Memoria Histórica
La derrota Republicana según sus principales protagonistas
Por Eduardo Palomar Baró.
Son muchas y muy variadas las causas de la derrota de la República. Entre las principales pueden considerarse la enorme confusión política reinante en la retaguardia, así como la falta de cohesión entre los altos mandos militares y la inexistencia de una oficialidad debidamente preparada y la lucha entre comunistas y anarquistas, que se llegaron a matar entre ellos, y la evidente rectitud, orden, disciplina y fe en el triunfo del Ejército de Franco.
En una buena parte de los rojos, la derrota produjo unas amargas reflexiones, la mayoría de las expuestas eran excusas. Pretendían atribuir la victoria de los Nacionales a la intervención de Alemania y de Italia, o sea las potencias del Eje, así como la mayor potencialidad y eficacia de sus Fuerzas Armadas. Como causa de la derrota, mantenían la actuación del Comité de “No-Intervención” que perjudicó a la República.
Otros vieron la causa de la derrota en la desunión de la izquierda, así como la nefasta dirección de los partidos que representaban el Frente Popular.
El juicio del general Vicente Rojo
Según el Jefe del Estado Mayor Central del Ejército Popular republicano, Franco triunfó:
Primero: Porque lo exigía la ciencia militar, el arte de la guerra.
«Muchas veces, comentándolo con mis compañeros, con los compañeros que tenían motivo para entender de estas cosas, yo decía: si triunfamos nosotros, tal y como ahora somos, el arte de la guerra, según lo concebimos, y como nos lo enseñaron, vendrá al suelo, porque habremos demostrado cómo una masa que se llama ejército, sin haber logrado una organización; sin cohesión, porque aún no responde fielmente a los resortes de la obediencia y de la colaboración; sin unidad moral, porque en nuestro conglomerado político-militar aún tiene cabida todo y porque se halla minado por múltiples discordias intestinas; sin grandeza de aspiraciones en algunos dirigentes, que anteponen sus intereses personales o partidistas a los de la masa popular, despertando con ello en muchos combatientes miras localistas antes que las nacionales que mueven a los ejércitos; sin medios materiales adecuados para hacer la guerra, porque los que tenemos son escasos, malos o tardíos y siempre inferiores a los del adversario; sin instrucción, porque no puede improvisarse la de más de un millón de hombres, sin técnicos, etc.; una masa así, decimos, habrá vencido a tropas donde se revelan características totalmente opuestas».
Segundo: Porque hemos carecido de los medios materiales indispensables para el sostenimiento de la lucha.
«Esta penuria ha sido permanente. Lo fue en los primeros tiempos, lo ha sido durante toda la guerra y fue extraordinaria en la maniobra de Cataluña. Todos los pedidos de material adolecían de pobreza; nunca se ha adquirido más de la cuarta parte de lo que se pedía y era indispensable, muchas veces, como en la ocasión de Cataluña, ha llegado tarde. La escasez de recursos financieros o la visión limitada de nuestros políticos ha dado lugar q que se careciese de las dotaciones mínimas: nos faltaban 400.000 fusiles para tener el ejército armado; los 3/4 de armas ametralladoras, los 5/6 de la artillería y 7/8 de la aviación; esta última cifra representaba lo necesario para igualar al adversario. Nuestra industria no ha logrado producir lo preciso para alimentar el desgaste…»
Tercero: Porque nuestra dirección técnica de la guerra era defectuosa en todo el escalonamiento del mando.
«De un modo general, todos, incluso los elementos profesionales, no estábamos preparados para los cargos que la realidad nos obligaba a desempeñar –aunque pueden señalarse valiosas excepciones− y la masa de cuadros medios no podía ser debidamente preparada. La guerra moderna es eminentemente técnica. Todos los materiales, medios, armas y artificios (a excepción de los gases tóxicos) que la ciencia bélica pone al servicio de la lucha, han sido ampliamente aplicados, y algunos de ellos, como los aéreos y antiaéreos, en una extensión y con una amplitud proporcionalmente superior a como fueron utilizados en las guerras precedentes. Pues bien, nosotros teníamos que dirigir nuestras fuerzas, sin mandos preparados para una lucha eminentemente técnica, porque la masa de cuadros, desde el jefe supremo al cabo, eran improvisados y es sabido que la guerra está reñida con la improvisación.
En cuanto a la dirección suprema y a la coordinación de todas las fuerzas, jamás se ha realizado de una manera efectiva. Ha faltado un elemento fundamental: el jefe. Se ha querido desarrollar tercamente una teoría constitucional y no se ha querido vivir una realidad. El mando único, político y militar, ha existido en el papel; pero no se ha podido ejercer la función de mando. También ha existido el jefe; pero tampoco el jefe podía serlo, por una razón elemental: porque no era militar. El jefe militar tiene una función bien definida en la guerra. Si este jefe falta, la función queda incumplida. Nuestra política no quiso que el jefe militar existiera con plenitud de derechos y responsabilidades. Sus razones tendría; pero es natural que la realidad se impusiera al artificio y que el adversario le facilitase el triunfo, pues en la batalla que es la pugna de dos voluntades, ha faltado una».
