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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1956.


 
Discurso pronunciado con ocasión del acto de inauguración del nuevo pueblo de Valdelacalzada.

07 de octubre de 1956.

Campesinos y españoles: 

La grandiosidad de las nuevas tierras de regadío que hemos recorrido y la de los pueblos nuevamente creados que visitamos es en sí tan elocuente que ante ellos sobran las palabras. Constituyen la ejecución de una promesa, encierran el cumplimiento fiel de una política y la satisfacción de unos legítimos anhelos.

Habéis oído al Ministro de Agricultura expresaros las líneas generales de la política agraria del Régimen; cómo vamos llenando de contenido nuestra Revolución, que habéis vivido un día tras otro en estas realizaciones durante estos quince años, desde aquel en que las aguas empezaron a remansarse en los primeros metros del embalse hasta la inauguración en estos días del pantano de Cijara, en que las aguas discurren alegres por los canales y las acequias fecundando esta tierra maravillosa, un día campo de desolación y de ruina.

Habéis asistido a uno de los hechos más trascendentales de la vida de nuestra Nación al hacerse realidad uno de los objetivos más importantes de nuestra Revolución Nacional. Hay dos clases de revoluciones: la revolución que destruye pura y simplemente, sin capacidad ni posibilidad constructiva, y la revolución fecunda que, por el contrario, sin destruir, construye sobre nuevas y fuertes bases. Las revoluciones fracasan cuando el odio y la pasión pasan por encima de la justicia, destruyen sin haber construido o rebasan el ritmo que permiten las posibilidades económicas del país. Y cuando esto ocurre se labra la miseria para todos.

El mundo contemporáneo viene asistiendo a una honda revolución, la revolución de la Rusia de los soviets, la misma que os predicaban los marxistas en estos campos, la de la explotación, de la injusticia y de la miseria, y, sin embargo, ha tardado más de cuarenta años Rusia en levantarse y no ha logrado todavía dar un bienestar a sus clases campesinas, tras haber pasado por dilatados períodos de hambre, miserias y matanzas que han diezmado su población. Así siempre son las revoluciones materialistas, las revoluciones sin conciencia. Se les habla al pueblo ya las clases trabajadoras de darles el mando, de elevarlas al Poder; pero, ¿es que todo el pueblo puede ejercer el Poder? No. En esas revoluciones lo alcanzan los más crueles y desvergonzados, no los más aptos, y esto siempre conduce a los más a la esclavitud y la miseria. Es lo que decía un campesino norteño cuando vino la República y yo le preguntaba si estaba contento. Y él, con intuición campesina, me decía: «Señor, si aquellos, que estaban hartos, nos expoliaban, éstos de ahora, que están famélicos, ¿cómo no nos van a expoliar?»

Y así ha sucedido con las revoluciones en la mayoría de los países del mundo; revoluciones violentas, empujadas por el anhelo de satisfacer el ansia y la sed de justicia, legítimas; pero que, desbordadas, han hecho caer a los pueblos en la desolación y la ruina.

Nosotros hemos llevado a los hombres a la guerra para hacer una revolución, pero una revolución constructiva y creadora. No nos gustaba la España anterior ni tampoco los sistemas que la aprisionaban: que venían destruyendo toda la potencia creadora de nuestra Patria; aquella potencia creadora de los antiguos tiempos, cuando los Reyes eran caudillos defensores del interés del pueblo y de la justicia, en los que había una cabeza que dirigía y una disciplina y un espíritu elevado. Todo eso sucumbió bajo el liberalismo con el «dejar hacer»; nadie hizo por la Patria ni por el bien común y hemos perdido el siglo mas importante de nuestra Historia en luchas internas y banderías, abandonándonos a nuestras miserias.

La provincia de Badajoz constituye en este orden un ejemplo. Y por ello fué para nosotros, desde los primeros tiempos de la Cruzada, una gran preocupación, y quisimos transformarla, cambiando su suerte, para que sirva de ejemplo de lo que puede hacerse en la Nación, pues siendo tan extensa como la nación belga y teniendo grandes posibilidades, la gente vivía miserablemente y se contaban por muchas decenas de miles los parados.

