuales no veían más que a “taifas
de bandidos”, sin ninguna fuerza real. Esas “taifas de bandidos”
tomaban el poder a fines de 1922 y arrastraban tras de sí a las
grandes masas pequeño burguesas, esas mismas masas que habían
seguido a los socialistas y que, decepcionadas ante el fracaso
de la revolución proletaria, se arrojaban en brazos de
Mussolini.
¿Existen en España factores susceptibles de favorecer el
desarrollo de un gran movimiento fascista? Sin ningún género de
duda. El primer factor, y el más importante, el de la pequeña
burguesía. Como en Italia, la pequeña burguesía urbana y agraria
constituye la inmensa mayoría de la población. Por el papel
mismo que desempeña en la vida económica del país –dependencia
con respecto al gran capital– esa clase es incapaz de tener una
política propia y vacila constantemente entre la gran burguesía
y el proletariado. Conquistarla, o al menos neutralizarla, es de
una importancia fundamental para la causa de la revolución.
Después del fracaso de gran movimiento
de la clase obrera de los años 1917-1920, apoyó de hecho la
dictadura de Primo de Rivera. Pero como esta experiencia no le
librara de las cargas onerosas que pesaban sobre ella, ni
mejorara su situación, evolucionó hacia el republicanismo. Con
la caída de la monarquía y la proclamación de la República, la
pequeña burguesía dio rienda suelta a sus ilusiones democráticas
y siguió, llena de esperanzas, a los demagogos de la izquierda.
Pero las ilusiones van desvaneciéndose, y esas grandes masas
fluctuantes e indecisas se verán irresistiblemente atraídas por
la clase social que les ofrezca un programa claro y concreto y
la decisión inquebrantable de llevarlo a la práctica. Esa clase
no puede ser más que la gran burguesía o el proletariado.
La gran burguesía, ese programa lo tiene: aplastamiento de las
organizaciones obreras consolidación, por el hierro y por el
fuego, de la dominación del capital. El instrumento para su
realización lo está forjando Lerroux en su “Joven España”. Nada
más fácil que atraer a las masas pequeño burguesas,
decepcionadas con ese programa, convenientemente aliñado con una
buena dosis de demagogia.
Pero hay un segundo factor no menos importante: el proletariado.
Al proletariado se le ofrece una ocasión única para dar la
batalla definitiva a la burguesía y tomar el poder. Las
circunstancias objetivas no pueden serle más favorables en este
sentido. Pero, subjetivamente, está desarmado. Sindicalmente
está dividido: los dirigentes de la UGT colaboran abiertamente
con la burguesía, y los de la CNT, o caen en un reformismo que
no tiene nada que envidiar al de Largo Caballero y compañía
(Grupo Peiró-Pestaña), o en un aventurerismo (la FAI) que no
puede conducir más que a un putsch sangriento y estéril. Faltan
organizaciones de masa, tales corno los soviets, que agrupen a
toda la masa trabajadora y se conviertan en el instrumento de la
insurrección y de la toma del poder. Falta, sobre todo, un gran
partido comunista, sin el cual la victoria es imposible.
Si la clase obrera es vencida sin combate o después de un putsch
heroico e ineficaz, su abatimiento o su pasividad favorecerán la
evolución de la pequeña burguesía hacia la derecha, y permitirán
a la burguesía apoyarse en ella para asestar el golpe de gracia
al proletariado. En esas circunstancias el fascismo hallaría una
base magnífica para su desarrollo.
Esta perspectiva es posible, pero no inevitable, ni mucho menos.
La clase obrera ha de tenerla presente en su espíritu, con el
fin de prever todos los peligros y atacar al enemigo de un modo
más certero y decidido. La situación es netamente
revolucionaria. La crisis capitalista se agrava de día en día.
No tiene solución. La burguesía va consolidando sus posiciones
en un esfuerzo desesperado, pero tropieza con dificultades
inauditas para consolidarlas definitivamente. Con la
constitución de un gobierno presidido por los socialistas,
intenta ganar tiempo. La clase obrera ha de darse cuenta de ello
y no permitir que la burguesía tenga un momento de respiro. En
períodos revolucionarios como el que vivirnos, los
acontecimientos se desarrollan con extraordinaria rapidez. Pero
la conciencia revolucionaria de las masas progresa, asimismo, en
proporción geométrica. Lo que falta es un partido que concrete
en fórmulas precisas esa conciencia revolucionaria y organice a
las masas para la acción. Este partido no existe aún, aunque hay
potencialmente un intenso espíritu comunista en el país. Hay que
dar a la clase obrera ese instrumento indispensable para su
emancipación. Hay que forjar un gran partido revolucionario del
proletariado unificando todas las fuerzas comunistas y
dotándolas de un programa claro y preciso.
Las posibilidades de eficacia en la lucha contra el peligro
fascista y por la constitución de un gran partido comunista
dependerán, principalmente, de la medida en que se consiga poner
término a la división sindical que desgarra a la clase obrera de
nuestro país.
