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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1955.


 
Discurso en el acto inaugural de la V legislatura de las Cortes Españolas.

17 de mayo de 1955.

Señores Procuradores:

Por quinta vez en el espacio de tres lustros tengo el honor y la satisfacción de inaugurar un nuevo período legislativo. Sean, pues, mis primeras palabras de saludo y bienvenida a cuantos habéis sido llamados a estas nobles y altas tareas nacionales y de reconocimiento para los que habiendo cesado en su representación han venido prestando su inteligente colaboración a nuestra obra legislativa.

No os han traído a estos escaños los viejos intereses de los partidos; os congrega la Nación como representantes legítimos de los distintos sectores que la integran para su mejor y más alto servicio. España necesita de vuestro esfuerzo, de vuestra devoción y de vuestro espíritu. La solución de los problemas del Estado, y precisamente aquellos que necesitan resolverse mediante leyes, requieren las aportaciones, el sereno juicio y la preparación de los Procuradores en Cortes. Por eso deseo expresaros, con mi reconocimiento a vuestra voluntad de servicio, mi confianza en vosotros y las esperanzas que abrigo respecto a la fecundidad de los trabajos de esta quinta legislatura de las Cortes Españolas, que bajo el signo del Movimiento Nacional hoy iniciamos.

Las cuatro legislaturas anteriores han venido demostrando la eficacia de las Cortes en la elaboración de las leyes de la Nación. Al estudio y análisis de los proyectos por el Gobierno ha seguido el período de publicación y de conocimiento público, el de discusión de las enmiendas en el seno de las Comisiones hasta llegar, tras el dictamen y su publicación, a su explicación y aprobación en los Plenos; espacio en el que todos los españoles, a través de sus cauces naturales, han tenido ocasión de hacer llegar sus inquietudes al seno de las Comisiones y que éstas pudieran, en su caso, ser recogidas e incorporadas al texto de los proyectos. Esto es, que la colaboración pública a la elaboración de las leyes ha venido teniendo en nuestra Nación la más clara y fiel expresión, sin aquellas mixtificaciones y fraudes con que en tiempo de los partidos políticos se suplantaba la voluntad de la Nación. Así tenía forzosamente que suceder, pues no suele ser el voto inorgánico la expresión más sincera de la democracia, sino, por el contrario, la explotación y mixtificación de esa democracia. En el sistema inorgánico el hombre desde que emite el voto queda desvinculado de su representante. Su voluntad carece de acción sobre el que debiera ser su mandatario, al contrario de lo que sucede en la democracia orgánica, en la que se mantiene el vínculo y la relación durante todo el tiempo de la representación, que obliga al representante a interpretar lo más fielmente posible el interés de sus representados. Así lo proclama la obra legislativa alcanzada en estos años y la pasión y el interés puestos por todos en la elaboración de sus más importantes leyes.

Muchísimos fueron los proyectos de ley presentados hasta ahora a la consideración de las Cortes que en ellas sufrieron importantes modificaciones, y hasta unas 120 leyes, que no encontraron eco favorable, hubieron de ser retiradas por los Gobiernos para nuevo estudio.

Mas si fecunda ha sido la labor y trascendente la obra, no bastaba, a nuestro juicio, para que los anhelos y la voluntad del pueblo tuvieran una interpretación fiel en la obra legislativa, y por ello hemos establecido el ir a buscar en la propia entraña de los pueblos los anhelos y aspiraciones, en orden a su perfeccionamiento y a su progreso, recogiendo sus realidades y confeccionando proyectos de ordenación económico social, en los que tomaron parte las Corporaciones locales, las Hermandades sindicales y cuantas actividades existían en la provincia, los que, bajo la dirección y asesoramiento de elementos técnicos, fueron extraídos y resumidos por un organismo central y repartidos oportunamente a los Procuradores en Cortes. Estos planes, con sus estadísticas y programas, son tenidos en cuenta para la redacción de los presupuestos y programas generales de la Nación.

Esta interpretación de la democracia ha tenido tal acogida, que con satisfacción héroes visto trasladada esta inquietud de nuestro pensamiento al propio corazón de los pueblos de España. El sistema ha llegado a tener vitalidad propia, y a través de los organismos sindicales le vemos tomar cuerpo en sus consejos, que vienen celebrándose en nuestras provincias, en los que, a la vista de las nuevas circunstancias, se modifican y perfeccionan aquellos programas y aspiraciones.

Los problemas sociales que con este motivo se presentaron en distintas provincias, hicieron que la atención del Estado los estudiase con solicitud mayor, y desglosados de los programas generales constituyeran planes especiales, como los de Badajoz y Jaén y otras provincias en estudio, que, con leyes y medidas extraordinarias, se vienen desenvolviendo con completa normalidad, y en un número reducido de años cambiarán la faz de aquellas regiones, redimiéndolas de su paro y de sus miserias seculares. He aquí cómo el interés por el pueblo no se contenta con esperar sus peticiones, sino que busca, indaga y analiza sus necesidades para mejor servirlo.

Yo desearía acertar a presentar a vuestros espíritus una estimación justa de estas urgencias que pesan sobre nosotros y la magnitud de los problemas a los que hemos de hacer frente. Pensad que recibimos una Patria empobrecida, sumida en el abandono y dividida hasta el borde de la anarquía, y que dentro de aquella situación hemos tenido que instaurar las condiciones mínimas de un orden social y político a partir de las cuales fuera posible desplegar los ingentes esfuerzos de acción y de reparación que exigían nuestras aspiraciones para España. Que las actuales generaciones recibimos una herencia catastrófica de miserias, de abandonos antiguos y de ruinas, unos antecedentes de postración moral y de desazón tan profundos que fué moral y materialmente necesario el Alzamiento Nacional y nuestra Cruzada para poder cambiar el signo de aquella España que se nos hundía, para encaminarla por el camino de su resurgimiento y de su progreso. Por eso, de un solo golpe descubriréis la intensidad del esfuerzo a que hemos estado sometidos y el orden y la entidad de los trabajos que precisamos acometer.

