Son muchas y muy
variadas las causas de la derrota de la República. Entre las principales pueden
considerarse la enorme confusión política reinante en la retaguardia, así como
la falta de cohesión entre los altos mandos militares y la inexistencia de una
oficialidad debidamente preparada y la lucha entre comunistas y anarquistas, que
se llegaron a matar entre ellos, y la evidente rectitud, orden, disciplina y fe
en el triunfo del Ejército de Franco.
En una buena
parte de los rojos, la derrota produjo unas amargas reflexiones, la mayoría de
las expuestas eran excusas. Pretendían atribuir la victoria de los Nacionales a
la intervención de Alemania y de Italia, o sea las potencias del Eje, así como
la mayor potencialidad y
eficacia de sus Fuerzas Armadas. Como causa de la derrota, mantenían la
actuación del Comité de “No-Intervención” que perjudicó a la República.
Otros vieron la
causa de la derrota en la desunión de la izquierda, así como la nefasta
dirección de los partidos que representaban el Frente Popular.
ARRIBA
Según el Jefe del Estado Mayor Central del
Ejército Popular republicano, Franco triunfó:
Primero:
Porque lo exigía la ciencia militar, el arte de la guerra.
«Muchas
veces, comentándolo con mis compañeros, con los compañeros que tenían motivo
para entender de estas cosas, yo decía: si triunfamos nosotros, tal y como
ahora somos, el arte de la guerra, según lo concebimos, y como nos lo
enseñaron, vendrá al suelo, porque habremos demostrado cómo una masa que se
llama ejército, sin haber logrado una organización; sin cohesión, porque aún
no responde fielmente a los resortes de la obediencia y de la colaboración;
sin unidad moral, porque en nuestro conglomerado político-militar aún tiene
cabida todo y porque se halla minado por múltiples discordias intestinas;
sin grandeza de aspiraciones en algunos dirigentes, que anteponen sus
intereses personales o partidistas a los de la masa popular, despertando con
ello en muchos combatientes miras localistas antes que las nacionales que
mueven a los ejércitos; sin medios materiales adecuados para hacer la
guerra, porque los que tenemos son escasos, malos o tardíos y siempre
inferiores a los del adversario; sin instrucción, porque no puede
improvisarse la de más de un millón de hombres, sin técnicos, etc.; una masa
así, decimos, habrá vencido a tropas donde se revelan características
totalmente opuestas».
Segundo:
Porque hemos carecido de los medios materiales indispensables para el
sostenimiento de la lucha.
«Esta
penuria ha sido permanente. Lo fue en los primeros tiempos, lo ha sido
durante toda la guerra y fue extraordinaria en la maniobra de Cataluña.
Todos los pedidos de material adolecían de pobreza; nunca se ha adquirido
más de la cuarta parte de lo que se pedía y era indispensable, muchas veces,
como en la ocasión de Cataluña, ha llegado tarde. La escasez de recursos
financieros o la visión limitada de nuestros políticos ha dado lugar q que
se careciese de las dotaciones mínimas: nos faltaban 400.000 fusiles para
tener el ejército armado; los 3/4 de armas ametralladoras, los 5/6 de la
artillería y 7/8 de la aviación; esta última cifra representaba lo necesario
para igualar al adversario. Nuestra industria no ha logrado producir lo
preciso para alimentar el desgaste…»
Tercero:
Porque nuestra dirección técnica de la guerra era defectuosa en todo el
escalonamiento del mando.
«De un modo
general, todos, incluso los elementos profesionales, no estábamos preparados
para los cargos que la realidad nos obligaba a desempeñar –aunque pueden
señalarse valiosas excepciones− y la masa de cuadros medios no podía ser
debidamente preparada. La guerra moderna es eminentemente técnica. Todos los
materiales, medios, armas y artificios (a excepción de los gases tóxicos)
que la ciencia bélica pone al servicio de la lucha, han sido ampliamente
aplicados, y algunos de ellos, como los aéreos y antiaéreos, en una
extensión y con una amplitud proporcionalmente superior a como fueron
utilizados en las guerras precedentes. Pues bien, nosotros teníamos que
dirigir nuestras fuerzas, sin mandos preparados para una lucha eminentemente
técnica, porque la masa de cuadros, desde el jefe supremo al cabo, eran
improvisados y es sabido que la guerra está reñida con la improvisación.
En cuanto a
la dirección suprema y a la coordinación de todas las fuerzas, jamás se ha
realizado de una manera efectiva. Ha faltado un elemento fundamental: el
jefe. Se ha querido desarrollar tercamente una teoría constitucional y no se
ha querido vivir una realidad. El mando único, político y militar, ha
existido en el papel; pero no se ha podido ejercer la función de mando.
También ha existido el jefe; pero tampoco el jefe podía serlo, por una razón
elemental: porque no era militar. El jefe militar tiene una función bien
definida en la guerra. Si este jefe falta, la función queda incumplida.
