INICIO

LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado.


 
Discurso en la apertura de las Cortes.

17 de mayo de 1952.

Por cuarta vez vengo a las Cortes Españolas a inaugurar las tareas de una nueva legislatura con la confianza y la fe de quien en sus afanes de estos últimos nueve años ha podido apreciar la inteligente y leal colaboración que las Cortes le han prestado para la elaboración de las leyes de la Nación, con un espíritu de trabajo y de servicio como el que se acusa en la penosa tarea de las Comisiones, que depurando y perfeccionando los proyectos de ley han ofrecido a la Nación una obra legislativa que en muchas partes se ha visto recogida en la legislación posterior de otros países.

El celo y entusiasmo puestos en juego por los distintos sectores de la Nación, en estos últimos meses, para la renovación de las Corporaciones municipales y provinciales, y las últimas elecciones, en las que los Sindicatos y las Diputaciones han designado sus representantes en estas Cortes, acusan el interés que la Nación presta a las tareas legislativas de sus representantes.

Nunca se insistirá demasiado, señores Procuradores, en las singularidades Y en las particularidades de nuestra Patria respeto a otros pueblos occidentales y en las consecuencias posibles de esa singularidad para el futuro del mundo. Cada español de hoy ha de tener conciencia de la grandeza del momento que le toca vivir y de cómo cada cual desde su puesto es protagonista de una misión histórica, donde la unión entre los españoles está llamada a tener consecuencias de primer orden, no sólo en el plano de la política interior, sino también en el de la vida internacional. Nuestra seguridad nos impone servidumbres y entraña limitaciones para todo aquello que pueda calificarse de circunstancial; pero representa ventajas sustanciales para todo lo que es invariable y de eficacia duradera. Una y otra vez hemos de reafirmar la decisión y fidelidad irrevocable a nuestra propia sustancia nacional, cincelada por los siglos a golpes de fortuna o de infortunio en unas singladura laboriosas de honor y de sangre.

Si discurrimos sobre la etapa de la vida del mundo que hemos superado y recordamos las conjuras y asechanzas que contra nuestra Nación se movieron y contemplamos la obra legislativa realizada en estos mismos años, podemos apreciar mejor la eficacia de un sistema que, dando a la Nación seguridad y fortaleza, le ha permitido continuar su obra legislativa serenamente, sin aquellas claudicaciones a que en otros tiempos conducían a la Nación las especulaciones de los partidos sobre las dificultades de la Patria.

La aprobación en las tres primeras legislaturas de un total de 1.433 leyes, entre las que figuran 60 de verdadera trascendencia. y que solamente para 160, por su carácter de urgencia o su escasa importancia, se haya usado de la prerrogativa legal de los decretos-leyes, demuestran la sazón de nuestra obra legislativa, y que, pese a los defectos que toda obra humana encarna, ha permitido a todos los sectores de la Nación colaborar en su redacción tras los plazos reglamentarios de información pública. Las enmiendas y perfeccionamientos que los proyectos de ley presentados por los sucesivos Gobiernos han sufrido en la mayoría de los casos, y hasta la retirada, para nueva redacción, de algunas leyes trascendentes que, tras el estudio de las Comisiones, se consideró adecuado rectificar, demuestran cómo sin la espectacularidad y los excesos parlamentarios de otros tiempos se puede, en servicio de la Nación, llegar a una útil obra legislativa.

Si comparamos la obra de estos años con la de las etapas parlamentarias españolas de los últimos tiempos, en que la casi totalidad de las leyes trascendentales, o no pudieron ser aprobadas o tuvieron que serlo por decreto-ley, se comprende el adelanto importante que España ha alcanzado en el orden legislativo, y que precisamente por ese carácter general que los vicios del sistema parlamentario imprimen en menor o en mayor escala a la mayoría de los Parlamentos explica el desfase político de nuestra Patria de la órbita por que todavía marchan las otras naciones, y en el que justifican su artificioso divorcio los hombres de gobierno que, prisioneros de sectarismos inconfesables, se apartan de los intereses legítimos de sus pueblos.

Si en el fondo muy poco o nada es en muchos casos lo que nos separa del sentir general y del interés de los otros países, no puede decirse lo mismo en cuanto respecta a los hombres de partido. No se perdona la distinción que nosotros hacemos entre la democracia en sí y los partidos políticos. Para nosotros la democracia tiene muy diversas formas de expresión; pero estamos convencidos de que no hay nada que más la niegue y la esclavice que la tiranía y el egoísmo de los partidos. No pasa día sin que el mundo contemple cómo el interés supremo de las naciones y el bien general de los pueblos se ven burlados y escarnecidos por los intereses personales de los partidos, en la mayor de las irresponsabilidades. No es mi propósito, al aludir a estas penosas realidades que predominan en la vida política de tantos países, el zaherir susceptibilidades ajenas en momentos en que el mundo necesita más de su unidad y de su fortaleza; pero pecaríamos por omisión si no aclarásemos nuestras posiciones en defensa de nuestros intereses sagrados y permanentes.. y aunque en este sentido el mundo venga a la fuerza evolucionando favorablemente, lo hace, sin embargo, con extrema lentitud, y, pese a nuestra buena voluntad hacia los otros, periódicamente intereses bastardos y bajas pasiones se concitan contra nuestra Patria.

