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Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1960.


 
Mensaje de fin de año a todos los Españoles.

Emitido a través de Radio Nacional de España de Madrid, el 29 de diciembre de 1960.


Españoles:

Habéis de perdonarme si irrumpo en la paz de vuestros hogares para haceros partícipes de las inquietudes del mundo en que vivimos; pero sin ello no cabría la compenetración y la solidaridad de los que navegamos en la misma nave. ¿Qué importa que ésta sea resistente si el temporal aumenta? Toda navegación requiere la unidad, la solidaridad y la disciplina de los embarcados, bajo la sabia dirección de su capitán. Difícil fue la navegación que juntos emprendimos, y los días de bonanza son siempre seguidos de los correspondientes de borrascas. El mundo es así, y a él hemos de sujetarnos.

En el año 1961 que vamos a iniciar, el Movimiento Nacional y el Régimen fundado con la Cruzada alcanzan su indiscutible plenitud al cumplirse los veinticinco años en plena acción política y rendimiento de los principios que constituyen su fundamento, su sustancia y su fuerza motriz. Un cuarto de siglo navegando en medio de la coyuntura histórica más crítica, más compleja e inestable de los tiempos modernos, en la que se han derrumbado tantas superestructuras de todo orden que parecían inconmovibles. Un cuarto de siglo siguiendo una ruta rectilínea atenta exclusivamente a los supremos intereses de nuestra nación frente a la concupiscencia y a la incomprensión de tendencias y escuelas políticas que se aferran todavía a esquemas doctrinal es superados.

Un cuarto de siglo de servicio permanente a la causa del mundo libre, que si ya se ha reconocido en los medios internacionales más solventes, aún no fue, sin embargo, debidamente valorado y correspondido.

Un cuarto de siglo de avance manifiesto en la cimentación y desarrollo de nuestras instituciones, de nuestro ordenamiento económico social, de nuestro sistema de representación pública y de participación efectiva del pueblo en la gestión y administración de los intereses de la comunidad.

Un cuarto de siglo alumbrando nuevos horizontes al Derecho político, que si ha de asentarse siempre sobre la línea maestra e indiscutible del Derecho natural, también deberá abrir cauces jurídicos adecuados al impulso progresivo del hombre en su proyección social, conformando el encuadramiento natural de las nuevas realidades políticas y sociales que ese mismo impulso progresivo engendra y promueve. Tenemos el consuelo de haber armonizado, como aconsejaba Pío XII, «la eficacia y dinámica de nuestra sociedad con la estática de las tradiciones, y el acto libre con la seguridad común.» 

La distancia entre el punto de partida y el de destino era tan grande y los obstáculos tales que sólo con la fe puesta en la razón de nuestra causa y la confianza en la ayuda de Dios pude aceptar tan alta y grave responsabilidad. A ella se han consagrado toda mi voluntad, mis pensamientos y mis energías. Quien recibe el honor  y acepta el peso del caudillaje, en ningún momento puede legítimamente acogerse al relevo ni al descanso. Ha de consumir su existencia en la vanguardia de la empresa fundacional para la que fue llamado por la voz y la adhesión de su pueblo, enraizando y perfeccionando todo el sistema levantado.

No se trataba solamente de tender un puente sobre la riada de una crisis histórica que arrastraba hasta los últimos restos de un sistema político y de un Estado, sino de instaurar un sistema, de crear un nuevo Estado, fiel a la tradición viva y operante y a las exigencias actuales de nuestro destino, que quedará garantizado para el futuro en la medida que sirvamos al presente con lealtad y eficacia.

Por el contacto que por mi profesión tuve durante medio siglo con los hombres de todas las regiones españolas y de los diversos sectores sociales llegué a la convicción de que la crisis española, que en 1936 se agudizó hasta el límite de la desintegración nacional, no era crisis del pueblo, cuyas virtudes y calidad espiritual jamás fallaron en las horas decisivas de nuestra historia, sino una quiebra total del sistema político y social imperante, unido a la falta de visión de sus clases directoras. El pueblo español, intelectual, bien dotado, de gran imaginación y cabeza clara, se encontraba acéfalo y sólo esperaba la unidad, la disciplina, el orden y la racionalización para triunfar.

Lo que una gran mayoría de los españoles no han conocido y las generaciones nuevas ignoran era el verdadero estado de la Nación al cabo de más de un siglo de desgobierno en sus aspectos espiritual, social y económico. Los vaivenes y la disgregación que el sistema político engendraba, que unidos a la carencia de ideales colectivos limitaban el horizonte de cada español a la contemplación egoísta de su propio caso, mientras la Patria, degradada y empobrecida, se precipitaba por la pendiente de la desintegración.

El caso es que la concepción liberal de !a sociedad hace muy difícil, si no imposible, la realización del concepto auténtico de comunidad. Reduce las vinculaciones sociales entre unas partes y otras y las de éstas con todo lo que une, con existencia de intereses y fines irreconciliables. En esta concepción cabe a lo sumo la tolerancia, pero nunca la cohesión y la unidad orgánicas que mantengan vitalmente religados entre sí, como miembros de un mismo cuerpo, a los distintos elementos que la integran.

Esto equivale, en el plano político, a una permanente y tensa oposición entre los distintos estamentos, grupos, sectores, organizaciones y entidades, que acaba desembocando en un estado que pretende salvar sistemas en los que los intereses de las distintas facciones en lucha por la conquista de los resortes del mando y del Poder, prevalecen sobre el bien común aun en decisiones de la máxima trascendencia para la Patria.

