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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1960.


 
Discurso en el acto de Clausura de las Jornadas Técnicas Sociales.

Madrid, 18 de Julio de 1960.

Señoras y señores:

Solamente unas palabras para clausurar este acto de tanta trascendencia social en la vida de nuestro país. En esta fecha del 18 de Julio, como en años anteriores, se está realizando en toda la geografía española la inauguración de viviendas, abastecimiento de aguas, electrificaciones, sanatorios, casas del médico, escuelas, entre otras muchas realizaciones de interés social que afectaban a los pueblos y que esperaban años para ser realizados. Es decir, que el 18 de Julio se ha convertido en un día eminentemente social.

Y es que lo social caracteriza a toda la vida de España; venía ya siéndolo, aunque no se le hubiera dado estado, en la pasión que animaba las viejas luchas políticas: Lo social estaba en nuestro ánimo desde que iniciamos la Cruzada. En el año 1938 ya se promulgaba el Fuero de los Españoles, Fuero que, como habéis visto, han pasado veintitantos años por él y sigue con la misma lozanía y con el mismo interés que despertó a su promulgación. Entonces se reunieron en Hurgas unos hombres expertos y doctos, como los que figuran hoy en este Consejo, que redactaron la Carta Magna del Trabajo que inspira toda nuestra legislación laboral. Pero no fue solamente el Fuero del Trabajo el que se alumbró en aquellos días de lucha y de esperanza, sino una importante serie de leyes sociales. En los primeros días del Movimiento nace la Fiscalía de la Vivienda, que se enfrentó con el pavoroso problema de la insalubridad de tantas casas y hogares; las disposiciones sobre el plato único, la del Auxilio Social, la ayuda a los combatientes, la creación del Instituto de la Vivienda. Un día tras otro se sucedían leyes y disposiciones eminentemente sociales que proclamaban a la Nación el carácter de nuestro Movimiento. Nuestro objetivo era la paz entre los hombres y las tierras de España, corregir una vida política equivocada que, después de haber producido nuestra decadencia, nos arrastraba a la catástrofe comunista, y entrar en una nueva era. Definíamos nuestro Régimen como nacional, como católico, social y orgánico. De estas claras características no se derivaban más que bienes para la Nación; lo nacional, que venía fuertemente amenazado por los separatismos suicidas, requería un fortalecimiento de la unidad y el engrandecimiento patrio. Lo católico era el tesoro de bienes espirituales que iban a derramarse sobre la nueva planta de la Patria. No solamente constituía un bien para todos, sino que les ofrecía la garantía más firme de la paz y de la justicia. Podrá prescindirse de cualquier otra faceta, pero de la que no podrá prescindirse nunca es de la formación de la conciencia católica de nuestro pueblo. Podrán tacharnos de autoritarios o de lo que sea, pero no podrán discutirnos nunca que los principios de la ley católica, de la confesionalidad del Estado, constituyen para todos los españoles un principio de honestidad y una garantía suprema de justicia, ya que la justicia no está solamente en los códigos sino que tiene que estar también en las conciencias.

Si queremos juzgar sobre la situación actual, no podemos prescindir de considerar la base de que partimos, analizar debidamente la herencia que recibimos. Hemos de pensar en una España abandonada a sí misma, una España en que lo social estaba recluido en un pequeño sector de aquel Instituto de Reformas Sociales que, como recordaba el Ministro de Trabajo, proponía a los Poderes públicos modestas aspiraciones carentes de ambiente en los medios políticos, pero que no era enfrentarse con lo social. Lo social no puede estar solamente en un modesto sector, ni en una dependencia: lo social tiene que estar en la entraña misma del país, que ascender a la vida de la Nación; tiene que sentirse y que alimentarse del clamor popular. Y yo creo que en estos veinte años nuestro Movimiento ha conseguido llevar la inquietud de lo social a todos los ámbitos y a todos los rincones de España.

