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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1962.


 
Discurso en la concentración Nacional de la Hermandad de Alféreces Provisionales.

Pronunciado en el Cerro Garabitas, Madrid, el 27 de mayo de 1962.

Alféreces invictos de nuestra Cruzada, compañeros y camaradas de ayer:

Nada para mí más satisfactorio que compartir con vosotros este acto en el que celebráis las bodas de plata de las promociones de alféreces provisionales, aquellos que habían de imprimir nueva savia a los cuadros de mando de los Ejércitos nacionales, y que ello tenga lugar en este cerro de Garabitas, escenario de luchas heroicas; en este frente madrileño de la Casa de Campo, en que la sangre pródiga de los españoles fecundó estas tierras.

La aparición de los alféreces provisionales no fue un hecho insólito en la vida de España. Otras veces os dije que en los momentos de conmoción de España fueron siempre las clases medias españolas, las clases estudiosas, los estudiantes, los que dieron el nervio y la savia a los movimientos de independencia. Así, en el año 1808 fueron los estudiantes de Toledo los que se pusieron al frente y encuadraron al pueblo para nuestra epopeya de la Independencia y, más tarde, base de la oficialidad del Ejército. Lo mismo ha pasado en nuestra Cruzada. Se necesitaba quien encuadrase a las masas de ciudadanos, a los voluntarios que querían que la Patria no se hundiese, y también fueron entonces los estudiantes españoles, los bachilleres, los universitarios, la cantera de donde extrajimos nuestros alféreces provisionales, y hoy, más tarde, la de nuestros oficiales de complemento.

En esta nuestra era de paz, y al conjuro de la Patria, se moviliza vuestra Asociación para hacer acto de presencia en el ruedo ibérico, desafiando al tiempo como firme eslabón que ha de unir el pasado con nuestro futuro. Y habéis querido más: habéis querido ir forjando ya el nuevo eslabón de la cadena al afiliar a vuestros hijos en el espíritu de los alféreces provisionales para formar la nueva generación gloriosa que dé continuidad a este nuestro grandioso Movimiento.

Ante las embestidas que desde fuera se lanzan periódicamente contra nuestra Patria, dirigidas por las fuerzas ocultas del comunismo, nada puede ser más tranquilizador para los españoles que contemplar el recio espíritu y la fidelidad de estos nuestros alféreces provisionales, flor y nata de nuestros combatientes, que, incorporados a la vida entera del país, montan la centinela de la Patria en todos sus estadios.

Muchas veces he repetido que nuestra guerra no terminó con nuestra victoria ni con la unidad interna de los españoles, pues las batallas han continuado solapadas desde el exterior durante estos veinticinco años. No se trata ya de la lucha franca y noble, de la que un día se desarrolló en nuestros campos de batalla, sino de los procedimientos inconfesables, de la difamación y de la calumnia, de la compra de conciencias y del fomento de traiciones, de todo lo vil y ruin que caracteriza aquellas organizaciones. No ocurre suceso en nuestra Patria, por minúsculo que sea, que no se aumente y sonorice en el exterior, si esto puede perjudicamos o dañarnos.

No es de nuestros propios tiempos; es de toda la vida y toda la historia de España, desde la leyenda negra, cuando dábamos vida, lenguaje y fe a todo un mundo, hasta más tarde, en los albores de nuestra vida, cuando la guerra de Marruecos y los escándalos para que no embarcasen nuestros soldados, cuando levantaban estatuas a los criminales y a los anarquistas por Europa, y cuando se maquinaba en todos los momentos de nuestro resurgimiento para evitar la grandeza y la prosperidad de España. En esta orquestación de adversarios lleva la dirección la Rusia de los soviets, que gasta centenares de millones en la propaganda radiada, en la compra y captura de agentes y en la financiación de las intrigas de sus «compañeros de viaje».

Constituimos el punto clave más importante de la resistencia política occidental; somos el país donde, con vuestro esfuerzo, el comunismo ha sido por primera vez derrotado, y sabe también que en este orden somos el baluarte más firme de todo el Occidente. Si no queremos perder esta gloria, hemos de resignamos a ser blanco de sus ataques.

