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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1958.


 
Discurso del Caudillo en Castellón de la Plana en la inauguración de la nueva Jefatura Provincial del Movimiento.

15 de junio de 1958.

Castellonenses: 

Solamente quiero dirigiros unas palabras para recoger la solemnidad y la emoción de estos momentos, en que vemos a Castellón fundido con el Movimiento en un solo pensamiento y en una firme esperanza.

El Movimiento Nacional es un Movimiento político, un movimiento político de redención de la Patria, y hemos de acoger este título de movimiento político con toda la trascendencia que encierra.

No podemos juzgar a la política por la que vivió España durante un siglo. Nosotros hemos de valorar la política por los veinte años que desde vuestra liberación a nuestros días venimos practicando. Una nación, para tener unidad, continuidad y proyectarse en el futuro, necesita de la existencia de un movimiento político. En el despertar de España, cuando se forjaron nuestra unidad y nuestro Siglo de Oro, nuestros días de gloria y de grandeza, existió un movimiento político con una dirección y un caudillaje del que los Reyes Católicos fueron paladines, que hicieron la España grande que no hubiera sido posible sin un ideario que, uniendo a los españoles en cuanto era común a su interés y al de la Patria, enderezó el destino de la Nación encaminándola por las rutas de grandeza y de gloria.

Os digo esto porque en esa hipocresía en que el mundo vive y algunas exiguas minorías pretenden esgrimir, se intenta aprovechar el asco que los españoles sintieron por aquélla política de partidos, aquélla política de explotaciones y ventajas, para pretender deducir que no hay necesidad de un movimiento político, que las naciones pueden marchar sin política.

Frente a ello he de recordaros que los mismos gobernantes, hombres honestos y hombres buenos, análogos hombres que los que hoy tiene nuestra Patria, existían hace treinta años. Y, sin embargo, recordar las figuras de aquellas autoridades y de aquellos personajes, analizar lo que representaba entonces el Gobernador en una provincia, que tantas veces venía a restaurar su decadencia personal en un cómodo sillón, y contemplar, en cambio, a los Gobernadores de hoy, observar el proceder de nuestras autoridades, apreciar su inquietud, examinar nuestros ideales. contemplar y hacer juicio crítico de sus obras, y entonces sabréis apreciar lo que sucedería si a España la despojásemos de ese diario político, de sus programas, del fervor y de las ilusiones de estos hombres: cómo volveríais rápidamente a caer en el abandono y en el caos de las miserias tradicionales, con sus marismas pestilentes. sus montañas descarnadas, sus pueblos inhóspitos, sus tierras resecas y sus hombres ociosos, futuro ilusión ni bienestar.

El que las tareas políticas no sean cuestión de masas, sino servicio de minorías, no quiere decir que la política no sea general y no alcance y comprenda a todos los españoles. Vosotros lo observáis a diario en vuestras actividades personales, en vuestras Empresas, en vuestras Cooperativas, en las Asociaciones, en todos los actos de la vida, en que siempre hay una minoría dirigente, unos hombres providenciales que son los que con su decisión y buen espíritu se toman las molestias por los demás poniendo en marcha sus intereses.

Lo mismo sucede en la política. La política debe comprender a todos, sus principios son comunes a todos; a nadie estorban, a nadie apartan, a todos benefician. ¡Ah !, pero la dirección y el encuadramiento de la política se reserva a cuantos voluntariamente desean adscribirse a su servicio y aceptan su ideario y disciplina.

En esto pasa, en escala menor, lo que ocurre con nuestra Santa Iglesia Católica, que componemos todos; la Iglesia Católica no la constituyen ni los señores obispos y demás jerarquías, con ser importantes: ni los sacerdotes y frailes, que la encuadran y dirigen. La Iglesia Católica, el cuerpo de la Iglesia, lo componemos todos. ¡Ah!, pero, ¿quiénes la orientan, guardan y vigilan? Esa minoría inasequible al desaliento, esos hombres beneméritos que entregan su vida, su alma, todo cuanto piensan y cuanto sienten al servicio de Dios y de su Evangelio.

Nosotros necesitamos también para nuestra acción presente y nuestra proyección en el futuro, para la guarda y permanencia de nuestros ideales y principios, por los que tantos cayeron, que sean llevados de generación en generación, perfeccionando y levantando nuestra España, que necesita de la existencia de esa minoría inasequible al desaliento que, con los brazos abiertos a todos los españoles, los recoja en el espíritu de servicio a la Patria que entraña el Movimiento Nacional.

Cuando recorremos los campos y las tierras de España pensamos muchas veces que antes que nosotros otros políticos y otros gobernantes recorrieron los mismos lugares, los valles y las montañas y que, sin duda, pasaron por los pueblos sin vibración, con un conformismo o, al menos, inactividad ante sus miserias, sin dolor ante los montes despoblados, que muestran en sus cumbres y laderas las caries de sus peñas; frente a esas tierras resecas que están pidiendo a gritos el agua que las fecunde; ante esos grupos de muchachos sin horizontes, de miradas tristes; delante de tantos chicos abandonados a un mísero porvenir, escasos de escuelas y faltos de trabajo, sin centros de formación profesional ni oportunidades para salir de su situación. Era sin duda la fría administración la que pasaba, pero sin una reacción viril, con un conformismo suicida, sin sentir un fervor. Aquellos hombres y aquélla vieja política estaban vacíos de con- tenido. Y para que esto se acabe para siempre, para que la Nación se transforme y las injusticias se corrijan, es necesario que exista una política, que los hombres se pongan al servicio de ella, que sientan fervor en sus corazones, indignación ante las cosas malas y se entusiasmen con los ideales y cooperen a encuadrar a la Nación para que ésta marche directa, recta y continua por el camino de su grandeza. 

¡Arriba España.!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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