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Correspondencia entre don Juan y Franco.


 
El Manifiesto de Ginebra.

11 de noviembre de 1942.

Don Juan publicaba el primero de sus manifiestos de la lucha con Franco en el Journal de Genéve el 11 de noviembre de 1942. Sin duda, fue obra de Pedro Sáinz Rodríguez.

No soy el jefe de ninguna conspiración. Soy el legítimo depositario de un tesoro político secular: la Monarquía española.

Estoy seguro de que la Monarquía será restaurada; lo será cuando lo exija el interés de España, no antes; pero tampoco ni una hora después del momento oportuno. Cuando el pueblo español estime llegado el momento, no vacilaré un instante en ponerme a su servicio. No entra en mis intenciones imponer a los españoles por mi propia autoridad las formas y las instituciones destinadas a regular la vida nacional. Mi suprema ambición es la de ser el Rey de una España en la cual todos los españoles, definitivamente reconciliados, podrán vivir en común. Si durante mi reinado logro reducir al mínimo o incluso suprimir los motivos de disensión, si consigo en la armonía y en la paz con la ayuda de todos, mejorar las condiciones espirituales y materiales de la vida de mi Patria, la Monarquía habrá realizado, como antaño, su misión histórica.

Hombre de mi tiempo, a quien la desgracia ha permitido observar directamente las desigualdades sociales engendradas por un sistema económico del siglo XIX, no descuidaré el acordar todas las medidas que puedan contribuir a una más justa distribución de la riqueza.

En cuanto a las relaciones internacionales, una amistad estrecha, mejor dicho, la fraternidad con Portugal y la América de nuestra raza y de nuestra lengua, será el fundamento inquebrantable de nuestra política.

En lo que concierne a las otras naciones del mundo, estoy plenamente convencido de que no existe ninguna reivindicación, entre las que España podría justificadamente formular, que no sea susceptible de una solución pacífica y satisfactoria para las partes interesadas.

En el actual conflicto, España, que convalece todavía de su guerra civil, tiene derecho a reclamar el mayor respeto de todos los beligerantes.

Para la Monarquía restaurada no es concebible ninguna actitud que no sea la de una absoluta neutralidad, la de una escrupulosa e imparcial neutralidad, completada por la firmísima resolución de defenderla, no importa a qué precio, hasta con las armas en la mano, si un país, cualquiera que fuere, pretendiese violarla.

Si la integridad territorial de España no fuera por desgracia respetada, seguro estoy de que el pueblo español sería lo que ha sido siempre, duro y bravo contra el invasor.

Si Dios nos reservase esta prueba, mi espada de soldado español estaría al servicio de mi Patria.

Lausana, 11 de noviembre de 1942.

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