El liberalismo es una de las puertas principales por las que el comunismo penetra, y no se nos perdona que en España hayamos cerrado esa puerta y ese camino, y se trabaja por todos los medios, directos o indirectos, para encumbrar a otros «compañeros de viaje» que siguen las prácticas que en el mundo se ha demostrado que habrían de abrir el paso a la penetración. Nuestra prosperidad y nuestra paz interior les duele e irrita, y por ello se pretende llevar su filtración a todas las organizaciones nacionales, incluso hasta áreas tan opuestas por su ideario como son las organizaciones seglares de nuestra Iglesia, parasitadas muchas veces por la filtración de sus agentes.

En las propagandas del exterior, con motivo de los incidentes laborales en el Norte, se ha pretendido sacar partido por el extranjero y esgrimir contra nuestro régimen los excesos de algún clérigo vasco separatista o los errores clericalistas de algún otro sacerdote exaltado y que no representan nada dentro del gran resurgir espiritual de nuestra Patria, pues sólo constituyen fenómenos humanos inherentes al crecimiento, que la perfección de la propia Iglesia elimina y que sus jerarquías corrigen, sin que por ello se altere la armonía entre las dos potestades, Iglesia y Estado, que conocen perfectamente a sus comunes enemigos.

Todo cuanto ocurre o puede ocurrir en España es una consecuencia natural de nuestro crecimiento y vitalidad. El clima social que el Movimiento ha creado pretende ser maliciosamente explotado por nuestros adversarios para estimular, con sus radios y agentes, los conflictos laborales. Está tan claro entre nosotros el interés común, y es tan fuerte, por otra parte, nuestro sistema político, que no representa nada en el conjunto el confusionismo que en algunos momentos el enemigo puede sembramos. Basta descubrir el engaño para que la reacción se produzca. Si estas escaramuzas pueden conmover otras estructuras políticas, débiles y vacilantes, no afectan a nuestra salud política. Han sido tan grandes los sacrificios que ha costado la conquista de la paz y el bienestar progresivo de que en España se disfruta, que no pueden debilitarla las acciones de esta clase, que no hacen más que reforzar nuestra fortaleza.

Resulta paradójico que cuando bajo sistemas políticos vacilantes se vienen produciendo paralizaciones casi totales en la vida de muchos países europeos, que alcanzan hasta a los propios funcionarios de su Administración, se pretende explotar pequeños fallos en nuestras relaciones laborales, lo que viene a demostrar, una vez más, la mala fe y la mediatización por los poderes ocultos de sus órganos de publicidad.

En el fondo, y dada nuestra fortaleza, no es malo que surjan problemas que pongan a prueba nuestros sistemas y nos permitan perfeccionar nuestros instrumentos. Esto fortalece nuestra naturaleza, pues no es la mejor naturaleza la que se encierra en una completa asepsia, sino la que sabe crear anticuerpos que la defiendan. Con motivo de las diferencias laborales que en la rama de la minería se produjeron, y que desde fuera el comunismo ha pretendido explotar, sembrando impaciencias y desatando ambiciones incompatibles, en la mayoría de los casos, con el momento económico, debe hacerse llegar a todos los trabajadores que el pretender mejorar sistemáticamente los salarios, sin que la productividad aumente, y cuando la situación de las empresas no lo resiste, constituye una quimera de imposible realización.

Cuando los costes de los productos extraídos o fabricados suben, sin aumentar paralelamente la producción, se cae precipitadamente en la espiral de la inflación, en que el movimiento acelerado de los precios marchará irremisiblemente por delante de los salarios.

Las mejoras que las remuneraciones del trabajo hayan de tener han de salir principalmente de las mejoras de la producción, de la modernización de la maquinaria, del perfeccionamiento en la organización del trabajo y del esfuerzo del propio trabajador, pero nunca con menoscabo y destrucción de la propia empresa. Si se quiere arruinar la economía ,de un país y destruir el progreso social, que es a lo que aspiran nuestros adversarios, no hay más que interrumpir la normalidad laboral, con ruina de las empresas y de la propia economía del país. Lo que en la nación se pierda o deje de producirse irá en favor de las economías extranjeras y retrasará el progreso económico y, como consecuencia directa e inseparable, el progreso social.

