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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado.


 
Discurso en el Congreso de ex Combatientes.

19 de octubre de 1952.

Compañeros y camaradas:

La ocasión de la reunión del Congreso de ex Combatientes en Segovia y la aspiración y entusiasmo de los de ambas Castillas de reunirse en este próximo y ya histórico lugar, a fin de reiterarme, con su lealtad, la afirmación de su fe, de su energía y de su entusiasmo, ha permitido que, con las representaciones más lucidas de nuestros Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, se reúnan también las Comisiones y representaciones de los combatientes de las distintas provincias españolas para reafirmar la unidad, la forma y el espíritu común que anima a todos los ex combatientes de la Nación.

Yo hubiera deseado que el término de las obras del grandioso monumento que estamos erigiendo en honor de los héroes y de los mártires de nuestra Cruzada, donde han de descansar sus gloriosos restos, nos hubiera podido ofrecer ya ocasión de reunir en aquel lugar un mayor número de combatientes y reiterar anote sus restos la solemne promesa de guardar sus mandatos.

El estado actual de las obras me permite hoy anunciar que, salvo dificultades imprevistas que no se esperan, antes de dos años podremos realizar al pie de estas montañas, en el ya conocido por el Valle de los Caídos, la magna concentración que los combatientes de nuestra Cruzada hace tiempo anhelan.

A través de los años transcurridos se apercibe de una manera clara que la Cruzada española no constituyó un episodio más de nuestra vida política contemporánea, un suceso más revolucionario de esos que se pierden entre los episodios de la Historia, sino un verdadero acontecimiento que en el orden nacional enlaza y se asemeja al que los Reyes Católicos realizaron al cambiar el signo de la Nación en otra época de revueltas y de turbulencias, rebasando los limites nacionales para tomar naturaleza en el acaecer de lo internacional, al constituir la primera batalla victoriosa que se libró en el mundo contra el comunismo.

Vosotros sabéis muy bien que no se trató de la victoria de un grupo o de una clase, como pretenden hacer ver los cabecillas exilados. Nuestros Ejércitos fueron compuestos, como vuestra propia naturaleza acusa, por la Nación en armas, con sus estudiantes, trabajadores y campesinos, y que si la voz del Alzamiento salió de los cuarteles, y el Tradicionalismo y la Falange respondieron a aquel grito desde la primera hora con la riada de camisas azules y de boinas rojas a las filas de nuestros Ejércitos, llegó el mar de nuestra juventud desde todos los lugares de España. La victoria fué de todos, y por eso se administró para todos. Sabéis también cómo, frente a vuestras trincheras y posiciones, el nervio del Ejército contrario, lo constituyeron las
brigadas comunistas internacionales, cuyos miembros principales presiden, como ayer aquí, el terror en los países ocupados tras el telón de acero.

Aquellas esencias sagradas ,de la Patria y de la fe, cuidadosamente guardadas en el templo cívico de nuestros cuarteles y en el recinto íntimo de nuestros hogares, ante la persecución de que fueron objeto, se desbordaron con el Movimiento Nacional por todo el solar de la Patria, y a su conjuro Se escribieron epopeyas de glorias y sacrificios heroicos que admiten parangón con los más grandes y sublimes de nuestra Historia.

Cuando, al mando de nuestros Ejércitos, rescatábamos en dura lucha y paso a paso toda la geografía española, con sus valles y sus montañas, sentía todo el dolor de la sangre generosa que derramabais y presentía que Dios, en sus inescrutables designios, quería unirnos más estrechamente por el heroico sacrificio de nuestros mejores. Mártires y héroes que más de una vez, en estos años difíciles de la postguerra, presentíamos hacían la guardia de su Patria en peligro; mas si en el cielo ellos forman legión para velar nuestra victoria, aquí en la tierra corresponde a vosotros, combatientes de nuestra Cruzada, el velar por que no se pierda, como tantas veces perdimos a través de la Historia y recientemente la hemos visto perder en los campos de Europa. Es necesario que esa insobornable lealtad frente a la crítica desmoralizadora, que esa forma noble y generosa con que supisteis vencer los años de escasez y necesidad, que esa moral de victoria y esa fe en la revolución nacional creadora se transmitan íntegras sobre las generaciones que nos sigan, si no queremos que nuestro esfuerzo se pierda en la dimensión del tiempo, como se perdieron hasta casi extinguirse los esfuerzos de aquella otra generación de nuestros siglos de oro. Pueblo el español de heroicas virtudes, somos propensos a la disgregación y necesitamos que la disciplina mantenga nuestra unidad, exaltando nuestras virtudes y combatiendo nuestros
defectos.

La quiebra de nuestra fortaleza se logró siempre a través de nuestras disensiones internas. El impulso siempre vino de fuera, a través de las logias y de los servicios secretos de otras naciones, aunque no hayan faltado en nuestro solar ciegos o miserables que los secundasen. De cómo aprovecharon los otros nuestras banderías la Historia es elocuente.