Desde esta herencia arrastramos un vicio, el de enfocar algunas veces lo social con los resabios del materialismo marxista. Yo no impugno ni hostilizo a aquellas organizaciones que en un régimen liberal buscaban en la asociación de clase una defensa de sus intereses. Si la lucha era permitida, aunque repercutiera gravemente sobre la Patria, es lógico que los proletarios se asociasen y organizasen para su lucha contra los empresarios, igualmente organizados; pero lo que en ninguna forma puede admitirse es que esa lucha vaya en contra de la Patria y destruya la Nación, y esa pugna incivil es la que dividía y arruinaba a la Patria y la arrastraba a su destrucción total, sin que, por otra parte, se obtuviese por los trabajadores ventaja, pues al final la cuerda se rompía por lo más débil. Cuántos hombres honrados y de buena fe fueron conducidos a la desgracia: un interés exterior comerciaba con la carne de cañón de los proletarios. Nosotros hemos venido a redimir a nuestro pueblo de todo esto, a hacer una España grande, a hacer una España libre y a hacer una España justa.

Pero lo social tiene, con lo nacional y económico, una interdependencia. El pensar que una nación empobrecida, abandonada, en período de regresión económica, pueda hacer grandes realizaciones sociales, es una solemne equivocación. La interdependencia de lo económico y lo social es evidente. Una Patria económicamente fuerte puede realizar grandes obras sociales; una Patria mísera, sin economía, no puede repartir más que miseria.

Por eso, desde los primeros momentos, la administración de la Victoria se hizo en beneficio de todos los españoles. Nos enfrentamos con el problema de aquella triste herencia, que nos legaba una Nación económicamente atrasada, con una masa de obreros creciente en muchas provincias españolas carentes de trabajo; un campo atrasado y una industrialización incipiente y pobre. Por eso, nuestros primeros pasos fueron encararnos con la necesidad de una ocupación total, al tiempo que hacíamos todo lo posible por cambiar el signo de nuestra economía: hacer que los sueños aquellos de tantos pensadores españoles de que las aguas de nuestros ríos no arrastrasen nuestras tierras al mar; o aquel otro del padre Pérez del Pulgar de crear una gran red nacional eléctrica que alimentase nuestras fábricas e hiciera posible nuestra transformación industrial, y aquellos sueños de racionalizar nuestros ríos y regar nuestros secanos, todo lo que los grandes españoles imaginaron, lo hicimos nosotros realidad. Si todo eso podíamos implantarlo en los primeros momentos, lo emprendimos sin vacilación, estableciendo los primeros jalones a través de los esfuerzos para que no faltase trabajo a nadie en el área de España. Podrán decirnos unos que en ciertos aspectos esto nos llevaba a la inflación. Sí, señor, a todo lo que fuera necesario..., a todo lo que fuera necesario para que en los hogares españoles no faltara ni la lumbre ni el pan.

Pero esta primera etapa, como digo, era esencial para nuestra vida. Nosotros no teníamos, por el despojo de nuestros tesoros y por el abandono en que había caído España durante tantos años, medios suficientes para enfrentarnos con todas las necesidades del pueblo español. Y por eso hubimos de padecer el racionamiento y salvar los días difíciles; pero, sin embargo, administramos bien nuestro haber, haciendo que los sufrimientos para la Nación fueran los menos posibles; mas al mismo tiempo que dábamos pan y trabajo, atacábamos dura y profundamente todo el problema económico de la Nación, el abandono de cincuenta años. Y así hemos llegado a esta hora, en que casi tenemos agotadas las posibilidades eléctricas de nuestra Nación, ciento catorce embalses han producido ya el remansamiento de nuestras aguas, que la vierten ya en una gran parte en nuestros grandes regadíos. Y si no vamos más de prisa es porque necesitamos subordinarnos a las posibilidades de nuestra economía, porque los gastos e inversiones del Estado tienen que ser medidos, y por ello no podemos hacer tan rápidamente el desiderátum de lo que deseamos.

Pero, sin embargo, nuestra obra es lo suficientemente extensa para admirar a los extranjeros y a todo aquel que serenamente contemple la geografía de España, y no sólo por lo que ya hemos conseguido en tan pocos años, sino por lo que estamos en camino de conseguir. Cuando se marcha tan de prisa como nosotros hemos ido, llega un momento en que se hace necesario efectuar un reajuste en nuestra marcha, aun habiendo superado las etapas más esenciales. Los vicios de la especulación arrastraban nuestra corriente de divisas hacia el mercado negro y se hacía necesario hacerle discurrir por los cauces legales. Creíamos, por la intensificación de nuestras producciones, tener en nuestra mano la seguridad de una mejora de nuestra balanza de pagos, y que en lo sucesivo nuestras necesidades podrían ser satisfechas por el trabajo y la exportación españoles. Fue en aquel momento preciso el momento clave en el que nos enfrentamos con el problema de la estabilización. La estabilización es la base firme para la valoración de los salarios, para que el salario no se pierda en una carrera detrás de los precios, para que nosotros podamos entrar en el mundo internacional y dar una base firme a nuestros empresarios para que puedan constituir las Empresas.

