09 de
marzo de 1954.
Camaradas: Sólo
unas palabras en este acto para cerrar esta inauguración del
Colegio Mayor «José Antonio». En la mañana de este día hemos
inaugurado dos Colegios Mayores Universitarios: el Colegio Mayor
«Nuestra Señora de Guadalupe» y éste en el cual nos
encontramos. Aquél va a albergar a dos centenares de jóvenes
universitarios de nuestras naciones hermanas de Hispanoamérica:
éste va a recibir y a formar a un grupo de la juventud española
encuadrado en la Falange. Todos ellos son piezas de un conjunto
que componen la obra de los Colegios Mayores Universitarios, que
representa la inquietud del Movimiento Nacional español, y que,
como decía bien el camarada Jordana, fué constantemente pedida y
estimulada por el Sindicato Español Universitario.
Los que no habéis
vivido los años tristes de aquella nefasta República, porque
unos no habíais nacido y otros no teníais uso de razón, no podéis
comprender la dimensión enorme que tiene la constitución de
estos Colegios españoles universitarios y la que encierra el
Sindicato Español Universitario, su propulsor.
Los que sentimos
todavía el sonrojo de una Universidad anarquizada por pequeños
grupos maliciosos al servicio de ideas extrañas, los que veíamos
a España consumirse y deshacerse desde los propios centros que
debían ser los rectores de nuestro bienestar y de nuestro futuro,
estas generaciones viejas podemos comprender mejor la
trascendencia de los Colegios españoles universitarios; el que se
atienda con ellos a la formación íntegra del hombre, no solamente
de la parte técnica y de la docente, sino de la formación
completa, que conserve y estimule los sentimientos generosos de
nuestra juventud y que no se pierdan Y se tuerzan por acción de
las malicias y por el cerco que a nuestras Universidades desde
hace más de un siglo vienen poniendo todos los enemigos de la
España grande, el espíritu de la anti-españa, aquel espíritu
del mal que va atacando las mentes más sanas, los corazones más
generosos y a las gentes más débiles y sencillas. Esta es la
gran trascendencia que tienen el Sindicato Español Universitario
y los Colegios Mayores y ésta es la razón de ser de que en esta
etapa de tantas dificultades para la Nación hayan figurado en la
primera línea de nuestras inquietudes.
Porque nosotros no
miramos a la Universidad como se la ha mirado en sus años de
decadencia; nosotros miramos a la Universidad como faro
intelectual que proyecte la cultura a todos los lugares de España.
Y nos enfrentamos con toda la responsabilidad de la formación de
nuestros universitarios, y lo hacemos así porque creemos que las
clases intelectuales y más destacadas son las que tienen que
dirigir y encauzar a la gran masa española y llevarla por caminos
firmes hacia el bien y hacia la grandeza.
Habéis tenido la
generosidad muy grande, por mis muchos años, de convertirme en
becario de honor de vuestro Colegio. Lo recibo con la satisfacción
del que siempre creyó en la juventud. En mis primeros años de
carrera temía que mis esperanzas puestas en la juventud, mi rebeldía
innata contra todo lo que representaba inferioridad y decadencia,
fuera una egoísta pretensión de nuestra generación; pero al
correr de los años, cuando tuve que enfrentarme tantas veces con
la verdad, encontré siempre a mi lado a las juventudes, Y puedo
asegurar que nunca fallaron y que se puede creer en las
juventudes, y es que, como muchas veces dije, la decadencia española
no estaba en la juventud ni en las masas españolas; estaba en las
clases directoras, estaba en su sistema de gobierno y en la
ineficacia, del dejar hacer, que hacia que se dejase perder a una
nación que nació para grande y debla exigir su puesto al sol.
