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SUGERENCIAS

 

Declaraciones a la Prensa.


 
Declaraciones al Director de la Agencia EFE.

16 de diciembre de 1955.

- Mi General: Hemos solicitado esta audiencia porque mi Agencia considera de gran interés poder informar a la opinión pública, con la autoridad que siempre tienen sus palabras, sobre materia tan desfigurada por la Prensa francesa cual es la posición de España respecto de la actualidad marroquí. ¿Sería tan amable Vuestra Excelencia que quisiera decirnos algo que aclare nuestra posición, destruyendo aquellas insidias?

«No sólo me parece oportuno, sino necesario, pues aunque la Prensa española viene tratándolo con sensibilidad y agudeza, conviene el refrendo claro y autorizado de nuestra posición.

No ha pasado para nadie, en España, inadvertida la intención aviesa con que una parte importante de la Prensa gala ha tratado de desfigurar mis respuestas a las preguntas que los corresponsales americanos me hicieron sobre Marruecos, para querer deducir de mis palabras un pensamiento contrario a las naturales aspiraciones del pueblo marroquí, y no puede extrañar a nadie que niegue autoridad a quienes durante dos años han venido demostrando la desconsideración que el pueblo marroquí y su Sultán les merecían, para atreverse a hablar de nosotros sobre tal materia. Dos años de campañas de Prensa hostiles a los sentimientos de los marroquíes y un río de sangre y de venganzas como secuela, quitan todo valor a lo que digan quienes de aquel modo hablan. Intentan sorprender a un pueblo sencillo y bueno como el marroquí, en sus ansias naturales de independencia; pero no pueden impresionar a quienes somos conscientes de nuestra responsabilidad.

Nuestra ejecutoria ante el pueblo de Marruecos es bien distinta de la francesa. Cuando sus autoridades apresaron al Sultán, cuya autoridad se habían comprometido por los tratados a defender y hacer respetar, y lo llevaron prisionero a Madagascar, nombrando en su lugar a un Sultán "quisling" que convirtiese a Marruecos en provincia de la comunidad francesa, España mostró su repulsa y se negó a reconocer la situación, manteniéndose fiel a su misión en tierras de Marruecos, leal a los tratados y al propio pueblo de la Zona marroquí. Este territorio y sus autoridades siguieron durante los dos años constantemente fieles al principio del Sultán legítimo.

Cambiada la política del Gobierno francés bajo la presión de los desórdenes en los territorios del norte africano y anunciada la inauguración de una nueva política, definida como de independencia e interdependencia, palabras que en sí mismas se contradicen y repelen, España comunicó a Francia que no aceptaría ser sujeto pasivo de acuerdos que otros estableciesen sin su intervención y asentimiento, y jamás consentirá que, a pretexto de una seudointerdependencia, se pretenda suplantarla, ampliando otra nación su influencia sobre la Zona confiada a nuestro cuidado, como ya en algunos medios franceses ilusoriamente se exterioriza. Si Francia, que tanto pecó en esta cuestión, tiene que maniobrar y pasar por trancas y barrancas, no es éste el caso de España.

Somos conscientes de nuestra propia responsabilidad y de los peligros que la precipitación y la inconsciencia de la política ajena pueda llevar a la paz, al orden y al propio progreso del pueblo marroquí, por cuya paz y bienestar nuestra Nación viene sacrificando tanto, y no consentiremos que nadie pueda, con maniobras o sin ellas, reemplazarnos ni suplantamos en nuestra misión de continuar capacitando al pueblo confiado a nuestra protección y de llevarlo por el camino de su independencia y autogobierno. No es el fin lo que nosotros discutimos, sino el camino para llegar a él.

Precisamente por conocer y amar al pueblo marroquí comprendemos mejor lo funesto que sería para su porvenir y el logro y conservación de su independencia llevar a aquel territorio, propenso tradicionalmente a resolver con la pólvora sus querellas, las milicias y luchas intestinas de los partidos políticos al estilo europeo. Si se quiere destruir a aquel pueblo, no creo que pueda imaginarse mejor diablura. Destruidas sus tradiciones, menoscabada su fe y extendidas la división y la anarquía, como consecuencia, muy poco habrían de durar la paz, la unidad, la libertad, la autoridad ni la propia Corona. A nadie puede extrañar, pues, que no queramos para ellos lo que repugnamos para nosotros mismos.