Si la necesidad ha hecho amenguar la hostilidad y los cambios políticos vienen siendo causa aparente de mejores propósitos, no por ello han desaparecido las causas que ayer inspiraron el divorcio, y la justicia y la ética están todavía muy lejos de presidir las relaciones en el Occidente. Por ello no está de más que los españoles lo recuerden y los Procuradores lo tengan siempre presente.

Todavía no ha desaparecido de la mentalidad de muchas Cancillerías, en abierta contradicción con las definiciones públicas. el espíritu de los viejos tiempos, la directriz secreta perseguidora de zonas de predominio y de influencia, las rivalidades nacionales y de los mercados, el propósito oculto de dividir y de debilitar a los vecinos, la intromisión, declarada o secreta, en la política interna de los otros; todo como si el mundo no avanzase y las aguas pudieran volver atrás y discurrir por los viejos cauces. Así, cuando más necesaria es la identificación, sufrimos esa honda crisis de lealtad y de confianza, sin las que no son posibles la paz y la armonía entre los pueblos. Es, sin embargo, consolador el contemplar la buena fe de tantas naciones pequeñas y de tantos pueblos nuevos que dan pruebas tan grandes de rectitud y buena fe, pese a que sus dificultades materiales están subordinadas tantas veces a la dependencia y al egoísmo de los poderosos.

Los países que hoy rigen en primer plano la politica internacional y están dentro del área de los acontecimientos son victimas del torbellino de que han sido causantes, Sólo España, sin estar tan apartada como para no poder obrar sobre esos acontecimientos, reúne circunstancias históricas y espirituales para intentar dominarlos eficazmente. Por eso sigue una línea de acción consecuente en el interior y en lo internacional. sin padecer esas alternativas de pánico y de euforia que refleja la imprevisión y las contradicciones de la política de otros países.

Es necesario que nos familiaricemos con la idea de que se acabaron los tiempos cómodos y fáciles, que el mundo ha encontrado nuevo ritmo y que ya no es posible que los pueblos se adormezcan, engañados por las apariencias de una paz inalterable. Ni la paz interna es posible sin dar estado y cauce a las humanas aspiraciones de las masas, ni en la vida exterior cabe ya el aislarse en el egoísmo de situaciones geográficas un día privilegiadas. La vida se ha hecho para todas las naciones más difícil y complicada. Todos dependemos de todos, y la chispa del incendio que puede surgir aquí o allá puede envolvemos a todos en una inmensa hoguera. De aquí que la vida entera de los pueblos tenga que mirar estas eventualidades y se prepare en todos los órdenes para superarlas, y que la poli tic a interna de las naciones se vea condicionada por aquellos imperativos en que el interés particular de cada pueblo ha de coordinarse con el general del área geográfica en que la naturaleza le colocó.

El comunismo, que constituye el terrible mal de nuestros tiempos, sabéis, señores Procuradores, que encierra en su seno al mismo tiempo ingredientes de guerra civil y de guerra exterior; obliga a una obra hacia dentro y a otra de defensa militar hacia fuera; o, por mejor decir, el comunismo, más allá de la entidad misma del Kremlin y de las divisiones soviéticas, entraña la propia crisis mental y espiritual del Occidente, esa crisis que se ha gastado a lo largo de dos siglos sin España y contra España. Pues qué, ¿no está acreditándolo así ese gran poder del marxismo en pueblos destinados a sufrir el primer choque de las divisiones rojas en caso de conflicto?

Por circunstancias particulares de nuestro desenvolvimiento histórico.. España, embarcada en sistemas y orientaciones que no eran suyos, ha consumido las etapas fulminantemente, ha sufrido ya las desgarraduras de la revolución roja, el escarnio de los principios más sagrados, de las tradiciones más queridas por la garra misma del comunismo. España hubo de ganar su propia existencia rectificando de plano a sangre y fuego, en una lucha heroica que le costó vidas preciosas de una juventud legendaria Y millares de víctimas inmoladas. De ahí que podamos prever ese trance crítico sí no se le pone remedio en quienes ahora, con más lentitud, pero con una seguridad asombrosa, recorren los mismos pasos de aquel doloroso camino.