La sociedad de tal modo constituida podría subsistir en tiempos de bonanza; pero se quebranta y derrumba al primer serio temporal; el sistema puede haber sido útil cuando la política era sujeto exclusivo de unas minorías y las masas de la Nación quedaban al margen de la lucha y de los empeños políticos; pero no lo es ya cuando los pueblos han alcanzado conciencia de su peso y de sus derechos. Hoy ya no se puede engañar a los gobernados que demandan con apremio, en primera línea de sus necesidades, justicia social, progreso y eficacia, lo que son incapaces de ofrecerle las viejas fórmulas políticas disgregadoras.

El mal, como veis, es principalmente interno, aunque la amenaza comunista lo haya agravado y convertido en un imperativo insoslayable de nuestro tiempo. Para luchar victoriosamente con él, lo primero es el reconocimiento sincero de la raíz de nuestro mal; si así no se hace y el mundo sigue encubriéndolo con los tópicos manidos de la conjura exterior, no nos hagamos ilusiones: será el pueblo el que con una o con otra bandera, acabará derribando el tinglado vacilante de la farsa política.

Frente a este viejo complejo político del Occidente, ¿qué es lo que el adversario le enfrenta realmente? No hemos de caer en el tópico de que es malo y nefasto todo lo que el comunismo representa. Algo tendrá cuando atrae, arrastra y cautiva. No se trata de una entelequia, sino de una viva realidad con un inmenso poder de captación. No son, desde luego, ni 'su materialismo histórico, ni su ateísmo desenfrenado, ni la negación de la libertad y los derechos humanos, ni su imperialismo, crueldad y mentiras lo que atraen y cautivan. Son su resolución, su acción subversiva de cambiar un orden que no gusta; la bandera eminentemente social que engañosamente enarbola; ,son las pasiones que alienta y explota; la eficacia con que se presenta; el deslumbramiento de su fortaleza y de sus realizaciones. Todo lo otro, la negación de las libertades, la esclavitud, los campos de concentración, queda sepultado bajo la máscara de las propagandas.

Una sociedad sin reservas espirituales, que vive en estado de desigualdad social, de bajo nivel de vida, desengañada de falsas promesas y cansada de esperar, no es extraño que pueda ser arrastrada por quienes le prometen su redención aun corriendo el albur de una aventura.

Por otro lado, las clases llamadas a la noble función de magisterio o de ejemplaridad social, ante la tentación del snobismo político, de modernismos ideológicos o de la popularidad mal entendida, de la ambición desmedida o del resentimiento, han vuelto la espalda a la única tarea que precisamente justificaba su preeminencia; débiles morales, prefirieron navegar a favor de la corriente antes que asumir las responsabilidades del siempre duro, arriesgado y difícil ejercicio de la auténtica capitanía.

La capitanía pide y exige una sincronización perfecta con los latidos más profundos y legítimos de la hora en que se vive, mirada penetrante en el futuro, y, al mismo tiempo, capacidad de renunciar a los éxitos fáciles, amor perseverante a la obra sólidamente establecida y de largo alcance, serenidad y firmeza en las circunstancias adversas, fidelidad a los principios y voluntad insobornable de servicio.

Ante la ausencia de reglas morales, permanentes y estables en aquel clima de inversión de valores, de disolución de todo lo que religa y une hacia una empresa común y la simultánea exaltación teórica del individualismo más radical y disolvente, lo espiritual cedió la supremacía a lo material, la conciencia de Patria dejó paso al internacionalismo, y el sentido providencialista de la Historia fue sustituido por la dialéctica materialista. Marx reducirá a teoría seudocientífica esta realidad de aquel mundo social europeo y la agitará como bandera de combate. Así se puso en marcha el proceso de la subversión a escala universal.

Sin el triunfo de nuestra Cruzada, ¿qué hubiera sido en medio de un mundo indeciso y vacilante, que tolera constantemente que las vanguardias del adversario acampen con armas y bagajes en sus núcleos de resistencia más decisivos, de la defensa de .Europa frente al enemigo más numeroso, compacto y mejor dotado que se enfrenta con la civilización cristiana?

Si nosotros tuvimos la suerte y la clara visión de enfrentarnos con esta situación con veinticinco años de adelanto, no podemos, sin embargo, recluimos en un torpe egoísmo que acabaría arruinándonos, ya que otros pueblos como nosotros, incluso de nuestra propia sangre, amantes de la libertad y de la justicia, viven amenazados, sufriendo los mismos males que nosotros pasamos, y que si no reaccionan a tiempo o Dios no lo remedia, caerán en el mismo abismo en el que confiadas se precipitaron tantas naciones civilizadas de Europa, hoy esclavizadas tras el telón de acero.

Que el mal que padecen es evidentemente político, está claro; que la situación es francamente grave, nadie puede dudarlo; pero que tiene solución también es cierto. En ninguno de los países amenazados, excepto en Cuba, la situación es peor que aquella por la que nosotros pasamos. Si la nuestra tuvo solución, lo mismo pueden tenerla la que a otros afecta, si saben analizar sus verdaderas causas y están firmemente resueltos a darles eficaz y adecuada solución. Lo que no se puede, si se quiere sobrevivir, es intentar detener el reloj de la Historia es una hora determinada; pretender galvanizar en determinado estado de la política cuando ésta exige imperiosamente su renovación. La política que no se renueva es política que a plazo fijo muere.