Nuestra política no quiso que el jefe militar existiera con plenitud de
derechos y responsabilidades. Sus razones tendría; pero es natural que la
realidad se impusiera al artificio y que el adversario le facilitase el
triunfo, pues en la batalla que es la pugna de dos voluntades, ha faltado
una».
Tras analizar
las causas de tipo militar de la derrota republicana, Rojo estudió las de índole
estrictamente política. Según el jefe del Estado Mayor Central republicano,
Franco consiguió el triunfo:
Primero:
Porque la República no se había fijado un fin político.
«A nuestros
políticos, durante los dos años y medio de la guerra, les han preocupado más
las menudencias personales y partidistas que los grandes problemas
nacionales…»
Segundo:
Porque nuestro Gobierno ha sido impotente por las influencias sobre él
ejercidas para desarrollar una acción verdaderamente rectora de las
actividades del país.
«No ha
podido establecer la unidad política, la unidad de acción, la unidad de
mando, la unidad de aspiraciones y fines, la unidad de la retaguardia y el
frente, de lo civil y de lo militar; no ha podido crear una moral sólida en
la retaguardia, un régimen de disciplina férrea, austeridad en el consumo y
equidad en la distribución; y no ha podido, en fin, llevar la dirección
política interior y exterior de la guerra, y asegurar la concurrencia de
esfuerzos y voluntades hacia la victoria…»
Tercero:
Porque nuestros errores diplomáticos le han dado el triunfo al
adversario mucho antes de que pudiera producirse la derrota militar.
«La política
exterior de la España republicana fiaba demasiado en la acción y en la ayuda
de la diplomacia de los países afines o simpatizantes; en cambio no tenía fe
en la propia fortaleza de la causa que defendía, por cuyo motivo, y por
ignorarse en el extranjero el fin político de nuestra lucha, aparecía ésta
en un plano falso. Teniendo, por nuestra situación, derecho a la exigencia,
nos hemos conformado con mendigar. Si hemos sostenido diplomáticos
derrotistas, ¿cómo íbamos a ganar crédito en el exterior…?»
Tampoco deja de
tener en cuenta Vicente Rojo los factores sociales y humanos. El general llega a
la conclusión de que Franco ha conseguido el triunfo en este importante terreno:
Primero:
Porque ha logrado la superioridad moral en el exterior y en el
interior.
Segundo:
Porque ha sabido asegurar una cooperación internacional permanente y
pródiga.
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ARRIBA
Un factor muy negativo para la República en
guerra fue el hecho de que su propio Presidente, Manuel
Azaña Díaz mantuviese una actitud pesimista con respecto a
sus posibilidades de victoria, ello debido principalmente al
darse cuenta de la gran desorganización de la zona
republicana. Sus temores respecto a la inestabilidad de la
República, ya desde antes de la guerra civil, se convierten
en el presentimiento de un negro futuro con las elecciones
de febrero de 1936. Desde el primer momento comprende que la
República perderá la guerra, y desde el primer momento
también desea la paz. No sólo porque intuyera la victoria
final del bando insurgente sino, sobre todo, porque la
matanza entre españoles constituye para él algo
insoportable. Ante los tristes y graves sucesos de la Cárcel
Modelo, llegó a pensar en presentar la dimisión como
Presidente de la República.
Sobre la desorganización de la zona republicana resulta
revelador lo que dice en La Velada de Benicarló el doctor
Lluch al describir lo que ocurría en el Alto Aragón cuando allí
fue implantado el comunismo libertario, en plena guerra civil:
«… Mucha gente había desaparecido, el dinero
totalmente. Los víveres se repartían con desigualdad
tradicional, pero ahora estaban en turno otras personas.
Gran confusión, voluntad excelente, miedo avasallador. Donde
antes había una persona para desempeñar un servicio
medianamente, cuando no mal, encontré siete, doce o veinte,
convencidas de hacerlo todo muy bien a fuerza de
discusiones. Quienes no tenían aún motivos para asustarse,
parecían petulantes, autoritarios, ufanos como chicos con
zapatos nuevos. Por ensalmo habían puesto la mano en el
ápice del mando y se disponían a cambiar su ruta. La
población exhibía la uniformidad nueva del desaliño, la
suciedad y el harapo. La raza parecía más morena, porque los
jóvenes guerreros se dejaban la barba, casi siempre negra, y
los rostros se ensombrecían. Largas melenas, pechos velludos
descotados, fusiles en bandolera, reminiscencias de un siglo
atrás, locuras románticas, barricadas revolucionarias. Mucha
gente incurría en la uniformidad del andrajo por miedo a
parecer acomodada, sobre todo si lo era aún o lo había sido.
Ningún sombrero, boina cuando más. Cuello en la camisa,
nunca. La corbata habría sido un reto insolente. Conservar
mi vestimenta de siempre, parecía un rasgo de valor…
Hallé un hospital junto a una cuadra de
animales. En largos coloquios con los mandones del lugar,
obtuve un caserón para albergar heridos, inmediato al
cementerio. “Será por la escasez de transportes”, me dije,
cediendo al mal humor. El hospital nuevo funcionó pronto.
