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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado.


 
Discurso ante la Concentración Falangista en Chamartin.

29 de octubre de 1953.

Camaradas:

Hace tiempo que esperaba una oportunidad como ésta de ver congregadas las viejas Escuadras y banderas y las que en estos años han crecido a su amparo; a los testigos de aquella desilusión y ruina nacionales, contra las que la Falange surgió bajo la capitanía ejemplar de José Antonio, y las nuevas promociones de la posguerra, testigos de la dignidad recobrada y de la lucha impar por nuestro resurgimiento en estas batallas de la paz que venimos manteniendo. Por eso, atendiendo al sentir unánime de los miembros de la Falange de congregarse en un acto grandioso de solidaridad para renovarme, con vuestra lealtad inquebrantable, vuestra fe en los destinos de la Patria, hemos aprovechado la fecha de aquella efemérides feliz en que el grito de rebeldía de la juventud, recogiendo el sentir de España, dibujó en el horizonte español un rayo de esperanzas.

Desde su cuna fué la Falange Española un Movimiento integrador de nuestras juventudes, que en el correr de los tres primeros años se fusionó con aquellos otros Movimientos paralelos que, como el de las J. O. N. S. de Valladolid, aportaban la rica savia de la reciedumbre castellana. Evocadas fueron estos días las figuras señeras de Ramiro Ledesma Ramos, de Onésimo Redondo y de tantos camaradas que desde la primera hora formaron y cayeron en la vanguardia de la España mejor.

Con la creación de la primera Falange Española no surgió una doctrina extraña ni importada, sino la de las sabias tradiciones españolas actualizadas por el genio e intuición indiscutibles de José Antonio. Así lo entendió aquel otro conductor tradicionalista, mártir de nuestra Cruzada, proclamando en aquel famoso artículo: que recababa para la tradición las mejores esencias de la nueva doctrina.

Lo cierto es que la juventud española las revitalizó, y en el campo como en la ciudad, en los valles como en las montañas, prende con la poesía de sus canciones y con el gesto viril de sus primeros caldos. Y cuando España se encuentra próxima a despeñarse en aquel 18 de julio de 1936, cuando el Ejército lanza su grito de salvación, es la semilla fecunda de la Falange Española y de los tradicionalistas la que en las ciudades y los campos de España y en los montes navarros, respalda el grito del Ejército, y, en riada interminable, encauza a los españoles hacia la lucha por su salvación.

La suerte de la guerra y el futuro de España no podían dejar separados a los dos grupos políticos más puros e importantes que se integraban en el Movimiento Nacional, y comprendiéndolo así sus órganos más responsables decidieron en abril de 1937 ofrecerme, por medio de los Consejeros Nacionales de la Falange y los Comisarios carlistas de la Cruzada, sus  anhelos de unificación, que, en el nombre sagrado de España, fue proclamada en 19 de abril de 1937.

La Falange había cumplido su destino integrador, y con los combatientes de la Cruzada se formó la Falange Española Tradicionalista y de las J. O. N. S., cuya eficacia proclaman los dieciséis años transcurridos. En todos los momentos de prueba y de peligro en los duros y dilatados días de nuestra Cruzada, en los de la guerra universal, en los campos de Rusia, frente a la conjura internacional en 1946, en los días del referéndum, en todas las ocasiones, en los campos, en la mar, el taller, la fábrica o la Universidad, la Falange ha venido siendo el aglutinante de la conciencia cívica española. Pensad lo que hubiera sido de nuestro pueblo si en estas circunstancias hubiera faltado la unidad y la decisión que la Falange entraña.

Para crear esta unidad habíamos de asentarla sobre una doctrina y ésta no podía ser otra que la que resume los mejores anhelos de todos los sectores de la sociedad española, sin que pueda menoscabar esa unidad la nostalgia de ese pequeño grupo de viejos encasillados y de algunas carreras políticas fracasadas. Nada son ni nada representan sus mezquinos intereses frente al movimiento de masas que la política moderna ,entraña. Sin una doctrina política clara y definida, nuestra Revolución nacional hubiera sido totalmente estéril.

La situación del mundo y la campaña feroz que los conjurados extranjeros, patrocinados por Rusia promovieron contra España, aconsejó el trabajo en silencio en estos últimos años y que evitásemos que nuestros actos pudieran ser explotados por la malicia de nuestros enemigos exteriores.

