INICIO

LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1956.


 
Discurso de Salutación en Huelva.

25 de abril de 1956.

Españoles: 

He venido a Huelva con todo el entusiasmo y con todo el cariño que tengo a estas tierras españolas, a estas provincias sanas y patriotas que al correr de estos veinte años nos han acompañado con el espíritu y con su fe, lo mismo en los días de la guerra que en las horas difíciles y amargas de la paz.

Con la sangre de nuestros mejores conquistamos nuestra paz y nuestro resurgimiento; para lograrlo hubimos de dejar en el camino jirones de la vida de nuestras juventudes, hemos luchado duramente para arrancar nuestra victoria a las fuerzas del mal, de la anti-España; hemos luchado por la unidad entre los hombres y las tierras de España, por la justicia social para las clases laboriosas; por que el imperio de la fe de Cristo domine en esta tierra bendita, y contra la masonería y las internacionales, que trataban de destruir nuestra paz y nuestra hermandad.

Y hemos logrado la victoria tanto en la guerra como en la paz; hemos hecho prevalecer nuestro derecho, fieles al insobornable pensamiento español; conquistamos un puesto entre las naciones, pero lo ganamos con la unidad, con la disciplina, con la fe y la confianza en nosotros mismos.

Cuando vengo a estas provincias, tan nobles y alejadas de ruines ambiciones, siento con más fuerza las grandes calidades de nuestro pueblo. Aquí se respiran aires puros, ansias de trabajo, fe y confianza en el futuro, seguridad en el camino que emprendimos, afirmación concreta de que los hombres y las tierras de España están dispuestos, como el 18 de Julio, como un solo hombre, a mantener, sostener y defender nuestra victoria.

Nos acusan los eternos enemigos de España de haber destruido una democracia. Nosotros podemos responderles: ¿Dónde estaba la virtualidad de aquélla democracia? Hemos destruido el abuso, borrado la apariencia de una democracia, la garrulería de una democracia... Para nosotros, la democracia no es la explotación del hombre, ni de la masa; es el hambre, la miseria y la desesperación en los hogares, amparados en el formulismo de presentar unos nombres cada cuatro o cinco años y preguntar a cuál queréis, para que la masa, engañada, conteste como en aquélla triste y primera elección, y diga: ¡Barrabás! No; nosotros no sujetamos la suerte de la Patria a esas desdichas; entendemos la democracia por la participación real del hombre en las tareas del Estado. Pero el hombre sólo puede ser eficaz e intervenir en las tareas del Estado a través de sus organizaciones naturales, a través de la familia: el que crea una familia, el que la mantiene y preside, es el que debe llevar la voz, y no los que de él dependen. A través del Municipio, como asociación primaria que vive y conoce; por medio del Sindicato en que se encuadra, conoce a los que trabajan en él y sus intereses y necesidades. A través de esos Ayuntamientos y Sindicatos intervienen los hombres en la vida de España, pero no con aquélla democracia falsa y explotadora que hoy pedía el voto para engañaros mañana. Esa democracia la repudiamos.

Nuestra democracia está en conocer y sentir las necesidades de las provincias, en recoger vuestros anhelos, concretados en esos Consejos Económico-sociales, donde los Sindicatos, las Corporaciones y las Hermandades exponen sus necesidades, donde se alzan los voces de «queremos préstamos agrícolas», «queremos que se rieguen nuestras tierras», «pedimos más justicia en el reparto de beneficios», «ansiamos fábricas para nuestros obreros y obreras», o «necesitamos que la Ley de Dios domine en las relaciones de los hombres».

Todas estas cosas que deseáis, nosotros las recogemos, y en los planes de gobierno se va reflejando esa inquietud de las provincias españolas. No podremos hacer todo de una vez, pero acogemos vuestras necesidades, como lo estáis viendo en las casas que se levantan, en las fábricas que se montan, en la repoblación de nuestros montes y campos, en las zonas de nuevos regadíos. Vamos hacia la justicia y haremos esta justicia por encima de todo. Porque somos y nos sentimos fuertes podemos ser generosos. Por eso no hacemos caso de las torpes intrigas de unas docenas de politicastros ni de sus retoños. Porque si en algo estorbasen a la realización de nuestro destino histórico, si algo se interpusiese en nuestro camino, lo mismo que en nuestra Cruzada, daríamos suelta a la riada de camisas azules y de boinas rojas, que los arrollarían.

¡Arriba España!


   ATRÁS   



© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

E-mail: generalisimoffranco@hotmail.com