Todo ello lo hemos ya superado, y pudo hacerse gracias a la unidad, a la disciplina y a la estabilidad de nuestra Patria. Sin ellas no sería posible ninguna de estas realizaciones. Y esto es lo que quisiera grabar en vuestra conciencia: que todo lo que en este orden se logró se debe al espíritu del Movimiento Nacional. Sin un Movimiento Nacional, sin un sistema político de unidad, de estabilidad y de disciplina serían imposible ninguna de estas realizaciones. Realizaciones que son hijas legítimas del Movimiento, de la inquietud de esa minoría inasequible al desaliento, con un elevado espíritu de servicio a la Patria, que tiene una palabra cuando la empeña y que la cumple aunque le cueste la vida.

Yo quisiera preveniros para que tengáis fe y os identifiquéis con el Movimiento Nacional por encima de todo personalismo. Las personas podrán tener -o podremos tener- los defectos que se quiera, como todos los humanos. Lo importante, sobre todo, es la doctrina y el espíritu. Si vosotros os convencéis de que la unidad, la estabilidad y la disciplina son el alma de nuestra fortaleza, no tenéis que temer nada. Porque la ley natural del tiempo arrebate un día de vuestro lado a los que hoy os conducimos,
pensad que en vosotros mismos está la fortaleza, y que con unidad y disciplina la Nación alumbrará los nuevos directores.

La Revolución es como una gran batalla que hay que mantener. No es un combate en que se venza para disfrutar tras él de reposo y descanso; es una lucha continua, necesita de un celo, de una continuidad, de una vigilia permanente; y esta vigilia tensa y permanente no surge por sí misma, la mantienen sólo los que poseen amor al servicio y al sacrificio, esa minoría inasequible al desaliento a la que antes me refería, que si a algunos parezca no interesarle, es decisiva para nuestro porvenir, para el pueblo español y para la Nación entera.

Nos tachan fuera -porque habréis de saber que tenemos enemigos, sobre todo fuera-, nos tachan, digo, de antidemócratas porque no aceptamos las fórmulas decadentes de la democracia inorgánica. Y yo me atrevería a preguntarles: ¿Y esto que aquí contemplamos, qué es? ¿Cuántas veces bajo aquella gárrula y huera democracia os han pedido a vosotros opinión de lo que os convenía o de lo que necesitabais? ¿Quién ha venido a ver y a vivir el problema de vuestras tierras sedientas y ha aplicado todos los recursos de la técnica para resolverlo? Todo aquello constituía la falsa democracia, la formalista de los politicastros, organizada sobre tinglado de los caciques de los pueblos para explotarla en provecho de sus ambiciones de mando y de sus sinecuras.

Nosotros, a la democracia inorgánica le oponemos una democracia orgánica, en que los hombres discurren a través de sus cauces naturales, de la familia, del Municipio y del Sindicato, y queremos que lo mismo los Municipios que los Sindicatos cumplan su misión y sean el medio por donde pueda llegar la voluntad del pueblo a las altas esferas del Estado. Pero no nos basta con esto, y por eso hemos venido a los pueblos de España a comprobar sus necesidades, y hemos ordenado en todas las provincias la confección de planes económico sociales. Y se han reunido en las provincias los representantes de los pueblos, de las Hermandades y Sindicatos con las fuerzas vivas de la provincia y los técnicos en las distintas materias; han discutido todo lo que han deseado y han expuesto sus problemas, siendo debidamente recogidos los anhelos en las conclusiones elevadas. Y a todo esto es a lo que estamos dando realidad, ensanchando España, llenando España de árboles y de cultivos y creando estos nuevos pueblos, regando estas feraces tierras, levantando estas fábricas, estas grandes centrales eléctricas y toda esta obra ingente.

Y ello es sólo una faceta del resurgimiento de España.

Cuidemos, pues, de nuestras virtudes, mantengamos firmes nuestra fe y nuestra esperanza, seguros del mañana, pues en nuestra unidad y nuestra disciplina descansa nuestra fortaleza.

¡Arriba España!


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