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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1959.


 
Discurso al recibir los libros que recogen la Obra de veinte años de paz.

04 de noviembre de 1959.

Excelentísimos señoras y señores:

El Secretario General del Movimiento nos ha dado cumplida cuenta de lo que significa esta obra de veinte años de paz, logrando que estos resúmenes no fueran una de esas mil publicaciones que se pierden en el fárrago moderno de la vida del hombre. y habéis escuchado el esfuerzo desarrollado en todos estos años y las cantidades ingentes invertidas en las distintas provincias españolas. A todas ellas ha llegado la atención del Estado. Si unas alcanzan cifras realmente elevadas es porque la Naturaleza concentró en ellas las posibilidades de aquellas grandes obras hidráulicas y de riego que hoy están cambiando la geografía española.

Pero con ser esto tan importante, tenemos otra cosa que no se puede medir: que son los bienes espirituales, nacionales y sociales alcanzados en estos veinte años. Ellos han sido la base firme de esta reconstrucción española de este engrandecimiento de la Patria.

Nuestro Movimiento aspiraba a la unidad de los españoles y a cambiar la suerte y la faz de España. Y cómo hemos podido realizarlo es lo importante.

La Victoria no fué para un bando triunfante; la Victoria y su paz ha sido para España entera, y esto se ha reflejado en todos los órdenes de la actividad al correr de estas dos décadas. Los huérfanos de la revolución y de la guerra fueron por nosotros igualmente atendidos, cualesquiera de los campos en que sus padres hubieran militado. La solicitud del Estado ha sido todavía más profunda e importante por su ideario social hacia las clases populares. Y del grado en que hemos logrado la unidad de los hombres de España tenemos una muestra clara. y casi pudiéramos decir expresiva, en aquella manifestación de la plaza de Oriente de Madrid, cuando acosados internacionalmente por una conjura innoble el pueblo español mostró al exterior toda su unidad y su fortaleza.

Y esto no es un movimiento emocional y esporádico ante una ofensa a la Nación que a todos nos une; esto se repite periódicamente en todas las provincias españolas, cuando las visito en todos los lugares, por apartados que estén, tanto en las montañas como en el llano, en la ciudad como en los pueblos, la unidad y el entusiasmo de los españoles se reflejan en todos aquellos momentos.

España no se ha apercibido de las dificultades reales con las que nuestra Revolución tropezaba. Nosotros habíamos anunciado una Revolución Nacional y constructiva. Y pocos piensan con quiénes teníamos que hacer esta Revolución. Pues teníamos que realizarla con la misma Administración española que habíamos mantenido al correr de los años. La Administración española era, sin embargo, parte de nuestra Cruzada; en ella figuraban los padres de nuestros combatientes, hombres honestos aunque cansinos, que padecían todo el pesimismo de las desgracias de la Patria, y con ellos teníamos que realizar esta Revolución.

Por esto se hacía indispensable un fuerte movimiento político, que recogiera los anhelos de los combatientes, de los hombres que tenían fe, de aquellos que no se conformaban. Necesitábamos de la razón política, de la fe y del interés políticos; dar el empuje del estímulo a toda nuestra organización estatal. Y éstas constituían las dificultades de nuestra Revolución: el crear el clima necesario, el devolver la fe al pueblo; y de la forma cómo esto se realizó vosotros sois testigos. Nada hubiera podido lograrse de todas estas realizaciones si nos hubiera faltado aquella levadura, con sus esencias, su fe y su movimiento político. 

Grandes eran los problemas que en aquellos días se nos presentaban y que tampoco podíamos divulgarlos porque pudieran haber hundido en el pesimismo a la Nación española. Los problemas gravísimos de la unificación monetaria terminada la guerra al recoger la herencia de las dos zonas; la falta absoluta de materias primas en que se había encontrado España, una nación materialmente vaciada; la paralización agrícola, que había representado durante tres años el abandono de la agricultura en la mitad de la superficie española y la destrucción de todos los medios de labranza y ganado; las comunicaciones interrumpidas, los puentes destruidos, los elementos de transporte en trance de colapso; los créditos necesarios para que las Empresas pudieran iniciar nuevamente su vida. En resumen, la reconstrucción y la liquidación de la guerra por los dos lados.

Todo esto impresionaría al ánimo más esforzado  y, sin embargo, el Movimiento Nacional lo tenía previsto y poseía soluciones estudiadas para enfrentarse con todo. ¡Pero pronto habría de venir la conflagración universal a agravar nuestra situación! Nuestra obra tenía dos vertientes: una era la reconstrucción nacional y poner a España en marcha; otra la de nuestras promesas, la de cumplir nuestra Revolución, la realización de nuestro ideario, el no defraudar la ilusión de los administrados, el demostrar les que aun en medio de aquella penuria España podía enfrentarse con sus problemas y realizar sus ideales.