Pero si examinamos
lo que se ha llamado la decadencia de España; si estudiamos las
causas por las que llegamos a una situación en que, en realidad,
España no contaba y tenia que conformarse con el papel lastimoso
de convidada, lo encontramos en estas dos cosas: la primera y
principal son las luchas y divisiones internas, fomentadas siempre
desde el exterior, que creaban la falta de unidad y de solidaridad
entre los hombres, las clases y las tierras de España; que hacían
que no pudiera haber ni mundo, ni estabilidad, ni continuidad; que
quitaba al Estado su espíritu creador; porque todo lo que hicimos
en nuestros siglos de oro, todo cuanto hicimos en nuestro tiempo
grande, no surgió por generación espontánea de los españoles,
surgió porque habla una dirección, porque existía un espíritu
y habla una doctrina, porque nuestro Estado estaba animado de un
espíritu creador que nos llevó a formar en los primeros puestos
de la cultura universal. La segunda causa es que si examinamos esa
cultura, si miramos su extensión en el área de nuestra Patria y
la comparamos con la de otras naciones que han llegado a un grado
más adelantado, la encontramos en la circunscripción y en la
falta de difusión de nuestra cultura, en que sólo hemos rozado
nuestras inteligencias en las capitales y en las clases elevadas,
dejando a las tres cuartas partes de España inéditas para la
cultura.
Y ésta es una de
las preocupaciones mayores de nuestro Movimiento. No queremos
pozar solamente donde antes pozábamos, queremos espigar en todas
las inteligencias, difundir la cultura a todos los pueblos y
lugares de España: en las escuelas primarias, en los Institutos
de Segunda Enseñanza y Laborales, para que todo español bien
dotado tenga la posibilidad de acceso, en todas las ocasiones, a
todos los puestos de mando, de técnica o responsabilidad.
Esta es la obra
grande que estamos llevando silenciosamente al compás de nuestros
medios. Es muy fácil en nuestra inquietud y en nuestro deseo, al
señalarnos metas muy ambiciosas, que no nos conformemos con el
paso que llevamos; pero yo os digo a todos: mirad hacia atrás,
mirad el camino recorrido y podréis apreciar lo andado. Nuestra
Revolución no se realizaría ni podría triunfar si nosotros, por
una precipitación o ligereza, quisiéramos atropellar las etapas
sin tener los medios necesarios para coronarlas. ¡Cuántas
revoluciones en el mundo han fracasado por esa impaciencia! Una
obra de gobierno no es sólo una obra política; la presiden, si,
unos principios políticos, pero es a la vez una obra política y
una obra económica. Todo lo que España lleva en estos momentos
hecho -laboratorios, fábricas, Universidades, Colegios Mayores,
atenciones de todo orden- representa un sacrificio, exige unos
medios que no poseía nuestra patria, y le faltaban porque habíamos
perdido siglo y medio, porque habíamos dejado hundirse los
valores y las posibilidades creadoras de nuestra Patria.
Por eso a los
problemas que nuestra Revolución entrañaba ha habido que darles
un orden de prioridad, y lo primero fué salvar al hombre, la
sanidad del hombre, las vidas de nuestra infancia que se moría,
redimir a España de las endemias, el dar satisfacción a la vida
física de los hombres. Pero una vez esto en marcha, mejor dicho,
a la par que esto se conquistaba, atacábamos el problema urgente
desde los primeros días de nuestra guerra, de la intensificación
de la vivienda, y surgió nuestra política de las casas baratas.
Y sin perder un día empeñamos la batalla por la producción y
multiplicación de la riqueza; que haga posible la justicia
social, que sólo podrá beneficiar a todos si se apoya en una
economía fuerte y no en una situación mísera.
Esta es una gran
parte de la obra que estamos desarrollando para el bien y el honor
de España. Constituye una batalla como las de la guerra, batalla
continua que no termina ni terminará, porque la vida es lucha
entre naciones, pueblos y mercados, rivalidades y luchas de egoísmos
en que el débil perece. Y el puesto que nosotros hayamos de tener
en el concierto de las naciones no nos lo han de otorgar ni por
sabios ni por guapos, lo hemos de ganar por nuestro esfuerzo y
prestigio y hemos de abrir el camino a codazos y sostenerlo también
a codazos.
Esta es la gran
responsabilidad que echamos sobre vosotros. Os entregamos una
Patria renacida y en marcha, a costa de mucha sangre y muchos
dolores. A vosotros, las juventudes, os corresponde continuarlas; celar, como centinelas en las guardias de los campamentos, que no se
rompa esa unidad sagrada, que no se filtre el enemigo en nuestras
filas, que jamás puedan volver las divisiones intestinas, que
conservemos puros los ideales, y para ello nada mejor que
inspiraros en el ejemplo glorioso de aquel universitario ejemplar,
ejemplo en la vida y en la muerte, que se llamaba José Antonio
Primo de Rivera.