En este sentido, el Partido Comunista está llamado a desempeñar
un papel de primordial importancia, combatiendo implacablemente
a los escisionistas inveterados del campo anarquista y de la
UGT, demostrando en la práctica al proletariado que desea
sinceramente la unidad y luchando para conseguirla.
Por desgracia, el partido ha seguido en este terreno una
política profundamente errónea, que culminó en la famosa
Conferencia de Sevilla y en la constitución del Comité de
reconstrucción, que ha creado una impopularidad merecida a los
comunistas en el seno de la CNT y ha venido a ahondar todavía
más la escisión: tres o cuatro meses atrás, la dirección del
partido, ante el fracaso evidente de su política sindical,
anunció un “viraje” en la misma. Se renunciaba a la táctica de
escisión, que tan funestos resultados había dado, y se anunciaba
la transformación del Comité de reconstrucción en Comité de
unidad.
La Oposición Comunista
española saludó con satisfacción el “viraje”, que equivalía al
reconocimiento implícito del acierto de sus críticas, pero
incitaba al mismo tiempo a los comunistas a impedir que el
viraje anunciado por el partido no quedase en el papel, como
hacía temer la persistencia tenaz de este último en algunos de
los errores fundamentales. “Por lo que a la política sindical se
refiere –decía el Comité central de la Oposición en la carta
abierta dirigida a los miembros del partido–, los síntomas son
aún más inquietantes. Se han hecho proposiciones concretas de
frente único a la CNT, pero el Comité de reconstrucción... sigue
funcionando; y aún después de la circular de la Secretaría
política proclamando el viraje en la política del partido, ha
publicado distintos manifiestos con su firma. El Comité
ejecutivo, si sus deseos son sinceros, ha de demostrarlo en la
práctica. Los miembros del partido han de imponer, en este
sentido, su voluntad a los dirigentes”.
Nuestros temores eran más que justificados. El partido, lejos de
orientarse sinceramente hacia la unidad, acentúa su política
divisionista. Esta es la realidad. Su decisión de convocar una
conferencia de unidad sindical (valiéndose, ¡como en 1925!, de
la Federación de Sociedades Obreras de San Sebastián), no puede
conducir más que a una segunda edición, corregida y aumentada,
del Comité de Sevilla, es decir, a la creación de una tercera
central.
Es de una evidencia incontestable que participará en dicha
conferencia una minoría insignificante de sindicatos; que las
grandes organizaciones de la CNT y de la UGT no mandarán sus
delegados. En estas condiciones, ¿es que la Conferencia puede
dar otro resultado que una nueva escisión?
La experiencia de estos últimos años demuestra que ese camino no
es el más eficaz para llegar a la unidad anhelada; que con
conferencias de unidad y proposiciones de congresos de fusión no
se conseguirá absolutamente nada. La unidad hay que hacerla
desde abajo, pasando previamente por la fase del frente único.
La lucha contra la ofensiva patronal, los problemas que la
revolución plantea, hacen aparecer diariamente a los ojos de la
clase obrera la necesidad de coordinar y de unir sus esfuerzos.
No hay ningún obrero, por poco consciente que sea, que no
comprenda la necesidad de formar un solo frente con los
compañeros que trabajan con él en la misma fábrica, en el mismo
taller, en la misma mina. El comité de fábrica, elegido por
todos los trabajadores de una misma casa sin excepción, estén o
no organizados sindicalmente, pertenezcan a la CNT o a la UGT,
sea cual sea su filiación política, le ofrece la posibilidad
efectiva de establecer esta unidad de acción. La lucha en favor
de la unidad hay que iniciarla, pues, por la base, emprendiendo
una campaña enérgica en favor de la constitución de comités de
fábrica en todo el país. De este modo, una vez conseguida la
unidad en la base, la clase trabajadora, impulsada por la lógica
misma de la lucha, llegaría a la conclusión de la necesidad, no
ya del frente único, sino de la unidad desde el punto de vista
de organización, en el terreno nacional. Este camino es
aparentemente más lento que el del congreso de fusión,
preconizado como primera y última etapa; pero, en realidad, es
mucho más rápido, y sobre todo infinitamente más eficaz. La
lucha por los comités de fábrica tiene, además, otras ventajas
inapreciables. En primer lugar, ofrece al proletariado una
ocasión magnífica para oponer el control revolucionario de la
producción, ejercido por los mencionados comités, al proyecto de
sedicente “control obrero”, elaborado por Largo Caballero, y que
no es más que una forma descarada de colaboración de clases.
En segundo lugar, en el proceso de desarrollo de los
acontecimientos revolucionarios de nuestro país, los comités de
fábrica pueden servir de poderoso estímulo a la aparición de
soviets, esos órganos insustituibles de la insurrección
proletaria.
Abandonemos, pues, la propaganda vacua de la unidad sindical y
las tentativas que ahondan aún más la escisión, y laboremos
activa y decididamente por la verdadera e inmediata unidad de
acción de la clase obrera, impulsando con la máxima energía la
creación de comités de fábrica.
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