Para su mala fe poco significaría el que constituyamos un estado católico, ni los escritos de nuestros pensadores, ni lo tradicional de nuestras doctrinas, ni nuestra conducta política diáfana. Sólo el tiempo y la realidad española podían demostrar al mundo el error en que se encontraban.

La lección de estos años nos enseña que no debemos impresionamos por lo que de nosotros se diga ni dentro ni fuera, si tenemos la conciencia tranquila de nuestro proceder. Nuestras realidades destruirán las críticas. Lo importante es que la obra no se detenga y que se reconozca por sus frutos, no por nuestras palabras. Si el Régimen estuviera inédito podía preocupamos lo que de nosotros pudiera decirse, pero sus obras proclaman a cada paso su eficacia. Mucho hay que andar hacia atrás en el camino de la Historia para encontrar una obra mayor realizada en menos tiempo y en tan desfavorables circunstancias.

Hemos, sin embargo, de prevenirnos contra las irresponsabilidades y las impaciencias. En la política hay que distinguir lo posible de lo no posible y hasta la hora y el momento de realizarlo.

Toda batalla necesita de un mando y de una estrategia, y regla elemental ,de ésta es dar las batallas cuando se han de ganar y no cuando puedan perderse. El jefe asume en ello su alta responsabilidad.

Necesitamos grabar en el ánimo de todos que cuanto pueda hacerse por la libertad, independencia y resurgimiento de nuestra economía lo estamos realizando, así como que no se retrasará una sola hora cuanto demandan la seguridad y la justicia social, dentro de lo que permite nuestro progreso económico: que cuanto en el orden económico y en el social venimos haciendo responde a un programa real y coordinado, iniciado y definido durante los años de nuestra guerra de Liberación y que rigurosamente viene cumpliendo sus etapas.

Por lo iniciado y por lo hecho, el pueblo español ha visto que ninguno de los grandes problemas nacionales ha dejado de ser abordado y encauzado en la medida de nuestras posibilidades. La política hidráulica de creación de fuentes de energía y de irrigación de nuestros campos, alcanza un ritmo y extensión como no se han conocido, no ya en la Historia de España, sino en el resurgir de ningún otro pueblo. La irrigación de nuestros campos, la intensificación de nuestros cultivos, la obra de colonización, la defensa de nuestras producciones agrícolas, la industrialización del campo y la ciudad, la construcción naval, la mejora de nuestros ferrocarri1es, la repoblación de nuestros montes, la construcción de viviendas, traídas de agua, lucha contra las endemias y mejoras en todos los órdenes, son una realidad en toda la extensión de nuestra geografía.

Si los problemas de España tienen sus características propias y españolas han de ser sus soluciones, no por ello podemos prescindir del mundo en que vivimos ni tener en cuenta los acontecimientos que puedan producirse. En este sentido, nosotros podemos asegurar que esta política española no sólo sirve al interés privado de nuestra Patria, a su independencia y a su grandeza, sino también al interés general del Occidente.

La batalla que nosotros hemos ganado en estos años de difícil paz es la segunda que ganamos contra el comunismo. ¡Qué distinta sería la posición en Europa si hubiera flaqueado nuestro espíritu o hubiéramos sido vencidos! Una vez más se equivocaron los que, subestimando nuestro temple, creyeron fácil que los que habíamos conquistado nuestra paz a costa de tantos sacrificios íbamos a abandonarla ante la conjura que el comunismo organizó y que tantos tan torpe y maliciosamente secundaron.

Pero para nosotros no es, sin embargo, la agresión física la más peligrosa, sino la moral; esa otra subversión moderna que, haciendo palanca de las injusticias, empuja al mundo hacia una completa transformación, Y a la que se conduce y abre cauces para que discurra dentro de los principios de nuestra civilización cristiana o acabará sumergiendo a la sociedad entera en la noche del terrorismo y la anarquía.

En este camino no hay tiempo que perder y pecarán gravemente contra la Patria los que, apegados a situaciones de privilegio, nieguen su cooperación y pongan reservas a la obra de justicia y de seguridad social de nuestro Régimen.

