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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1956.


 
Discurso pronunciado en Sevilla ante una concentración de veinticinco mil Falangistas.

01 de mayo de 1956.

Camaradas de la Falange de Sevilla y camaradas todos a los que pueden llegar en estos momentos por las ondas los ecos de nuestra voz: 

Gracias por ese entusiasmo y esa fe, que son una afirmación plena de la permanencia y de la vitalidad de nuestra Falange. Nuestro camarada el jefe provincial ha pasado revista a veinte años de historia, desde los albores de aquel 18 de julio, en que salieron nuestras escuadras a dar un color y contenido popular al Alzamiento Nacional, hasta los días tranquilos y constitutivos de la paz, en que, en una aparente calma, luchamos en el mundo de las ideas por el triunfo de nuestros ideales.

Al correr de estos veinte años de historia hay una cosa que permanece viva y fecunda, que es la Falange Española Tradicionalista y de las J. O. N. S. Pensemos lo que hubiera sido del Movimiento Nacional si no hubiese tenido un contenido político y una doctrina. ¿Qué hubiera pasado al término de nuestra guerra si, al alcanzar la victoria, nos hubiesen faltado el contenido político y la doctrina? ¿Qué hubiera sucedido en España si hubiésemos dejado perennes las mismas causas que habían producido su ruina y no transformáramos entera la vida política de España, dando entrada a nuevos conceptos e ideales? ¿Qué hubiera ocurrido más tarde en la guerra universal, cuando la amenaza nos acechaba por todos lados, si no hubiéramos tenido una disciplina y una unidad que nos permitió el empuñar seguros el timón de la nave? ¿Qué hubiera sucedido con las malicias venenosas de la posguerra, cuando la anti-España desde el extranjero movía el cerco de las naciones contra nuestra Patria? ¿Qué hubiera pasado en estos veinte años constructivos, en estos veinte años de revolución nacional, si no hubiera existido la unidad de los hombres de España, al calor de una doctrina que, dirán lo que sea, pero la comprende el pueblo y la siente España entera?

Si hemos vencido en el terreno internacional y las naciones se aprestaron al reconocimiento de nuestro derecho, se lo debemos a esta unidad política, a la fuerza de nuestro credo, a la permanencia de nuestra doctrina, al heroísmo de nuestros hombres, a la decisión firme de los falangistas de España, dispuestos a encuadrar las masas españolas para que no se nos arrebate ni un ápice de nuestro derecho.

Esto ha sido el Movimiento Nacional en estos veinte años. Pero el Movimiento Nacional no es un movimiento circunstancial para nuestra Cruzada de liberación y estas posteriores coyunturas; no es tampoco la presencia ocasional de un Caudillo en nuestra nación: es el servicio perenne al destino histórico de España, la afirmación de ese destino histórico, la proyección de nuestra revolución en el futuro, la permanencia y el ensalzamiento de todo un sistema político.

En política no se puede ser estacionario; hay que renovarse; el no renovarse sería empezar a morir. Por eso no podemos permanecer estáticos en el pasado, en las viejas cosas ni en las antiguas fórmulas; cada momento tiene su inquietud; poseemos potencia creadora para forjar nuevas ilusiones, alimentar nuevas esperanzas extraídas del sentir del país y de la vida de España, las que vamos recogiendo en nuestra presencia en estos pueblos, en las campiñas y en las aldeas españolas; ilusiones que servimos con esa lealtad que puso la Falange desde los primeros momentos. Lo permanente han de ser las virtudes, la fe, la disciplina y el espíritu de servicio; pero hay que sumarle la variación riquísima de la imaginación y de las necesidades de cada día.