Desde que la victoria hizo posible el resurgimiento de España y una firme voluntad de ser se exteriorizó, comenzó la eterna conjura de la anti España. Vosotros conocéis bien cuántos esfuerzos se movilizaron para explotar las dificultades y el descontento, cualquiera que fuese el sector en que apuntase; la siembra de recelos y la explotación de las pasiones fueron el objetivo y la consigna perennes de los pasados años. No contaban nuestros enemigos con el frente unido de vuestro patriotismo y de vuestra lealtad. Esperaban una victoria sin alas, que nuestro Movimiento fuera un movimiento negativo carente de contenido y de doctrina propia, que había de extinguirse en poco tiempo y que les había de permitir volver a saciar sus apetitos sobre el cuerpo lacerado de la Patria. En su miseria no podían comprender esta lealtad insobornable a nuestros muertos, el valor de nuestra responsabilidad ante la Historia y la voluntad firme de nuestra juventud de dar impulso a nuestra Nación por tiempo ilimitado.

Desde el día que, levantándome sobre el pavés, me elevasteis a la suprema jerarquía del Estado y los comisarios carlistas y los consejeros nacionales vinieron a depositar en mí su confianza y ofrecerse a la unidad política de nuestra Nación, se inició la instauración de la unidad política de nuestra Patria. Nuestro movimiento político se nutrió desde entonces de lo más puro de nuestras tradiciones, construyendo sobre lo que era común al anhelo de los españoles y al pensamiento de esos distintos grupos. Que a ello hayamos tenido unos y otros que sacrificar pequeñas cosas es evidente; pero, ¿qué representa esto en relación al enorme beneficio y la coincidencia en lo principal? Menguados son nuestros sacrificios frente al generoso de los que dejamos en el camino.

Las concreciones de nuestro Movimiento político no fueron una sorpresa para nadie, ya que desde los primeros momentos, cuando se convocaban nuestras juventudes para la guerra, se expresaron claramente los objetivos de nuestra Revolución Nacional. De cómo vamos cumpliéndola vosotros sois testigos, porque en todas las comarcas de España se acusa con caracteres claros la obra de transformación realizada, inigualada por ninguna otra época de nuestra Historia.. No fué desde su nacimiento una expresión dialéctica, sino una realidad tangible que, como toda operación quirúrgica, está condicionada a la capacidad de resistencia del enfermo. No podemos olvidar que España era una Patria enferma, y cuando se analice la obra de esos años habrá que tener en cuenta tres factores: la debilidad heredada de nuestra economía, los resabios capitalistas y marxistas de la sociedad española y que nuestra Revolución, recogiendo las ansias de todos los españoles, tenía que realizarse con el mínimo daño y con el menor estrago. No en vano un millón doscientos mil combatientes se alistaron en la Cruzada bajo nuestras banderas, que unidos a los miles de mártires y de cautivos componen, con sus familias, la inmensa mayoría de la sociedad española. No bastaba que una minoría po1ítíea selecta viese claro las necesidades de nuestra Patria; tentamos que conseguir llevarlas a la conciencia de los españoles y que estos se apercibiesen, como se están apercibiendo, de las ventajas positivas de su realización.

Desde que terminó nuestra contienda no nos cupo momento de descanso; pese a la utopía de la paz la vida se presenta como una constante batalla. Pugna el mal frente al bien, la mentira frente a la verdad, el vicio contra la virtud, los intereses y las ambiciones empujadas por el motor de las pasiones humanas. Seria quimérico el querer vivir en paz y sin preocupaciones. Se acabaron los tiempos en que, en un mundo menos poblado, las naciones aisladas, por lo lento de las comunicaciones, podían vivir egoístamente tras sus fronteras naturales. El fruto de los pueblos será siempre hijo de las inquietudes del presente.

Terminada nuestra guerra de Liberación la universal nos amenazó con sus salpicaduras; en un momento cualquiera podía la voluntad ajena envolvernos en el conflicto. Frente a esos peligros tuvo su valor la unidad de nuestras juventudes, la buena forma demostrada durante nuestra guerra, el perfeccionamiento en la enseñanza de los cuadros, las mejoras de material, la la creación de reservas y la revaloración de nuestros medios. Tuvimos que armonizar durante esta etapa la preparación de nuestra defensa con la realización de nuestro ideario, la instauración y multiplicación de riquezas, la industrialización y la mejora de la agricultura y la gran lucha en un día en un mundo perturbado por la guerra para atender a las necesidades de de cada día. Y terminada aquélla y la ingratitud de los beneficiados por nuestra firme posición de neutralidad y su conjura del peor estilo. y cuando, desarmados los intentos de cerco, debieran venir otros tiempos más fáciles, la amenaza de una tercera guerra mundial que afecta a la vida de todos los pueblos.