Casi todas las noches a las altas horas, sonaban en el
cementerio descargas de fusilería. La primera vez pregunté:
“¿Qué disparos son ésos?” Tres sujetos estaban conmigo. El
uno, muy ceñudo, no contestó. Otro, sonriéndome con sonrisa
de connivencia, repuso: “¿Qué ha de ser?”, sin más. El
tercero me dijo: “Fusilan en el cementerio”, como podía
haber dicho: “Está lloviendo…”»
Otro de los muchos errores de Azaña fue el postergar
sistemáticamente a los militares que se habían mantenido leales
al Gobierno, negándoles en no pocas ocasiones el derecho a
dirigir la guerra de acuerdo con sus conocimientos
profesionales.
Otro dislate fue el formar columnas de paisanos, sin
instrucción, armamento ni disciplina, exaltar su espíritu
político, copiar en ellas la fisonomía y la jerarquía de los
partidos, y al mismo tiempo pretender que funcionasen como un
ejército.
Azaña se pregunta, angustiado: «¿Dónde está la solidaridad
nacional? No se ha visto por parte alguna. La casa empezó a
arder por el tejado, y los vecinos, en lugar de acudir todos a
apagar el fuego, se han dedicado a saquearse los unos a los
otros y a llevarse cada cual lo que podía. Una de las cosas más
miserables de estos sucesos ha sido la disociación general, el
asalto al Estado, y la disputa por sus despojos. Clase contra
clase, partido contra partido, región contra región, regiones
contra el Estado. El cabilismo racial de los hispanos ha
estallado con más fuerza que la rebelión misma, con tanta fuerza
que, durante muchos meses, no les ha dejado tener miedo de los
rebeldes y se han empleado en saciar ansias reprimidas. Un
instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado, agarrando lo que
tenía más a mano, si representaba o prometía algún valor,
económico o político o simplemente de ostentación y aparato. Las
patrullas que abren un piso y se llevan los muebles no son de
distinta calaña que los secuestradores de empresas o
incautadores de teatros y cines o usurpadores de funciones del
Estado. Apetito rapaz, guarnecido a veces de la irritante
petulancia de creerse en posesión de mejores luces, de mayor
pericia o de méritos hasta ahora desconocidos. Cada uno ha
querido llevarse la mayor parte del queso, de un queso que tiene
entre sus dientes el zorro enemigo. Cuando empezó la guerra,
cada ciudad, cada provincia quiso hacer su guerra particular.
Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón, para formar
con la gloria de la conquista, como si operase sobre territorio
extranjero, la gran Cataluña. Vasconia quería conquistar
Navarra; Oviedo, León. Málaga y Almería quisieron conquistar
Granada. Valencia, Teruel. Cartagena, Córdoba. Y así otros. Los
diputados iban al Ministerio de la Guerra a pedir un avión para
su distrito, “que estaba muy abandonado”, como antes pedían una
estafeta o una escuela. ¡Y a veces se lo daban! En el fondo,
provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente
española, sin excluir en ciertos casos dobles, codicia,
deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme,
inconsciencia, traición. La Generalidad se ha alzado contra
todo. El improvisado Gobierno vasco hace política internacional.
En Valencia, comistrajos y enjuagues de todos conocidos
partearon un gobiernito. En Aragón surge otro, y en Santander,
con ministros de Asuntos Exteriores y todo… ¡Pues si es en el
ejército! Nadie quería rehacerlo, excepto unas cuantas personas,
que no fueron oídas. Cada partido, cada provincia, cada
sindical, ha querido tener su ejército. En las columnas de
combatientes, los batallones de un grupo no congeniaban con los
de otro, se hacían daño, se arrebataban los víveres, las
municiones… Tenían tan poco conocimiento que, cuando se habló de
reorganizar un ejército, lo rechazaron, porque sería “el
ejército de la contrarrevolución”. ¡Y se repartían la piel del
oso! Cruel destino: los mismos piden ahora a gritos un ejército.
Cada cual ha pensado en su salvación propia sin considerar la
obra común».
ARRIBA
Indalecio
Prieto Tuero
Nació en Oviedo el 30 de abril de 1883. De
origen humilde, muy pronto se fue a vivir a Bilbao. Estudió en
un centro protestante. Fue taquígrafo en el periódico “La Voz de
Vizcaya”. Redactor del diario “EL Liberal”, del que con el
tiempo llegó a ser director y propietario. Proclamada la
República fue nombrado Ministro de Hacienda del Gobierno
provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora, participando en
los primeros Gabinetes de la República, ocupando las carteras de
Hacienda (14 abril a 16 diciembre de 1931) y Obras Públicas (16
diciembre de 1931 hasta 12 septiembre de 1933) siendo presidente
de la República Alcalá Zamora y Jefe de Gobierno Manuel Azaña.
