10 de
abril de 1954.
He seguido con
gran interés vuestras conferencias sobre los graves problemas de
la pesca, en las que la complejidad de los temas tratados, las
discusiones en algunos momentos apasionadas que en torno a ellos
se produjeron y las conclusiones serenas que como resultado me
eleváis, demuestran la eficacia y el alto interés de ese gran
diálogo nacional que hoy tiene efectividad dentro de los
Sindicatos Nacionales.
Nuestro sistema
político, como veis, es un sistema político de realidades y no
de ficciones. El Sindicato y las organizaciones sindicales han
venido a reemplazar las viejas ficciones políticas, en las que
naufragaban intereses y propósitos, y a elevar al primer plano de
las cuestiones nacionales los problemas que afectan a los
distintos sectores de la producción: a sus masas trabajadoras; a
sus empresarios, a sus técnicos, a todos cuantos forman la
sociedad española del trabajo, y que no pueden desarrollarse y
discurrir en la forma anárquica y liberal del «dejar hacer» de
antaño; hoy podemos apreciar mejor, por experiencia bien
dolorosa, que una buena parte de esta crisis pesquera, muchos de
los problemas con que hoy nos enfrentamos, son hijos legítimos de
la anarquía liberal, de su indiferencia ante los graves
problemas; de aquel clima en que las ambiciones y las pasiones
predominaban sobre el interés común, sobre las obligaciones
morales y cívicas, sobre los deberes de hermandad y de
cooperación que nos hacen a todos solidarios y participes en la
buena marcha de la Nación.
Con vuestros actos
habéis iniciado un importante, uno de los primeros diálogos de
este gran sector de la producción pesquera, que tanto representa
en la economía de la Nación. En él se demostró cómo los
hombres adscritos al trabajo, a la administración, a la
explotación o el estudio biológico de esta riqueza, a través de
sus organizaciones naturales, pueden dialogar con los
representantes del Estado y buscar las soluciones más adecuadas a
los problemas. No es ya el arbitrio en la mano ministerial, ni el
poder al servicio de unos grupos, sino el servicio al interés
común y al general de la Nación, la coordinación y la
ponderación de estos intereses y el servicio constante al
progreso y a la multiplicación de esta riqueza en beneficio de
cuantos adscritos a estas tareas viven en esta piel de toro que es
la geografía de nuestra Patria.
La crisis del mar,
la crisis pesquera, es para nosotros una realidad que acusan las
estadísticas, no sólo en la cantidad de toneladas de pescado
extraídas, sino en lo que es más grave, en el tamaño de las
especies, que nos alarma grandemente y que nos entristece cuando
recorremos el litoral español y vemos tantas fábricas paradas,
tantos brazos sin trabajo y tantos dolores y miserias. Pero si
queremos restablecer en lo que es posible, en lo que es humano, en
lo que el hombre puede dominar a la naturaleza y sus elementos
aquella riqueza, tenemos todos que ayudar, que ser cívicos y no
anárquicos.
Muchos son los
problemas que el Estado puede ayudar y estimular a resolver; pero
el Estado no es un Estado-providencia que pueda lograrlo por sí
solo; habéis de ser también vosotros, con vuestra colaboración.
Al Estado le corresponde servir, estimular, ayudar por todos los
medios a que estas riquezas no se pierdan, a colaborar a vuestro
crédito y ayudaros en vuestras necesidades; pero sois vosotros
mismos los que con vuestro sacrificio, constancia y disciplina
habéis de dar eficacia y unidad a la obra que se emprende, a esta
tarea de regeneración de nuestro mar, de orientación de nuestros
pescadores; una forma de mejorar la condición física moral,
intelectual y económica de todos cuantos desde siglos, de padres
a hijos, vienen entregados a la explotación de esta riqueza. La
biología tiene sus exigencias. Los sabios y hombres de ciencia
nos han de dar sus normas, no como una ciencia exacta, ya que
desconocemos todavía mucho de lo que en el mar, en los ámbitos
misteriosos del mar, pasa; pero si uniendo a sus normas nuestras
experiencias, creyendo y colaborando con ellos. No basta que los
hombres de ciencia trabajen en sus laboratorios y en sus despachos
y nos ofrezcan una base de partida; hemos de facilitarles nosotros
las estadísticas, hemos de tomarnos las pequeñas molestias
necesarias y abrir periódicamente en las fábricas y en los
establecimientos los estómagos de los peces para ofrecerles los
resultados; hemos de llevarles nuestras observaciones para que la
ciencia sea cada vez más verdadera y fundamentada y para que
podamos aprovechar las enseñanzas prácticas, seguros de que
conquistaremos los más óptimos frutos. En la seguridad de que el
Gobierno no regateará esfuerzos para que este sector marinero,
que pone y expone su vida todos los días para aportar a la
riqueza nacional su colaboración, obtenga el premio a sus
esfuerzos.
Por ello
estudiaremos vuestras conclusiones, haremos cuanto sea posible por
mejorar la situación; pero habéis de ser también vosotros los
que en la mar, en los puertos, en todos los lugares de España, en
sus bahías y ensenadas, colaboréis a esta obra.
En vuestras
conclusiones provisionales, y entre los diversos problemas que se
han presentado a vuestra consideración, he apreciado vuestro
interés en resolver aquellos problemas graves que os afectaban,
descubriendo en vuestra buena fe un exceso de confianza en las
posibilidades de la acción del Estado. Así, en la vigilancia de
las costas se olvida que por la extensión tan grande de los mares
que nos rodean, por muchos que pudieran ser los barcos de
vigilancia y las medidas tomadas, no servirían de nada sí no
existiese el espíritu cívico de los pescadores, o sea que seáis
vosotros los primeros en vigilar y en cumplir lo dispuesto.
Vosotros sabéis muy bien que en la mar, tan inmensa, cuando
llegan los barcos de vigilancia a donde se cometió algún
desmán, ya no aparece nada. Y es necesario que los propios
pescadores os sintáis conscientes de esta necesidad y que
penséis que todas las medidas y disposiciones que en servicio de
la pesca se dictan por nuestras dignas autoridades de Marina,
algunas de ellas aquí presentes, no constituyen ofensas ni
mortificaciones personales; que no hay en ellas pasión de ninguna
clase y que ellas han de ser afectuosas y graciables con aquel
espíritu benemérito de aquella Guardia Civil española; que en
la defensa de la riqueza pesquera hay un interés común entre los
productores, los pescadores, los empresarios, el Gobierno y las
autoridades de todo orden.
Por el cariño que
tengo a los hombres del mar; por las muchas miserias y defectos
vistos en nuestras costas, os digo que seguiré vigilando y os
ayudaré a levantar en la medida de lo posible, y con la ayuda de
Dios, esta riqueza nacional, de tal modo, que lleve la
satisfacción a vuestros hogares y pueda colmar vuestras
ilusiones.
Muchas gracias a
todos. ¡Arriba España!