A esta crisis política interna que los Estados padecen, hemos de unir la muy grave de la inconsistencia en la compenetración entre las naciones de Occidente, que vienen poniendo en peligro su unidad de acción. También en este orden es imperiosa una verdadera renovación. El egoísmo de los poderosos, empujados por el capitalismo, ha permitido se forme, al correr de los años, un estado de conciencia en las naciones pequeñas y menos desarrolladas frente a lo que ellos llaman el imperialismo económico de los grandes. El hecho es que se ha .llegado a que todo lo malo que en el orden de su desarrollo económico los pueblos sufren, se culpe a la acción económica y. financiera exterior de los poderosos.

El avance y divulgación de la ciencia económica les ha hecho conocer que las economías poderosas se alimentan en gran parte con la savia de las economías débiles, y en el estado de pasión alcanzado no llegan a comprender la nobleza y generosidad de las ayudas. Esto explica el fenómeno general de subversión que se dibuja en el horizonte del mundo contra los económicamente poderosos, que la acción comunista se encarga de estimular y propagar.

Si de los males internos del Occidente pasamos a considerar la amenaza exterior, es preciso proclamarlo sin rodeos: «el comunismo es la guerra». Los hechos no admiten otra interpretación. El mismo concepto de guerra fría, tal y como lo entienden los que lo acuñaron, carece ya de sentido. Porque es algo bien distinto en su entidad y en sus resultados concretos la que está en franco desarrollo. El comunismo ha desencadenado la «guerra revolucionaria». Por tanto, para él la paz -bueno, esto que llamamos paz- no es sino la guerra con otros medios y por otros procedimientos. Estos medios y procedimientos de la guerra revolucionaria no tienen más limitación que la que en cada momento impone y exige la utilidad de los propios fines de sus promotores.

El que en sus juicios o planteamientos no cuente antes de pronunciarse con este fenómeno, es práctica y socialmente un irresponsable. Si por las razones que fuere prescinde de ese dato esencial y determinante, de hecho es un colaborador, inconsciente, puede ser, pero muy eficaz, del comunismo.

Insistimos en que hoy es un dato esencial. Tanto es así, que, sin él, en lo político, en lo social, en lo cultural, en lo económico y hasta en el apostolado religioso el problema sería distinto, pero hoy por hoy, queramos o no, el mundo libre está en guerra porque se la ha declarado el comunismo internacional. Lógicamente, los modos de Gobierno, la acción de los gobernantes, que de manera muy particular están obligados a moverse sin dar jamás la espalda a las circunstancias, han de acomodarse por de pronto a esta innegable realidad de una guerra revolucionaria. Actualmente ningún país se ve libre de actividades subversivas. Jamás en la Historia tuvo lugar un hecho de naturaleza ni siquiera similar. La universalidad, pues del conflicto es tan manifiesta como que coincide con los límites físicos del planeta.

Al mismo tiempo, las nuevas técnicas de comunicación han conseguido tal perfección, tanta potencia y tan útiles mecanismos y procedimientos de penetración y captación, que permiten a esa universal acción subversiva llegar hasta las zonas de población más independientes, mejor defendidas y tutelados, hasta alcanzar el área de la intimidad familiar y personal. Todo es utilizado como punto de partida, de apoyo, de vehículo o de instrumento para la lucha. Nunca se dio un empleo tan masivo de fuerzas de todo orden como el que hoy registramos. Innegablemente se trata de una guerra por definición totalitaria. Son todos los factores materiales, morales y espirituales que integran la personalidad humana y la personalidad histórica de los países los que están sometidos a la presión del comunismo. El actuar desde unas bases y detrás de un telón de acero, enfrente a los que la organización social y política del democratismo liberal resulta no ya ineficaz, como la experiencia viene confirmando, sino a todas luces contraproducente.

España, que conoció y venció al comunismo internacional, única derrota concluyente que éste ha sufrido hasta la fecha, sigue excitando su afán de revancha. Pero frente a ello mantenemos nuestro triunfo, traduciendo a realidades nuestros postulados sociales y no bajando la guardia, atentos siempre a sus maniobras.

Todo esto nos conduce a una conclusión respaldada por cinco lustros de paz, de trabajo fecundo, de unidad y continuidad como no conocía el pueblo español en más de doscientos años. La legitimidad del Régimen, la estabilidad y eficiencia de sus instituciones y la vitalidad inmanente de la doctrina de que se nutre nuestra nación y nuestra conducta.

Hemos llegado a constituir en el mundo un hecho trascendente, que si un día por mala información pudo despertar las críticas, hoy ha conquistado la admiración y el respeto de los más. De esta admiración y respeto es buena prueba el crédito abierto a España en los más importantes organismos internacionales, tanto económicos como técnicos y políticos, consecuencia clara de nuestra solvencia en todos los órdenes. Hoy el ser español vuelve a ser en el mundo un título importante.

Por lo que respecta a la defensa de Occidente, representamos actualmente un sumando insustituible y esencial. España en este aspecto es importante no sólo por su situación y características geográficas, que la constituyen en el centro vital del desarrollo logístico adecuado de dicho dispositivo, sino por sus treinta millones de habitantes, por su estabilidad y salud políticas, por su paz interior, por su sensibilidad y su resistencia invulnerables ante el más encubierto intento de penetración del comunismo o de sus compañeros de viaje, y por la experiencia, la preparación científica y técnica y las virtudes excepcionales de sus ejércitos.