Tras analizar las causas de tipo militar de la derrota republicana, Rojo estudió las de índole estrictamente política. Según el jefe del Estado Mayor Central republicano, Franco consiguió el triunfo:
Primero: Porque la República no se había fijado un fin político.
«A nuestros políticos, durante los dos años y medio de la guerra, les han preocupado más las menudencias personales y partidistas que los grandes problemas nacionales…»
Segundo: Porque nuestro Gobierno ha sido impotente por las influencias sobre él ejercidas para desarrollar una acción verdaderamente rectora de las actividades del país.
«No ha podido establecer la unidad política, la unidad de acción, la unidad de mando, la unidad de aspiraciones y fines, la unidad de la retaguardia y el frente, de lo civil y de lo militar; no ha podido crear una moral sólida en la retaguardia, un régimen de disciplina férrea, austeridad en el consumo y equidad en la distribución; y no ha podido, en fin, llevar la dirección política interior y exterior de la guerra, y asegurar la concurrencia de esfuerzos y voluntades hacia la victoria…»
Tercero: Porque nuestros errores diplomáticos le han dado el triunfo al adversario mucho antes de que pudiera producirse la derrota militar.
«La política exterior de la España republicana fiaba demasiado en la acción y en la ayuda de la diplomacia de los países afines o simpatizantes; en cambio no tenía fe en la propia fortaleza de la causa que defendía, por cuyo motivo, y por ignorarse en el extranjero el fin político de nuestra lucha, aparecía ésta en un plano falso. Teniendo, por nuestra situación, derecho a la exigencia, nos hemos conformado con mendigar. Si hemos sostenido diplomáticos derrotistas, ¿cómo íbamos a ganar crédito en el exterior…?»
Tampoco deja de tener en cuenta Vicente Rojo los factores sociales y humanos. El general llega a la conclusión de que Franco ha conseguido el triunfo en este importante terreno:
Primero: Porque ha logrado la superioridad moral en el exterior y en el interior.
Segundo: Porque ha sabido asegurar una cooperación internacional permanente y pródiga.
Azaña y su pesimismo
Un factor muy negativo para la República en guerra fue el hecho de que su propio Presidente, Manuel Azaña Díaz mantuviese una actitud pesimista con respecto a sus posibilidades de victoria, ello debido principalmente al darse cuenta de la gran desorganización de la zona republicana. Sus temores respecto a la inestabilidad de la República, ya desde antes de la guerra civil, se convierten en el presentimiento de un negro futuro con las elecciones de febrero de 1936. Desde el primer momento comprende que la República perderá la guerra, y desde el primer momento también desea la paz. No sólo porque intuyera la victoria final del bando insurgente sino, sobre todo, porque la matanza entre españoles constituye para él algo insoportable. Ante los tristes y graves sucesos de la Cárcel Modelo, llegó a pensar en presentar la dimisión como Presidente de la República.
Sobre la desorganización de la zona republicana resulta revelador lo que dice en La Velada de Benicarló el doctor Lluch al describir lo que ocurría en el Alto Aragón cuando allí fue implantado el comunismo libertario, en plena guerra civil:
«… Mucha gente había desaparecido, el dinero totalmente. Los víveres se repartían con desigualdad tradicional, pero ahora estaban en turno otras personas. Gran confusión, voluntad excelente, miedo avasallador. Donde antes había una persona para desempeñar un servicio medianamente, cuando no mal, encontré siete, doce o veinte, convencidas de hacerlo todo muy bien a fuerza de discusiones. Quienes no tenían aún motivos para asustarse, parecían petulantes, autoritarios, ufanos como chicos con zapatos nuevos. Por ensalmo habían puesto la mano en el ápice del mando y se disponían a cambiar su ruta. La población exhibía la uniformidad nueva del desaliño, la suciedad y el harapo. La raza parecía más morena, porque los jóvenes guerreros se dejaban la barba, casi siempre negra, y los rostros se ensombrecían. Largas melenas, pechos velludos descotados, fusiles en bandolera, reminiscencias de un siglo atrás, locuras románticas, barricadas revolucionarias. Mucha gente incurría en la uniformidad del andrajo por miedo a parecer acomodada, sobre todo si lo era aún o lo había sido. Ningún sombrero, boina cuando más. Cuello en la camisa, nunca. La corbata habría sido un reto insolente. Conservar mi vestimenta de siempre, parecía un rasgo de valor…
Hallé un hospital junto a una cuadra de animales. En largos coloquios con los mandones del lugar, obtuve un caserón para albergar heridos, inmediato al cementerio. “Será por la escasez de transportes”, me dije, cediendo al mal humor. El hospital nuevo funcionó pronto. Casi todas las noches a las altas horas, sonaban en el cementerio descargas de fusilería. La primera vez pregunté: “¿Qué disparos son ésos?” Tres sujetos estaban conmigo. El uno, muy ceñudo, no contestó. Otro, sonriéndome con sonrisa de connivencia, repuso: “¿Qué ha de ser?”, sin más. El tercero me dijo: “Fusilan en el cementerio”, como podía haber dicho: “Está lloviendo…”»
Otro de los muchos errores de Azaña fue el postergar sistemáticamente a los militares que se habían mantenido leales al Gobierno, negándoles en no pocas ocasiones el derecho a dirigir la guerra de acuerdo con sus conocimientos profesionales.
