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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1957.


 
Declaraciones al director de la Agencia EFE.

02 de octubre de 1957.

- Desearíamos, Excelencia, someterle unas preguntas que llevasen a los españoles su dictamen personal sobre la situación política de España en esta fecha. ¿Quisiera decirnos, ante todo, algo sobre su estabilidad y fortaleza?

«Los veintiún años de existencia de nuestro Régimen ofrecen la más óptima expresión de su arraigo y estabilidad. Si se analizan los servicios prestados a la Nación para la superación de los años más difíciles de su existencia: Cruzada de Liberación, peligros en la guerra universal, conjura internacional, liquidación de nuestra guerra, recuperación y crisis económica, se aprecia y destaca su eficacia. Mas si a todo ello se une la capacidad de su potencia creadora, demostrada por sus realizaciones en lo cultural, lo industrial, lo agrario y lo social, no se encontrará en la política contemporánea nada que pueda comparársele. Y si todavía se añade lo que costó a los españoles su alumbramiento, se comprenderá el calor que pondrían en defenderlo.»

- ¿Se encuentra Vuestra Excelencia satisfecho de la asistencia de los españoles en esta larga etapa?

«Muy contento de toda la Nación en general, del buen sentido político y del patriotismo de que ha venido dando muestras la casi totalidad de nuestro pueblo, aunque menos satisfecho de esas pequeñas minorías que, lo mismo en lo político que en lo económico, no se resignan a subordinar sus egoísmos y su codicia al bien general de la Nación.»

- ¿Cree Vuestra Excelencia que siguen en pie las razones que dieron vida al Régimen político existente en España?

«Evidentemente, el Régimen conserva la misma actualidad. No se trata de corregir causas accidentales, sino permanentes. No era un paréntesis que se abría en la vida de la Nación, sino una transformación completa del espíritu público, una revolución profunda de la sociedad, demandada por la Nación desde hacía muchos años. En veinte años hemos hecho el trabajo que no hicieron veinte generaciones. No se puede olvidar el aplauso con que el pueblo recibió la Dictadura del general Primo de Rivera, las ilusiones que más tarde puso en el advenimiento de la República, la desesperación en que se sumió al verse por ésta traicionado y defraudado y el espíritu, tesón y sacrificios que prodigó en nuestra Cruzada para el logro de la España actual.»

- ¿Cuáles fueron las principales dificultades encontradas en la obra de gobierno en estos veinte años?

«La guerra universal, que surgió apenas terminada nuestra Cruzada de Liberación; la herencia que, en el orden económico, recibíamos de nuestros antecesores; la conjura internacional contra nuestra Nación; la crisis económica universal de la posguerra, y las perturbaciones que produjo en nuestro comercio exterior el plan Marshall, de que no disfrutamos. Y en el orden de la política interna, la inconsciencia de que dieron muestra, al término de la guerra universal, los residuos de la vieja política, que pretendieron aprovecharse de la ofensiva exterior contra España para sembrar inquietudes y desasosiego en determinados medios sociales, lo que, aunque no afecta lo más mínimo a nuestra fortaleza interior, ofrece, sin embargo, motivos de especulación en el exterior.»

- ¿Cree Vuestra Excelencia superada la política de unificación decretada en abril de 1937 o persisten todavía disidencias sin asimilar?

«El decreto de Unificación del año 37 vino a dar pública sanción a lo que la Nación demandaba y venía ya elaborándose desde hacía varios meses por los dirigentes de las dos organizaciones políticas que en su totalidad se habían unido al Movimiento: Falange y Tradicionalismo. Con ese fin me visitaron el Consejo Nacional de la Falange y la Junta de Comisarios Carlistas, para ofrecerse con toda lealtad y entusiasmo a la unificación que el interés de la Patria, el estado de la guerra y el pueblo en general venían demandando. A este acto mostró su adhesión espontánea, en carta que entonces me dirigió, el príncipe Don Javier de Borbón, albacea y depositario de la voluntad del último de los Monarcas carlistas, considerando con ello terminada su misión. La unificación se hacía sobre lo que era común al interés de todos los españoles, sacrificando lo secundario a lo principal. El que por los personalismos a que los españoles somos tan dados, o por temor de que puedan desvirtuarse los principios que profesan, persistan todavía determinadas posiciones, más aparentes que reales, no representa el que no estén todos de acuerdo en lo principal y esencial. Si otra vez se hiciese necesario habría de verse a unos y otros, en comunión estrecha, defender con el mismo ahínco que en 1936 los principios que nuestra Cruzada alumbró. Todos saben que no podría haber unidad si no se sacrificase lo secundario y particular a lo principal y que nos es común.