Pero resulta particularmente claro e imperativo que para gobernar con acierto dentro de la situación actual es imprescindible una especial sensibilidad para percibir y reaccionar ante la situación, el juego y las variantes de esos factores, y el estar en posesión de una doctrina política sobre lo permanente y fundamental, de la que no es lícito abdicar ni desviarse; un sistema, un cuerpo de doctrina que tenga la virtud, como todos los sistemas completos, de darnos la clave con la que operar sin riesgo de errores graves y con las mayores posibilidades de acierto en las cuestiones concretas y circunstanciales. Una doctrina que nos dé resuelto ese conjunto de finalidades esenciales a la política, a la economía, a la técnica administrativa, al Ejército, a los órganos de representación pública. Una doctrina que ha de ser el norte invariable; una doctrina política que al ser vivida se convierta y transforme en un modo de ser con su específico y siempre moral modo de obrar.

Ya sabemos que la política es el arte de las realidades dentro de las posibilidades de cada momento; pero toda gran política, la que hace historia y es magisterio para las generaciones futuras, responde a sus sistemas de principios, en los que se cree firmemente y conforme a los que se obra, tanto al buscar la mejor solución entre lo posible para los problemas de cada hora como en la realización de los propósitos y de los proyectos de largo alcance.

He aquí una de las enseñanzas y de las aportaciones más trascendentales de nuestro Movimiento Nacional: el haber servido a esta concepción de lo político, el haber situado en el primer plano de sus preocupaciones y en los cimientos de todas sus actividades la elaboración y conservación de una doctrina ya patrimonio común del pueblo español, argumento de su validez objetiva e histórica.

Si no fueran otras muchas las funciones esenciales que corresponden al Movimiento Nacional dentro del cuadro de nuestras instituciones básicas, bastarían las que acabamos de señalar para mantenerle como piedra angular de nuestro sistema. En el Movimiento Nacional reside la función política; admitir la discusión sobre este punto sería tanto como dudar de su propia legitimidad.

El Movimiento tiene como tareas permanentes el mantener los principios fundamentales y urgir su desarrollo, defender y acrisolar la unidad nacional, que no es un capricho, sino una necesidad histórica; constituir la organización política de la paz, perfeccionando progresivamente el encuadramiento de la sociedad en orden a la representación pública, pues es nota esencial del Régimen su carácter representativo; preparar la proyección en el tiempo de la revolución nacional, que no es una revolución que pasa, sino una revolución que perdura y marcha.

La hora presente la vivimos los españoles de cara al futuro. Cierto es que la herencia gloriosa de nuestra tradición nacional no puede rechazarse, porque el pueblo que así lo hiciera se suicidaría en espíritu. La tradición debe inspirar la tarea de fijar el mañana español, cimentar sobre fundamentos estables sus conquistas, animar sus instituciones y marcarlas con la huella de su peculiar originalidad. Pero todo esto dista mucho de la solución simplista del «aquí no pasó nada». Un cuarto de siglo es tiempo demasiado largo para que los españoles podamos todavía detenernos a mirar hacia atrás. La Historia no retrocede. Por esto, la tarea de hoy consiste en crear las condiciones que hagan viable y duradera esa continuidad. El imperativo de esta hora es de signo categóricamente instaurador.

La declaración de los principios fundamentales del Movimiento Nacional ha tenido la trascendental significación de haber fijado el cuerpo de la doctrina política en que de modo insoslayable se concreta la verdadera e irrenunciable naturaleza del Estado nacional.

El Movimiento comprende a todos los hombres de buena voluntad fie1es a unos principios y a una disciplina. El Movimiento no es una organización hermética; es una comunidad con espíritu de servicio, en la que destacan unas minorías inasequibles al desaliento, que se adscriben a la tarea de montar la centinela, salvaguardar la vitalidad de la doctrina y su proyección y su permanencia en el futuro. En el Movimiento mismo radica, en definitiva, el que la continuidad no sufra quebranto.

Si pasamos a considerar las circunstancias que caracterizan la situación internacional, podemos sentimos, en cierto modo, satisfechos por nuestra preparación ideológica y moral y, en su consecuencia, tranquilos, porque de los errores que el mundo padece, a España no le alcanza responsabilidad alguna.

Para nosotros, todo lo que está ocurriendo en el mundo encaja en el cuadro de nuestras reiteradas y antiguas previsiones. Una de las preocupaciones centrales de nuestra política fue la de advertir los peligros que encerraban determinadas decisiones e incomprensiones. Si hubieran podido tenerse en cuenta, ni habría ahora necesidad de rectificar, ni algunos problemas se hubieran agudizado hasta los extremos que hoy conocemos.

Refiriéndonos concretamente a determinada zona del Continente africano y a Hispanoamérica, veníamos señalando que pretender torcer el rumbo en aquellos países, oponiéndose a las corrientes naturales, el quererlos forzar a dependencias y exclusivismos que los países repugnan, era obrar contra el propio interés y sembrar la semilla del rencor y del odio. Un mundo nuevo, anticipábamos ya hace muchos años, se ponía en movimiento. Las naciones, como los pueblos, se rebelan contra las injusticias y la miseria; una nueva era pugna por abrirse paso; o se la acoge y encauza o acabará derribando lo que se oponga a sus naturales anhelos.