Participó activamente en la huelga general revolucionaria de
octubre de 1934. Huyó a París para evitar el ser juzgado.
Ministro de Marina y Aire (4 septiembre 1936 al 17 mayo de
1937). Tras los sucesos revolucionarios de mayo de 1937, cayó el
Gabinete de Largo Caballero, formando Gobierno Juan Negrín,
siendo Prieto designado Ministro de la Defensa Nacional (17 mayo
1937 al 5 abril de 1938). Tras la derrota del frente de Aragón y
sus enfrentamientos con Negrín y con los ministros comunistas,
salió del Gobierno en abril de 1938. Fue presidente del PSOE
(1935 a 1948 (en el exilio). Al finalizar la Guerra Civil se
exilió a México, liderando la “Junta de Auxilio a los
Republicanos Españoles” (JARE). Murió en Ciudad de México el 11
de febrero de 1962.
«La “No-Intervención”, que asfixiaría a
nuestra República, la propuso Francia, pero la sugirió o,
mejor dicho, la impuso Inglaterra. El relato de lo ocurrido
al respecto lo oí de labios de Vincent Auriol, ministro de
Finanzas en el Gobierno presidido por Léon Blum, que fue el
proponente. Londres se dirigió a París haciéndole saber que
rompería la alianza franco-británica ante cualquier
incidente en que pudiera verse envuelta Francia por auxiliar
a la República española. Y Blum, que poco antes había dicho
“perderemos Abisinia, pero salvaremos a España”,
considerándose en un caso de fuerza mayor, se doblegó.
Oyendo a Auriol la referencia, mi comentario se redujo a
decir que para Blum hubiese sido más decoroso dimitir en vez
de doblegarse. Porque la alevosía de Francia contra nosotros
resultaba mayor, habida cuenta de que existía un tratado de
comercio franco-español, con una cláusula, exigida por el
Quai d’Orsay, en virtud de la cual España quedaba obligada a
adquirir preferentemente material de guerra francés, y
cuando lo necesitábamos apremiantemente, nos lo negó. El
tratado aludido se concertó durante el bienio negro,
firmándolo el señor Ricardo Samper Ibáñez, como ministro de
Estado».
Jesús Hernández
Tomás
Nació en 1907 en Murcia. De pequeño se trasladó
con su familia a Vizcaya. A los catorce años de edad participó
en la fundación del Partido Comunista de España (PCE). Participó
en un atentado, frustrado, contra el dirigente socialista
Indalecio Prieto. En 1931 fue enviado a Moscú para completar su
formación política. A su regreso a España fue nombrado miembro
del Comité Ejecutivo del Partido. E 1936 se hizo cargo de la
dirección del órgano del partido, “Mundo Obrero”. Del 4 de
septiembre de 1936 al 5 de abril de 1938 fue Ministro de
Instrucción Pública y Bellas Artes, y Ministro de Sanidad del 7
de mayo de 1937 al 5 de abril de 1938. Falleció en Ciudad de
México el 11 de enero de 1971.
«¿Se hubiera podido ganar nuestra guerra de
haber sido distinta la conducta de los comunistas españoles?
Más de una vez se nos ha formulado la pregunta. El
planteamiento de la cuestión está un poco fuera de lugar.
Los comunistas, en aquella época, para ser tales, no
podíamos ser de otra manera que como éramos, y nos
condujimos como lógicamente teníamos que conducirnos: como
un regimiento prusianizado a las órdenes de Moscú, sin más
jefe ni más dios que Stalin. Asentado este hecho, es
obligado afirmar de inmediato que los factores de nuestra
derrota están inexorablemente determinados por las
condiciones nacionales e internacionales en que tuvo lugar
nuestra contienda. Bloqueada la República por la
“No-Intervención”, cerrados para ella los mercados mundiales
de armas, y perdidas por tal causa las ventajas iniciales
que nos proporcionaron los primeros éxitos sobre los
sublevados, sólo un milagro podía haber determinado que
media población de España hubiera podido vencer a la otra
mitad. La República, con escasísimo armamento; la
franquista, con superabundancia de toda clase de buen
material y con la cooperación activa y decidida de Alemania,
Italia y Portugal, amén de la ayuda que le deparaba la
indiferencia o la defección de las potencias democráticas
frente a la causa republicana».
Francisco
Largo Caballero
Nació en Madrid el 15 de octubre de 1869.
Estuquista de profesión, sindicalista y político marxista. Se
afilió al PSOE en 1894. Histórico dirigente del Partido
Socialista Obrero Español (PSOE) y de la Unión General de
Trabajadores (UGT). Fue apodado como “el Lenin español”. Durante
la II República fue nombrado Ministro de Trabajo (14-10-1931 al
12-9-1933) y Presidente del Gobierno y Ministro de Guerra
(5-9-1936 al 18-5-1937). Al acabar la Guerra Civil se exilió a
Francia, y al producirse en 1940 la ocupación de Francia por
Alemania fue internado en el campo de concentración de
Sachsenhausen-Oranienburg, siendo liberado por el Ejército Rojo.