Los pasos en el pueblo marroquí necesita dar han de ser firmes y seguros, y no abandonar a aquel país, por buscar efectos políticos de momento, a las intrigas y a las ambiciones.

En nuestro deseo de lealtad y buena fe hacia ese pueblo hermano nadie puede aventajarnos. El tiempo habrá de demostrar nuestras razones.»

- Una nueva pregunta, mi General, en relación con la campaña reanudada estos días en la Prensa francesa, que pretende culpar a España de sus dificultades en la zona rifeña cercana a la frontera con la Zona española: ¿Quiere Vuestra Excelencia decirnos algo a este respecto?

«Lo haré con mucho gusto, pues lo considero de gran oportunidad. El que nosotros hayamos compartido los sentimientos del pueblo marroquí ante la violación de los tratados y los atropellos que sufrió con aquel motivo, no justifica la infamia de que se permita a la Prensa de una nación, sin un desmentido de su Gobierno, el decir que el contrabando para los rebeldes se hace por la Zona española y que en ella se preparan e instruyen las guerrillas rebeldes. El público sensato sin duda se preguntará: ¿Quién armó a los ayer resistentes en el territorio de Túnez y hoy a los de Argelia y del centro y sur de Marruecos, donde no hay una zona española a quien culpar? Y, en la absurda hipótesis de que pudiera ser real el contrabando, si ellos no pueden evitarlo en su territorio, cuando tanto interés tienen, ¿no sería ridículo pedimos a nosotros más? El mundo sabe de sobra que no estamos locos para incendiar la casa de nuestro vecino y nadie puede sentirse más afectado por los peligros que los errores franceses vienen provocando que quienes tienen la responsabilidad del mantenimiento del bienestar, de la paz y del orden en la zona vecina.

La conducta de las autoridades españolas, con el refuerzo de la vigilancia de sus fronteras y el internamiento de los que a ella se acogen, da un rotundo mentís a tales patrañas.

No puede comprenderse tanta irresponsabilidad. Tal vez traten de desviar, buscando un blanco en que polarizar la opinión pública para justificar debilidades y fracasos. Lo triste para ellos es que la mayoría de las armas que los rebeldes esgrimen son de origen francés, llevadas por desertores o cogidas en encuentros y emboscadas, las únicas para ellos de municionamiento fácil.»

- Ya que tan amplia y amablemente ha satisfecho Vuestra Excelencia nuestra inquietud,  ¿quisiera contestamos a una última pregunta sobre un suceso que nos ha impresionado vivamente?

«Bien; usted dirá.»

- Supongo que habrá leído Vuestra Excelencia una noticia de los últimos días, procedente de Rabat, que habla de la visita del partido comunista marroquí al Sultán y de su petición de que los grupos que luchan en el Rif sean reconocidos como el núcleo del futuro Ejército marroquí y que Francia deje de combatir a esos grupos. ¿Cómo puede explicarse esto?

«A los que conocemos los sentimientos naturales del pueblo marroquí y el estado de ánimo a que le han arrastrado los sucesos pasados, no nos puede extrañar que el comunismo, que siempre ha ayudado a la subversión, a la rebelión y al desorden dondequiera que se presente, pretenda explotar el disgusto de los marroquíes en su propio provecho. Si le abren la puerta de la democracia inorgánica, penetrará por ella. No debe olvidarse que el norte africano constituye la espalda de la Europa occidental. Esto puede explicar muchas cosas. He aquí otra poderosa razón de la firmeza de nuestra conducta.»

- ¿Quisiera Vuestra Excelencia decimos alguna cosa más para el público en general?

«Sí; que lleven al ánimo del Occidente que el que nos veamos obligados a aclarar posiciones y salir al paso de insidias y campañas, ilustrando a la opinión pública con razones fuertes, claras y contundentes en materia tan trascendental, no debe ser causa para que los órganos de opinión, perdiendo la serenidad obligada, sigan echando leña al fuego de la desunión del Occidente.»


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