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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1958.


 
Discurso de S.E. en Castellón de la Plana.

14 de junio de 1958.

Castellonenses:

Sean mis primeras palabras de saludo para agradeceros vuestro fervor y vuestro entusiasmo.

En este acto sencillo que acabamos de tener, en el que el Alcalde de la ciudad, en vuestro nombre, colgó de mi cuello la Medalla de Oro de esta capital, he querido, al contestarle, que estuviéramos en el marco más cálido de vuestra presencia y sentir la vibración de vuestros corazones en este aniversario solemne, tras estos veinte años de elevación y de reconstrucción de la Patria, de pacificación de los espíritus, de unidad entre los hombres y las tierras de España y de ejecución de nuestra Revolución Nacional; esa Revolución que crea y que construye, que lleva árboles a los montes y agua a las tierras y a los valles...

En varias ocasiones, en estos años, las autoridades de esta capital se dirigieron a mí pidiéndome día para llevarme a Madrid esta muestra de vuestro entusiasmo y de vuestro afecto. Y siempre les contesté que esperasen, pues deseaba venir a Castellón y que fuese en estas tierras donde tuviese lugar el acto.

Estos días, en que visito las provincias y me detengo en las capitales españolas, atravieso sus campos y recorro sus pueblos, son para mí ocasión de íntima satisfacción, al percibir en la alegría de sus moradores, en su entusiasmo, en las obras de sus brazos y de su inteligencia, todo el esfuerzo que la Nación desarrolla y que revela la verdadera realidad de nuestra Patria. Porque España no es la de los cenáculos políticos, ni la de las tertulias de los ociosos, ni la de las murmuraciones de cuatro politicastros o aspirantes a serlo; España es la laboriosa, la de los que crean y trabajan, la España que cree, que tiene fe, la que no se conforma con la decadencia.

Cuando Castellón sufría, cuando recorríamos los campos desolados de España bajo un sol abrasador por liberar estos pedazos de nuestra Patria y de nuestra vida, que son las tierras españolas, todos pensábamos y luchábamos por una España mejor. No era una ficción más, no era una explotación y un engaño de los muchos que se habían enunciado en el acontecer de nuestra Patria; no pretendíamos alcanzar votos electorales ni estafar acto seguido a aquellos que nos los dieran. Jurábamos sobre la sangre de nuestros mejores convertir en realidad las ansias y los anhelos de la Nación. ¿Y cómo lo realizamos? Vosotros lo conocéis: no lo hicimos bajo signos políticos, incompatibles con toda obra grande, ni con los discursos ni la garrulería de los políticos profesionales. Nosotros entendemos la política de otra manera; queremos curar a España de aquel asco político que los viejos sistemas la produjeron; la explotación la sustituimos nosotros por el servicio. La política la convertimos en un acto de servicio a España. No nos bastaba que una vez cada tres o cuatro años hiciéramos una consulta al pueblo. Era necesario vivir la angustia de los pueblos, los anhelos de la Nación, llegar a la entraña de la misma para conocer sus imperiosos deseos, conocer la fatiga de nuestros hombres cuando se inclinan sobre el arado o luchan con la meteorología; había que descubrir las distintas realidades de la Nación y servir con soluciones sus propósitos y anhelos. Y para ello hemos vuelto por los fueros de la verdadera democracia; no la inorgánica y falsa que por ahí fuera se lleva, sino la que se alimenta e inspira en las ansias del pueblo.

Todos nuestros planes, todo cuanto en España se realiza se hace dentro de unos programas generales formados por las aportaciones de todos los españoles. Los planes de ordenación económico-social que hace quince años mandamos realizar en todas las provincias españolas, y en los que colaboraron todas las fuerzas vivas de las mismas, sus Hermandades de Labradores, sus instituciones culturales, los Ayuntamientos, todos los que podían decir algo o pensar algo, constituyeron la base del plan general, que abarca los planes grandiosos de nuestros regadíos, los de la repoblación de nuestros montes, los de la intensificación de los cultivos, de la mecanización del campo, de la industrialización de los pueblos y de las ciudades.

Y todo esto ha ido a buscarse y salió de los mismos pueblos, y atiende a las necesidades perennes y casi seculares de los pueblos de España, de aquella España chata que se moría de asco y que estaba anhelando una reforma.

Este entusiasmo es una afirmación de fe. Yo quisiera traer a muchos españoles por estos pueblos, quisiera pasear por ellos a esas minorías y gentes enredadoras para que vieran cuál es la realidad de y España.

Pero toda esta obra tiene sus posibilidades y sus límites, y hay que establecer en ella un orden. Es necesario coordinar nuestras ambiciones con las posibilidades económicas de la Nación. No podemos hacer todo lo que queremos. Podremos hacerlo con tiempo y con orden, pero no de un golpes. De nada serviría que quisiéramos satisfacer todos los anhelos de las distintas comarcas españolas empezando todas las obras a la vez, para no acabarlas nunca. Es necesario que las obras se empiecen en un día y se acaben en aquel en que deban acabarse; que no haya interrupciones en este servicio, y yo os aseguro que, con vuestra fe y con vuestra firmeza, todos vuestros anhelos, todos los anhelos españoles, serán realizados al compás que multipliquemos nuestros bienes y nuestras posibilidades para poder lograr, dentro de un orden económico, lo que está en nuestro pensamiento, en nuestro corazón y en nuestras ambiciones.

¡Arriba España!


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