Y esto, que parece en cierta forma contradictorio, no lo era, porque nuestro sentido social, el empleo total, el resurgimiento de nuestra agricultura, la indispensable industrialización, todos estos problemas que, imprescindibles para la marcha y el progreso económico, tenían a su vez una efectividad social, satisfaciendo a aquellas ilusiones puestas en nuestro ideario y que habíamos anunciado a los cuatro vientos cuando todavía teníamos que obtener la Victoria.

Pero esta obra, a su vez, no podía acometerse y marchar sin forjar antes los instrumentos. No nos bastaban las viejas organizaciones: teníamos que remozarlas, que crear nuestros instrumentos y nuevos Institutos. Y así fueron surgiendo los que habían de dar forma al renacimiento español: el Instituto de Reconstrucción y Regiones Devastadas. el Instituto de la Vivienda, el Instituto Nacional de Industria, el Instituto de Colonización, el Patrimonio Forestal, aquellas organizaciones indispensables para poder realizar la operación quirúrgica necesaria para que España se levantase y empezase a andar. Todo esto se realizó un año tras otro, .con los mínimos estragos y con los mínimos sacrificios.

Pero con ello había también que cambiar el estilo. No nos bastaba el formulismo de la vieja democracia gárrula e ineficaz; teníamos que crear otra democracia más real y efectiva; que abandonar la ficción de los artificiosos partidos políticos, que nos dividían y nos enfrentaban; que crear la democracia de los organismos naturales, la del dialogo; que buscar la comunicación directa con los pueblos de España y palpar sus necesidades. Y de esta manera surgió la nueva figura de nuestros Gobernadores y Jefes Provinciales.. Si nosotros los comparamos con los antiguos jefes políticos y gobernadores de antaño, y con su presencia y acción en las provincias encontraremos un abismo entre ambos. Hoy no hay nada en las provincias que escape a la acción o al estímulo de la autoridad que, por otra parte, encuentra en los organismos provinciales y locales transformados, el cauce natural para el cambio de la vida de las provincias. Las Diputaciones, ayer dedicadas exclusivamente a una pobre labor de beneficencia, hoy realizan una gran obra. Hubo que darles medios y dotarlas para que pudieran ejercer la tutela sobre sus pueblos, patrocinando la mejoría de vida de estos pueblos y de sus servicios.

Y así, a través de la legislación, de las leyes de Administración Local y provincial, hemos conseguido resucitar esas Diputaciones Provinciales y que hoy puedan ofrecernos una obra completa para que sea efectiva la política de engrandecimiento de la Patria.

Por otra parte, creamos la vida sindical. ¡Qué diferencia entre la vida sindical vieja y la moderna! Aquella vida sindical, dirigida a la lucha de clases, a la división entre los españoles, a la preparación de la guerra civil, y esta otra Organización Sindical, constructiva, cooperadora que abre un camino y un cauce para que los hombres colaboren en la vida del Estado, que tiene una efectividad real y que a través de sus organizaciones y de sus obras nos asombra todos los días, ya sea con el avance de la cultura, de la especialización, de la labor deportiva o con Educación y Descanso, con esos parques, esos recreos, esas ciudades de reposo que no se habían concebido siquiera entre nuestras clases trabajadoras.

Pero sobre todos estos objetivos había uno que imperiosamente nos acuciaba, quizá el más grande que padecía España, que era el desnivel de nuestra balanza de pagos, la necesidad de conseguir en el menor tiempo un progreso suficiente que nos permitiera equilibrar nuestra balanza de pagos y nos llevase a la estabilidad. El esfuerzo fue enorme, la falta de medios grande; pero, sin embargo, con la cooperación de todos hemos podido llegar a esta hora de plenitud, en que podemos enfrentarnos con todos los problemas españoles y llegar a alcanzar la base firme de una estabilización que nos permitirá emprender una segunda etapa. Terminada la primera con este equilibrio, entramos en una nueva era. Si de la base de partida negativa J, hemos llegado a estas realizaciones y a esta plenitud, imaginaros lo que será de hoya veinte años cuando Dios quiera que podamos presentaros otro resumen de los otros veinte años de paz, cuando con base firme hayamos alcanzado la plenitud de los planes y programas que en breve someteremos al país para esta nueva y magnífica etapa.

Yo saludo a través de sus representantes que están aquí a todas las provincias españolas y agradezco su colaboración a cuantos han puesto sus manos en esta obra de reconstrucción y de resurgimiento, así como a los gobernantes que se han sucedido en todos estos años y que con tanta lealtad y con tanto espíritu de sacrificio han coadyuvado al éxito de esta grandiosa obra.

¡Arriba España!


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