En el gobierno de las naciones pasa lo mismo que en los campamentos. Mientras el ejército descansa, el jefe vela y cela por la paz. No es posible impresionar a la nación, como a los soldados, del peligro de cada hora que nos acecha, pero hay que vigilarlo y conocerlo para prevenirse contra sus golpes. Para el soldado, hasta que, consciente de su deber de soldado, se mantenga en la mejor forma. He aquí por qué es importante el mantenernos en forma y el sostener nuestra moral.

Vientos de guerra soplan desde hace varios años por Europa sin que se vea el término ni la solución. Frente a lo que pueda llegar, España se prepara armonizando el perfeccionamiento de sus armas y el resurgimiento de todos los órdenes de la Nación. Si esa guerra llega, no será como las que conocimos, en que se discutía la hegemonía de unas naciones que arrastran en su guerra a las vecinas, ya que la derrota del Occidente representarla el eclipse de toda una civilización bajo el terror materialista y despótico que el comunismo encarna. A los objetivos ilimitados de los anteriores conflictos suceden los ilimitados que el comunismo pretende sin medir los años ni los sacrificios para lograrlo. Sólo otra fortaleza parecida podrá contenerlo; de aquí los esfuerzos del Occidente para presentarle demografía técnica y potencia industrial superiores que cohiba al agresor y, en su caso, asegure el triunfo.

Si para otros el peligro principal reside en la amenaza material de la máquina bélica que una nación, entregada exclusivamente a la preparación para la guerra, pueda lograr, para nosotros es todavía mayor el constituido por el virus corrosivo filtrado en la sociedad moderna por la falaz propaganda comunista al explotar estados de conciencia que los abusos capita- listas y las doctrinas marxistas prepararon. Si el factor hombre, con sus virtudes y sus pasiones, ha de ser el que ha de dar vida a la máquina bélica, se comprende mejor el valor que tiene el que no se pierda el hombre, y el oponer al comunismo en el campo ideológico nuevas ilusiones que le cautiven, respaldadas por realizaciones sociales efectivas. Mas no basta el ser eficaces; urge la rapidez de ser eficaces, y ante esta apremiante necesidad no puede concebirse el viejo Estado liberal, inoperante, paralizado por las discusiones bizantinas, sin capacidad para enfrentarse con los peligros que se le avecinan.

Nosotros, que derrotamos en nuestra Nación al comunismo, sabemos que de poco nos hubiera servido haberlo vencido en los campos de batalla si dejáramos perennes las causas y debilidades que facilitaron su arraigo. Si interesados como el país que más, en la derrota del comunismo, estamos dispuestos a defendernos de su agresión, discrepamos, sin embargo, en los medios y en los fines, y consideramos impensable que, paralelamente a la preparación militar, se estimule y no se cierre el camino a que nuevas ideologías desplacen al comunismo; que se ayude desinteresadamente al progreso de las naciones de economía débil, estimulando las transacciones comerciales con miras a elevar su nivel de vida; el afirmar los principios de la no intromisión y el respeto de la soberanía de los otros Estados, reconociendo el derecho de cada uno a regirse por el sistema que mejor estime, sin interferencias, hostilidad ni coacciones extrañas, y el dar término a la explotación económica de los pueblos más débiles.

El principal obstáculo que se ofrece para nuestra intimidad con el Occidente, se encuentra en el mal trato, ya secular, que venimos recibiendo en nuestras relaciones con determinados países europeos y que todavía se retenga por uno de ellos ese pequeño trozo de nuestro solar, declarado como inalienable en el testamento de nuestra grande y previsora Reina. Por ello, una cosa es que sirvamos en cortés relación la necesidad imperiosa de nuestros comunes intereses, y otra, que pueda reinar entre nosotros cordialidad que a los españoles repugnaría.

No es la guerra, pese a sus graves rigores, lo que debe preocupamos, sino las consecuencias de esa guerra, el destino que el mundo y nuestra civilización pueda sufrir. Por eso, si es importante nuestro armamento material para resistir al asalto, más trascendente es el fortalecimiento de nuestra unidad y de nuestras virtudes. No se trata sólo del peligro de hoy, sino del que pueda acecharnos mañana, y que, con mayor o menor intensidad, nos amenaza en esta guerra fría.

A vuestra lealtad corresponde mi plena confianza. Poco podrían la voluntad y la vida de un hombre para que el Movimiento Nacional alcance su proyección en el tiempo. Sólo la firme voluntad de las generaciones lo conseguirá si logra ir entregando de una en otra el depósito sagrado de una unidad y de unos ideales que, al correr de quinientos años, han demostrado su consustancialidad con nuestra grandeza.

Llevad, queridos camaradas, a los demás compañeros de nuestra Cruzada nuestra fe firme e inquebrantable en los destinos de la Patria, y a las madres, viudas y huérfanos de nuestros Caídos, nuestro mejor recuerdo, con el reconocimiento de su sacrificio y la promesa de guardar fieles su sagrado mandato.


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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