Otro dislate fue el formar columnas de paisanos, sin instrucción, armamento ni disciplina, exaltar su espíritu político, copiar en ellas la fisonomía y la jerarquía de los partidos, y al mismo tiempo pretender que funcionasen como un ejército.
Azaña se pregunta, angustiado: «¿Dónde está la solidaridad nacional? No se ha visto por parte alguna. La casa empezó a arder por el tejado, y los vecinos, en lugar de acudir todos a apagar el fuego, se han dedicado a saquearse los unos a los otros y a llevarse cada cual lo que podía. Una de las cosas más miserables de estos sucesos ha sido la disociación general, el asalto al Estado, y la disputa por sus despojos. Clase contra clase, partido contra partido, región contra región, regiones contra el Estado. El cabilismo racial de los hispanos ha estallado con más fuerza que la rebelión misma, con tanta fuerza que, durante muchos meses, no les ha dejado tener miedo de los rebeldes y se han empleado en saciar ansias reprimidas. Un instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado, agarrando lo que tenía más a mano, si representaba o prometía algún valor, económico o político o simplemente de ostentación y aparato. Las patrullas que abren un piso y se llevan los muebles no son de distinta calaña que los secuestradores de empresas o incautadores de teatros y cines o usurpadores de funciones del Estado. Apetito rapaz, guarnecido a veces de la irritante petulancia de creerse en posesión de mejores luces, de mayor pericia o de méritos hasta ahora desconocidos. Cada uno ha querido llevarse la mayor parte del queso, de un queso que tiene entre sus dientes el zorro enemigo. Cuando empezó la guerra, cada ciudad, cada provincia quiso hacer su guerra particular. Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón, para formar con la gloria de la conquista, como si operase sobre territorio extranjero, la gran Cataluña. Vasconia quería conquistar Navarra; Oviedo, León. Málaga y Almería quisieron conquistar Granada. Valencia, Teruel. Cartagena, Córdoba. Y así otros. Los diputados iban al Ministerio de la Guerra a pedir un avión para su distrito, “que estaba muy abandonado”, como antes pedían una estafeta o una escuela. ¡Y a veces se lo daban! En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en ciertos casos dobles, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición. La Generalidad se ha alzado contra todo. El improvisado Gobierno vasco hace política internacional. En Valencia, comistrajos y enjuagues de todos conocidos partearon un gobiernito. En Aragón surge otro, y en Santander, con ministros de Asuntos Exteriores y todo… ¡Pues si es en el ejército! Nadie quería rehacerlo, excepto unas cuantas personas, que no fueron oídas. Cada partido, cada provincia, cada sindical, ha querido tener su ejército. En las columnas de combatientes, los batallones de un grupo no congeniaban con los de otro, se hacían daño, se arrebataban los víveres, las municiones… Tenían tan poco conocimiento que, cuando se habló de reorganizar un ejército, lo rechazaron, porque sería “el ejército de la contrarrevolución”. ¡Y se repartían la piel del oso! Cruel destino: los mismos piden ahora a gritos un ejército. Cada cual ha pensado en su salvación propia sin considerar la obra común».