Otro pueblo de menos fe, de menos voluntad y de menos energía que el nuestro, ni siquiera se hubiera atrevido a intentar este salto. La distancia entre el punto de partida y el de destino es tan grande y tan accidentada, que hubiera parecido a muchos insensato el empeño de cubrirla.

Esas fueron nuestras partidas en el haber al punto de asumir las responsabilidades históricas con las que nos hemos enfrentado, y si ahora nos preguntásemos de la misma manera por lo que queremos, debemos y podemos entregar a las generaciones que nos sigan, descubriréis de un solo golpe la intensidad del esfuerzo que necesitamos realizar para entregarles una España unida segura de sí, en vías de prosperidad creciente, entonada en lo moral y directamente orientada a los caminos de su salud y de su grandeza. Liquidar la crisis histórica de siglos que venía padeciendo nuestra Patria y que hallen vías de acción y de expresión las grandes virtudes de nuestro pueblo. Cambiar de manera permanente el signo de nuestra marcha nacional y llenar definitivamente las condiciones previas de recuperación y de progresión ascendente. Queremos y debemos entregar un día los frutos y los primeros eslabones de una tradición de ejemplaridad política, de la que España estaba necesitada después del tiempo adverso con el que hubo de pagar su anterior grandeza.

No se puede juzgar una obra política ni establecer unos propósitos si olvidamos las bases de partida, los males que aquejaban a nuestra Nación y las causas que han venido durante más de un siglo labrando su decadencia. No se da uno cuenta del camino recorrido si no sabe mirar para atrás.

Si a los regímenes políticos hemos de juzgarlos por sus frutos y con la serenidad que nos dan los años transcurridos hacemos el balance, ya no de lo no alcanzado, sino de lo que bajo el signo de la democracia liberal hemos perdido, llegamos a la conclusión que no podría concebirse un sistema más dañino para los intereses de la Patria y para el bienestar y el progreso de los españoles que el que hasta nuestro Movimiento padecimos. No es necesario en esto el descender al detalle de hechos tan tristes y calamitosos. Nos basta dirigir la vista al mundo hispánico que un día levantamos para ver lo que representan todos los bienes de la Nación comparados con los que en tan corto período de tiempo y bajo el signo liberal hemos perdido. Y si es al interior de nuestro solar al que nuestra mirada se dirige, ¿cuánto no ha sido el atraso que, en medio del progreso general del mundo, hemos sufrido por análogas causas? Y no es que el pueblo español fuese distinto del que a través de los siglos había forjado nuestro Imperio y marchado durante mucho tiempo a la cabeza de las naciones de Europa. Evidentemente los hombres eran los mismos; lo que había variado era el sistema, el que el régimen de unidad y autoridad que había presidido nuestros destinos había sido trocado con la invasión enciclopédica por ideologías extrañas; crisis profunda de nuestras aristocracias y clases directoras, que las introdujeron, y no del pueblo, que las padeció. Podría tacharse a éste de paciente si no hubiera existido un Dos de Mayo, si a través de todas las desdichas no hubiese mantenido su recia personalidad y sus virtudes, qué acusó en todas las ocasiones en que fué requerido; mas, defraudado una y otra vez en sus ilusiones, se necesitó llegar a nuestros días para que la sangre derramada no fuese estéril y cambiase el rumbo de  la Patria afligida. 

A todas estas razones históricas que nos señala imperativamente nuestro destinó hemos de unir hoy las inherentes de la época que nos tocó vivir, con el predominio de lo social y la crisis de los viejos sistemas políticos. Por ello, el sistema que tras nuestra Cruzada habíamos de levantar tenía que ser la antítesis de cuanto había labrado nuestra ruina, e imprimirle una proyección en el tiempo que no permitiese pudiera torcerse.

Esperaban nuestros adversarios que nos ahogaríamos en la necesidad por el despojo y siembra de ruinas que bajo su dominio se habían acumulado sobre la Patria. Creían abandonarnos una Nación sin remedio, y confiaban en las complicidades internacionales de los enemigos de nuestra grandeza para volver a especular con las miserias de nuestra Patria. No eran pocos tampoco los espíritus impresionables que, dentro de las fronteras, desconocedores de las virtudes y capacidad de resistencia de nuestro pueblo, especulaban con la necesidad imperiosa de una ayuda exterior.

En horas tan duras y difíciles, nuestro Movimiento político constituyó el fermento que puso en pie a toda la Nación, lo mismo en las amenazas e incidencias de la guerra universal que en las conjuras que posteriormente las siguieron.

Seríamos unos insensatos si, haciendo abstracción de nosotros mismos, no supiéramos mirar objetivamente a esta España nuestra, a tantos sacrificios y virtudes, a tantas nobles aspiraciones servidas con la vida propia, para extraer de esa contemplación, tanto su enseñanza ejemplar como las exigencias que de ella se deducen. Coloquémonos a un lado nosotros mismos para que nada enturbie la mirada, y veamos si esta estampa de la Patria movilizada y en pie no colma nuestras aspiraciones y no nos estimula a sostener esa línea y ese empeño. Porque, señores Procuradores, carecen del menor fundamento quienes pretenden hallar razones de desilusión y desesperanza en las incidencias de la vida nacional.