Estamos haciendo una revolución. Esta revolución tiene sus enemigos. Sus enemigos principales los podemos señalar: son la herencia liberal y la vieja política española, los viejos politicastros...; los explotadores de las masas obreras, los logreros de toda aquella política, que no se dan, ni se darán jamás; posesos del demonio de las malas pasiones, pretenden luchar contra España en todos los campos y en todos los lugares; se aprovechan y unen a la enemiga extranjera, y, desde sus logias e internacionales, persistentemente quieren romper esta unidad. Comenzaron al fin de la Cruzada queriendo enfrentar a la Falange con el Ejército, sembrando recelos entre nuestras filas, como si aquellos que habían derramado la sangre juntos pudieran traicionarla y separarse. Intentaron más tarde otras malicias, como romper nuestra unificación, aquélla unificación nacida cuando el toro estaba en la plaza, cuando había que luchar; cuando hubimos de decirles a los combatientes a dónde se iba y por lo que se moría. Cuando toda la España de la victoria aceptó la unificación como una doctrina que era beneficiosa para todos, se pretendió especular contra esta unificación y contra esta doctrina, y esgrimir las debilidades de unos pocos para ver si escindían nuestras filas, porque comprendían que en nuestra unidad estaba la seguridad de recoger la cosecha de nuestra victoria.

Y esta labor continúa un día tras otro queriendo sembrar recelos dentro de la propia Falange, sembrando calumnias por las calles contra la honestidad de nuestros hombres, todo eso que propalan algunas radios extranjeras por ellos alimentadas y que publica la Prensa masónica e indecente que acoge esas maquinaciones, creyendo poder romper con ellas la unanimidad de los hombres y la fortaleza de España. Creen que vivimos en los tiempos viejos en que unas minorías explotadoras que monopolizaron la política de los pueblos se impresionaban por lo que se dijera desde fuera. Nosotros no somos un partido político que venga a explotar las ventajas y las sinecuras de la Nación; nosotros somos una comunión, un movimiento, un movimiento de hombres honestos que, tras derramar la sangre de nuestros mejores, echamos sobre nuestras espaldas la responsabilidad de salvar y dirigir a España.

En nuestro movimiento político de unidad ocurre algo análogo de lo que pasa en la Iglesia; son muchos los creyentes; en este caso, la totalidad de los españoles, pero quienes sirven y se adscriben al servicio de la Iglesia son los sacerdotes y los religiosos los que ponen su fe, sus virtudes y su vocación al servicio de la Iglesia, los que tienen temple para estas tareas. Lo mismo sucede con la Falange. La Falange es nacional, ampliamente nacional; comprende a todos los hombres de buena voluntad de España; pero existen unas minorías inaccesibles al desaliento, con un espíritu de servicio, que se adscriben a la tarea dura de montar la centinela y guardar la doctrina, de defender aquello que alcanzamos con la sangre de nuestra Cruzada, y que es la permanencia, la vitalidad y la proyección de España en el futuro.

Ello echa sobre nosotros deberes penosos. La Falange la concebimos como mitad soldado y mitad fraile. No era sólo un decir de José Antonio; era una definición concreta de que teníamos que ser hombres de virtudes, que las virtudes castrenses y las espirituales habían de presidir en nuestro espíritu. Esto significa: guardar una lealtad y una disciplina, ser hombres honestos y ejemplares cuidadosos de nuestras virtudes, ser el espejo cívico en que el pueblo se mire.

Y a esto es a lo que tenemos todos los días que entregamos los falangistas. Preguntarnos: ¿Qué he hecho yo en el espíritu de servicio a España? ¿Qué he hecho yo para ganar prestigio y para atraer la gente al servicio político de la Nación? ¿Qué puedo hacer para que la Falange resplandezca y hacerme digno de aquellos que depositaron en nosotros su confianza?

Tenemos que celar todo esto entre nosotros, porque la insidia que contra nosotros se mueve, en las campañas que el enemigo trama hay propósitos que debemos tener siempre presentes, como es la consigna de infiltrarse en nuestras filas, pasarnos de contrabando polizones, y que aquéllos sean los que siembren la murmuración y el descontento, la insatisfacción por la ilusión tan grande que tenemos de grandeza para España, y que ellos esgrimen para matar la fe y menoscabar la disciplina. Saben que Ejército en que entra la murmuración es Ejército perdido. Por eso hemos de mirar con gran cuidado a nuestro alrededor y denunciar y expulsar con energía a aquellos que hablan de la insatisfacción.