Lo que no pudo conseguir el ejemplo vivo y tangible de España se alcanza en estos últimos tiempos ante la capacidad agresiva del comunismo. Y las naciones empiezan a prevenirse en pianos y coaliciones de gran alcance, mientras este viejo solar hispano ofrece el más completo modelo de coordinación entre lo que la necesidad reclama simultáneamente , en el orden de la política interior y en el de la política internacional. Pero es que el comunismo es algo más que una idea. Había de ser vencido el comunismo militarmente en la potencia de los soviets, y muchos somos los que tenemos la evidencia de que su fermento corruptor permanecería envenenando por mucho tiempo la vida de las naciones y las relaciones entre los pueblos. Y es que el comunismo explota la legítima aspiración de mejora de los desheredados, los anhelos de seguridad social de tantos hogares, los abusos y vicios del viejo sistema capitalista. Y mientras permanezcan perennes las causas que los alimentan el comunismo proliferará, abierta o solapadamente, en los países en que aquellas causas se mantengan. Que el comunismo no redime, sino que, al contrario, esclaviza, agravando los males que anuncia corregir, es cosa evidente; pero suena tan bien, halaga tanto las pasiones que capta y atrae, que cuando los pueblos lo conocen es cuando se hallan por él esclavizados.

Fortaleza política, fortaleza económica y fortaleza militar se presentan en esta hora como indispensables. Quiebran antes las naciones por sus divisiones, su descomposición y sus crisis de virtudes que por la acción que pueda desencadenarse contra ellas desde el exterior. La fortaleza económica y social es igualmente básica para la paz y el bienestar interno de los pueblos y garantiza todas las posibilidades de acción. Y si bien la fortaleza militar se encuentra en el vértice de la trilogía, se derrumbaría si no la alimentasen y sostuviesen las otras dos.

Es verdad que, en mayor o menor grado, los hombres de gobierno de los pueblos occidentales sienten y comprenden la peligrosidad del comunismo en la forma del dinámico e implacable imperialismo soviético; pero casi todos ellos compaginan la alarma y la inquietud que ello produce con una notable ceguera para las causas, antecedentes y condiciones previas al desarrollo del comunismo. Con esto quiero poner ante vuestros ojos, señores Procuradores, la naturaleza y la magnitud real de la tarea que incumbe a nuestro Movimiento para España y de la que compete a España en relación con los otros pueblos. Queremos, necesitamos y hemos de ganar la otra orilla de esta crisis histórica dando un ejemplo suficiente de cómo bajo la inspiración religiosa a la que obedecemos y dentro del culto a los valores humanos más altos es posible ,la Patria, el Pan y la Justicia por lo que murieron nuestros mejores.

Y en relación con ese fanatismo de la democracia hemos de probar que en materia de instituciones y de formas políticas este antiguo y glorioso país que es España no necesitó jamás de modelos exóticos para encontrar recursos de vida social y política libre.

Y, sin embargo, sabéis cómo España ha sido asediada. La razón de ese asedio hay que buscarla en la fisonomía que nos da la solera de una historia gloriosa, que nos permite mirar con tranquilidad a las mayores potencias, unida a nuestro acierto y a nuestro ahínco en el camino del resurgimiento español. El pretexto parecía ser la naturaleza de nuestro Régimen, que a todas luces se encargaba de desmentir el trato y convivencia con la URSS y Estados tiránicos del «telón de acero». Los españoles, respondiendo a f
las reglas de todo asedio, se apretaron en haz firmísimo bajo mi mando y estrecharon los cuadros para una defensa cerrada; pero, sin embargo, no hemos podido evitar que en este forcejeo, ya través de las peripecias de la lucha, hubiese cundido entre algunos españoles, gracias a Dios los menos, la idea de que la lucha se justificaba sólo por un punto de honor o por cuestión de modos. y no por cosas sustanciales. y hay que decir desde ahora con toda energía que no es así; que el Régimen español no se considera, ni se consideró en manera alguna, a la defensiva en lo relativo a las formas políticas de otros países; que tenemos nuestro propio camino y que no es para nos- otros cuestión de tiempo llegar a los postulados políticos de la democracia inorgánica, porque el Movimiento Nacional surgió precisamente contra ellos en el terreno de la rivalidad revolucionaria, contra la división entre los españoles y el desmoronamiento de España, contra las causas de nuestra debilidad y nuestra decadencia, inoculadas en ideas y formas postizas, que si en otros países pudieron ser útiles, porque allí nacieron, entre nosotros no han sido sino el signo de la derrota. la corrupción y el desastre.