En cuanto al Norte de África, he insistido reiteradamente de un modo expreso en que constituye la espalda de Europa, lo que le da una especial trascendencia. Su ubicación en el área mediterránea exige, en virtud de los imperativos geopolíticos de la máxima densidad, que no exista contraposición de intereses entre los países de una y otra orilla, siendo mutuo el interés de la asociación. Quien lo invalide habrá infligido un daño gravísimo, de reparación difícil, a las posibilidades occidentales y a sí mismo. De ahí que diéramos la voz de alarma denunciando los propósitos de los agentes soviéticos de penetrar en esas zonas a caballo de la xenofobia y de los ultranaciona1ismos exacerbados que intentan encender la guerra y destruir la comprensión entre las partes. Fuimos absolutamente conscientes de la peligrosidad de esta penetración, ya que constituía un objetivo del máximo interés para Rusia. El huracán previsto se ha desencadenado en el mundo afroasiático, y en el Norte de África el armamento y las ayudas facilitadas por la Rusia soviética acabarán por alterar la paz y la independencia de esos pueblos.

El apoyo de Moscú a países subdesarrollados y de agitada efervescencia nacionalista tiene siempre un precio político para quien lo solicita o acepta. La experiencia nos indica que la presa que Rusia hace no la abandona hasta su aniquilamiento. Por el sistema de las ayudas militares y económicas se tiende una red de agentes por todo el país para encuadrar a los naturales, los comprados o los sujetos a su obediencia. Los gastos militares, que ellos estimulan, empobrecen al país y lo colocan en trance de ruina, y la crisis económica, el paro obrero y los movimientos revolucionarios, que ellos provocan y controlan, acaban dando al traste con la política tradicional y estableciendo un régimen comunista satélite. Así viene ocurriendo en todos los meridianos en donde Rusia ha puesto su mano o colocado su planta.

Hoy reitero lo que hace dos años os decía: «Nuestra Nación, por su ubicación en el espolón de Europa, que bajo las aguas del Estrecho se une con el continente africano, y por las del archipiélago canario en la proximidad de su costa atlántica y de nuestro Sahara tiene la responsabilidad histórica de constituir el centinela avanzado de esta área geográfica, que si es trascendental para el Occidente es vital para nuestra nación.» Podéis tener la seguridad de que en esta centinela jamás arriaremos la bandera. Porque esa costa atlántica constituye uno de los objetivos que polariza los apetitos del Kremlin para el envolvimiento de Europa.

Otro de los campos de maniobra preferido por la maquinación soviética es Hispanoamérica. Sus gigantescos recursos potenciales y su población de doscientos millones de habitantes están en su punto de mira.

Para esos doscientos millones de iberoamericanos que pueblan las veinte naciones del Nuevo Mundo, en las que vive y se prolonga España con la autoridad moral que nos concede el ser y sentirnos hermanos, el tener una misma lengua, una misma sangre, una misma fe y una misma historia, vaya nuestro saludo y nuestros mejores votos.

Más de once millones de dólares ha venido invirtiendo el movimiento comunista en la América hispana, con la circunstancia reveladora de que, por lo menos, nueve de estos once millones se recaudan en la propia América. Funcionan en ella cuatro centrales o centros de abastecimiento de propaganda, activistas y agentes especiales prontos a desplazarse donde su presencia se considere más necesaria. Semanalmente, las emisoras moscovitas transmitan más de cien horas para Hispanoamérica, y los periódicos y revistas órganos directos y declarados del partido comunista rebasan la cifra de ciento cuarenta. Las Embajadas soviéticas son, de hecho, verdaderos cuarteles generales con cientos de agentes consagrados a la propaganda. El ritmo de penetración es hoy mucho más veloz que antes. Los hechos que conocemos son el reflejo exacto de este ritmo progresivo y ascendente. Dentro del clima de aquellas naciones en que se acusa una tensión latente encuentra el «agitpro» del comunismo internacional el caldo de su cultivo ideal. Para la batalla entre Occidente y Oriente viene creando Rusia centros neurálgicos en estos países que, como los del Norte de África respecto a Europa, constituyen, en cierto modo, su emplazamiento en la retaguardia de los Estados Unidos.

Deseamos, por el bien de Hispanoamérica, a la que queremos libre y fuerte, que los pueblos libres, a quienes corresponde muy particularmente evitar que estos países caigan bajo la férrea mano de Moscú, les ayuden a encontrar el camino del progreso y de la paz. No obstante, la solución ha de partir de los mismos pueblos hispanoamericanos; es necesaria la voluntad de salvarse. Si no estamos dispuestos a sacrificarnos por un ideal, importa poco que otros nos ayuden. No es verdadero el dilema de liberalismo o comunismo, que tanto favorece a éste. Existen otros más eficaces, como el que España emprendió hace veinticinco años. La experiencia española constituye ya un hecho histórico digno de ser estudiado con ánimo de comprensión. Creemos que encierra principios, descubrimientos y posibilidades que trascienden de nuestra órbita nacional.

Sólo un propósito alienta en mis palabras: la grandeza y la libertad de Hispanoamérica. Con inquietud creciente venimos siguiendo los pasos de esos comandos del imperialismo esclavista por los caminos que hace más de cuatrocientos años trazara para la Fe de Cristo una raza de misioneros y de héroes. Hace tiempo dábamos el toque de alerta al advertir que en las actas del año 1935 del antiguo Komintern ya se señalaba de una manera expresa como el campo más favorable para la expansión del comunismo a las jóvenes Repúblicas, de origen hispano, con sus masas de emigrantes y sus procesos económicos sin estabilizar. Lo que España sufrió no queremos verlo en los que son nuestros pueblos hermanos.