¿No es verdad que nos hemos mantenido unidos, que heredamos las consecuencias de nuestra guerra en lo material y en lo espiritual, que hubimos de atravesar luego la segunda guerra mundial y que hemos sido objeto después de un trato internacional injusto, de un verdadero cerco diplomático? ¿No es verdad que el pueblo español, sin ayudas de nadie, ha comenzado a reparar y ha reparado en gran parte sus lacras económicas? ¿No es verdad que una política social configura la fisonomía de la Patria para el futuro, que las dificultades de España han sido en todo orden extraordinarias y que nuestros enemigos tradicionales hicieron lo imposible por aumentarlas y elevarlas? Yo os digo que cuantos hemos vivido esta hora de España podemos sentirnos orgullosos del pueblo español y de la obra común; hemos luchado incesantemente y mantenido abierto el combate sin que flaqueara nuestro ánimo ni la derrota nos visitara. Dios ha concedido a España unas generaciones que no han negado su tributo a la muerte ni al trabajo. Si como hombres podemos tener errores y equivocaciones, ¿qué son ello y qué representan al lado de lo conquistado? ¿Por qué aplicar entonces un espíritu aldeano, cominero y mezquino al entendimiento de los grandes problemas nacionales? ¿Qué crédito han de merecernos quienes quieren meter al mar en un hoyo? ¿Habíamos de cuidarnos de lo circunstancial y efímero antes que de lo básico y duradero? Cada cosa tiene su lugar propio y su modo adecuado de tratamiento; pero, ¿qué contrasentido e incongruencia pueden resultar de aplicar razones simples a la calificación de cosas complejas y razones complicadas a la calificación de las cosas simples?

Hay todo un gran capítulo de los quehaceres nacionales que está en marcha y respecto del cual todo lo que precisamos es mantener el ritmo de acción y acrecentarlo en la medida que llegue a ser posible. Regar nuestros campos, poblar nuestros montes, descubrir y explotar nuevas minas, nacionalizar posibilidades de trabajo para nuestros hombres mediante la industria, poner los máximos recursos de la enseñanza y de la formación profesional y la alta cultura al alcance de todos, extender y perfeccionar las instalaciones sanitarias, mejorar y multiplicar nuestras comunicaciones y actualizar y promover todas las fuentes de producción y de trabajo. El perfeccionamiento de las instituciones y de la moral pública, los problemas derivados del aumento de población, los de la emigración, las cuestiones del crédito, la reforma fiscal, la construcción y multiplicación de viviendas, el aumento de la productividad y del poder adquisitivo y una mayor justicia en la distribución de la renta nacional han de ser atenciones preferentes en este quinto período legislativo. No es necesario que traiga a vuestra memoria cuanto está en marcha en este orden de cosas. Hemos sabido procurarnos el orden y la paz y hemos sabido hacer de esa paz y de ese orden, bajo la unidad entre los españoles, un recurso para laborar por su bienestar.

La política, que un día os anunciamos de extensión de nuestra cultura media a través de los Institutos de Segunda Enseñanza Laboral se encuentra en estos momentos en pleno desarrollo, y el mapa de España se va llenando con estos centros de formación que la población rural solicita y acoge con el mayor de los entusiasmos.

En la corrección del analfabetismo es cierto que necesitamos esfuerzos y sacrificios mayores si hemos de liberamos del arrastre de esta lacra secular que padecemos. No basta que los llamados al servicio militar se rediman de su ignorancia: es necesario que, repartiendo esta inquietud y obligación de enseñar al que no sabe; realicemos una verdadera cruzada para llevar a las alquerías, cortijadas y población diseminada la ilustración que desde hace siglos esperan. Yo confío que en la próxima apertura podamos presentaros en este orden un. cuadro mucho más halagüeño.

En la extensión de la cultura superior, a través de las becas se ha realizado importantísima mejora. Los Sindicatos Nacionales han tomado en ello una importante parte, y ese punto de nuestra doctrina de que ninguna buena inteligencia se pierda va progresivamente haciéndose una realidad.

Entre las mil inquietudes que el gobierno de una nación entraña destaca la de su política económica. Constituye la base más firme de su bienestar, y por ello le dedicamos desde la primera hora la atención especial que requería. El Gobierno en los últimos años se ha mantenido fiel al programa trazado al constituirse y al desarrollo de los principios fundamentales anunciados entonces, esto es, la estabilidad de los precios, el aumento de la producción y la regulación del comercio exterior. Se ha tendido a conseguir una justa elevación en el nivel de vida de todos los españoles, no con carácter precario y transitorio, sino de manera permanente, por la consolidación previa de todos los factores que tradicionalmente contribuyen a sostener y aun a elevar ese nivel de vida.

En el orden de prelación necesario para llegar a los fines propuestos tenía que figurar en primer término la estabilidad y fortaleza de nuestro instrumento de cambio, porque no en vano constituye la moneda de un país el símbolo más representativo de la soberanía económica. Y en este aspecto es ocioso advertir, porque está a la vista de todos, cuánto se ha hecho y cuánto se ha logrado en la tarea de preservar a nuestra peseta de las asechanzas especuladoras en los mercados internacionales, llegando a la apreciable estabilidad y fijeza con que hoy se cotiza en aquellos y que desde hace bastante tiempo conserva.

Consecuencia inmediata de esta política de estabilidad y prestigio para la moneda, que ha mantenido su poder adquisitivo dentro y fuera del país, ha sido la estabilidad y equilibrio de los precios. Dos factores principales han contribuido eficazmente a este resultado: la intensificación y normalización del comercio exterior, dirigido ya en su mayor parte por los cauces naturales que su desarrollo exige, y el aumento de la producción y de la productividad en la agricultura y en la industria del país. Ambos factores se han conjugado plenamente para aumentar y asegurar el abastecimiento preciso, tanto en alimentos como en materias primas, situación indispensable para llegar a la libertad de comercio interior. Al recuperar este libre juego de la oferta y la demanda se ha hecho posible la estabilidad de los precios y la liberación para todo el país de las molestias e inconvenientes que nos impusieron las épocas difíciles de escasez de medios de pago y de insuficiencia de abastecimientos interiores, conspirando conjuntamente contra la normalidad económica, que ha sido, al fin, restablecida en gran parte.