Pretenden aprovecharse para esto de dos cosas que han intentado correr entre el pueblo e incluso en algunos grupos de nuestras filas. ¿Qué se ha hecho de nuestros 26 puntos? Y yo os digo que desafío a los que digan que alguno de esos puntos no haya venido inspirando toda la obra del Estado en esos veinte años. ¿Cómo nos iba a aguantar el pueblo durante veinte años si no satisfacíamos sus ansias reflejadas en aquellos 26 puntos? Yo os digo que esos 26 puntos los tenemos en gran parte sobrepasados y que concebimos otros nuevos; doctrinas e ilusiones para otros muchos años que concentren la esperanza de España entera en ellos.

También se ha querido aprovechar y especular con la ley de Sucesión a la Jefatura del Estado. Se ha pretendido especular con el hecho de qué va a ocurrir el día que yo no exista. Y yo digo que aunque pienso que Dios me conceda muchos años para bien de la Patria y mal de nuestros enemigos, hemos de pensar que los movimientos políticos no descansan en las personas; descansan en la doctrina. Vosotros me hacéis la merced, y España entera también, de echar sobre mí unos merecimientos superiores a la realidad. Yo puedo deciros que la mayor parte es la de la doctrina, la de servir lealmente a una doctrina. Si no existiera esa doctrina, si no tuviéramos contenido, poco hubiera sido de nosotros, ni de nuestra capacidad de gobierno, vacíos de contenido, o si éste no hubiera estado en el sentir del pueblo, y por eso os digo que lo que nosotros tenemos que hacer es enraizar esa doctrina. A nosotros nos tiene sin cuidado el vaso; lo que nos importa es el contenido que el vaso lleva. Eso es lo que tenemos que asegurar, y lo podemos hacer por nosotros mismos; con nuestra fe, con nuestra lealtad, con el espíritu de servicio y sacrificio, con la forma que tratemos y sirvamos los problemas: con nuestra actividad en el orden sindical, con demostrar a todos en España que la Falange y su doctrina son el bien, la necesidad imperiosa española de hoy, de mañana y del pasado.

Yo comprendo que haya recelos en aquellos que vieron lo que fué la monarquía constitucional y parlamentaria en los últimos decenios de su vida; yo comprendo que tengan aprensión a lo que aquello fué; pero sabed que si tenemos un sentido enraizado en el pueblo, aquello no podrá volver. Nosotros somos un movimiento político, y las naciones se definen por sus formas políticas. A nosotros nos importa el contenido en general, nos es indiferente la forma. Queremos la forma que se adapte mejor a nuestro contenido. Y por eso, en la ley de Sucesión se buscó lo que creímos mejor para nuestro contenido. ¿Qué es el Movimiento político nuestro? Un Movimiento de unidad, de jerarquía, un Movimiento de autoridad; somos como una pirámide que en la punta hay una persona, y tenemos una disciplina y una obediencia, En nada se aproxima esto a una república, a un régimen presidencialista. Somos de hecho una monarquía sin realeza, pero somos una monarquía.

Los caudillajes surgen en épocas excepcionales de la Historia, en determinadas coyunturas; el caudillaje no se forja ni se fabrica, y, por lo tanto, nos garantiza más la continuidad el sistema monárquico que otra cualquier clase de sistema. Nosotros lo que queremos es que nuestras doctrinas sean punto fundamental de la vida de la Patria. A todos interesa que lo que la Falange representa sea la base firme de la vida de la Patria. La Falange puede vivir sin la monarquía. ¡Ah!, la que no podría vivir sería ninguna monarquía sin la Falange. Esto es, que no cabe un régimen más interesado en la vida de la Falange que ese que señalamos y el pueblo refrendó.

