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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1961.


 
Discurso en el acto de inauguración del Seminario Menor de Pilas.

Pilas, Sevilla, 3 de mayo de 1961.


Perdonad que rompiendo este silencio me una, dando continuidad, a las palabras que su eminencia el cardenal ha pronunciado en la celebración de este acto solemne al inaugurar el nuevo Seminario.

No voy a pronunciar palabras de orden religioso, en lo que tanto tengo que aprender; pero consentidme que un soldado hecho político os hable un momento de la política de la Nación.

No es indiferente a la Iglesia la política de los pueblos. Una cosa es que la Iglesia esté por encima de la política y otra muy distinta el que se desinterese de la política. No tenemos más que extender la vista por el Universo y ver los tristes resultados para la Iglesia de la política en los diversos países. Pero predominando sobre estos movimientos políticos, con sus altos y sus bajos, se acusa una acción mucho más peligrosa que las demás, que es la más grande amenaza  que ha sufrido el occidente y que intenta destruir la paz, la espiritualidad y la civilización cristiana de las naciones, esto es, el comunismo.

El comunismo en sus propósito no descansa, pero el comunismo tampoco está solo; tiene, como solemos decir, sus «compañeros de viaje», los que le han abierto camino y se lo siguen facilitando al convertirse en cajas de resonancia de las consignas comunistas, los que inconscientes, apasionados por sus políticas ateas, acaban haciendo la política que el comunismo necesita. Esto es el peligro de esta hora y en el que tenemos que estar apercibidos para defendemos.

Hoy mismo los periódicos nos traen la noticia de graves persecuciones de la Iglesia, con atentados contras las Ordenes religiosas, incautaciones, encarcelamientos de ministros del Señor, con todo ese odio sistemático y satánico que las fuerzas del mal tienen trazado y proyectado sobre el Universo. Las fuerzas del mal están organizadas, tienen sus Estados Mayores y trabajan persiguiendo sus objetivos, buscando los puntos sensibles, apoderándose de los órganos de Prensa y ti difusión, comprando conciencias, enrolando a su servicio y a su política a muchas otras fuerzas del Universo. y por ello parece natural que las fuerzas espirituales, las del orden, y no digamos la Iglesia, se organizan igualmente para defenderse.

Nos hablaba el cardenal de los bienes temporales y de los bienes espirituales, y si tuviéramos que optar no tendríamos duda; pero no tenemos por qué elegir, porque precisamente los bienes espirituales llevan en sí la multiplicación de los bienes temporales. No están regañados, como fuera se quiere hacer creer. Precisamente, gracias a los bienes espirituales se puede disfrutar de los materiales. ¿Quién liberó al mundo de la esclavitud? ¿Quiénes han promulgado las doctrinas sociales más justas y avanzadas de todos los tiempos?

Pues si esto es así, ¿por qué pretender encasillar a la Iglesia entre las fuerzas de la reacción y no reconocerle sus esfuerzos para redimir a los hombres de la esclavitud, de la ignorancia y de la delincuencia? y pese a estas realidades incontrovertibles, en los tiempos modernos se pretende poner en pugna los bienes espirituales que la Iglesia propugna con la justa aspiración de las mejoras materiales. Por eso os he querido hablar de política.

La política que los hombres maduros y los que peinamos canas, o no las peinamos, hemos vivido, era aquella política de derechas y de izquierdas que todavía algunos retrasados vienen arrastrando. Hay quienes sintiéndose católicos acuden a aquella vieja clasificación diciendo: «Es que yo soy de derechas, o somos de derechas, porque una vez en la Historia la Iglesia se viese presente en el lado donde le negaban sus derechos»; cuando debíamos decir: «Somos hijos de Dios, somos espirituales, tenemos como norma la ley de Dios, y la ley de Dios es la justicia social, es la fraternidad humana, es considerar a nuestros semejantes como hermanos, por ser los hombres portadores de valores eternos hechos a imagen y semejanza de Dios».

Y, por tanto, no tienen nada que enseñamos por avanzados que sean y por justos que pretendan ser, ninguna clase de elementos ni de organizaciones, partidos o facciones políticas. El Movimiento Nacional ha venido a unir lo nacional en peligro con lo social, pero bajo el imperio de lo espiritual, de la ley de Dios. Por eso uno de nuestros primeros pasos, hace veintitrés años, fue la restauración de la Compañía de Jesús. Era un acto de justicia. Y, sin embargo, los que nos antecedieron, aquellos hombres que predicaban que iban a elevar el nivel de vida, que iban a lograr el paraíso en una España republicana, ¿qué hicieron por el pueblo? Destruir todos los bienes, paralizar la vida de la Nación, perseguir a la Iglesia, intentar la destrucción de todo lo espiritual que tenía España, que podía haber producido como ocurre hoy los bienes temporales de que disfrutamos. Que el camino elegido es bueno nos lo acusa esa floración de vocaciones, triunfo de los valores del espíritu en un mundo amenazado.

Para defendernos de la batalla que el mundo planta, tenemos dos armas: las espirituales y las de la política. Porque lo que se está dando hoy en el mundo es una batalla política decisiva para nuestro futuro, y a la batalla política no se pueden oponer Ejércitos organizados, hay que oponer la acción política. A una política que capta hay que oponerle otra doctrina plena de mayor ilusión.

En esta lucha que hace veinticinco años hemos emprendido, a la realidad de nuestra doctrina hemos unido la fuerza de la razón y el gran poder de los valores espirituales. Combatir en el campo de Dios es combatir con ventaja, pues evidentemente es contar por adelantado con el triunfo.

Quería hacer solamente estas consideraciones para refrendar las palabras del cardenal y deciros que de la unión de la Iglesia y del Estado, de la colaboración en sus respectivas funciones, solamente bienes pueden de- pararse para la sociedad, para la Iglesia y para el mundo.

Queda inaugurado en el día de hoy el Seminario Menor de Pilas.


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