Y aun cuando los factores meteorológicos no fueran completamente favorables para nuestra agricultura, castigada persistentemente por las sequías, como esta contingencia estaba también prevista, fué posible mantener la situación realizando sin agobios financieros ni onerosas hipotecas la importación en el pasado año de 1.400.000 toneladas de trigo -la mayor del siglo- para poder garantizar el libre consumo de pan a los españoles, asegurando así la soldadura de las cosechas.

En el discurso pronunciado al inaugurar la anterior etapa legislativa, hace ahora justamente tres años, se hizo un balance de las realizaciones conseguidas hasta aquel momento y un anticipo de las esperanzas puestas en el futuro. Este es el momento de comprobar que aquellas previsiones no eran ilusorias, por lo que las promesas han podido convertirse en realidad en su mayor parte.

Gracias al tesón y a la persistencia con que se ha desarrollado la política económica antes expuesta, nuestros propósitos se vienen realizando con prudencia, pero con firmeza, y hoy podemos considerarlos de hecho en la etapa de plena consolidación del país, teniendo a la vista alentadoras perspectivas para el futuro. Un futuro que habrá de llevarnos a una situación de mayor holgura y prosperidad económica todavía, y que se reflejará, como es lógico, en un constante incremento de las cifras de la renta nacional y de la productividad, que nos permitirá una más justa y equitativa distribución de aquélla.

También tenemos que decir que, hasta ahora, la mayor parte de los progresos realizados en el campo económico han sido fruto de nuestros propios recursos y de nuestra exclusiva voluntad de trabajo, porque las ayudas exteriores -y nos referimos, natural- mente, a las que se derivan de nuestro convenio con el gran pueblo norteamericano- no han podido reflejarse aún de manera sustancial en el balance de nuestra economía.

Cuando estas cantidades, dedicadas principalmente al acrecentamiento de bienes de capital y de instrumentos de producción, comiencen a dar el rendimiento que se espera, a través de las nuevas plantas industriales, hidroeléctricas, de fabricación de fertilizantes, de siderurgia, de medios de transporte y de mejoras en las redes ferroviarias, comprobaremos sin duda su influencia en el progreso del país. Desde este momento constituyen ya, sin embargo, una halagüeña perspectiva y una promesa cierta, que se reflejará en los futuros balances de nuestro potencial y de nuestra riqueza, a cuyo florecimiento contribuirán sin duda alguna.

Fruto importantísimo de esa política económica es el que las fuentes de producción rindan lo que les corresponda y no lleven una vida rutinaria y cansina. Esto venía sucediendo tradicionalmente en el campo español, en el que, salvo privilegiadas regiones, los rendimientos unitarios quedaban, y aún están, muy por debajo de los rendimientos medios de los países más adelantados. A ello responde una gran parte de nuestra política agropecuaria y la de riegos, concentración parcelaria y colonización interior, que en pocos años empieza a cambiar la faz de nuestros campos, que confiamos ha de llegar a colocarlos a la altura de los países más adelantados.

El problema es de tal trascendencia que, representando la producción agropecuaria la mitad, aproximadamente, de la renta nacional, podrá llegar a elevarse en pocos años, si continuamos nuestros esfuerzos, por encima de un cincuenta por ciento, con una mejora en la capacidad adquisitiva de amplísimos sectores de población que fortalecerá todos los sectores de nuestra economía.

El progreso, mejora y perfeccionamiento de nuestra industria se encuentran igualmente en pleno desarrolló. Son millares las industrias nuevas que en estos años, por la iniciativa particular, se han establecido y la mayoría han extendido y perfeccionado sus producciones. Con esfuerzos penosos hemos venido remontando la escasez de nuestras materias primas, y la electricidad, el carbón y el cemento han alcanzado las cifras en estos momentos necesarias. Y la del acero, habiendo mejorado muy pronto por la incorporación de la nueva planta de Avilés, colmará del todo nuestras necesidades.

En el orden de los asuntos internacionales hemos mantenido las líneas de acción que corresponden a nuestra Historia y a nuestra situación en este espolón del sudoeste de Europa. En estos tres años han tenido lugar dos grandes acontecimientos en nuestra política exterior, de los que las Cortes han recibido el oportuno mensaje: el Concordato con la Sede Apostólica, expresión de nuestra comunidad de espíritu con nuestra Santa Iglesia y fuente de bienes espirituales para la Nación, y los acuerdos defensivos sobre bases y asistencia económica con la gran nación americana, que vienen desarrollándose con toda armonía y que constituyen un adelanto importantísimo para nuestra defensa por la solidaridad de la nación más poderosa del universo y el armamento y adelantos técnicos en nuestros Ejércitos, al tiempo que nos facilita el poder imponer un mayor ritmo a nuestro resurgimiento económico.

Este acuerdo con los Estados Unidos de América y el Pacto Ibérico, que mantenemos vivo con Portugal, refuerza considerablemente la fortaleza peninsular y la de todo el occidente europeo.

En lo demás, dentro del campo de buenas relaciones con todos los países, continúa nuestra política de estrechar los lazos e intensificar nuestras relaciones con aquellas naciones unidas a nosotros por vínculos de fe, de lengua, de sangre o de Historia podemos decir que no existe en nosotros ambición internacional pueril fuera de nuestra época, y que de :los: errores que el mundo padece España está libre de responsabilidad.