Si contemplamos las perspectivas de nuestra situación interior desde la cumbre del año que termina, no pueden ser más halagüeñas. Este año de 1960 ha sido para nosotros un año de paz y actividad fecunda, especialmente señaladas entre los largos años de paz y de actividad que la Providencia viene concediéndonos. Hoy puedo deciros que en el año que termina hemos asentado las bases más firmes de nuestra libertad y de nuestra independencia económica, meta que venimos persiguiendo desde los mismos días de nuestra Cruzada.

Una de las características más salientes de toda mi vida ha sido la de no vivir al día, sino de prevenir y preparar el futuro. Esto hizo que desde los mismos días de nuestra Cruzada me inquietasen los graves problemas que, con la paz, habrían de presentársenos. La liberación que con la Victoria habría de conseguir para nuestro pueblo no sería verdaderamente efectiva mientras no hubiéramos conquistado la libertad económica que España había venido perdiendo al correr de medio siglo de abandono. El déficit permanente de nuestra balanza de pagos con el exterior, impidiendo el progreso y desarrollo de la nación, nos había creado, con grandes dificultades, una grave situación de dependencia. El futuro se nos presentaba con caracteres gravísimos, ya que a la situación permanente anterior había que sumar el quebranto y atraso de tres años de guerra. España quedó totalmente des abastecida, y hasta los españoles mejor preparados económicamente juzgaban que no podría levantarse sin la ayuda de un poderoso empréstito exterior, imposible de alcanzar en un mundo en gran parte adverso, empeñado, además, en una terrible guerra.

Necesitamos trazar un plan de campaña para resolver nuestros problemas, abandonados a nuestro propio esfuerzo, pero sin descubrir el talón de Aquiles de nuestra debilidad y sin que un pesimismo, que podría ser fatal, se apoderase del cuerpo nacional. Esta campaña que entonces planteamos ha tenido en el año que finaliza el más espléndido colofón.

El Plan de Estabilización adoptado por el Gobierno en la segunda ,mitad del año anterior dio con creces los frutos apetecidos, manteniendo los precios interiores estables y, por consiguiente, consolidación del poder adquisitivo de salarios y rentas; firmeza de la cotización de nuestra divisa monetaria en los mercados exteriores al nivel de su paridad oficial y cambio de signo en nuestra balanza de pagos, crónicamente deficitaria. De un comercio exterior de 700 millones de dólares, siguiendo una curva favorable, hemos rebasado la cifra de 1.300 millones en el año que termina, victoria final que ha venido siendo preparada por las batallas del trigo, del algodón, del tabaco, de la madera, de la ganadería, de la avicultura y de los regadíos en el campo agrícola, así como por el de la electricidad y el de la industrialización, con su intensificación de construcciones navales, fábricas de abonos, de cementos, refinerías, factorías de tractores, camiones y automóviles, entre otras muchas realizaciones, que, expansionando nuestra economía, nos permitieron crear más de dos millones de puestos de trabajo.

La operación de la estabilización se hizo posible por esa preparación que al correr de estos cuatro lustros habíamos realizado, y que ha sido la base de la próxima y gran etapa de expansión económica, que hemos de emprender ampliamente, prosiguiendo esa política española que ha multiplicado la riqueza nacional y ha levantado a nuestra Patria de la inercia secular, de la falta de confianza en sus recursos y del estancamiento pesimista. El año 1960 ha sido para nosotros un año bueno, que España tenía merecido tras dos décadas de tensión y de lucha en medio de un mundo hostil.

Nunca nuestra economía ha sido tan fuerte y nunca como ahora podemos contemplar con tanta seguridad y esperanza el futuro. Así podemos acometer la tarea ingente y sugestiva de la programación a largo plazo, que vendrá a suponer la culminación de unos planes de Gobierno concebidos desde los albores mismos de la Cruzada. Hoy, con el reposo y la serenidad que nos da la firmeza de nuestro Régimen y la salud de nuestra economía, podemos acometer el estudio metódico de los diversos sectores económicos, con arreglo a técnicas y a experiencias mundialmente contrastadas que permiten la elaboración de un programa para el mejor desenvolvimiento de la economía nacional, sobre la base de su estabilidad y con la mira puesta en la elevación del nivel de vida de los españoles.

Esta atención que el Gobierno presta a los aludidos problemas económicos está movida, en última instancia, por una honda preocupación social, que es el signo y distintivo de la política del Régimen. De poco serviría el progreso económico, si no fuera ligado al mejoramiento de todas las esferas de la sociedad española, en particular las más débiles económicamente.

Nuestra legislación social, que es para el Movimiento su mayor timbre de gloria, se ha visto este año enriquecida con la ley que asigna a fines sociales concretos unas serie de recursos fiscales, y también por primera vez en la historia de nuestra Hacienda el Estado suprime una serie de impuestos indirectos que pesaban sobre todos las clases. La Hacienda Pública ha venido a ponerse así al servicio de la política social del nuevo Estado, emprendiendo un camino en el que habrán de darse pasos decisivos en el futuro. De este modo, nuestra política social, firmemente asentada en lo económico y cuajada ya en fecundas realidades, queda abierta a prometedoras esperanzas en contraste con los resultados de la falsa política social de signo marxista, engendradora tan sólo de odios y miserias, que alcanzó su culminación, demagógica y trágica, en los aciagos días de la República, cuando el pueblo español se veía sumido cada día en una mayor miseria, amasada con sangre, fango y lágrimas, frase que hizo tristemente célebre a uno de los más destacados jerifaltes republicanos.

