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Correspondencia entre don Juan y Franco.


 
El Caudillo reaccionó muy duramente contra don Juan, según la siguiente carta:

Agosto de 1943.

Alteza: 

Por la torpeza de la persona portadora de una carta vuestra, que dio lugar a su extravío y que cayera en manos de un agente extranjero del que pudimos rescatarla, hube de enterarme de su contenido y de la intimidad de vuestro pensamiento.

Hubiera deseado devolvérosla sin comentario, pero la gravedad que entraña para la nación y para la suerte de la monarquía y los proyectos que en ella se exteriorizan me obligan, en cumplimiento de un elemental deber, a intentar el evitar lo que habría de ser irreparable.

Desde hace mucho tiempo vengo apercibiéndome de los esfuerzos que desde Lisboa, y aún de la misma Suiza, se hacen sirviendo a un interés extraño para decidiros a jugar la absurda carta de la ruptura, y he podido comprobar cómo esta idea, en pugna con vuestros sentimientos naturales de nobleza y de lealtad, prende más de una vez en vuestro ánimo.

Conozco los esfuerzos de los López Oliván, de los Gil Robles y de los Sáinz Rodríguez para decidiros. ¡Cartas viejas, jugadas desacreditadas y perdidas!

Su ejecutoria republicana o masónica debiera haberlos desacreditado en vuestro ánimo. Tuvieron su hora que no supieron servir ni aprovechar y hoy, empujados unos por su pasión y otros por sus compromisos de Logia, intentan servir, a costa vuestra, a la tercera España.

Tres falsedades se intentan ir grabando en vuestro ánimo: la supuesta ilegitimidad de mis poderes, una calumniosa situación de España y un pobre concepto de los españoles para arrastraros, como consecuencia de ello, a una aventura estéril en la que perderíais todo y ellos nada.

Por interés de nuestra patria intentaré aclarároslas:

Poniendo por delante que para mí el poder es un acto de servicio más entre muchos prestados a mi nación y su fin el bienestar público, he de sentar varias afirmaciones:

a). La monarquía abandonó en 1931 el poder en la República.

b). Nosotros nos levantamos contra una situación republicana.

c). Nuestro Movimiento no tuvo una significación monárquica, sino española y católica.

d). Mola dejó claramente establecido que el Movimiento no era monárquico.

e). Los combatientes de nuestra Cruzada pasaron de la cifra del millón.

f). Los monárquicos constituían entre ellos una exigua minoría.

Por lo tanto, ni el Régimen derrocó a la monarquía ni estaba obligado a su restablecimiento.

Entre los títulos que dan origen a una autoridad soberana, sabéis se encuentran la ocupación y la conquista; no digamos el que engendra salvar una sociedad.

La superioridad justifica, por otra parte, moral y jurídicamente la soberanía; que en este caso también viene determinada por la autoridad que se disfrutaba en la sociedad antigua.

Propios merecimientos contrastados en una vida de intensos servicios, prestigio y categoría en todos los órdenes de la sociedad, reconocimiento público de esa autoridad se dan en este caso.

Ha existido, por tanto, una previa superioridad pública.

Y en la Cruzada, la proclamación como Jefe Supremo del Estado por las tropas y fuerzas políticas integradoras del Movimiento y el beneplácito de toda la nación me otorgan otro título indubitable. Y no digamos el haber alcanzado, con el favor divino repetidamente prodigado, la victoria y salvado a la sociedad del caos, que engendra y consolida, por muchos conceptos, un derecho soberano.

Y aún habría de ser ilegítima y falta de títulos la soberanía y la convertiría en legítima, según los más preclaros tratadistas de derecho político, el tiempo y las relaciones jurídicas que éste encierra.