¿Quién duda que en el terreno internacional tenemos injusticias históricas sobre las que volver y reivindicaciones entrañables que alcanzar? Pero sabemos, al mismo tiempo, que no podemos esperar nada que no se apoye en una verdadera coherencia y fortaleza interior. La grandeza de España no puede ser otra cosa que la consecuencia obligada de la perfección y densidad real del pueblo español en sí mismo, que no depende para nada de apariencias y exterioridades. Sabemos que el camino mas corto y más claro para alcanzar esos objetivos es el de laborar y mejorar nuestro solar y, sobre todo, el de perfeccionarnos a nosotros mismos para que la voluntad y las energías del pueblo español cuenten positivamente con los medios de mostrarse y de hacerse respetar. Ha pasado ya el tiempo en que las ideas de los españoles en esta materia y sus ambiciones para España se alimentaban de recuerdos históricos y de cabalgadas imaginarias por meridianos y lugares de nombre sonoro. Aquello era romanticismo y lo nuestro quiere ser presencia real, acción verdadera y resurgimiento cierto.

Que esta postura clara y estas aspiraciones justas forzosamente han de chocar con el egoísmo inconmovible de naciones que, bajo máscara de amigas, especularon con nuestra decadencia, es evidente; pero lo que resultaría paradójico y un crimen de les a Patria es que alguien en el interior hiciera el juego a los que desde el término de nuestra Cruzada pugnan por poner al Régimen en entredicho en los medios internacionales. La quiebra de la unidad de España es empresa acariciada en la mente de nuestros adversarios de todo linaje. No hay más que leer las sistemáticas noticias de la Prensa extranjera desde el término de nuestra Cruzada, cómo especulan con los incidentes más insignificantes de nuestra vida interior, con escisiones o divisiones en nuestro campo, con la situación económica de España o con una quimérica transición hacia otra cosa que tanto alegraría a su sectarismo y mala voluntad. En esto, no nos basta que sus empeños se estrellen contra la fortaleza de que hemos venido dando muestra. Es necesario el cerrar las filas para no dar motivo, por pequeños incidentes de la vida diaria, a especulaciones que engañan a la opinión que debemos merecer de todos los pueblos. Es necesario demostrar al exterior que la identificación de la comunidad con el Régimen salido de la Cruzada es evidente; que su legitimidad nace como expresión auténtica de su voluntad al conquistarla con su sangre; que se confirma con los derechos inherentes al que salva una sociedad en trance de perecer; se consolida por la asistencia de la Nación durante dieciséis años, y tiene formal y posterior sanción en el Referéndum, en que fueron sometidas a la aprobación de la Nación nuestras leyes básicas. Jamás existió en la vida de las naciones Poder cuya titularidad haya sido más fiel y legítima.

Es necesario que todos sepan que el Reino que nosotros, con el asentimiento de la Nación, hemos establecido, nada debe al pasado: nace de aquel acto decisivo del 18 de Julio, y es fruto de nuestra victoria y de la Revolución Nacional. Constituye un hecho histórico trascendente que no admite pactos, condiciones ni discusión, y que su contenido y esencias predominan sobre las formas.

Todos los intereses, los grupos, las clases y los matices han de subordinarse a la unidad de nuestra Revolución. Que nadie, fuera ni dentro, especule con otra cosa. La sucesión del Movimiento es el propio Movimiento. Así lo demanda el interés de España y lo quiere la Nación.

Nuestras previsiones en este orden no van más allá de lo normal y necesario. Nada nos acucia en este orden. El camino está trazado y lo importante es que continuemos nuestra obra de resurgimiento afianzando nuestra unidad y solidaridad social en la más grande comunidad de espíritu. El tiempo es aliado nuestro si sabemos mantener nuestra unidad y nuestro propio progreso interno.

El realismo de que venimos dando muestra nos hace comprender que han quedado atrás las formas de rivalidad nacional de los últimos siglos y no vemos la necesidad de fundar nuestra grandeza en el decaimiento y a postración de nuestros vecinos. Pero, por ello mismo, no hemos de consentir que su mala fe empecatada pueda especular contra la nuestra. Nuestra conducta clara ha conseguido unas posibilidades de lenguaje y de conducta que no pueden sino fortalecer y mejorar el cuadro de nuestras relaciones con los demás pueblos. Factores históricos y geográficos poderosísimos aseguran al pueblo español la viabilidad del porvenir de gloria que sabremos conquistar y merecer.

Si miramos hacia el exterior, veremos esta regla confirmada: cómo las naciones con genio, disciplina y espíritu renacen, como el Ave Fénix, de sus cenizas, más potentes que nunca, y los vencidos de ayer son ya tenidos en cuenta hoy, pues la tenacidad en el esfuerzo, la unidad y la disciplina hacen indestructible la personalidad de los pueblos, así como las escisiones, las divisiones y las luchas intestinas los entregan a merced de sus adversarios.

Miradas las circunstancias mundiales en que el mundo se encuentra, tenemos alguna razón para sentirnos en cierta medida satisfechos, fundamentalmente por nuestra preparación ideológica y moral. La grave amenaza del comunismo, pese a la euforia presente, pende sobre todos los pueblos, introduciendo factores de perplejidad y de angustia en la vida de la mayoría de las naciones. Ha creado una grave contingencia de tal orden, que desde el punto de vista de los recursos materiales, ningún pueblo europeo estaría en condiciones de enfrentarse con él aisladamente con las armas en la mano. Mas, sin perjuicio de mantener nuestros cuidados a éste respecto, no podemos dejar de ver que en esta gran hora de la «guerra fría» corresponde a los factores ideológicos y morales el papel más importante. La gran prueba que al mundo amenaza se llevará por delante los últimos convencionalismos, las apariencias vacías de este mundo incoherente; pero la eventualidad encontrará en el pueblo español una voluntad de ser inquebrantable y una tenacidad y valor de los que muchos otros pueblos han comenzado por abdicar.