Hay, por otra parte, otros pocos que, cegados por el espejismo de un tiempo que pasó y con mimetismo hacia lo de fuera, aún piensan en realizar aquel "desideratum" con que soñaba el que triunfaba en una profesión liberal de utilizar el nombre adquirido para alcanzar, a través de los caciques y de las organizaciones de los partidos, una influencia o poder político. Hoy, como ayer, no les es difícil encontrar todavía, en las provincias o en sus casinos, algún residuo de los viejos partidos u otros añorantes de la picaresca liberal con aspiraciones de futuros caciques o de politicastros, ¡Cadáveres que inútilmente se pretende galvanizar! ¡Sepulcros blanqueados de la vieja política, que sólo engañan al que los ve de lejos, pero que sólo encierran su mísera carroña! Todo eso era posible en una Nación sin pulso, pero no en un pueblo despierto y consciente, que ha sufrido durante tantos años en su propia carne las consecuencias de aquel sistema.

Que dentro del Movimiento Nacional hay tendencias y matices, es evidente. No sería nacional el Movimiento si careciese de ellos. Pero el acuerdo, en los principios, es completo.»

- ¿Estima Vuestra Excelencia que los males de la sociedad, que hicieron indispensable el Movimiento político español, son exclusivamente nacionales, o los padecen también los otros pueblos?

«En mayor o menor escala, todas las naciones los padecen, aunque, por su situación económica y su carácter, los conllevan y soportan sin tan graves consecuencias. Pasa como con las enfermedades, que unos las resisten y otros perecen. Que el mundo sentía una necesidad de marchar hacia formas políticas nuevas, de mayor unidad y eficacia, es evidente. Los cambios políticos que hemos visto aflorar en las últimas décadas, y la tendencia a prolongar los mandatos presidenciales y elevar generales al Poder, lo acusan claramente. Hay que tener presente que las guerras, poniendo a prueba la eficacia de los sistemas, aceleran el proceso político de los pueblos.»

- ¿Cómo se explica que naciones creadoras de aquellos movimientos políticos a que Vuestra Excelencia alude hayan retrocedido después de la guerra hacia las viejas formulas políticas?

«Por las imposiciones de los Tratados de paz, en primer lugar, y por las responsabilidades contraídas por sus regímenes ante sus propios países al haberles arrastrado a la derrota. En esto se mira al Occidente, y no se quiere ver a Rusia, que, por la guerra, ha visto multiplicado su poder y reforzado su sistema político, que tiene cuarenta años ya de existencia. Las naciones necesitan cada día más de la unidad y de la eficacia. Pueblo dividido, pueblo vencido inexorablemente.»

- Se ha querido quitarle al Régimen español su originalidad, pretendiendo identificarlo con otros movimientos europeos. ¿Puede decirme algo que salga al paso de este «slogan» que fuera se cultiva?

«A ello contestan los textos de José Antonio Primo de Rivera, de nuestros pensadores tradicionalistas y cuantos venimos diciendo y practicando nosotros desde el año 1936 a nuestros días. En todo régimen nuevo existe la inquietud de buscar para la Nación, por caminos políticos distintos de los ya trillados y agotados, un sistema que asegure la felicidad de los gobernados por las vías de la autoridad, del orden y de la eficacia. Si el fin perseguido puede ser análogo, los caminos suelen ser muy distintos.