Sería, por otra parte, ilusorio pensar en los buenos resultados de una política, si a ésta no la acompaña una buena administración. Para que el complejo aparato estatal funcione de modo armónico y no se retrase, son indispensables unos órganos ágiles y competentes. La Administración pública tiene que incorporarse a las modernas técnicas orgánicas y funcionales. El viejo concepto de la Administración obstaculizadora y retardataria, por su excesivo burocratismo, tiene que ser sustituido por un auténtico sentido empresarial y de servicio. Por esos derroteros va discurriendo nuestra reforma administrativa, cuyo avance prosigue día a día. Pero no basta con reformar las instituciones si no se cuida de preparar a los hombres que las sirven. El cambio de estructura administrativa reclama también una decisiva mejora del funcionario. No es suficiente exigirle la indispensable y genérica preparación previa a su nombramiento; hay que asegurar después la formación específica adecuada a su quehacer concreto y buscarle los estímulos precisos para que no se malogre entre el abandono y la rutina.

El Centro de Formación y Perfeccionamiento de Funcionarios va a ser el instrumento eficaz para este ambicioso propósito. En él se adiestrarán las personas idóneas para la gestión de los intereses públicos. Su nueva sede, recientemente inaugurada en el edificio de la antigua Universidad de Alcalá de Henares, encierra un profundo simbolismo. La tarea de modernización de la Administración pública queda así enraizada con la gran tradición docente de Alcalá, rica en hombres que dedicaron sus vidas al servicio de la Patria.

Pero una obra de Gobierno no sería perfecta sin el contacto directo y personal con las específicas peculiaridades nacionales, que constituirán siempre el mejor cauce para dar atinada satisfacción a los legítimos anhelos de las diversas regiones españolas. Sólo recorriendo los pueblos de España puede tenerse exacto conocimiento del desamparo secular en que han permanecido sumidas muchas comarcas españolas y que todavía, pese al esfuerzo desarrollado y a la innegable mejora general del nivel de vida, carecen de medios naturales para poder subsistir. Pueblos pobrísimos, ubicados en lugares inhóspitos, sobre tierras áridas, imposibles de mejora, que un mundo moderno no puede concebir.

La racionalización de esas comarcas, la mejora y transformación de lo que sea factible, la concentración de unos pueblos, el trasplante de otros a nuevas zonas de regadío o a centros industriales, constituye un imperativo de nuestra hora.

En esta labor no hemos perdido ni un solo día. Si hoy podemos enfrentarnos en más escala con estos problemas es porque poseemos la obra desarrollada en estos años para la concentración parcelaria y los planes de transformación de regiones como Galicia y Jaén, la multiplicación por la superficie de España de pequeños regadíos y la repoblación y redención de comarcas tan pobres como la de las Hurdes, que, dándonos una lección de la experiencia, nos abren un gran horizonte de ilusiones.

Los planes de ordenación económico-social de las provincias, iniciados hace más de diez años, y que los Sindicatos patrocinan, facilitan el estudio concreto de los problemas y que se hayan corregido ya en buena parte muchos de los pequeños abandonos seculares.

Si pensamos sólo en que el 56 por 100 de nuestra población carga sobre la vida de un campo pobre, cuando en la mayoría de las naciones la población rural se mueve entre el 16 y el 25 por 100, se comprenderá la importancia que tiene la estabilización y la creación de nuevos puestos permanentes de trabajo, si queremos aligerar a nuestro campo y ponerle en condiciones similares al del extranjero. He aquí, una vez más, cómo para la propia existencia de España resulta indispensable la fecundidad creadora de nuestro Régimen.

Pero no sólo de bienes materiales vive el hombre, y a los muchos esfuerzos realizados en los campos agrícolas, industrial y de las obras públicas, cuyas inauguraciones se suceden un año tras otro, hemos de unir aquellos otros empeños a que en el orden espiritual y cultural venimos dedicados: la creación de escuelas, la multiplicación de centros de enseñanza y de institutos laborales, la creación de nuevas iglesias y la instalación de seminarios han seguido un ritmo desconocido en épocas anteriores.

En otro orden de acontecimientos, el viaje que en la primavera pasada realicé a través de Cataluña y Baleares, con una dilatada y grata estancia en Barcelona, permitió auscultar eficazmente las necesidades y las aspiraciones de aquellas provincias. Los problemas conectados con su vida política y económica pudieron examinarse de cerca por mi Gobierno, que allí se re. unió dos veces en pleno y varias en Comisiones Delegadas.

Concretamente para la vida catalana se han operado a lo largo del año dos acontecimientos de singular trascendencia: la promulgación del Apéndice del Derecho Especial de Cataluña, por una parte, y la aprobación de la Carta Municipal de Barcelona, por otra. La solución dada por la Ley de Bases de 1888 al problema de la codificación civil patria exigía la formación de apéndices para las legislaciones forales. El honor de dar cima a tan imponente labor parecía reservado a nuestro Régimen, que con el nuevo Apéndice -en unión de los ya aprobados y de los que se encuentran sometidos a examen de las Cortes- viene a rectificar, una vez más, la tendencia afrancesada del siglo liberal, evitando que unos derechos tradicionales, obedientes a principios característicos fortalecedores de la estabilidad familiar y patrimonial, se diluyan por falta de fijeza y terminen siendo absorbidos por criterios de inspiración napoleónica.