Hay quienes por amor a la paz se ciegan con la ilusión deslumbradora de la coexistencia que aleje los peligros que se ciernen sobre nuestra liberación como naciones y sobre nuestra civilización Cristiana, sin que haya indicio ni razón formal en que pueda justificarlo. El comunismo no ha variado jamás de objetivo, sino de táctica. La expansión del comunismo y su avance imperialista por Europa y Asia, esclavizando y reteniendo pueblos, demuestra la continuidad en el propósito. Si durante tantos años de hambre, miserias, debilidad en todos los órdenes mantuvo su objetivos y su tensión, no existe razón para que hoy, poderosos y temidos, hayan de cambiar su propósito. La conspiración contra la paz interna y la existencia de los otros países, que hoy hemos dado en llamar «guerra fría», es más intensa y dispone de más medios que ha tenido jamás. El que la táctica de huelgas, desórdenes callejeros y chispazos revolucionarios haya quedado en desuso, en parte por su fracaso, no quiere decir que se haya renunciado a los fines. La táctica del comunismo sufre frecuentes virajes, y hoy está en boga aquella iniciada a fines de 1935 con la creación de los Frentes Populares, con la que en distintas partes del mundo había de cosechar sus más grandes triunfos.

Pocos se paran a pensar las facilidades que la sociedad moderna ofrece a la filtración de los agentes comunistas; pocos han medido el poder de captación del dinero a través de hombres de doble nacionalidad en una sociedad corrompida y materializada, en que todo, menos la fe y el honor, puede comprarse. ¿Hay alguien tan inocente que pueda demostrarnos que los resortes y los puestos clave de la política, de la opinión pública, de la radiodifusión y de las sociedades modernas quedan invulnerables a sus
propósitos? Nosotros, en nuestra modesta experiencia, hemos comprobado su filtración en las sociedades secretas extranjeras, su invasión en los campos políticos más inaccesibles, sus consignas llevadas y repetidas por sectores importantísimos de la Prensa del mundo, su invasión incluso en los medios financieros internacionales; pero, ¿cómo iban a dejar abandonados estos resortes universales del Poder quienes han hecho del imperio universal del comunismo su objetivo? El problema ha llegado a ser tan grave e intenso que no escapa a la observación de los servicios secretos de muchas naciones.

Todo esto justifica nuestro cuidado para desarmar, un día tras otro, los intentos de filtración y el cuidado puesto en que nuestros órganos de opinión puedan ser influenciados por dichos agentes.

No debe extrañarnos el que por conveniencias de su política los soviets rectifiquen sus posiciones frente al Occidente con la firma del tratado de paz con Austria, establecido con diez años de retraso. Sigue perenne la situación de Polonia, de Hungría, Rumania, Checoslovaquia, Alemania, Bu1garia y Estados Bálticos de Europa clamando como una acusación contra la esclavitud que desde hace diez años padecen.

El Occidente no debe ignorar que los países ocupados son «el talón de Aquiles» del Estado soviético, que si su honor no les permite abandonarlos, en ello está también su conveniencia. Venga en buena hora la libertad de Austria, pero continuemos luchando por la libertad de las demás naciones.

Mas no es para nosotros, con ser tan importante, el poder bélico que el comunismo representa lo más trascendente, ni la guerra fría, con que mina la opinión y que se apodera de determinados resortes de los otros pueblos. Para nosotros es mucho más importante la acción destructora de las ideas, el poder de captación que el comunismo representa al explotar las pasiones y las injusticias sociales con la máscara de un paraíso proletario con un amplio campo de acción para los maliciosos y los audaces. A la falsedad y a la mentira hay que oponerles la verdad y la realidad. A una idea que agrada o cautiva, otra más pura, más justa y más atrayente. Si dejásemos perennes las causas, las injusticias y los sistemas que crean ambiente favorable a la expansión del comunismo, ¿qué garantías hay de que ni con la acción de las armas, ni la bomba atómica, pueda contenerse?

De aquí la importancia tan grande de nuestra Revolución Nacional, de la realización de nuestra doctrina y de que la acción social sea constante y progresiva. Sin abandonamos a ilusiones falsas, no podemos considerarnos satisfechos por las realizaciones alcanzadas, con ser tan noble nuestra ejecutoria en este aspecto. Hemos cubierto, es verdad, etapas gigantescas. En pocos años, y en medio de las mayores dificultades, henos superado las soluciones que se han ensayado en el mundo entero en materia de previsión y de seguridad social. Hemos desbordado, incluso, esos procedimientos o ejemplos en aspectos sustanciales, siendo así que la potencialidad económica de España no era comparable a la que ofrecían los pueblos más adelantados. Mas no puede ser motivo de envanecimiento o de satisfacción plena el que los pueblos occidentales no hayan conseguido alcanzar en amplitud y profundidad las conquistas que reclama de nosotros el espíritu nacional y cristiano que nos mueve. Mala es la herencia que hemos recibido y casi nulo el margen que nos ofrecía para corregirla. Hemos tenido sobre la marcha que crear y multiplicar para mejor repartir, y en nuestro espíritu de servicio hemos muchas veces llegado a rozar los límites de las posibilidades económicas en lo social. En esta actividad permanente nuestra es donde mejor se refleja el alto espíritu y la virtud transmutadora de nuestro Movimiento. El Movimiento Nacional fué, desde sus orígenes, un ansia de solidaridad real entre los españoles, la ambición agudísima de una nueva unidad, de un patriotismo nuevo, de una justicia y una eficacia que llenaron de sustancia las viejas palabras de una retórica acartonada y huera. Esa ambición y esas ansias han sido leal y esforzadamente servidas por nosotros, es cierto, pero sin que por ello lee dejemos de reconocer lo que falta por hacer, según testimonio de nuestros propios ojos y de nuestro corazón.