He de poneros en guardia frente a la responsabilidad en que nos coloca nuestro propio triunfo. El volumen de esta victoria y su decisiva importancia se revelará a todos con más intensidad cada día. No creáis que porque hayamos alcanzado grandes triunfos ha llegado la hora de la paz o del descanso. No se aperciben síntomas de que quienes persiguieron la postergación secular española hayan podido cambiar de propósito. Hay que consolidar y proyectar hacia el futuro la unificación verdadera de los españoles, ya que si las fuerzas ocultas que persiguen el relajamiento de los vínculos nacionales lograsen divorciarnos, volvería España a los tiempos tristes y míseros de su vencimiento.

La prueba porque España pasó estos años demostró el valor de su unidad y la potencia de sus energías espirituales para rehacerse como nación y ser aceptada como es en los medios internacionales. Si para nosotros la vida ha de tener el espíritu de una milicia, no son la comodidad ni el regalo compatibles con nuestro quehacer, sino la incomodidad y el sacrificio, necesitamos llevar este espíritu a la entraña del pueblo español, estimulándolo en su moral y en sus virtudes y cerrar el cuadro contra la molicie, la ambición y la comodidad. No hemos de hacernos ilusiones: si con la victoria en nuestra Cruzada hemos logrado desterrar la política partidista, mendaz y generadora de desastres, las vicisitudes y peligros de estos últimos años nos han señalado cómo debajo de las cenizas se oculta el rescoldo ,de la malicia de los ambiciosos.

Es necesario consolidar en el ánimo de los españoles e inculcar a las generaciones que nos sigan la necesidad de nuestra doctrina, de 1a existencia de una gran política de unidad, basada en lo que nos es común y de una acción política de continuidad que evite el resurgir de cuanto un día nos llevó a trance de perecer. En ella han de confluir las ansias y anhelos de las masas nacionales.

La Falange ofrece a todos permanentemente la paz y la guerra. La paz, para servir y engrandecer a España; la guerra, a quienes consciente o inconscientemente hacen el juego al extranjero, intentando sembrar el descontento y minar la moral y el esfuerzo de España en el logro de su recuperación y de su prosperidad. Si nunca hemos ocultado nuestra verdadera fisonomía, no aceptamos se nos quiera confundir con los excesos y equivocaciones que otros regímenes extraños pudieran acusar y con los que no tenemos otro parentesco que la inquietud común por elevar y dignificar al hombre y garantizar la justicia y la seguridad social, pero no bajo el signo materialista que en otros movimientos se acusaba sino dentro de los principios de nuestra fe católica suficientemente probada.

La Falange representa, en este orden, un esfuerzo perenne de rehabilitación social. No importa que en su inquietud no acierte, alguna vez, en sus expresiones con fórmulas que encajen en las posibilidades de la hora, pero su inquietud permanente estimula y vivifica al Estado, recogiendo el sentir de la nación a través de sus organizaciones y dándole el cauce apropiado para que pueda ser conocido y estimado.

Las generaciones actuales, queridos camaradas, pueden reivindicar fuero de excepción para su obra histórica. Hemos levantado a la Patria, la hemos arrebatado a las manos y a las ideas que la habían hundido, hemos combatido por ella y hemos vencido por ella, y nuestro deber es no aceptar limitaciones y servidumbres distintas a las que nos impone nuestro sentido moral y patriótico, sino el de establecer y defender aquellas otras por las que queda asegurada la salud histórica de España.

No hemos de admitir, por tanto, las aprensiones y las impaciencias de quienes parapetan su poquedad de espíritu en montañas de vana retórica o de indigesta erudición, porque nadie nos gana en desvelo y amor a lo que no es obra suya, sino nuestra. Podéis tener la interior satisfacción del deber cumplido. Nuestros camaradas han aceptado servicios ingratos y deslucidos para cubrir el frente de las incidencias cotidianas mientras estaba puesta la mirada en una construcción lejana e inabarcable para muchos; en nuestro sindicalismo nacional como cuerpo de formas políticas y estructurales de la sociedad, destinado a canalizar nuestra vida pública en cuadros de estabilidad y eficacia duraderas, superadoras de las viejas clientelas y de los anárquicos partidos políticos y del liberalismo incapaz de enfrentarse hoy con el dogmatismo comunista.

