09 de
octubre de 1956.
Extremeños y camaradas:
Sólo unas palabras para agradecer vuestro entusiasmo
y saludar en vosotros a la provincia entera de Badajoz. Han pasado
varios años desde mi última visita a la provincia, adonde vine
por la difícil situación de crisis por que atravesaba. Un
momento de silencio para que pueda continuar y que podamos recoger
la lección de los actos de estos días.
Hemos venido de nuevo a las tierras del Guadiana y
hemos inaugurado la grandiosa presa del Cijara, presa que
constituyó la esperanza de varias generaciones, la ilusión de
toda una provincia, la redención de los hijos de esta tierra.
Toda esta obra, toda esta importante obra en estos años iniciada,
que lleva un ritmo fijo y que en plazos marcados va a estar
terminada, se debe al Movimiento Nacional, al espíritu del
Movimiento Nacional, a ese movimiento político al que venís
sirviendo en la vanguardia, y que, tras la Victoria, va
implantando en España con paso firme y seguro el pan y la
justicia.
Al tomar contacto hace varios años con los hijos de
esta provincia, al recorrer sus vegas, al ver cómo las aguas del
Guadiana, muchas veces turbulentas, se perdían en la mar,
mientras el hambre invadía los hogares, os hice una promesa de
redención, os hice la promesa de que el Movimiento Nacional
resolvería los problemas de la provincia de Badajoz, y hoy lo estáis
tocando: En las vegas de todos estos pueblos que recorremos las
tierras reciben el rico venero de las aguas, extendiéndose la
fecundidad por todas partes; tras ellas surgen las nuevas fábricas
y se escuchan las canciones de alegría a la paz y al trabajo...
Yo quiero llevar a vuestro ánimo el que somos
servidores de una gran causa, paladines de una gran empresa, que
es la grandeza de España y la justicia para los españoles, que
se malograría si no mantuviéramos la cohesión firme de nuestras
filas, la disciplina en ellas y la voluntad y la fe, sin vacilar
en lo más mínimo. Todo esto se derrumbaría si no existiese en
España un movimiento político con una doctrina clara,
terminante, que sin, discusión aceptan y abrazan todos los españoles.
La doctrina de la Falange encierra en sí tal
virtualidad, que es amada por todos, es deseada por todos, en los
pueblos, en los lugares más apartados, en las situaciones más
difíciles; tiene en sí tal fecundidad, que a todos alegra y a
todos conviene.
Pero no nos basta con que a nosotros nos convenga y
convenga a España; hace falta que hagamos también que la Falange
sea querida, que la Falange continúe siempre siendo espíritu de
servicio y de sacrificio; y cuando esto es así, y lo demostramos
en nuestro trabajo, el pueblo nos amará y vendrá cada día más
a nosotros, porque nos considerará consustanciales con sus
ideales; más la Falange no es solamente la satisfacción de
nuestros anhelos y necesidades. Existe en el credo de la Falange
un punto básico de todo nuestro ideario, que es el considerar al
hombre como portador de valores eternos; portador de valores
eternos, es decir, que está hecho a imagen y semejanza de Dios, y
por ser hecho a imagen y semejanza de Dios, todo hombre ha de ser
nuestro hermano y reinar entre nosotros la fraternidad cristiana.
Sin esta ley suprema de dar al prójimo como a nosotros mismos,
bien podemos decir y hacer todo lo que sea -como hacían los
marxistas-, porque todo se derrumbaría.
Guardad, pues, en vuestra mente y en vuestro corazón esta idea del bien
general que producen los principios de la ley de Dios y afirmad
vuestras filas en la disciplina, en la fe y en la obediencia,
seguros del futuro, pues sobre los méritos que nuestro movimiento
político contrae por el engrandecimiento de la Patria, estará la
protección de Dios, la intercesión de nuestros Santos Mártires
y la aprobación unánime de nuestros Caídos, que nos contemplarán
con alegría desde los luceros.
¡Arriba España!