¿Dónde, me diréis, y cómo hemos de saber que alcanzamos la meta en esos dominios de las conquistas sociales? Será muy sencillo; se dará entonces un reconocimiento universal y una evidencia firmísima, supondrá una renovación sustancial de la conciencia histórica, un cambio de mentalidad, por el que, incluso el comunismo, en su aspecto polémico, llegue a ser cosa antigua y carente de peligrosidad. Nuestra doctrina política responde a estas necesidades del progreso social. Si para lograrlas es indispensable la intensificación de un paralelo progreso económico, es evidente que sólo puede lograrse en la armonía y en la colaboración de las clases. Mas son tantos los arrastres de la vieja sociedad, los conceptos que el mundo liberal y marxista sembró a su paso, que es necesario cambiar un estado de conciencia abriendo el espíritu a una aurora y una esperanza nueva, como la que nuestro Movimiento viene sembrando por España.

En los intentos que con estos fines en el mundo se han hecho, unos atendieron exclusivamente a los materiales de una justicia distributiva, otros pretendieron armonizar los intereses de la Patria con los del progreso social, y al nuestro ha correspondido la solución feliz de la fusión de lo nacional con lo social, pero bajo el imperio de lo espiritual. Si al mundo se le suprime la existencia de Dios y se le priva de las virtudes que a El conducen, si todo había de terminarse aquí, veríamos, como en tantas naciones, el motor de la malicia humana, del materialismo más grosero, inspirar la lucha por la existencia. La trilogía tan manida de la libertad, la igualdad y la fraternidad es imposible sin la ley divina y sin el imperio de la caridad. Sin caridad, ¿cómo puede servirse el interés del prójimo? ¿Qué justicia puede existir sin una ley moral superior?

Entre nuestras posiciones espirituales y las marxistas y comunistas existe, pues, un foso insalvable. Si el hombre no es portador de valores eternos hecho a imagen y semejanza de Dios; si a El no le debemos las obligaciones que una Ley superior nos marca para el prójimo, el hombre pasaría a ser instrumento, una mercancía que se compra y se vende y que le deja abandonado a la malicia o al poder del más poderoso ante un Estado sin conciencia. ¿Qué fué de los derechos humanos en los países en que el comunismo domina? ¿Qué se hizo de la libertad, escarnecida con la esclavitud más cruel que registra la Historia, con la persecución de la fe y el aherrojamiento de las conciencias? ¿Qué pasó con la igualdad, solamente existente en un terreno policiaco que a todos alcanza? y no hablemos de la fraternidad humana, conculcada por las purgas, las arbitrariedades de las checas y los campos de trabajos forzados en condiciones infrahumanas. Del paraíso comunista sólo queda el fango, sangre y lágrimas que en momentos de sinceridad hizo populares la segunda República española.

Hay dos formas de hacer la revolución: una, la violenta de los irresponsables, desmontando hasta sus cimientos el sistema levantado a través de los años para sustituirlo por la quimera de un ideal teórico sin base económica en que poder asentarse; otra es la de la verdad y las realidades, que reconociendo que un orden económico es obra de generaciones, que no se construye en un día ni puede improvisarse, se mueve en el campo de lo posible y, fomentando el progreso económico, amplía considerablemente los horizontes que la justicia social puede alcanzar. Hay dos maneras de engañar al pueblo: una, la del capitalismo que trata de ocultarle lo que verdaderamente se le debe y se puede hacer, y otra es la de deslumbrarle con lo que a todos gustaría, pero que es imposible lograr.

En las naciones existe un equilibrio económico que descansa en muchos factores interiores y exteriores creados al correr de los años y relacionados entre sí por una dependencia mutua. Esos factores no pueden impunemente forzarse, y si destruyéramos cualquiera de ellos pondríamos en peligro todo el conjunto. Así, si necesitamos crear y multiplicar nuevas fuentes de producción y de trabajo, es preciso atraer y no espantar al capital con demagogias impropias de nuestra responsabilidad y de nuestra hora. El estado de la productividad, del rendimiento de la mano de obra, de la industrialización, de la balanza del comercio exterior, del crecimiento demográfico, de la situación del crédito y posibilidades del ahorro, del estado de los mercados exteriores, son factores, todos importantísimos que se pueden estimular y mejorar, pero no destruir.

Una cosa es, señores Procuradores, que estemos decididos a huir de improvisaciones e improcedencias, y otra que no reconozcamos en este problema social el capital de nuestro tiempo. Una cosa es que extrememos los coeficientes de seguridad y frenemos nuestras impaciencias, y otra muy distinta que no sepamos reconocer y ver lo que tenemos ante los ojos como una necesidad real y apremiante.

En materia social hemos realizado una labor ingente. ¿Quién se atrevería a ponerlo en duda? La mejora del nivel de vida es evidente. Las estadísticas del ahorro acusan un aumento considerable en el área de su extensión y en la cantidad ahorrada por habitante, tenido en cuenta el coeficiente de depreciación de la moneda; el consumo de electricidad denuncia un ritmo progresivo que evidencia un aumento de bienestar. La elevación del consumo de carne y grasas por habitante, la concurrencia al campo los domingos y días de fiesta, la estadística de los teléfonos instalados, que pasó de 400.000 y pico a 1.004.000 en los momentos actuales; todo nos acusa una curva de crecimiento.