La derrota de los republicanos según sus principales protagonistas
Indalecio Prieto Tuero
Nació en Oviedo el 30 de abril de 1883. De origen humilde, muy pronto se fue a vivir a Bilbao. Estudió en un centro protestante. Fue taquígrafo en el periódico “La Voz de Vizcaya”. Redactor del diario “EL Liberal”, del que con el tiempo llegó a ser director y propietario. Proclamada la República fue nombrado Ministro de Hacienda del Gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora, participando en los primeros Gabinetes de la República, ocupando las carteras de Hacienda (14 abril a 16 diciembre de 1931) y Obras Públicas (16 diciembre de 1931 hasta 12 septiembre de 1933) siendo presidente de la República Alcalá Zamora y Jefe de Gobierno Manuel Azaña. Participó activamente en la huelga general revolucionaria de octubre de 1934. Huyó a París para evitar el ser juzgado. Ministro de Marina y Aire (4 septiembre 1936 al 17 mayo de 1937). Tras los sucesos revolucionarios de mayo de 1937, cayó el Gabinete de Largo Caballero, formando Gobierno Juan Negrín, siendo Prieto designado Ministro de la Defensa Nacional (17 mayo 1937 al 5 abril de 1938). Tras la derrota del frente de Aragón y sus enfrentamientos con Negrín y con los ministros comunistas, salió del Gobierno en abril de 1938. Fue presidente del PSOE (1935 a 1948 (en el exilio). Al finalizar la Guerra Civil se exilió a México, liderando la “Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles” (JARE). Murió en Ciudad de México el 11 de febrero de 1962.
«La “No-Intervención”, que asfixiaría a nuestra República, la propuso Francia, pero la sugirió o, mejor dicho, la impuso Inglaterra. El relato de lo ocurrido al respecto lo oí de labios de Vincent Auriol, ministro de Finanzas en el Gobierno presidido por Léon Blum, que fue el proponente. Londres se dirigió a París haciéndole saber que rompería la alianza franco-británica ante cualquier incidente en que pudiera verse envuelta Francia por auxiliar a la República española. Y Blum, que poco antes había dicho “perderemos Abisinia, pero salvaremos a España”, considerándose en un caso de fuerza mayor, se doblegó. Oyendo a Auriol la referencia, mi comentario se redujo a decir que para Blum hubiese sido más decoroso dimitir en vez de doblegarse. Porque la alevosía de Francia contra nosotros resultaba mayor, habida cuenta de que existía un tratado de comercio franco-español, con una cláusula, exigida por el Quai d’Orsay, en virtud de la cual España quedaba obligada a adquirir preferentemente material de guerra francés, y cuando lo necesitábamos apremiantemente, nos lo negó. El tratado aludido se concertó durante el bienio negro, firmándolo el señor Ricardo Samper Ibáñez, como ministro de Estado».
Jesús Hernández Tomás
Nació en 1907 en Murcia. De pequeño se trasladó con su familia a Vizcaya. A los catorce años de edad participó en la fundación del Partido Comunista de España (PCE). Participó en un atentado, frustrado, contra el dirigente socialista Indalecio Prieto. En 1931 fue enviado a Moscú para completar su formación política. A su regreso a España fue nombrado miembro del Comité Ejecutivo del Partido. E 1936 se hizo cargo de la dirección del órgano del partido, “Mundo Obrero”. Del 4 de septiembre de 1936 al 5 de abril de 1938 fue Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, y Ministro de Sanidad del 7 de mayo de 1937 al 5 de abril de 1938. Falleció en Ciudad de México el 11 de enero de 1971.
«¿Se hubiera podido ganar nuestra guerra de haber sido distinta la conducta de los comunistas españoles? Más de una vez se nos ha formulado la pregunta. El planteamiento de la cuestión está un poco fuera de lugar. Los comunistas, en aquella época, para ser tales, no podíamos ser de otra manera que como éramos, y nos condujimos como lógicamente teníamos que conducirnos: como un regimiento prusianizado a las órdenes de Moscú, sin más jefe ni más dios que Stalin. Asentado este hecho, es obligado afirmar de inmediato que los factores de nuestra derrota están inexorablemente determinados por las condiciones nacionales e internacionales en que tuvo lugar nuestra contienda. Bloqueada la República por la “No-Intervención”, cerrados para ella los mercados mundiales de armas, y perdidas por tal causa las ventajas iniciales que nos proporcionaron los primeros éxitos sobre los sublevados, sólo un milagro podía haber determinado que media población de España hubiera podido vencer a la otra mitad. La República, con escasísimo armamento; la franquista, con superabundancia de toda clase de buen material y con la cooperación activa y decidida de Alemania, Italia y Portugal, amén de la ayuda que le deparaba la indiferencia o la defección de las potencias democráticas frente a la causa republicana».
Francisco Largo Caballero
Nació en Madrid el 15 de octubre de 1869. Estuquista de profesión, sindicalista y político marxista. Se afilió al PSOE en 1894. Histórico dirigente del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y de la Unión General de Trabajadores (UGT). Fue apodado como “el Lenin español”. Durante la II República fue nombrado Ministro de Trabajo (14-10-1931 al 12-9-1933) y Presidente del Gobierno y Ministro de Guerra (5-9-1936 al 18-5-1937). Al acabar la Guerra Civil se exilió a Francia, y al producirse en 1940 la ocupación de Francia por Alemania fue internado en el campo de concentración de Sachsenhausen-Oranienburg, siendo liberado por el Ejército Rojo. Se exilió a París, donde murió el 23 de marzo de 1946. Con la llegada de la democracia en España, sus restos mortales fueron trasladados a Madrid en 1978.
