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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado.


 
Discurso en la Universidad de Granada.

13 de octubre de 1952.

«Excelentísimos señores, señoras y señores:

Ante estas piedras de Granada, en que todo evoca la grandeza de una época y entre las que reposan los restos de los reyes más gloriosos de nuestra Historia, las palabras resultan siempre pobres cuando se trata de rememorar la vida de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón, dignas por tantos conceptos de la más inspirada lira de nuestros poetas, como nos ha dicho el embajador extraordinario de Colombia al recordarnos las sentidas frases del más grande de los poetas hispanoamericanos. Mas pecaríamos por omisión si, al presidir este solemne acto, no expusiéramos en alguna forma la devoción que nos inspiran las figuras de aquellos rey es que, cambiando la marcha penosa de la nación, presidieron la realización del Imperio más ¡grande y fecundo que conoció la Historia. y que justifica que, al cabo de cinco siglos de su nacimiento, se reúnan los representantes y embajadores de. aquel mundo que amparó su Corona para ofrecer, con la más sentida emoción, el rendido homenaje de sus pueblos a los egregios reyes, a quienes cuantos pertenecemos a la estirpe hispana debemos la permanencia del tesoro de nuestra fe y la gloria de nuestra común historia. Ni el tiempo transcurrido, ni los acontecimientos de la Historia universal que le han seguido podrán borrar jamás la trascendencia del gran suceso histórico del descubrimiento de América, del cual nuestra reina Isabel fue la egregia patrocinadora.

No habrían de existir en su haber otros grandiosos e importantísimos servicios y merecimientos a Dios y a la Patria, y bastaría el hecho portentoso del descubrimiento y evangelización de un nuevo mundo para elevar a nuestra reina a la cima augusta de los elegidos.

Si en los acontecimientos de la Historia la voluntad de Dios determina el destino, hemos de reconocer que no cabe mayor predilección que la que tras alumbrar con la victoria, las gestas gloriosas de su reinado, guardó para Isabel la gloria de dilatar el mundo conocido y extender por él su santo evangelio.

Inspiración divina, evidentemente, tuvo que alumbrar el genio político de Isabel cuando, bajo el agobio de la empeñada lucha por Granada, vislumbró lo que representaría para el servicio, de Dios y de la Patria el ensanchar el mundo conocido, uniendo al nombre de España la más grande y gloriosa de las epopeyas, pues española fué en todos sus aspectos la empresa grandiosa del Descubrimiento: son las coronas de Castilla y Aragón, fundidas en el «tanto monta, monta tanto», las que patrocinaron la gloriosa expedición; españolas las naves y sus capitanes; españoles de nuestras costas los esforzados marineros que compusieron las tripulaciones. Y también español como almirante de Castilla, cualquiera que hubiese sido su cuna, el caudillo glorioso del Descubrimiento.

Hoy, que vemos el paso de tantos pueblos por el mundo, en su acción civilizadora, como el rayo del sol por el cristal, sin dejar huella ni otros servicios memorables, realza la obra ingente de aquella empresa, que tiene su más clara expresión en las leyes de Indias, que reconocen los derechos humanos e igualdad de todos los hombres ante la ley, obra de clara inspiración isabelina, cuando todavía no se vislumbraba la existencia de Sociedades de Naciones Unidas, ni otras definiciones internacionales que habían de tardar varios siglos en alumbrarse.

Si tan grandes fueron las virtudes y la divina inspiración que ilumina el genio político de Isabel de Castilla, no quedaron a la zaga las dotes que adornaron al que, heredero de la Corona de Aragón, fué elegido por el corazón de nuestra soberana rey consorte de Castilla, que había de convertirse muy pronto en glorioso capitán y prudente gobernante de sus empresas.