Se exilió a París, donde murió el 23 de marzo de 1946. Con la
llegada de la democracia en España, sus restos mortales fueron
trasladados a Madrid en 1978.
«Mientras Negrín y sus ministros se
entretenían en perseguir a los que no nos sometíamos a su
política, España se desangraba en una guerra criminal por
parte de los fascistas. Cada día aumentaban éstos sus medios
de combate, facilitados por las naciones del Eje a pesar de
la “No-Intervención”, de la que ellos se burlaban.
»Aunque después de mi salida del Gobierno
aumentó el envío de material de guerra para la República,
nunca era lo suficiente para igualarse con la que disponía
el enemigo. Nuestros milicianos luchaban en unas condiciones
de inferioridad aterradoras.
»El ministro de Defensa Nacional realizó
ofensivas que más parecían perseguir efectos morales para
distraer a la opinión, que interés por ganar la guerra o, al
menos, posiciones; así sucedió con la toma de Teruel, que se
perdió a los dos días por haber retirado fuerzas y no
disponer de reservas y por obligar a los milicianos a luchar
bajo una temperatura que produjo un número de bajas superior
al producido por las balas enemigas.
»Cosa parecida ocurrió con las operaciones
de Brunete; operación nunca autorizada anteriormente por mí,
porque carecíamos de fuerzas para cubrir los flancos y por
eso era una temeridad; de ahí que después de sacrificar
muchas vidas tuvieran que replegarse a las antiguas
posiciones. Lo mismo aconteció en la ofensiva de La Granja,
posición inferior a la del puerto del Alto de las dos
Castillas que estaban en nuestro poder. También allí se
sacrificaron vidas sin objetivo bien determinado…
»De otra parte, en las esferas
gubernamentales todo eran intrigas y zancadillas. Prieto
creyó manejar a Negrín a su antojo y se equivocó, porque
Negrín era prisionero del Partido Comunista. Éste pensó que
Prieto se le sometería como Negrín, porque gracias a él era
ministro de Defensa Nacional; pero Prieto no se somete a
nadie; por el contrario, su deseo es que todos se sometan a
él. Su propia sombra le estorba. No se entendían. La
traición de mayo de 1937 no les sirvió de provecho. Se
devoraban entre sí, mientras los milicianos perdían su vida
en defensa de la libertad y la independencia…»
Dolores
Ibárruri Gómez “La Pasionaria”
Nació en Gallarta (Vizcaya) el 9 de diciembre de
1895, en el seno de una familia minera conservadora. Histórica
dirigente del Partido Comunista de España (PCE). Murió en Madrid
el 12 de noviembre de 1989.
«Nuestra guerra ofrece a las nuevas
promociones juveniles lecciones altamente provechosas.
Hacíamos la guerra, y desarrollábamos la revolución
democrática, con impulso y características que no se habían
dado en las revoluciones burguesas anteriores. La revolución
es el motor de la historia y en su desarrollo los pueblos
realizan maravillosas hazañas. Pero la revolución es también
revulsivo que hace salir a la superficie el limo sedimentado
en los bajos fondos de la sociedad. Desarrolla las
ambiciones y los turbios afanes de los vividores políticos
de los que quieren poner la revolución a su servicio. Con
esto hay que contar y contra ello hay que luchar, como se
vio obligado a luchar el Partido Comunista en el transcurso
de la guerra, contra quienes en provecho propio pretendían
desfigurar el carácter de la revolución.
»Esto, que es inevitable, no puede servir de
pretexto para no participar en la lucha revolucionaria,
escudándose en el cómodo “todos son iguales” puesto en boga
por los enemigos de la revolución. Todos no somos iguales, y
la historia de nuestro país de los últimos treinta años
muestra la enorme diferencia entre el revolucionario
consecuente y el revolucionario ocasional. Entre quienes
aspiran a la elevación de todo el pueblo y el
engrandecimiento de la patria, y quienes actúan en política
en vuelo bajo, a ras de sus propios intereses personales o
de grupo. Entre quienes son capaces de sacrificarse por el
bien de todos, y quienes pretenden hacer del pueblo escabel
de su mediocridad política, y que gritan como condenados
llamándose a engaño, cuando la indignación popular da un
puntapié a la escalera donde estaban encaramados.
»La resistencia a la agresión fascista fue
iniciada bajo los auspicios del Frente Popular, y con un
Gobierno republicano pequeñoburgués. Las fuerzas
fundamentales de esta resistencia eran los obreros y los
campesinos que militaban en distintas organizaciones cuya
disciplina seguían.
»La unidad del Frente Popular no era una
unidad sólida. No se apoyaba en la unidad de la clase
obrera. Actuaban en él diversas clases, diversos sectores,
diversos intereses, diversos grupos políticos. De ahí las
contradicciones que surgían a cada paso, tanto más que los
nacionalistas vascos y los anarquistas, que también
aparecían en el campo antifranquista, no participaban en el
Frente Popular.