No nos consideremos contentos de las metas alcanzadas; intuimos que hay recursos de potenciación de la vida económica a través del Estado y que desde el campo de la política pueden alcanzarse grados más altos de operación, de solidaridad y de división del trabajo y de las funciones económicas.

Hemos de reconocer que el Movimiento Nacional va calando en la entraña de nuestro pueblo y que al hablar de derechos no se hace tabla rasa de los deberes, y paralelamente a los derechos de la persona humana se abren paso los deberes hacia Dios, hacia el prójimo, hacia la Patria; que hoy nadie se atreve a sostener en España los derechos de la propiedad sin reconocer sus correspondientes obligaciones; que nadie piensa que los hombres puedan ser mercancía que se pueda coger y dejar por el libre albedrío; que el ahorro no esté sujeto al servicio de la producción y del bien general y sea el Estado el que oriente sus inversiones, y la participación en beneficios por el aumento de la productividad va abriéndose paso en el espíritu de muchos empresarios. Todo esto, quiérase o no, a nuestra Revolución se debe.

La extensión, crecimiento y perfecci6n de nuestra Organización Sindical ha traído a las Cortes savia nueva, vitalizando la parte representativa de todos los sectores de la producción. Así vamos, con la ayuda de Dios, consiguiendo como una de las más señaladas victorias de nuestra Revolución una ancha, sólida y poderosa base representativa para nuestro Estado, por cuyo esfuerzo y utilidad se conserve, a través de las generaciones y del tiempo, la unidad entre los españoles y la capacidad de evoluci6n y creación política de nuestro pueblo. Aspiramos con legítima ambición a que cristalice el heroísmo de la guerra y las virtudes de las generaciones actuales en una magna y duradera concordia nacional. Porque, señores Procuradores, sólo las generaciones de la España Nacional podían tener conciencia del afán de verdad, de unidad y de concordia que llevaban en su corazón cuando disputaban al enemigo palmo a palmo la tierra sagrada de la Patria. La juventud española luchaba y moría gustosa por una causa justa, de la que nosotros hemos de dar todos los días de nuestra vida fe viva y testimonio.

Considerad, señores Procuradores, que el momento histórico es en todos los pueblos el de replanteamiento de los problemas políticos y de transformación y reajuste de sus instituciones, que vivimos una época profundamente revolucionaria y que la dificultad de los problemas políticos no son cosa peculiar y exclusiva de nuestra Patria, sino de todos los pueblos, aun cuando en cada uno de ellos revista características especiales. Frente a la vieja política se levantan en todos los países los organismos sindicales representativos como una realidad que, temprano o tarde, habrá de dársele asiento. Aun en aquellos pueblos que aparentan mayor estabilidad la crisis está planteada de hecho.

Lo peculiar y propio de nuestra Patria es que este trance revolucionario se ha adelantado algunos años al alcanzar nuestra Nación el punto más alto de una crisis histórica secular que ha tenido manifestaciones en el orden de lo espiritual, en lo material y en el de las instituciones. El trance mundial revolucionario ha coincidido con los momentos en que nuestro pueblo se debatía contra esa pobreza y ese abandono en que nos habíamos resuelto a reconquistar metas de salud nacional, pero en que todavía España, postergada en el concierto de las naciones, se había resuelto a ejercitar su santa voluntad y a recobrar la línea de sus misiones históricas.

Estas coincidencias y particularidades son las que dan carácter al conjunto de nuestros problemas. Por eso cualquier problema español es más fuerte, más hondo y más complicado que el que se manifiesta en otros países. Esa singularidad es nuestra estrella, la estrella de España, unas veces adversa, pero en otras favorable, y que no ha podido dejar de suscitar envidias inextinguibles.

Estas coincidencias y particularidades son las que nos imponen acertar plenamente, alcanzar una victoria absoluta sobre nosotros mismos como tal pueblo, so pena de perder sensiblemente la totalidad del esfuerzo realizado. Necesita saltar desde los más bajos niveles históricos a los más altos y sólidos, porque España no puede dejar de tener enemigos que aprovecharían cualquiera grieta, cualquiera deficiencia, cualquier error o debilidad, para dar en tierra con el «mal ejemplo de la singularidad española».

Como Jefe de Estado, y para terminar, quiero preveniros, y prevenir en vosotros a los españoles, contra toda ligereza o distensión moral; que nadie crea que España está abandonada a sí misma, que nadie piense que se nos deja en paz. La unidad de España, su crecimiento y su fortaleza perturban el viejo mapa diplomático y las antiguas líneas de fuerza del campo internacional de Occidente. Y aunque la fortaleza y el resurgimiento de España favorecen a la fuerza conjunta del Occidente, todavía persisten en la vieja ideología de los pueblos del Occidente el espíritu de malquerencia para sus vecinos. Por nuestra historia y nuestro carácter, la salud de España es en sí misma una subversión de valores y situaciones que sólo han podido prevalecer en el mundo amparados en nuestro decaimiento o en nuestra derrota.

España no tiene otro camino que esta singularidad con que Dios nos ha favorecido. Aferrémonos a ella, sirvámosla y hagámosla honor, que la modestia de nuestros recursos materiales la compensa con creces nuestro patrimonio moral e ideológico. La mejor y mayor riqueza de una nación son siempre los hombres, con sus reservas inagotables de fe, de inteligencia, de trabajo y de virtudes.

España confía en que sus hijos, unidos, ahincados generosamente en la fe, en la tierra y en el espíritu, seguirán firmes extrayendo de estas raíces la savia de su genio y de su vida. 

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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