«Mientras Negrín y sus ministros se entretenían en perseguir a los que no nos sometíamos a su política, España se desangraba en una guerra criminal por parte de los fascistas. Cada día aumentaban éstos sus medios de combate, facilitados por las naciones del Eje a pesar de la “No-Intervención”, de la que ellos se burlaban.
»Aunque después de mi salida del Gobierno aumentó el envío de material de guerra para la República, nunca era lo suficiente para igualarse con la que disponía el enemigo. Nuestros milicianos luchaban en unas condiciones de inferioridad aterradoras.
»El ministro de Defensa Nacional realizó ofensivas que más parecían perseguir efectos morales para distraer a la opinión, que interés por ganar la guerra o, al menos, posiciones; así sucedió con la toma de Teruel, que se perdió a los dos días por haber retirado fuerzas y no disponer de reservas y por obligar a los milicianos a luchar bajo una temperatura que produjo un número de bajas superior al producido por las balas enemigas.
»Cosa parecida ocurrió con las operaciones de Brunete; operación nunca autorizada anteriormente por mí, porque carecíamos de fuerzas para cubrir los flancos y por eso era una temeridad; de ahí que después de sacrificar muchas vidas tuvieran que replegarse a las antiguas posiciones. Lo mismo aconteció en la ofensiva de La Granja, posición inferior a la del puerto del Alto de las dos Castillas que estaban en nuestro poder. También allí se sacrificaron vidas sin objetivo bien determinado…
»De otra parte, en las esferas gubernamentales todo eran intrigas y zancadillas. Prieto creyó manejar a Negrín a su antojo y se equivocó, porque Negrín era prisionero del Partido Comunista. Éste pensó que Prieto se le sometería como Negrín, porque gracias a él era ministro de Defensa Nacional; pero Prieto no se somete a nadie; por el contrario, su deseo es que todos se sometan a él. Su propia sombra le estorba. No se entendían. La traición de mayo de 1937 no les sirvió de provecho. Se devoraban entre sí, mientras los milicianos perdían su vida en defensa de la libertad y la independencia…»
Dolores Ibárruri Gómez “La Pasionaria”
Nació en Gallarta (Vizcaya) el 9 de diciembre de 1895, en el seno de una familia minera conservadora. Histórica dirigente del Partido Comunista de España (PCE). Murió en Madrid el 12 de noviembre de 1989.
«Nuestra guerra ofrece a las nuevas promociones juveniles lecciones altamente provechosas. Hacíamos la guerra, y desarrollábamos la revolución democrática, con impulso y características que no se habían dado en las revoluciones burguesas anteriores. La revolución es el motor de la historia y en su desarrollo los pueblos realizan maravillosas hazañas. Pero la revolución es también revulsivo que hace salir a la superficie el limo sedimentado en los bajos fondos de la sociedad. Desarrolla las ambiciones y los turbios afanes de los vividores políticos de los que quieren poner la revolución a su servicio. Con esto hay que contar y contra ello hay que luchar, como se vio obligado a luchar el Partido Comunista en el transcurso de la guerra, contra quienes en provecho propio pretendían desfigurar el carácter de la revolución.
»Esto, que es inevitable, no puede servir de pretexto para no participar en la lucha revolucionaria, escudándose en el cómodo “todos son iguales” puesto en boga por los enemigos de la revolución. Todos no somos iguales, y la historia de nuestro país de los últimos treinta años muestra la enorme diferencia entre el revolucionario consecuente y el revolucionario ocasional. Entre quienes aspiran a la elevación de todo el pueblo y el engrandecimiento de la patria, y quienes actúan en política en vuelo bajo, a ras de sus propios intereses personales o de grupo. Entre quienes son capaces de sacrificarse por el bien de todos, y quienes pretenden hacer del pueblo escabel de su mediocridad política, y que gritan como condenados llamándose a engaño, cuando la indignación popular da un puntapié a la escalera donde estaban encaramados.
»La resistencia a la agresión fascista fue iniciada bajo los auspicios del Frente Popular, y con un Gobierno republicano pequeñoburgués. Las fuerzas fundamentales de esta resistencia eran los obreros y los campesinos que militaban en distintas organizaciones cuya disciplina seguían.
»La unidad del Frente Popular no era una unidad sólida. No se apoyaba en la unidad de la clase obrera. Actuaban en él diversas clases, diversos sectores, diversos intereses, diversos grupos políticos. De ahí las contradicciones que surgían a cada paso, tanto más que los nacionalistas vascos y los anarquistas, que también aparecían en el campo antifranquista, no participaban en el Frente Popular.