Con una anticipación de veinte años venimos a estar en la vanguardia y divisoria de las corrientes históricas, en forma que hubimos de pechar, claro es, con la hostilidad de los enemigos y, a la vez, con la incomprensión, cuando no la hostilidad también, de quienes por ley natural habían de ser nuestros amigos. Así se explica la particularidad de las situaciones por que hemos atravesado, pero el cielo ha querido premiar la sinceridad de nuestro propósito y los sacrificios del pueblo español, y hoy podemos decir que contamos en nuestra democracia orgánica y en nuestro sindicalismo nacional con soluciones adecuadas para las necesidades de constitución política del mundo moderno.

La vida política saludable de un pueblo civilizado y culto precisa de un órgano representativo supremo en el Estado para que la sociedad esté presente en la confección de las leyes, para que pueda prestar su asistencia a las tareas de Gobierno por vía de aportación, de crítica y de contraste, y para que quede cerrada la escala de garantías del orden jurídico contra los brotes y las prácticas de arbitrariedad.

La eficacia prescribe también promover sistemáticamente el nacimiento y el mayor desarrollo de los organismos autónomos de vida colectiva, que sirven a la cooperación en la tarea de alcanzar los fines comunes, y que encomiende el cuidado de sus conveniencias a los propios interesados en la mayor medida posible. Más todavía: Si en todos los aspectos del bien humano ha de procurarse aprovechar las vocaciones decididas y nobles en las que se denuncian condiciones especiales de aptitud, con mayor motivo ha de procurarse en lo relativo a las vocaciones políticas, con su carácter excepcional y de elevado rango.

La vida política saludable de un pueblo civilizado y culto reclama igualmente un régimen de Estado de Derecho y no de cualquier sistema de normas, sino precisamente de un Derecho concebido para la realización y servicio de los valores morales del Cristianismo. Ahí está incoa da y a punto para más altas realizaciones, nuestra democracia orgánica y nuestro sindicalismo nacional, dando un mentís experimental y de hecho a quienes han pretendido poner en entredicho nuestro sistema político.

Por otra parte, en vano se fingirá promover la vida de órganos autónomos donde se entregue a los interesados el cuidado y la atención de sus propias conveniencias, si no se arbitran los medios de que esos órganos puedan cumplir su misión. Ahí están en todos los pueblos libres esas centrales sindicales gigantescas asumiendo la gestión y la representación de los intereses y anhelos de tantos millones de hombres y de tan variado carácter, que sin la concurrencia a la confección de las leyes y la conformación de los grandes empeños de política social, económica o cultural quedan privados de los únicos medios de llenar su cometido.

En todos los países el sindicalismo necesita acceder al Estado, sin que haya de recurrir para ello a maniobras, violencias o subterfugios ajenos a su propia naturaleza, y para que el bien público deje de estar asentado contradictoriamente sobre la división, la lucha de clases y supuestos erróneos. El Estado necesita buscar su más amplia base social de sustentación en el sindicalismo, en la familia y en el Municipio, y una forma válida de relación en colaboración con la sociedad. Ni el más amplio reconocimiento del derecho de existencia, ni la contratación colectiva, ni los servicios mutualistas, asistenciales y técnicos pueden bastar al sindicalismo, que necesita más. El sindicalismo necesita penetrar y establecerse directamente en la plataforma de las decisiones y de las iniciativas políticas del Estado, responsabilizarse, si ha de ser capaz de servir y no defraudar la confianza que se deposita en él y las ilusiones y esperanzas que despierta. Sólo así podrá cambiar la fisonomía de la vida social moderna y, además, ganará esas modalidades de acción del máximo rango político.

Claro es que para que todo esto resulte accesible y tenga sentido se requiere asentar el sindicalismo sobre nuevas bases espirituales y nacionales, y dar de lado verdaderamente a las adherencias y mixtificaciones del marxismo con su ateísmo, internacionalismo y lucha de clases, y que, entre otras cosas menos importantes, impide contemplar siquiera la posibilidad de la unión sindical integrando en los Organismos sindicales a los empresarios, a los trabajadores y a los técnicos.

Por fortuna, en él terreno de la acción material del Estado y gracias principalmente al desarrollo que han alcanzado las ciencias económicas y sociales, los errores y deficiencia del mundo occidental van siendo menores y ofrecen menos oportunidades de especulación al comunismo. Ya nadie piensa en el Estado inerme y capitidisminuido frente a los grandes problemas sociales. La misión del Estado en orden al desarrollo económico no se discute, y han hecho acto de presencia en la vida internacional formas de relación y de cooperación económica que abren horizontes prometedores. Planteada está la acción sistemática de asistencia y ayuda a los pueblos subdesarrollados como una conveniencia evidente capaz de renovar los procedimientos, los conceptos y las figuras mentales por las que ha venido rigiéndose la política internacional. Esta es la razón de que por sombría que pueda parecer la perspectiva de este mundo nuestro, agitado por tan fuertes tensiones, no haya razón para abandonarse a ningún género de pesimismo, si nosotros sabemos estar a la altura de nuestros deberes.

El papel que ha correspondido a España estamos cubriéndolo con el mejor espíritu y con la mejor voluntad. Pidamos a Dios, que es el que en última instancia decide la suerte de los pueblos, que en este próximo año de 1961 siga dispensando su ayuda a nuestra Patria para conservar la unidad y para servir a la paz y a la justicia, y que tenga también de su mano al mundo, que tanto lo necesita.

Por lo que a nosotros toca, permanezcamos incondicionalmente leales a estas permanentes consignas: Unidad religiosa, unidad social y unidad política, pilares firmes de nuestra paz, de nuestra grandeza y de nuestra libertad. 

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.007. - España -

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