12 de
octubre de 1954.
¡Augusta Madre de
Dios y Madre compasiva de los hombres!
En este solar de
Zaragoza, regado con sangre de mártires y junto al sagrado pilar,
prenda de vuestra predilección y símbolo de la fe inquebrantable
de vuestro pueblo, venimos a cumplir un deber de amor y gratitud.
¡Oh, Señora! Nos
enseña la divina revelación que vuestro Hijo y Señor Nuestro,
porque nos amó, se entregó a la muerte por salvamos, y pues el
corazón es el símbolo y cifra del amor, adoramos el Divino Corazón
de Jesús, y a El ha sido solemne y oficialmente consagrada
nuestra Nación.
Y vuestro Corazón
Inmaculado es también la cifra de vuestro amor a Dios Redentor,
de quien sois Madre, y a todos los hombres de quienes lo sois en
espíritu, como Corredentora y Abogada nuestra.
El Romano Pontífice,
Vicario de Cristo en la tierra, nuestro Supremo Padre y Maestro,
secundando inspiraciones y llamadas del Cielo, ha consagrado a
Vuestro Corazón el mundo entero. Los obispos de España,
Siguiendo, como
siempre, al de Roma, han consagrado igualmente sus diócesis, y
porque la vida oficial de una nación católica debe reflejar la
vida religiosa de sus ciudadanos y dar culto a Dios según las
enseñanzas de la Iglesia, el Estado español acude hoy ante
vuestro altar para consagrar oficialmente toda la Patria a vuestro
Corazón Purísimo, poniéndola al abrigo de vuestro maternal
amor.
Ninguna ocasión
mejor que la celebración de este Año Mariano, que nos recuerda
la gloriosa gesta de nuestro pueblo, paladín inigualado del Dogma
de vuestra Concepción Inmaculada.
Nos impulsa, Señora,
un deber de gratitud: Vuestras sonrisas iluminaron los caminos
gloriosos de nuestra Historia y nos protegieron vuestras
bendiciones; aquí vinisteis a dar alientos a nuestro Padre en la
fe, Santiago; disteis después temple heroico a nuestros mayores
para luchar durante siglos contra los infieles hasta lograr la
unidad religiosa y política de nuestra Patria; vuestra intercesión
nos obtuvo la victoria cuantas veces hubimos de enfrentarnos con
injustas invasiones, y, últimamente, ante el mortal peligro de
los sin Dios. Regalo de predilección de vuestro Divino Hijo y
vuestra fué la elección de España para llevar la fe y la
civilización a veinte naciones de América, y así, Vos
ayudasteis incluso con milagrosas apariciones a nuestros
misioneros y soldados para que los indígenas fraternizaran con
nosotros. ¿Quién podrá enumerar los incontables beneficios que
a vuestra protección debemos?
Así, pues, Madre
y Señora nuestra, henchidos de gratitud y amor, con humildad por
nuestras deficiencias y conscientes de los derechos que, como
Madre de Dios y Corredentora y Abogada nuestra, tenéis sobre
nosotros, reafirmando nuestra fe católica, apostólica y romana y
la adhesión filial al Vicario de Cristo, renovando los propósitos
de vida íntegramente cristiana como individuos y como nación, y
recomendándoos con especial ahínco las veinte naciones del Mundo
Hispánico, que llevamos todos en el pensamiento y en lo más
intimo del pecho, en nombre de los veintinueve millones de españoles
que se asocian a este acto, de manera solemne, oficial e
irrevocable consagramos España a Vuestro Corazón Inmaculado.
Miradla como cosa y posesión vuestra; amparadla y defendedla; sed
nuestro seguro camino hacia Dios; sed nuestra Mediadora y Abogada;
obtenednos de Dios el perdón de nuestros pecados, la fidelidad a
la ley cristiana y la perseverancia en el bien. Bendecid nuestros
campos y nuestras empresas para que nuestro pueblo os sirva con el
corazón dilatado y libre de angustias; pues sois Madre de todos,
dadnos la fraternidad de los unos para con los otros y amor
cristiano para con todas las naciones y todos los humanos.
Haced que con el
maternal reinado de Vuestro Corazón venga a nosotros el Reino de
Jesucristo, Vuestro Hijo, que es reino de justicia y santidad,
reino de paz, de amor y de gracia. Así sea.