Y os digo esto para que tengáis argumentos para vencer al enemigo, a los que siembran especies y quisieran vernos a nosotros separados en una cosa que no tiene fundamento ni dimensión, traicionando, por otra parte, a nuestros compañeros de Cruzada. Porque, señores, en nuestro Movimiento hemos tenido, en el Norte y en Navarra, a nuestros hermanos tradicionalistas y otros muchos que nos dieron lo mejor de sus vidas y de su sangre, que lucharon por sus ideales: para ellos, lo primero la Patria, el pan y la justicia. Pero si, además de la Patria, el pan y la justicia, pueden realizarse sus ideales, que no son cosa nueva, sino lo que fué tradicional en la vida de España, lo histórico nuestro, mejor. Porque la monarquía en España, queridos camaradas, no fué en los tiempos gloriosos lo que fué luego; era eminentemente popular, era el amparo de la justicia contra los poderosos, era la justicia verdadera, con la que tenía el amor del pueblo, de los campesinos, de los trabajadores. Y ésa será la monarquía o no habrá monarquía.

Otro motivo de especulación es el que se hace sobre nuestra justicia social, Se pretende especular con nuestra justicia social, explotar el ansia natural de los que se ven con un salario o con un sueldo bajo, como si estuviera en las manos del Jefe del Estado o de su Gobierno el cambiar ese signo de nuestros tiempos, Esa es una herencia de los regímenes liberales, de los regímenes que han arruinado a la Patria, que no la han dejado crecer. Al progreso natural económico de los pueblos le han opuesto las luchas intestinas, la inestabilidad de los Gobiernos, los partidos sin contenido ni doctrina, y si así vivió España durante cien años, ¿cómo vamos a hacer que la renta nacional aumente y se pueda repartir en forma más pródiga de lo que se hace? Yo ya sé que hay injusticias sociales que corregir y que vamos corrigiendo; pero hay una cosa principal: hay que salvar la economía, porque si no se salva, si nos lanzamos a la inflación, si hacemos un aumento de los salarios y que a una progresión aritmética de haberes corresponda una progresión geométrica de precios, y que el salario de mañana llegue menos que hoy, sería una catástrofe.

Nosotros vamos dando pasos firmes; revisaremos todo lo que haga falta, haremos que los salarios sean los que corresponden; pero perseguimos una cosa todavía más importante, como es la participación de los hombres en la administración de las empresas y la participación de los hombres en los beneficios.¡Ya estamos haciendo la revolución! ¿Qué otra cosa que una revolución es que, en un país donde no existía el crédito agrícola, hayamos constituido en pocos años un crédito agrícola poderoso y hayamos orientado al ahorro en la facilitación de ese crédito a bajo interés y largo plazo? ¿Cuándo los campesinos españoles han recibido adelantado por un servicio sus abonos para que puedan utilizarlos y sacar mayores rendimientos? ¿Cuándo se hizo que los ríos de España sean captados y no vayan inundando los valles, arrastrados al mar, sino que fecunden las tierras y creen fuentes de producción y de trabajo? ¿Cuándo se ha visto en España, ni en muchos otros países, la creación de una industria para que vuestros hijos y vuestros hermanos puedan tener una fuente de trabajo? Para nosotros, el primer paso es suprimir el paro en España, el que no haya nadie que tenga la lumbre apagada o que le falte el pan.

Así como por nuestra impaciencia nos parece que llevamos una marcha lenta, en cambio, los que nos ven desde fuera creen que llevamos una marcha rápida y arrolladora. Y esto es porque dentro del bosque no se ven los árboles.

Yo os digo que mantengáis siempre esta fe y esta ilusión. La Falange se renovará de día en día, con nuevas esperanzas y nuevas virtudes; pero hemos de tener todos los días la ilusión de ganar la voluntad del resto de España, que nos consideren los elegidos, los hombres honrados y honestos que estamos dispuestos a sacrificar todo por España. 

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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