»De ahí también los diferentes criterios, las diferentes opiniones, los diferentes modos de entender la guerra y sus perspectivas, criterios, opiniones y modalidades que pesaron duramente en la vida política y militar de la España republicana.
»Y si a veces nosotros, comunistas, reaccionábamos sin la necesaria flexibilidad frente a posiciones que considerábamos dañinas para la resistencia o cayendo en el otro extremo no criticábamos suficientemente actitudes derrotistas y maniobras oscuras, ni un solo momento, ni ayer ni hoy, hemos dejado de valorizar la importancia histórica, revolucionaria, de la participación de la burguesía democrática en la resistencia popular al fascismo
»Los factores negativos que aparecen en el campo republicano –que fueron muchos− tanto en vísperas de la sublevación franquista como después de ésta, en el transcurso de la guerra, no niegan, sino que confirman la necesidad de la unidad, del entendimiento, del compromiso entre los diversos grupos y partidos democráticos de nuestro país; la necesidad de un acuerdo incluso con las fuerzas que por su composición, por sus intereses, por su modo de ver y entender la vida, no aceptan más que en mínima parte la realización de cambios democráticos en la estructuración política del Estado español.
»Y, sobre todo, lo que la guerra mostró de manera exhaustiva es que sin la unidad de la clase obrera la dirección de la revolución democrática cae inevitablemente en manos de la burguesía, que frena esta revolución, que no lleva hasta el fin, que incluso la transforma en instrumento contra el proletariado».
José Antonio de Aguirre y Lecube
Nació en Bilbao el 6 de marzo de 1904. Jugador del Athetic Club, abogado y militante del Partido Nacionalista Vasco (PNV), primer lehendakari del Gobierno Vasco, así como Consejero de Defensa de aquel primer ejecutivo, labor que asumió durante la Guerra Civil española. Durante su mandato el “Gobierno de Euzkadi” combatió del lado de la II República española y se creó el Ejército Vasco (Euzko Gudarostea). Falleció en el exilio, en París el 22 de marzo de 1960.
«La República había resistido y pudo resistir más, pero, como se firmó el compromiso de Munich, los aviones alemanes pudieron seguir llegando para ayudar a Franco; se derrumbó la resistencia catalana. El 4 de febrero de 1939 por la mañana, salía el Presidente de Cataluña, señor Companys, por el monte, camino del exilio. A su lado marchaba yo. Le había prometido que en las últimas horas de su patria me tendría a su lado, y cumplí mi palabra.
»Las tropas de la República se retiraban hacia la frontera francesa. El abandono más absoluto por parte del mundo acompañaba a la derrota de aquellos adversarios del totalitarismo. Yo miraba con dolor a los fugitivos, porque para nosotros los vascos se habían guardado en Francia aquellas normas de pudor que impone la desgracia digna. Se nos atacó y calumnió por los bien pensants, pero vivimos en nuestras propias instituciones y fuimos distinguidos con afecto por las autoridades y por personalidades de todas las ideas. Pero a aquella inmensa caravana de gente sin patria y sin hogar, le esperaban los campos de concentración como toda hospitalidad. Jamás como entonces se vio hasta dónde son capaces de llegar los instintos del odio, cuando sobre la desgracia se ceba el insulto y el furor de venganza. “Que los envíen a las colonias”, pedía la prensa francesa amiga de Italia, la “hermana latina”, mientras toda clase de estadísticas de crímenes, de malversaciones, de bajas calumnias se esgrimían contra quienes eran acreedores de un trato más humano, aunque no fuese más que por el estado de desamparo en que se encontraban».
Diego Abad de Santillán
Sinesio Baudilio García Fernández, conocido bajo el seudónimo de Diego Abad de Santillán, nació en León el 20 de mayo de 1897. Militante anarquista, escritor y editor, fue una figura prominente del movimiento anarcosindicalista en España y Argentina. Falleció en Barcelona el 18 de octubre de 1983.
«Ha terminado la guerra española, gracias a la poderosa ayuda italoalemana prestada a nuestros enemigos, en hombres y en material bélico, y gracias también a la complacencia criminal de los llamados Gobiernos democráticos, autores de la farsa inicua de la “No-Intervención”. Ha terminado la guerra española, pero el mundo, que nos aisló de toda posibilidad de lucha con pretextos fútiles y cálculos falsos, tiene ahora que pagar los platos rotos de la nueva hecatombe.
