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Discursos y mensajes del Jefe del Estado.


 
Discurso en la clausura de los actos del Centenario de San Francisco Javier.

 03 de diciembre de 1952.

Excelentísimos señores; señoras y señores:

Sólo unas palabras antes de clausurar este acto, para asociar a España entera a esta festividad del cuarto centenario de San Francisco Javier.

Las palabras elocuentes que aquí se han pronunciado en homenaje a aquel santo varón, modelo de navarro y de misioneros, me relevan de pronunciar algo más que unas sencillas frases dedicadas al apóstol del Asia. Francisco de Javier fue llamado así, con frase feliz: el apóstol legionario. Nada, por lo tanto, más fácil para comprenderle que otro legionario... Otro hombre como él, de vanguardia...

Tiempos paralelos los tiempos en que Francisco Javier levantaba su estandarte de la fe para comenzar la empresa más grande y difícil, y aquellos otros de la decadencia de España, en que arrastrada ésta al borde de su ruina, otra Compañía, y no la de Jesús sino una Compañía de legionarios, enarbolaba otra bandera, la bandera de la fe de España.

Por eso los que abrazamos una profesión, los que servimos y nos entregamos a una tarea, como la carrera de las armas, comprendemos mejor el espíritu y la grandeza de la Compañía de Jesús. El insigne varón creador de la Compañía tenía que ser un capitán, tenía que haber sido un capitán para fundar la Compañía de Jesús, con aquel maravilloso espíritu de servicio, obediencia que le hacía crear aquel cuarto voto, que el Presidente del Consejo del Reino nos recordaba; cuarto voto que en puridad no era. necesario, porque no lo es en ninguna Orden religiosa; pero que entonces era preciso porque en aquellos momentos de lucha y rebeldías hacía falta una fuerza de vanguardia de confianza absoluta. Y esa fuerza fue la Compañía de Jesús.

Por eso nosotros la comprendemos y por eso nos sentimos cautivados por aquel insigne iluminado, por aquel impaciente divino que, no conformándose con la lucha en su Patria, buscó la tarea más grande y más difícil de todas las que podían abrazarse: la de ir a conquistar para Cristo el Asia, aquélla gran inmensidad; a perderse en sus tierras dilatadas, a caminar por valles y montañas, a recibir las mojaduras de los monzones, a enfrentarse con peligros y penalidades; pero siempre con la fe inquebrantable del servidor de Dios, el que cree en Dios con todas las consecuencias.

En todas las empresas de España, en todos los grandes acontecimientos españoles, ha estado presente el alma Navarra: combatió -como nos decía Esteban Bilbao- en las Navas de Tolosa, con un gran espíritu de vanguardia; en la guerra de la Independencia, con el mismo espíritu y arrojo; en nuestras empresas evangelizadoras de América, con fe inquebrantable; hoy mismo, en todos los rincones del mundo: en la China sojuzgada y perseguida, en la India, en Formosa, en la Indochina, en Filipinas y en la América hispana; en todos los lugares que miremos aparece el misionero navarro conquistando almas para Dios.

Pero esas épocas de esplendor y de grandeza, esas empresas españolas tenían su justificación: siempre que lució el sol de la victoria era porque les acompañaba la fe religiosa, porque se creía en Dios con todas las consecuencias, y entre esto y creer en Dios sin todas las consecuencias, como en el siglo XIX, hay un verdadero abismo. Así marchan paralelamente la gloria de España y su fe religiosa. Bajo el imperio visigótico España alcanza, con su conversión a la fe católica, la unidad de los hombres y de las tierras de España; quebrantada luego por la decadencia de su fe, sufre la invasión musulmana. Superada la Reconquista con el resurgimiento de su fe bajo los Reyes Católicos, necesitaba unir los pedazos sueltos, lograr aquélla unidad necesaria, aquélla unidad interior indispensable. Y Navarra era la puerta de España, lindaba con Francia y ésta empleaba todos los artificios, todos los medios para destruirnos.

Y no es extraño que en este solar se diera el caso que tantas veces en distintos lugares de España se había dado: el de la lucha entre los dos deberes, la lealtad debida a la sangre y a la nobleza, y la que demandaba el interés general, el destino común de nuestros pueblos, que no pueden mirarse independientemente unos de otros. Veis, por ejemplo, los ríos que atraviesan nuestras distintas comarcas que, al mismo tiempo, las fecundan y las enlazan; el de ese pantano que visitamos esta tarde, donde se levanta un di- que que remanse esa riqueza, y que nacido en Aragón, pasa por Navarra, y unido al Ebro recorre otras tierras, que igualmente fecunda, hasta morir en el mar, creando una interdependencia entre todas ellas. Cuando se acerca un peligro o se sufre una invasión, como la musulmana, no son sólo los andaluces los que padecen, son las comarcas todas de España: son Toledo. Castilla. León, Aragón, Valencia y Cataluña; a todas las regiones alcanza el peligro, y Navarra entre ellas se refugia en sus montañas, en los castillos roqueros de sus monasterios: Leyre, San Juan de la Peña y Covadonga acogen a los príncipes fugitivos y son luego la base de partida de la Reconquista, sin distinción de comarcas, hermanadas todas, sin olvidar a Portugal, que padece nuestras mismas invasiones; y como nos pasará en todos los momentos en que tengamos que enfrentarnos con un grave peligro, porque vivimos todos en la misma piel de toro, separados de los otros países por unas montañas nevadas, pero con una comunidad de intereses, un mismo espíritu, un mismo ideal y unos mismos santos, que sí en uno de nuestros lugares nacen, en el otro viven y predican y mueren.

La obra de Francisco Javier tuvo una honda repercusión en la historia de la evangelización del mundo. Por eso para nosotros es una satisfacción, al asociarnos a este acto, el no venir a él con las manos vacías. Quizá no haya habido momento en la vida de España, y vosotros; religiosos que me escucháis, lo sabéis bien, de un renacimiento mayor en el orden religioso, una fe más grande en las familias y en los hogares, una floración de vocaciones como la que hoy tenemos y vemos en todos los lugares de España. La inquietud del Santo prendió fuertemente en nuestra época, y Casas de Ejercicios y Seminarios de misioneros nacen en un sitio y otro, y si no se multiplican más es porque nos faltan medios para poder derramarlos sobre los distintos rincones españoles y encauzar como queremos todas esas vocaciones, esos imitadores de San Francisco Javier, que aspiran también, con una cruz y sin miedo a la miseria, a continuar su grandiosa obra. Yo tengo fe absoluta de que en pocos años lo conseguiremos, ya que no nos abandona la ayuda de Dios, y un pueblo que cuenta con tales Santos, con tantos héroes y mártires realizará sus destinos ecuménicos.


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