Al defender la legitimidad de soberanía, sólo quiero rechazar con alegaciones tan claras y contundentes el concepto de usurpador con el que se pretende presentarme a vuestros ojos; pero aún hay más y es lo importante: todo el derecho es de la sociedad que prevalece sobre el de las personas. El poder no es personal del que lo ejerce, sino para el bien público, ya que no se trata de un bien privado. Se ejercita para la nación y en provecho de ella. Por ello, cuando una nación disfruta de una paz y un orden jurídico a tanta costa logrado, es condenable toda pugna que trate de menoscabar la autoridad del que ejerce el poder soberano, lo que no sólo no mejoraría la paz y la justicia social, sino que empeoraría la situación de la nación a la que se lanzaría a la mayor de las catástrofes.

Si a esto se une el que este poder legítimo y soberano no sólo no cierra el camino de la instauración monárquica, sino que en cuanto sirve al bien público hacia ella generosa y noblemente camina, se explica menos el que ningún monárquico pueda intentar perturbar ese orden jurídico.

Para destruir estos poderosos argumentos era preciso el calumniar a España, el falsear sus realidades, el desconocer nuestra paz social, nuestro progreso en todos los órdenes, y el silenciar, cuando no difamar, nuestra obra de gobierno. Única  forma de poder torcer vuestros nobles sentimientos y vuestros deberes con la patria.

El resurgimiento de España en todos los órdenes es la más elocuente y trascendente respuesta a estas campañas.

Y queda el tercer punto, el pobre concepto con el que os presentan a los españoles. El español medio es extraordinario en sus virtudes, apasionado y terco; muchas veces tiene un concepto más justo de la dignidad que las clases que suelen llamarse elevadas. Es este pueblo español demasiado viril y sensible para que se doblegue jamás a imposiciones exteriores. Nuestra Guerra de la Independencia es harto elocuente.

Yo confío en que vuestro buen sentido triunfe una vez más sobre las presiones de quienes intentan empujaros hacia el abismo.

Nosotros caminamos hacia la monarquía, vosotros podéis impedir que lleguemos a ella. Yo puedo aseguraros que los monárquicos verdaderos están consternados con esta situación que hoy os rodea; por sentir a su patria y conocer sus realidades, no tienen otra impaciencia que la de que no os gastéis ni malogréis su porvenir; aspiran a ver asegurado el Régimen y la sucesión futura en vuestra persona, ya que saben que fuera de él volvería a reinar el caos. Precisamente lo contrario de los que tratan de estorbar esa feliz contingencia, por no interesarles nuestra España ni la monarquía, sino su República, la tercera España.

Mi deber leal es el de prevenirnos para que no podáis decir jamás que no os lo he anunciado en la forma más clara.

En estos momentos tan poco apetecibles en que yo tengo sobre mí responsabilidades tan grandes, Vuestra Alteza, por providencial designio, está carente de ellas. ¿Por qué pues hipotecar vuestro crédito ante los españoles y gastaros?.

Yo os encarezco a que no os divorciéis de España ni os desliguéis de nuestra Cruzada, en la que quisisteis combatir; para la unidad de los españoles no cabe más generosidad que la que nuestro Régimen viene practicando desde el primer día de la paz; otra cosa sería ofender a tantas víctimas y traicionar a la patria, caer de nuevo en manos de nuestros enemigos.

No hagáis caso a lo que del extranjero puedan insinuaros: las promesas de Polonia al rey Pedro de Yugoslavia, al de Grecia, a Víctor Manuel, a Giraud y a tantos otros, se esfumaron ante las realidades. Pesan más Stalin, Tito, los guerrilleros griegos o los comunistas franceses que los convencionalismos y las promesas a gobiernos y monarcas.

Una nación entera, serena y dispuesta a defender su libertad y su independencia, tras esta guerra agotadora en la que los demás están sumidos, es el mayor argumento y seguridad en el orden internacional. Por ello pecan gravemente cuantos atenten a esta unidad o menoscaben su prestigio.

Sobre otra porción de pequeñas cosas sólo he de deciros que yo siempre he anhelado el veros bien servido y aconsejado, y lo que reprendo y condenaré siempre es que quienes os rodeen puedan comprometeros en el juego turbio de sus conspiraciones.

Que Dios os dé todas las venturas que para Vuestra Alteza y Real Familia deseo, y os ampare e ilumine en todos los momentos. 

Muy cordial y sinceramente, Francisco Franco.


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