»Burgueses y proletarios de todos los países estuvieron unidos en la cómoda interpretación de que nuestra guerra sólo a nosotros, beligerantes, nos incumbía. Cuando no cometieron el gravísimo delito de ayudar a nuestros enemigos –el paraíso del proletariado, Rusia, enviaba a Italia la nafta con que la aviación fascista nos bombardeaba, destruyendo ciudades y masacrando poblaciones civiles−, bloqueándonos a nosotros hasta hacernos sucumbir. Francia e Inglaterra se encuentran por eso ante la realidad que les habíamos señalado tantas veces como inevitable. ¡No intervención o intervención unilateral a favor de los facciosos! Tal ha sido la posición ante la cual nos hemos estrellado…»
»Terminó la lucha en España como no hubiéramos deseado que terminara, pero como habíamos previsto que terminaría si no se operaban determinados cambios en la dirección y en la política de la guerra: con una catástrofe militar –por derrumbamiento de los frentes y de la retaguardia− y con una bacanal sangrienta a costa de los vencidos.
»La intervención funesta de los emisarios rusos y de sus aliados españoles, tan blandos y accesibles a la corrupción, los mismos crímenes contra el pueblo, la misma conspiración contra España, la misma descomposición moral por obra de una política que no tenía más alcances que el predominio de partido en el aparato de Estado.
»El mito de la resistencia con pan o sin pan, con armas o sin ellas, era sólo la ambición de disfrutar después del desastre, solos, del botín logrado con nuestra derrota, que era su victoria. Y con esos millones de la España despojada y escarnecida, se comprarán conciencias y plumas que, por encima de tanta tragedia y de tanta suciedad, elevarán a los afortunados un pedestal de héroes. También se quiere llegar a eso. Alguien ha escrito y nosotros esperamos que así sea: “Quieren pasar a la historia en mármoles y bronces y han de contentarse con un estercolero.”
»Sólo queda un héroe para hoy y para siempre, mártir y puro: el pueblo español. No podremos estar en lo sucesivo a su lado más que con nuestra simpatía y nuestro cariño. Es la única grandeza ante la cual nos descubrimos con respeto. Sólo nos avergüenza y nos intriga el hecho de que hayan podido salir de ese gran pueblo tantos traidores, en nombre de los más opuestos ideales».
Julián Besteiro Fernández
Nació en Madrid el 21 de septiembre de 1870. Hijo de un comerciante de ultramarinos de origen gallego. Ingresó a los nueve años en la Institución Libre de Enseñanza. Entre sus compañeros de clase se encontraban Fernando de los Ríos y Antonio Machado. Presidente del PSOE (1925-1932) y de la UGT (1925-1934). El 28 de marzo de 1939, Besteiro, en calidad de Consejero de Asuntos Exteriores del Consejo casadista, ya enfermo, es detenido en los sótanos del actual Ministerio de Hacienda, donde tenía su despacho y desde donde se dirigía frecuentemente por radio a los madrileños. El 8 de julio de 1939 es sometido a un Consejo de Guerra, siendo condenado a treinta años de prisión. Trasladado a la cárcel de Carmona (Sevilla) murió en ella el 27 de septiembre de 1940.
«Abrid al pueblo los ojos de la verdad, pero con precaución, no sea que le irrite demasiado la luz, después de un período tan largo de tinieblas.
»La verdad real: Estamos derrotados por nuestras culpas (claro que hacer mías estas culpas es pura retórica). Estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido, quizás, los siglos. La política internacional rusa, en manos de Stalin, y tal vez como reacción contra su estado de fracaso interior, se ha convertido en un crimen monstruoso que supera en mucho a las macabras concepciones de Dostoievsky y de Tolstoy (Los hermanos Karamazov y El poder de las tinieblas). La reacción a este error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representaban genuinamente, sean cuales sean sus defectos, los nacionalistas, que se han batido en la gran cruzada anti-Komintern.
»Pero la grande o pequeña cantidad de personas que hemos sufrido las consecuencias del contagio bolchevique de la República, no solamente tenemos un derecho, que no es cosa de reclamar, sino que poseemos un caudal de experiencia triste y trágica, si se quiere, pero que por eso es muy valiosa. Y esta experiencia no se puede desperdiciar, sin grave daño para la construcción de la España del porvenir. Esta experiencia, la reacción de liberación, es lo que representa el 5 de marzo de 1939. El Consejo Nacional de Defensa representa la única legalidad subsistente en el derrumbamiento de la España republicana. (La dimisión del presidente ha hecho manifiesto e indudable ese derrumbamiento, que ya existía antes). Además, ese Consejo Nacional de Defensa, vino a tiempo. Antes hubiera chocado con ese Himalaya de falsedades (que la prensa bolchevizada ha depositado en las almas ingenuas) y se hubiese estrellado. Pero no ha sido contra una montaña ingente y dura, sino contra un montón de arena, acumulado por un huracán del desierto. El percance, en estas condiciones, no ha tenido proporciones graves y ha podido ser superado. Si el acto del 5 de marzo no se hubiese realizado, el dominio completo de la España republicana por la política del Komintern hubiera sido un hecho y los habitantes de esta zona hubiera tenido que sufrir probablemente durante algunos meses más no sólo la criminal prolongación de la guerra, sino el más espantoso terrorismo bolchevique, único medio de mantener tan enorme ficción, contraria evidentemente al deseo de los ciudadanos.