»De ahí también los diferentes criterios,
las diferentes opiniones, los diferentes modos de entender
la guerra y sus perspectivas, criterios, opiniones y
modalidades que pesaron duramente en la vida política y
militar de la España republicana.
»Y si a veces nosotros, comunistas,
reaccionábamos sin la necesaria flexibilidad frente a
posiciones que considerábamos dañinas para la resistencia o
cayendo en el otro extremo no criticábamos suficientemente
actitudes derrotistas y maniobras oscuras, ni un solo
momento, ni ayer ni hoy, hemos dejado de valorizar la
importancia histórica, revolucionaria, de la participación
de la burguesía democrática en la resistencia popular al
fascismo.
»Los factores negativos que aparecen en el
campo republicano –que fueron muchos− tanto en vísperas de
la sublevación franquista como después de ésta, en el
transcurso de la guerra, no niegan, sino que confirman la
necesidad de la unidad, del entendimiento, del compromiso
entre los diversos grupos y partidos democráticos de nuestro
país; la necesidad de un acuerdo incluso con las fuerzas que
por su composición, por sus intereses, por su modo de ver y
entender la vida, no aceptan más que en mínima parte la
realización de cambios democráticos en la estructuración
política del Estado español.
»Y, sobre todo, lo que la guerra mostró de
manera exhaustiva es que sin la unidad de la clase obrera la
dirección de la revolución democrática cae inevitablemente
en manos de la burguesía, que frena esta revolución, que no
lleva hasta el fin, que incluso la transforma en instrumento
contra el proletariado».
José
Antonio de Aguirre y Lecube
Nació en Bilbao el 6 de marzo de 1904. Jugador
del Athetic Club, abogado y militante del Partido Nacionalista
Vasco (PNV), primer lehendakari del Gobierno Vasco, así como
Consejero de Defensa de aquel primer ejecutivo, labor que asumió
durante la Guerra Civil española. Durante su mandato el
“Gobierno de Euzkadi” combatió del lado de la II República
española y se creó el Ejército Vasco (Euzko Gudarostea).
Falleció en el exilio, en París el 22 de marzo de 1960.
«La República había resistido y pudo
resistir más, pero, como se firmó el compromiso de Munich,
los aviones alemanes pudieron seguir llegando para ayudar a
Franco; se derrumbó la resistencia catalana. El 4 de febrero
de 1939 por la mañana, salía el Presidente de Cataluña,
señor Companys, por el monte, camino del exilio. A su lado
marchaba yo. Le había prometido que en las últimas horas de
su patria me tendría a su lado, y cumplí mi palabra.
»Las tropas de la República se retiraban
hacia la frontera francesa. El abandono más absoluto por
parte del mundo acompañaba a la derrota de aquellos
adversarios del totalitarismo. Yo miraba con dolor a los
fugitivos, porque para nosotros los vascos se habían
guardado en Francia aquellas normas de pudor que impone la
desgracia digna. Se nos atacó y calumnió por los bien
pensants, pero vivimos en nuestras propias instituciones
y fuimos distinguidos con afecto por las autoridades y por
personalidades de todas las ideas. Pero a aquella inmensa
caravana de gente sin patria y sin hogar, le esperaban los
campos de concentración como toda hospitalidad. Jamás como
entonces se vio hasta dónde son capaces de llegar los
instintos del odio, cuando sobre la desgracia se ceba el
insulto y el furor de venganza. “Que los envíen a las
colonias”, pedía la prensa francesa amiga de Italia, la
“hermana latina”, mientras toda clase de estadísticas de
crímenes, de malversaciones, de bajas calumnias se esgrimían
contra quienes eran acreedores de un trato más humano,
aunque no fuese más que por el estado de desamparo en que se
encontraban».
Diego Abad de
Santillán
Sinesio Baudilio García Fernández, conocido bajo
el seudónimo de Diego Abad de Santillán, nació en León el 20 de
mayo de 1897. Militante anarquista, escritor y editor, fue una
figura prominente del movimiento anarcosindicalista en España y
Argentina. Falleció en Barcelona el 18 de octubre de 1983.
«Ha terminado la guerra española, gracias a
la poderosa ayuda italoalemana prestada a nuestros enemigos,
en hombres y en material bélico, y gracias también a la
complacencia criminal de los llamados Gobiernos
democráticos, autores de la farsa inicua de la
“No-Intervención”. Ha terminado la guerra española, pero el
mundo, que nos aisló de toda posibilidad de lucha con
pretextos fútiles y cálculos falsos, tiene ahora que pagar
los platos rotos de la nueva hecatombe.
»Burgueses y proletarios de todos los países
estuvieron unidos en la cómoda interpretación de que nuestra
guerra sólo a nosotros, beligerantes, nos incumbía. Cuando
no cometieron el gravísimo delito de ayudar a nuestros
enemigos –el paraíso del proletariado, Rusia, enviaba a
Italia la nafta con que la aviación fascista nos
bombardeaba, destruyendo ciudades y masacrando poblaciones
civiles−, bloqueándonos a nosotros hasta hacernos sucumbir.