La obra de los Reyes Católicos no tiene par en la Historia. Constituyó la más honda y gloriosa transformación que len su vida puede sufrir un pueblo. Grandes volúmenes comprenderían la obra por ellos realizada, pero no es necesario rememorar porque se acusa y permanece a través de los siglos. Dando cima a la Reconquista, alcanzaron la unidad de log hombres y de las tierras de España, instaurando el poder real; liberaron al pueblo de los abusos y de la anarquía de los nobles; estableciendo los Consejos de Castilla, incorporaron todas las fuerzas sociales y políticas de la nación ,en un todo orgánico. El poder se ejerce desde entonces por delegación de Dios en beneficio y servicio de la comunidad nacional en su sentido más hondo y pleno; se establece el contacto con el pueblo a través de las audiencias públicas con que recorren los pueblos y ciudades de España; se reforma e independiza la administración de justicia; se crea la Santa Hermandad, base de las fuerzas modernas de Orden público; se ordena por primera vez
la Hacienda nacional, sentando los principios de la circulación monetaria; se realiza con Cisneros una sana reforma de las órdenes monásticas; se organiza
y da vigor a la Universidad; se fomenta la industria y el comercio y se protegen las ciencias y las letras, en tal escala, que se echa la simiente de nuestro Siglo de Oro. y todo esto en el siglo XV, cuando todavía la mayoría de los pueblos no había logrado forjar su nacionalidad.

La fuerza de aquel empuje histórico forzosamente, había de persistir por varios siglos en nuestra vida, y pese a la decadencia de las clases directoras de los tiempos postreros, permitió a la Monarquía española llegar con resplandores de aquella gloria a nuestro siglo.

Destaca en la obra de los Reyes Católicos su recio españolismo, la atención y el cuidado con que la princesa Isabel orienta su corazón, descartando a los pretendientes de otros países para dar un carácter más irrenunciablemente español a la Monarquía unificada. Cómo se cuida de que los puestos de la Corte, autoridades y otros funcionarios del poder real tengan la nacionalidad española y cómo destaca este españolísimo empeño en los mandatos de su testamento. marcando a sus sucesores los dictados más convenientes al servicio de Dios y de su Patria.

La trascendencia del signo católico que los Reyes Católicos imprimieron a la Monarquía española se acusa mejor, hoy, tras los dos últimos siglos, en que,
por debilidades y concesiones a doctrinas extrañas, cayó la nación española en un periodo de decadencia.

Nunca se repetirán bastante las graves consecuencias que tienen para el mundo y las naciones los desvíos, en este orden, de sus príncipes gobernantes. Hoy sufre Europa, y el mundo detrás de ella, las consecuencias trágicas de la apostasía de varios de sus príncipes y gobernantes y del consecuente desvío de sus pueblos de la fe verdadera, cuando en el logro precisamente de la unidad cristiana descansa la única y posible solución de sus graves problemas. Y, por otra parte, explica también la desazón y el enorme confusionismo de sus pensadores, alejados en su soberbia del camino de la cruz redentora.

Por todo esto, el sano pueblo español, sublevándose ante el paciente conformismo de las clases políticas rectoras, liquidadoras de un pasado de gloria, unió a las juventudes en un gesto de heroica rebeldía que, bebiendo en las más puras fuentes de nuestra Historia, se inspiró en la grandiosa obra de aquel otro despertar español, y el yugo y las flechas que un día fueron emblema de aquel glorioso reinado, ganados hoy por la sangre generosa de nuestra juventud, volvieron en nuestros escudos y banderas, a presidir la unidad de los hombres y de las tierras de España que ellos fundaron, en una nueva resurrección que ofrecemos hoya los Reyes Católicos como los más fieles ejecutores de su testamento.

La realidad actual española, tan distinta de lo que en el mundo para su mal se lleva, explica el aparente divorcio por que pasamos y la tenacidad con que defendemos nuestra verdad, con el corazón abierto a la caridad hacia los equivocados, pero cerrando nuestras filas en la defensa de nuestros eternos valores.

Es en este orden del servicio a la verdad la figura de la reina Isabel tan importante que, por ejemplaridad de su vida, sus incomparables servicios a la fe católica y sus heroicas virtudes, la juventud española la ha colocado en el altar de la Patria, confiando que llegará la hora en que, examinados por la Iglesia con la serena perspectiva histórica sus inmensos merecimientos y dilatados servicios, otorgarán su sanción, reconociendo la bienaventuranza de esta gloriosa hija de la Iglesia, que desde siglos esperan quienes tanto le deben. Este constituiría el mejor broche de nuestro sentido homenaje a la Reina de la Hispanidad.


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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