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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1957.


 
Discurso en la conmemoración de las Bodas de Oro de la XIV Promoción del Arma de Infantería.

06 de noviembre de 1957.

Compañeros de mi vieja promoción y profesorado y alumnos de la Academia que nos acompañáis en este acto: 

En este histórico lugar, en el que anualmente suelen reunirse las distintas promociones de infantes para celebrar las fiestas señaladas de sus bodas con la profesión militar, se reúne hoy la XIV promoción de Infantería con las de otras Armas que con nosotros ingresaron en el Ejército hace cincuenta años. El hecho de que el Jefe del Estado pertenezca a esta promoción ha dado al caso un singular relieve. Si las bodas de plata son para las promociones la llegada a un estado de sazón en la profesión de las Armas, en que todavía quedan por delante veinte años de ilusiones y de responsabilidades, las bodas de oro, por imperativo de la edad, son la coronación de toda una vida.

Cuántas imágenes en esta hora se amontonan en nuestra mente! Desfilan por nuestra imaginación los recuerdos de aquellas sensaciones de nuestros primeros pasos en la vida militar que el general Alonso Vega nos recordaba: aquel bisoñismo de que la buena fe de la dirección de la Academia nos hizo objeto a los más jóvenes al asignamos un mosquetón en lugar del fusil largo reglamentario, que tanto nos hirió en nuestro orgullo de hombrecitos, que no fué por nosotros agradecido ni tuvo especial virtualidad, pues aprovechando la ausencia de los cadetes enfermos solíamos cogerles su armamento, costándonos algún que otro arresto nuestra pequeña transgresión.

Siempre que la promoción se ha reunido, vuestro afecto ha convertido el acto en un homenaje de cariño y atención a mi persona. Yo lo agradezco de todo corazón, pero os pido que nuestro homenaje y nuestro recuerdo en este día sean para cuantos dejamos en el camino, para aquellos cuya vida fué segada en flor, para los brillantísimos compañeros que, sin duda, habrían constituido hoy nuestro orgullo si la muerte no hubiera interrumpido su brillantísima carrera, y para los que, extenuados por la dureza de la vida, no pudieron alcanzar esta hora de plenitud; a todos ellos debemos dedicar el más cálido de nuestro recuerdo.

Yo quisiera resumir en una síntesis lo que entraña este acto de las bodas de oro en el Ejército de una promoción de militares, aun conociendo que las palabras resultarán siempre pobres ante lo que cincuenta años de Historia, de servicios ininterrumpidos a la Patria, encierran.

Desde nuestros primeros pasos en la Academia, en que nuestro pensamiento volaba, con alas de juventud, tras sueños de heroísmo y de sacrificios por la Patria, hasta estas horas, en las que al término de nuestra vida militar venimos encanecidos ante nuestra bandera a rendirle cuentas de nuestra contribución al mejor servicio y engrandecimiento de la Nación, podemos considerar cuatro etapas:

La primera, la de nuestro noviciado en la Academia y de iniciación en los regimientos, en las prácticas de la profesión militar como oficiales; la segunda, la de capitanes de compañía, escuadrón o batería, escuela preeminente de las actividades militares y peones principales de aquellas epopeyas que nuestra Historia registra en esa etapa; la tercera, la que corresponde a los jefes en el Ejército, en los mandos de responsabilidad, y la cuarta, de los .mandos de Cuerpo y puestos fiel Generalato para los que a él han podido llegar.

Si paralelamente analizamos los sucesos de nuestra Patria en estos cincuenta años, podemos apreciar mejor la trascendencia de los servicios prestados por esta promoción en los tiempos que nos tocó vivir, que si en el orden interior registraron turbulencias y episodios de los que el Ejército constituye siempre una seguridad y garantía, en el exterior comprende todos los esfuerzos acumulados para la pacificación de Marruecos, a la que entregamos lo más florido de nuestra promoción, que dió una gloriosa participación de heroísmos y sacrificio. Nos cupo la satisfacción de servir como oficiales en las fuerzas de vanguardia y nos correspondió el honor de organizar y mandar las compañías, escuadrones y baterías de aquel Ejército ejemplar.

Más tarde fuimos los jefes de las columnas que dimos a la pacificación el más grande de los impulsos, y en la Cruzada Nacional, en nuestra guerra de Liberación, cubrimos con los otros compañeros de las promociones de nuestra generación los mandos de máxima responsabilidad para la victoria.

Cincuenta años de Historia, de servicios ininterrumpidos a la Patria, en que las ilusiones se mantuvieron con igual o mayor lozanía que al comienzo; pero sería empequeñecer las cosas si estas grandes epopeyas de las que fuimos actores pretendiéramos circunscribir las a los límites estrechos de nuestra promoción, por muy grande y gloriosa que haya sido la empresa acometida y los servicios prestados, pues, rebasando nuestros límites, alcanza a toda nuestra generación, ya que a todos por igual nos comprende: a los que nos precedieron y siguieron durante nuestra estancia en la Academia; a los que con nosotros convivieron de oficiales o jefes en las guarniciones y en campaña, y a todos los que al correr de estos cincuenta años fueron tejiendo esos lazos indestructibles de compañerismo que caracterizan a la familia militar.

Si es trascendente cuanto hagamos para forjar la unidad entre los hombres y las tierras de España, tiene igualo mayor trascendencia cuando lo aplicamos al Ejército. Es el Ejército la columna vertebral de la Nación. Es la que une, sostiene y mantiene la rigidez de todo el conjunto. Por su médula corren las esencias vitales de los valores sagrados de la Patria. No es la cabeza que dirige y discurre ni los otros miembros que orgánicamente la constituyen, sino la columna que la une y sostiene; rota ésta, el cuerpo se convertiría en un guiñapo.

Bien lo conocieron en todas las épocas los enemigos de nuestra Nación, cuando, queriendo destruirla, eligieron como blanco la. unidad de su Ejército, que pretendieron torturar y minar por todos los medios, sabiendo que constituía la garantía y la guarda de las esencias y de los valores eternos de la Patria.

Al venir en este día a renovar ante la bandera el juramento prestado y rendirle cuentas de nuestra actuación en medio siglo, podemos ofrecerle el siguiente balance: un treinta por ciento de muertos por la Patria; otro treinta por ciento que fallecieron extenuados en su servicio; un quince por ciento que causaron baja al correr de estos años por distintas causas y un veinticinco por ciento de supervivientes, que son los que aquí nos reunimos para renovar nuestra fe en los destinos de la Patria y ofrecer nuestro ejemplo a las nuevas generaciones.


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