Que nuestro problema era viejo lo demuestra el clamor de las principales inteligencias españolas contra el mal durante el medio siglo que nos tocó vivir. La Dictadura del General Primo de Rivera, en 1923, ya intentó, con su Asamblea Nacional, dar solución al problema político, en España tan agudizado. Y siete años antes, en 1916, don Antonio Maura, aquélla inteligencia prócer entre los políticos de su tiempo, en un discurso pronunciado el 20 de febrero de 1916 con ocasión del IV centenario de la muerte del Gran Capitán, definía, con palabra certera; los males de la democracia inorgánica liberal y parlamentaria, que había venido a subvertir, desgarrar y destruir cuanto constituía un nexo social y tradicional entre los españoles, y don Antonio Maura anhelaba soluciones de civismo que permitiesen en alguna forma superar los males que, según él mismo acusaba, estaban en la raíz del propio sistema. En los veinte años que le siguieron, los males no hicieron sino agravarse; por encima y por debajo de la ficción de los partidos políticos, venían hasta ayer predominando los intereses religiosos, sociales y económicos. La Iglesia, los Sindicatos obreros y las Asociaciones patronales se esgrimían por los caciques como instrumentos en aquellas contiendas políticas que dividían y arruinaban a la Nación. La hipocresía y la falsedad del sistema de partidos que Maura confesaba lo veía claramente la agrupación carlista española cuando rechazaba la palabra «partido», que dividía y enfrentaba a los españoles, por la más expresiva de «comunión».

El Movimiento Nacional, con originalidad indiscutible, ha venido a darles solución, encauzando la colaboración a las tareas públicas a través de las organizaciones naturales en que el hombre se encuadra: Familia, Municipio y Sindicato; piedras básicas de nuestra sociedad moderna.»

- ¿Cómo explica Vuestra Excelencia la persistencia de las campañas extranjeras, unas veces contra la institución política española, otras contra su situación económica e incluso contra lo social?

Todas son dirigidas y malintencionadas, como promovidas por nuestros enemigos de fuera. Nada suele haber de espontáneo en su Prensa ni en sus radios. Todos tienen su amo, y unas veces son éstos los que dan sus consignas; cuando ellos lo abandonan, son los propios directores los que hacen su voluntad, y sobre unos y otros el poder de las logias, de los servicios secretos o del dinero.

Resulta paradójico que las naciones que más padecen el caos político en su territorio y hablan de buscarle soluciones, pretendan desviar la atención de la opinión de las cosas propias para ocuparse de las ajenas, envidiosas, sin duda, de la paz, el orden y el resurgimiento que para sí anhelan; que otras que pasan por las crisis económicas más grandes de su historia y con oscuros horizontes, acaso doliéndose de nuestro resurgimiento y nuestra vitalidad económica y seguro futuro, extiendan falsas especies sobre nuestra situación económica, con daño a nuestro crédito, en lugar de ocuparse de sus propios problemas; ¿y qué decir de la nación que esclaviza a los obreros, los martiriza y los persigue, negándoles los derechos inherentes a la persona humana, o los ametralla, como en Hungría, y desde sus cadenas de radios clandestinas, establecidas en Bucarest, Moscú y demás pueblos comunistas, excita a la rebelión y a la huelga a los obreros españoles?»

- ¿Cree Vuestra Excelencia que los trabajadores españoles están, bajo nuestro Régimen, mejor que los de otros países?

«No es posible comparar la situación que puede alcanzar un obrero en un país con la que puede alcanzar en otro. Las naciones ricas, con una renta nacional muy elevada en comparación con el número de sus individuos, pueden, por una equitativa distribución de la riqueza, llegar a una situación de salarios y de ventajas que otras, pobres, por muy equitativas que sean sus leyes, no pueden alcanzar. Es precisamente una aspiración de nuestro Régimen el que, como consecuencia del resurgimiento de España y de la transformación de su economía, los trabajadores españoles puedan alcanzar un nivel similar al de los países más adelantados. Por esto es más interesante para el obrero que para nadie la elevación y el progreso de la productividad y de la renta nacionales. Si hemos de hacer comparaciones, con el que hay que comparar al obrero español de hoy es con el obrero español de antes.