Hemos de extremar el celo, hemos de afinar y perfeccionar sin descanso los modos y los instrumentos a los que debemos viejas y recientes victorias; pero bien ingenuos seriamos si no supiéramos ver el celo con que se espían nuestros movimientos y las alternativas de nuestra marcha para sembrar el desconcierto en los espíritus y realizar el gran sueño de ver a los españoles enfrentados con los españoles.

Yo os digo que no sólo no ha pasado la oportunidad y la utilidad del espíritu combativo y de la eficacia, polémica y dialéctica de la Falange, sino que sólo con su mantenimiento estará asegurado el porvenir de la Patria. Precisamente nuestra obra, cara al mañana, no es la de ir abandonando con el tiempo principios o formas como quien arroja lastre para continuar la marcha, sino dar a estos principios y formas aquellos modos de existencia y de ejercicio por los que se conviertan en medula permanente de la convivencia política nacional.

Hemos de ser combativos, pero sinceros, pues lo primero que necesita nuestro pueblo es un ejemplo de sinceridad política, de gallardía y de eficacia que sea capaz de neutralizar la memoria de un siglo de desastres y desilusiones. Nos hemos puesto a la tarea y en la tarea estamos. Nos reúne y nos hermana una altísima vocación de servicio a España, que es la misma que hizo arrostrar con alegría la muerte a nuestros combatientes y caídos, y cultivamos la disciplina y el espíritu de sacrificio porque sin ellos nuestra acción sería ineficaz.

Hemos de buscar en las injusticias y miserias de nuestros pueblos, en su tragedia íntima secular, la inspiración para nuestra política de liberación, de auxilio y justicia. Hemos de convencer al pueblo en sus distintos sectores que en la resolución del problema de España están todos los problemas particulares del pueblo español.

Si no se revisa y se logra aquél, el renacimiento de nuestros tesoros espirituales, la redención de las miserias seculares, la elevación del nivel de vida, todo se malograría si no se resolviese el de la libertad, el de la unidad y el de la grandeza de España.

La fuerza de lo español ya arrastra tras ella el palpitar de los pueblos de América. La ilusión de nuestros precursores es una realidad: el ser español es lo más serio que se puede ser hoy en el mundo.

Por eso es por lo que la Falange, está por encima de las contingencias: porque se constituye a sí misma en ciudadela y guardia fidelísima de los intereses fundamentales de la Patria, dentro de la vida civil, flanqueando y respaldando la fuerza constituyente de nuestro Ejército, garantía de nuestra gloriosa tradición nacional y de todos los demás elementos de continuidad Y de estabilidad histórica de España.

El profesionalismo de la política a la vieja usanza no debe tener jamás perspectiva en el seno de nuestros cuadros. La más reciente y noble historia de España prueba que ese quehacer es suficiente para movilizar a una inmensa legión de españoles con perspicacia y sensibilidad política bastantes para descubrir el honor y la grandeza de esa misión. Que se recorran, si no, con la mirada las obras y servicios de la Falange para ver si hay en ellos algo que no corresponda a objetivos de nobleza y de valor nacional indiscutibles.

La Falange no eligió otros campos de actividad que aquellos donde su abnegación, su espíritu de adivinación y su reserva de fe y de capacidad de servicio la hacen insustituible. En esta tarea de servicio a los intereses fundamentales de la Patria, la Falange ha de caminar siempre en vanguardia. Hemos de ser los mejores. El modo de vencer ha de ser por superación y ejemplaridad, no por imposición o injusta mediocridad. No en vano la Falange no es sólo un modo de pensar, sino también una manera de ser. Esta ha sido la gran aportación que la Falange trajo a la política: la de alinear junto a un sistema de ideas otro de virtudes que vuelven a hacer del hombre español el hombre cabal y completo de los mejores tiempos de nuestra historia universal.

Y si todavía quedasen recalcitrantes que fuera o dentro intentasen especular con la inestabilidad de nuestro Régimen, y no fuesen bastante a convencerlos nuestras obras y las duras pruebas que en estos dieciséis años el régimen superó, yo les ofrecería el espectáculo de este cuadro maravilloso que hoy contemplamos, de estos ciento cincuenta mil hombres congregados aquí, venidos de todos los confines de España para realizar la afirmación más grande de fe y de entusiasmo.

Camaradas y españoles todos: ¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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