La mejora social exige economías fuertes, tanto nacionales como empresariales. Nos encontramos en un período de desarrollo en que a las inversiones nacionales pretendemos atraer las inversiones extranjeras, y esto, que constituye el porvenir para nuestra Patria y para el futuro de los españoles, no podrá nunca realizarse si perturbamos la vida laboral y destruimos la confianza. El Estado no puede hacer todas las cosas en el país; es necesaria la aportación fecunda de la iniciativa particular y del ahorro, incompatibles también con las anormalidades laborables y las inconscientes ambiciones que puedan desatarse.

En el orden social, sepan los trabajadores de España que nadie puede ir más lejos de lo que el Estado español va en la obra de justicia social, y que con las organizaciones sindicales, las magistraturas del trabajo y los jurados de empresa, se han abierto los cauces naturales para que las aspiraciones legítimas laborales se abran caminos que, cuando se alcanzan, no será nunca por una decisión arbitraria, sino en defensa de estos principios de la estabilidad de la economía en servicio de todos los españoles y del bien común.

España entera tiene que convencerse de que si queremos sobrevivir como nación y ocupar el puesto al sol a que tenemos derecho en el concierto de los pueblos lo hemos de conquistar con nuestros esfuerzos y sacrificios. La técnica avanza, el mundo se transforma; si nos detuviésemos en la marcha, seríamos arrastrados en su torbellino. Tenemos que recuperar los años perdidos por nuestros antepasados, cambiar nuestras cansinas y débiles estructuras, mejorar nuestra modesta industria y transformar tata mente nuestra economía agraria, abandonando los campos estériles. Hemos de ponemos en condiciones de competición, de lucha por los mercados. Pero para esta gran obra sobran las divisiones intestinas, las rencillas interiores, la lucha de clases; hemos de sacrificar, como muchas veces he dicho, lo que nos separa por lo que nos une, y hoy nos une estrechamente esa gran empresa nacional de desarrollo que valore el ingenio y las características extraordinarias de nuestro pueblo. Hemos seguido una línea política que acreditan estos veinticinco años difíciles de la vida española y el resurgimiento y la paz internos que en etapa tan larga hemos logrado. Hay quienes pretenden explotar nuestro desfase político con el exterior en contra del régimen, que tantos éxitos ha cosechado, con esa pobreza de espíritu que durante tantos años hizo mirar lo del extranjero como mejor de lo que se cocía en nuestra casa. En política no hay que mirar el presente; no hay que mirar al hoy cuando se posee fortaleza para resistir las influencias extrañas y para construir un futuro, sino al mañana, y el mañana es positivamente nuestro. Nos hemos adelantado en muchos años a la evolución del mundo. Los sistemas políticos envejecen y pasan, y en esta evolución política sólo queda de ellos lo que permanece útil y aprovechable, y son esos elementos útiles de los grandes movimientos políticos que fueron los que mañana han de integrar los movimientos futuros. Nuestro desfase con el mundo no es .más que eventual. En día no lejano hemos de verles venir por el mismo camino que nosotros trillamos. No valen ya las estructuras viejas, por mucho que se apuntalen, y si no sabemos concebir en el mundo formas nuevas que den satisfacción a los anhelos y necesidades de los pueblos, seremos sumergidos por otras más jóvenes, pero bárbaras y vigorosas.

En este orden político se nos ofrece hoy la empresa de tan alto bordo como la de ofrecer soluciones modernas, políticocristianas, a otros pueblos del Universo, si sabemos mantener y defender esta gran obra de resurgimiento espiritual y social a la que habéis abierto el porvenir con vuestro esfuerzo. Si el camino se presenta a veces con obstáculos y dificultades, eso no hace más que encarecer el valor de nuestra obra. Estamos acostumbrados a las dificultades; jamás en mi vida se me ofrecieron caminos llanos y sencillos, y las dificultades sólo hacen crecemos ante la empresa.

Hay también quienes torpemente especulan con mis años. Yo sólo puedo decirles que me siento joven, como vosotros, que detrás de mí todo quedará bien atado y garantizado por .la voluntad de la gran mayoría de los españoles, de los que, con el Movimiento, constituís nervio y esencia, y por la guardia fiel e insuperable de nuestros Ejércitos.

Nuestra obra es el mandato de nuestros muertos; ofrezcamos a ellos nuestro homenaje en esta hora de plenitud.

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.007. - España -

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