Francia e Inglaterra se encuentran por eso ante la realidad
que les habíamos señalado tantas veces como inevitable. ¡No
intervención o intervención unilateral a favor de los
facciosos! Tal ha sido la posición ante la cual nos hemos
estrellado…»
»Terminó la lucha en España como no
hubiéramos deseado que terminara, pero como habíamos
previsto que terminaría si no se operaban determinados
cambios en la dirección y en la política de la guerra: con
una catástrofe militar –por derrumbamiento de los frentes y
de la retaguardia− y con una bacanal sangrienta a costa de
los vencidos.
»La intervención funesta de los emisarios
rusos y de sus aliados españoles, tan blandos y accesibles a
la corrupción, los mismos crímenes contra el pueblo, la
misma conspiración contra España, la misma descomposición
moral por obra de una política que no tenía más alcances que
el predominio de partido en el aparato de Estado.
»El mito de la resistencia con pan o sin
pan, con armas o sin ellas, era sólo la ambición de
disfrutar después del desastre, solos, del botín logrado con
nuestra derrota, que era su victoria. Y con esos millones de
la España despojada y escarnecida, se comprarán conciencias
y plumas que, por encima de tanta tragedia y de tanta
suciedad, elevarán a los afortunados un pedestal de héroes.
También se quiere llegar a eso. Alguien ha escrito y
nosotros esperamos que así sea: “Quieren pasar a la historia
en mármoles y bronces y han de contentarse con un
estercolero.”
»Sólo queda un héroe para hoy y para
siempre, mártir y puro: el pueblo español. No podremos estar
en lo sucesivo a su lado más que con nuestra simpatía y
nuestro cariño. Es la única grandeza ante la cual nos
descubrimos con respeto. Sólo nos avergüenza y nos intriga
el hecho de que hayan podido salir de ese gran pueblo tantos
traidores, en nombre de los más opuestos ideales».
Julián
Besteiro Fernández
Nació en Madrid el 21 de septiembre de 1870.
Hijo de un comerciante de ultramarinos de origen gallego.
Ingresó a los nueve años en la Institución Libre de Enseñanza.
Entre sus compañeros de clase se encontraban Fernando de los
Ríos y Antonio Machado. Presidente del PSOE (1925-1932) y de la
UGT (1925-1934). El 28 de marzo de 1939, Besteiro, en calidad de
Consejero de Asuntos Exteriores del Consejo casadista, ya
enfermo, es detenido en los sótanos del actual Ministerio de
Hacienda, donde tenía su despacho y desde donde se dirigía
frecuentemente por radio a los madrileños. El 8 de julio de 1939
es sometido a un Consejo de Guerra, siendo condenado a treinta
años de prisión. Trasladado a la cárcel de Carmona (Sevilla)
murió en ella el 27 de septiembre de 1940.
«Abrid al pueblo los ojos de la verdad, pero
con precaución, no sea que le irrite demasiado la luz,
después de un período tan largo de tinieblas.
»La verdad real: Estamos derrotados por
nuestras culpas (claro que hacer mías estas culpas es pura
retórica). Estamos derrotados nacionalmente por habernos
dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la
aberración política más grande que han conocido, quizás, los
siglos. La política internacional rusa, en manos de Stalin,
y tal vez como reacción contra su estado de fracaso
interior, se ha convertido en un crimen monstruoso que
supera en mucho a las macabras concepciones de Dostoievsky y
de Tolstoy (Los hermanos Karamazov y El poder de
las tinieblas). La reacción a este error de la República
de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representaban
genuinamente, sean cuales sean sus defectos, los
nacionalistas, que se han batido en la gran cruzada anti-Komintern.
»Pero la grande o pequeña cantidad de
personas que hemos sufrido las consecuencias del contagio
bolchevique de la República, no solamente tenemos un
derecho, que no es cosa de reclamar, sino que poseemos un
caudal de experiencia triste y trágica, si se quiere, pero
que por eso es muy valiosa. Y esta experiencia no se puede
desperdiciar, sin grave daño para la construcción de la
España del porvenir. Esta experiencia, la reacción de
liberación, es lo que representa el 5 de marzo de 1939. El
Consejo Nacional de Defensa representa la única legalidad
subsistente en el derrumbamiento de la España republicana.