El éxito ha sido rotundo, aunque apareciera en los primeros momentos alguna contracción; contracciones, por otra parte, naturales, que no son solamente debidas a la estabilización, sino a la normalidad. Las industrias de coyuntura, los trabajos de coyuntura, los que se hacían aprovechando el agio sobre los precios, tenían que desaparecer para dar paso a la organización racional de las Empresas, a las Empresas solventes, a las responsables, a todas aquellas que están naciendo y a otras que nacerán, que nos permitirán una reafirmación económica, y que esa marcha que empezamos nosotros en el año 1939, con la Victoria, no puede ser interrumpida.

Yo os aseguro que la estabilización crea problemas, pero serían incomparablemente mayores si no hubiera estabilización; tenemos medios para resolverlos y lograr que el subsidio de paro no sea una necesidad, ya que la marcha económica de la industrialización, de los riegos, de toda la organización económica, permitirá reducirlo a la cifra mínima que pueda haber en una Nación.

Muchos son los problemas que se presentan a nuestra Nación. No sé si todos los conoceréis; pero justifican la creación de este Consejo. España estaba muy abandonada. Hoy mismo nos tropezamos con problemas seculares, por ejemplo, los de determinadas provincias que registran de toda la vida un nivel muy inferior al de las otras, cuyo reparto de población ha obedecido a tradiciones guerreras o resultado del tiempo. En ellas necesitamos reducir y dejar de cultivar tierras marginales, que no producen lo necesario para el sostenimiento de una familia; pero tampoco podemos abandonarla, si no tenemos los lugares de trabajo, las fábricas y centros de producción donde podamos emplear esos hombres. Llevamos muy adelantados los trabajos para racionalizar la vida de zonas esteparias en determinadas provincias que, como Guadalajara, representan, a las puertas de Madrid, un ejemplo de la incuria liberal, de pueblos míseros sin justificación alguna; de pueblos o aldeas que es necesario concentrar y transformar. Es imperioso el llevar la industrialización a las capitales de esas provincias, realizar pequeños regadíos, alumbrar aguas, volver muchas tierras a su verdadero destino.

No es repartiendo secanos estériles como se logra la reforma social. Nuestra reforma social descansa en las buenas tierras de los valles, en los nuevos regadíos que van a transformar nuestros campos, en la distribución de la riqueza que se crea, en todos esos mil problemas que están conectados unos con otros y que para resolverlos hacen falta un estudio profundo y un conocimiento de sus realidades.

Por otra parte, es necesario recordar en todos los momentos que no vivimos aislados ni en un país de autarquía. No pueden vivir ya los pueblos como hace cien años; necesitan intercambiar sus productos, comprar los que no se dan en su suelo, conquistar mercados, y para ganarse mercados hace falta estar en condiciones para la competencia.

Por eso es tan importante, como decía esta mañana a los empresarios y a los trabajadores que en la Olimpíada del Trabajo habían ganado sus galardones, es indispensable que mejoremos nuestra productividad y la calidad de nuestros productos, porque en ese gran estadio internacional de la competencia, los puestos se ganan con la fuerza de la razón, por la baratura y la calidad, resultado de un buen espíritu de trabajo.

Agradezco a todos la colaboración entusiasta que ponéis en esta obra y deseo que este acto sea un jalón decisivo para enfrentamos con los grandes problemas sociales. Estudios que corresponde encauzar al Ministerio de Trabajo, vivificados por la Organización Sindical. Porque no podemos olvidar que los trabajadores no son una parte muerta, sino una porción viva de esta obra, en quienes hemos despertado una ilusión y quieren participar en ella, ser ellos también los ejecutores, y, a través de la Organización Sindical, traer sus valiosas aportaciones, que por otra parte nosotros facilitaremos con la expansión de la cultura a todos los sectores sociales para que puedan estar a la altura de los problemas.

Muchas gracias a todos y ¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.007. - España -

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