»El drama del ciudadano de la República es éste: no quiere el fascismo y no lo quiere no por lo que tiene de reacción contra el bolchevismo, sino por el ambiente pasional y sectario que acompaña a esa justificada reacción (teorías raciales, mito del héroe, exaltación de un patriotismo morboso y de un espíritu de conquista, resurrección de las formas históricas, que carecen de sentido en el orden social, antiliberalismo y anti intelectualismo, etc.). No es, pues, fascista el ciudadano de la República con su rica experiencia trágica. Pero tampoco es en modo alguno bolchevique. Quizás es más anti bolchevique que antifascista, porque el bolchevismo lo ha sufrido en sus entrañas y el fascismo no.
»¿Con este interesante estado de ánimo, y esta rica experiencia, puede contribuir a la edificación de la España de mañana? He aquí el gran problema. Porque pensar en que media España pueda destruir a la otra media sería una nueva locura, ya que acabaría con toda posibilidad de afirmación de nuestra personalidad nacional, peligro que hemos corrido y del cual hemos escapado.
»Para construir la personalidad española de mañana, la España nacional vencedora habrá de contar con la experiencia de los que han sufrido los errores de la República bolchevizada o se expone a perderse por caminos extraviados que no conducen más que al fracaso. La masa republicana útil no puede pedir sin indignificarse una participación en el botín. Pero si puede y debe pedir un puesto en el frente de trabajo constructivo».
Causas de la derrota republicana
Según el prestigioso hispanista estadounidense Stanley G. Payne, en su importante libro ¿Por qué la República perdió la guerra?, manifiesta: “La derrota excitó amargas reflexiones en una buena parte de los republicanos; la mayoría eran excusas, y solo algunas tenían un carácter relativamente objetivo. Casi todos los republicanos preferían atribuir la victoria de Franco a la intervención del Eje y a la mayor potencia de sus Fuerzas Armadas, aunque otros evaluaron la situación con más claridad: hubo quien puso el acento en la desunión de la izquierda, así como en la desastrosa dirección de los partidos que la representaban. Aunque el resultado de la guerra ya era definitivo, la cuestión de la derrota no se resolvió y las dudas respecto a los errores republicanos, sus debilidades o excesos, se han mantenido como problemas históricos relevantes. Los factores que explican la derrota republicana pueden sintetizarse analíticamente en torno a una serie de temas clave. Algunos de los problemas son anteriores a la Guerra Civil, comenzando por el error de no intentar evitar el conflicto”.
A continuación Stanley G. Payne expone una serie de guiones, con sus correspondientes y acertados comentarios.
Infravaloración de los peligros de la guerra. Abandono de la democracia. Una unidad simplemente negativa. Las contradicciones del socialismo español. El problema del “anarquismo organizado”. Errores a la hora de tomar medidas concretas para evitar la Guerra Civil. La incoherencia del Gobierno de Giral. Disidencia regional y nacionalista. La revolución. La superioridad militar de Franco. Errores de la política militar republicana. La ineptitud en la política naval. Intervención extranjera. El caos financiero y económico. Comunismo y política soviética:¿fortaleza o debilidad? Unidad, desunión y el Gobierno de Negrín. Sobre este último apartado cita G. Payne la carta de Negrín dirigida a Herbert L. Matthews en el libro de este último Half of Spain Died:
«También Orwell inquiría por las causas de nuestra derrota, que yo sostuve y sostengo más se debió a nuestra inconmensurable incompetencia, a nuestra falta de moral, a las intrigas, celos y divisiones que corrompían la retaguardia, y por último a nuestra inmensa cobardía que a la carencia de armas. Cuando digo “nuestra”, naturalmente, no me refiero a los héroes que lucharon hasta la muerte o sobrevivieron a toda suerte de pruebas, ni a la pobre población civil, siempre hambrienta y al borde de la inanición. Me refiero a “nosotros”, a los dirigentes irresponsables, quienes, incapaces de prevenir una guerra, que no era inevitable, nos rendimos vergonzosamente, cuando aún era posible luchar y vencer. Y conste que no distingo cuando digo “nosotros”. Como en el pecado original, hay una solidaridad en la responsabilidad, y el único bautismo que puede lavarnos es el reconocimiento de nuestras faltas y errores comunes».
Documento extraído de la página: www.generalisimofranco.com