(La dimisión del presidente ha hecho manifiesto e indudable
ese derrumbamiento, que ya existía antes). Además, ese
Consejo Nacional de Defensa, vino a tiempo. Antes hubiera
chocado con ese Himalaya de falsedades (que la prensa
bolchevizada ha depositado en las almas ingenuas) y se
hubiese estrellado. Pero no ha sido contra una montaña
ingente y dura, sino contra un montón de arena, acumulado
por un huracán del desierto. El percance, en estas
condiciones, no ha tenido proporciones graves y ha podido
ser superado. Si el acto del 5 de marzo no se hubiese
realizado, el dominio completo de la España republicana por
la política del Komintern hubiera sido un hecho y los
habitantes de esta zona hubiera tenido que sufrir
probablemente durante algunos meses más no sólo la criminal
prolongación de la guerra, sino el más espantoso terrorismo
bolchevique, único medio de mantener tan enorme ficción,
contraria evidentemente al deseo de los ciudadanos.
»El drama del ciudadano de la República es
éste: no quiere el fascismo y no lo quiere no por lo que
tiene de reacción contra el bolchevismo, sino por el
ambiente pasional y sectario que acompaña a esa justificada
reacción (teorías raciales, mito del héroe, exaltación de un
patriotismo morboso y de un espíritu de conquista,
resurrección de las formas históricas, que carecen de
sentido en el orden social, antiliberalismo y anti
intelectualismo, etc.). No es, pues, fascista el ciudadano
de la República con su rica experiencia trágica. Pero
tampoco es en modo alguno bolchevique. Quizás es más anti
bolchevique que antifascista, porque el bolchevismo lo ha
sufrido en sus entrañas y el fascismo no.
»¿Con este interesante estado de ánimo, y
esta rica experiencia, puede contribuir a la edificación de
la España de mañana? He aquí el gran problema. Porque pensar
en que media España pueda destruir a la otra media sería una
nueva locura, ya que acabaría con toda posibilidad de
afirmación de nuestra personalidad nacional, peligro que
hemos corrido y del cual hemos escapado.
»Para construir la personalidad española de
mañana, la España nacional vencedora habrá de contar con la
experiencia de los que han sufrido los errores de la
República bolchevizada o se expone a perderse por caminos
extraviados que no conducen más que al fracaso. La masa
republicana útil no puede pedir sin indignificarse una
participación en el botín. Pero si puede y debe pedir un
puesto en el frente de trabajo constructivo».
ARRIBA
Según el prestigioso hispanista
estadounidense Stanley G. Payne, en su importante libro
¿Por qué la República perdió la guerra?, manifiesta: “La
derrota excitó amargas reflexiones en una buena parte de los
republicanos; la mayoría eran excusas, y solo algunas tenían
un carácter relativamente objetivo. Casi todos los
republicanos preferían atribuir la victoria de Franco a la
intervención del Eje y a la mayor potencia de sus Fuerzas
Armadas, aunque otros evaluaron la situación con más
claridad: hubo quien puso el acento en la desunión de la
izquierda, así como en la desastrosa dirección de los
partidos que la representaban. Aunque el resultado de la
guerra ya era definitivo, la cuestión de la derrota no se
resolvió y las dudas respecto a los errores republicanos,
sus debilidades o excesos, se han mantenido como problemas
históricos relevantes. Los factores que explican la derrota
republicana pueden sintetizarse analíticamente en torno a
una serie de temas clave. Algunos de los problemas son
anteriores a la Guerra Civil, comenzando por el error de no
intentar evitar el conflicto”.
A continuación Stanley G. Payne expone una serie de guiones, con
sus correspondientes y acertados comentarios.
Infravaloración de los peligros de la
guerra. Abandono de la democracia. Una unidad simplemente
negativa. Las contradicciones del socialismo español. El
problema del “anarquismo organizado”. Errores a la hora de
tomar medidas concretas para evitar la Guerra Civil. La
incoherencia del Gobierno de Giral. Disidencia regional y
nacionalista. La revolución. La superioridad militar de
Franco. Errores de la política militar republicana. La
ineptitud en la política naval. Intervención extranjera. El
caos financiero y económico. Comunismo y política
soviética:¿fortaleza o debilidad? Unidad, desunión y el
Gobierno de Negrín. Sobre este
último apartado cita G. Payne la carta de Negrín dirigida a
Herbert L. Matthews en el libro de este último Half of
Spain Died:
«También Orwell inquiría por las causas
de nuestra derrota, que yo sostuve y sostengo más se
debió a nuestra inconmensurable incompetencia, a nuestra
falta de moral, a las intrigas, celos y divisiones que
corrompían la retaguardia, y por último a nuestra
inmensa cobardía que a la carencia de armas. Cuando digo
“nuestra”, naturalmente, no me refiero a los héroes que
lucharon hasta la muerte o sobrevivieron a toda suerte
de pruebas, ni a la pobre población civil, siempre
hambrienta y al borde de la inanición. Me refiero a
“nosotros”, a los dirigentes irresponsables, quienes,
incapaces de prevenir una guerra, que no era inevitable,
nos rendimos vergonzosamente, cuando aún era posible
luchar y vencer. Y conste que no distingo cuando digo
“nosotros”. Como en el pecado original, hay una
solidaridad en la responsabilidad, y el único bautismo
que puede lavarnos es el reconocimiento de nuestras
faltas y errores comunes».
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