Cinco años de República y de Gobiernos de predominio socialista demostraron claramente sus perjuicios para las clases trabajadoras. España conoció entonces el paro obrero más alto de todo el siglo. La producción nacional descendió al más bajo nivel que pueda concebirse. Se suspendieron todas las obras públicas creadoras de riqueza: pantanos, riegos, electricidad y ferrocarriles se vieron paralizados. El dinero huyó de España; la instalación de nuevas fábricas y centros de producción se detuvo; las huelgas asolaron al país, y más de cien jornadas de trabajo fueron perdidas en el último año de la República, en que al hambre y a la desesperación de los obreros se respondía con aquélla frase de «tiros a la barriga», que hizo tristemente célebre al desdichado presidente Azaña.

El único seguro social conocido en aquélla época era el de accidentes del trabajo, ofreciéndose para el futuro, en el de vejez, la más mísera de las soldadas.

Todo lo realizado del año 1936 aquí, lo mismo en el orden económico que en el social, pudiera constituir el sueño más ambicionado por los obreros del año 1935.»

- ¿Está Vuestra Excelencia satisfecho de la juventud? ¿No cree que lo que llamó «ventana abierta al exterior» influya malévolamente sobre nuestro ambiente interior?

«Desde luego, estoy muy satisfecho. Es importantísima la parte que las nuevas generaciones vienen teniendo en el resurgimiento de la Nación. La juventud de la Cruzada, que dió muestras de tanto heroísmo y tantos sacrificios, es la generación de los hombres maduros de hoy, que capitanean en España la mayoría de las empresas, desde las fábricas a los modestos talleres; desde la gran explotación agrícola a la pequeña granja campesina, y los que confeccionan los planes y creaciones para el futuro. El que las cosas de fuera impresionen muchas veces a una juventud ansiosa de novedades no podemos evitarlo, como tampoco que haya espíritus débiles, de poca personalidad que, sin duda, se dejan influir; pero son esa minoría una gota de agua en un océano, esa minoría que, como las olas, la curiosidad los lleva y la realidad los trae. Hoy, a la juventud no se la puede juzgar por las piruetas de unos pequeños grupos que padecen un sarampión juvenil. La juventud comprende a toda el área nacional: la del estudio, del campo, de la ciudad, del comercio y de la industria, que aunque suena menos porque no alborota, es la más numerosa, fecunda y generosa.

El hecho es que la Patria grande, fuerte y generosa que venimos creando es a esas generaciones a las que más va a beneficiar.»

- El país considera a Vuestra Excelencia el artífice y el alma del Movimiento, y al identificarle con él, teme el día que podáis faltarle.

«Yo agradezco esa confianza y afecto que el país entero me viene demostrando y que, efectivamente, me asigna más mérito que el que realmente me corresponde. Si es verdad que no hay empresa sin capitán, no debemos olvidar que no hay tampoco victoria sin soldados; que ya puede ser el capitán bueno, que si el espíritu y calidad de sus soldados no le secundan, fracasará en la empresa, y España ha demostrado estar, en este orden de sus valores, a la altura de sus mejores tiempos, y le sobra fecundidad para producir en cada ocasión los capitanes que necesita.

Si los españoles conservan la fe en sí mismos, si no se dejan dividir en facciones, si vitalizan sus instituciones con sus asistencia, y con el Régimen están la razón, la justicia, la eficacia, la legalidad y el bien común, ningún acontecimiento podrá ponerlo en peligro.

La ley de Sucesión, que la Nación suscribió con su referéndum, ofrece toda clase de soluciones formales para el futuro. Todos deben estar tranquilos, que el Movimiento no se torcerá; es mucho lo que representa para los españoles, para que éstos puedan olvidarlo.»

- Una última pregunta: ¿No se siente Vuestra Excelencia fatigado después de tantos años  de lucha y de trabajo?

«Gracias a Dios, el trabajo y las dificultades nunca me han fatigado; al contrario, me estimulan. Si el puesto que en servicio de la Nación ocupo fuera fácil y sencillo ha tiempo que me hubiera dado por jubilado y buscado más difícil empeño. En cierto aspecto, pudiera decirse que no temo, sino que amo la dificultad.»


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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