La mayor negación de la democracia sería la de negarnos el derecho a seguir nuestro propio camino. España sabe lo que quiere, lo que necesita y los modos de conseguirlo Y lo mismo que en el contenido doctrinal genérico del Movimiento hemos realizado la unidad de todos los españoles en una ancha y vehemente voluntad de servicio a España, así, por el sindicalismo nacional, concediendo a todas las categorías del trabajo unos derechos políticos específicos, realizamos al mismo tiempo la unidad entre las clases y su libertad civil y política. Hacemos propia la tradición de la lucha de los trabajadores por la justicia contra los reglamentos explotadores, prescindiendo de los extravíos a que pudo conducir la desesperación, y de las ideologías inconsistentes que un día pudieron separarles de nosotros. Reconocemos los méritos de cuantos, a lo largo de estos ciento cincuenta años, tuvieron el valor de colocarse y de mantenerse contra corriente, gritando a una sociedad ofuscada la miseria y las injusticias que pesaban sobre grandes sectores trabajadores. Por ello. señores Procuradores, considero esencial el que la estructura sindical se perfeccione y se consolide, extienda su esfera de aplicación y estreche las mallas de sus cuadros hasta comprender la expresión auténtica de la vida social como instrumento necesario de la política nacional y de justicia a la que nos debemos. Se engañan quienes pudieran creer agotada la política social del Régimen, que, bien al contrario, no reconoce en la magna obra realizada durante estos años angustiosos sino una premisa de la obra futura.

Quisiera grabar en vuestros ánimos toda esta situación, para que la tengáis en cuenta al correr de estos tres años de nueva legislatura, en que serán sometidos a vuestra consideración y estudio nuevos proyectos de ley que si, examinados fuera del cuadro general, pudieran suscitar desde un exclusivo punto de vista soluciones más perfectas, en cambio, examinados bajo el imperio de las necesidades ineludibles de la situación del mundo y de la particular de la Nación, espero reflejen el máximum de concesiones
que en un orden perfecto de buen gobierno puedan hacerse. Yo sé que hay muchos españoles y excelentes, camaradas que, en una plausible inquietud por avanzar en el camino de la Revolución Nacional que el Régimen patrocina, puede en muchos aspectos parecerles nuestra marcha lenta. ¡Bendita ilusión, que debe servimos a todos de acicate! Mucho es lo que puede hacerse, incluso dentro del cuadro que os he señalado; mas el ritmo ha de atemperarse a las posibilidades de la Nación en todos los órdenes, y hay leyes y equilibrios en la naturaleza que no pueden forzarse impunemente. En estas ansias de realización no creo que nadie pueda en nuestra Nación aventajamos, y si hoy podemos enorgullecemos de muchas metas alcanzadas, es porque, con paso seguro, consciente de las responsabilidades y de las dificultades, olas perseguimos con tenacidad y hemos creado los instrumentos y la preparación indispensable a obra de tales alcances.

Todo cuanto en orden a la realización de nuestros programas pretendemos conseguir necesita estar respaldado por un proporcionado progreso económico. Los avances en el orden cultural, la elevación del nivel de vida, la seguridad social, son imposibles si no los antecede la mejora económica de la Nación. Por ello la agricultura y la industria, el aumento de productividad, es objetivo de nuestros afanes y los pilares en que ha de asentarse la transformación económica de nuestra sociedad.

Las estructuras económicas de los pueblos no se improvisan; son consecuencia de los esfuerzos y aportaciones de generaciones que han contribuido a su constitución y a su equilibrio. Su transformación y progreso ha de realizarse sin derrumbar ni interrumpir su funcionamiento. En el mismo orden de los impuestos, en que tantas críticas y arbitrismos suelen suscitarse, hay que asegurar la recaudación y la eficacia. Por eso, antes de desmontar un sistema hay que haber montado, sin detener la máquina, otro más perfecto.

En este orden nos cabe la satisfacción de haber visto claro desde los primeros momentos el gran problema económico que a la Nación se le presentaba
en nuestra hora, y, pese a la gravísima situación que heredamos, nos enfrentamos con el hondo problema que el país tenía abandonado en lo que va de siglo. España ha contado. sin duda, en anteriores etapas con buenos hacendistas, con austeros administradores, con magníficos profesores en el ramo de la Hacienda pública, pero con pocos que se hayan preocupado de enfrentarse con el declive económico de la Nación.

Cuando hace medio siglo perdimos los últimos jirones de nuestras provincias de Ultramar, reduciéndose la superficie de España a la mitad, cuando más se necesitaba revolucionar nuestra economía si habíamos de vivir, por lo menos, con el mismo tono, un modesto programa de recortes y de austeridad en los gastos hizo la vida española chata y pesimista. Era la hora en que las otras naciones europeas buscaban en el mundo por nosotros trillado territorios y expansión. Y es entonces cuando la España del Quijote, la que durante siglos había asombrado al mundo por su temple adoptaba la sanchopancesca muletilla de «echar cinco llaves al sepulcro del Cid», y con vivir en la mediocridad de su casi Insula Barataria.

Y cuando corriendo el tiempo una espada limpia puso fin a tanto pesimismo y en la pacificación de Marruecos dió a la Nación gloria y provecho, emprendiendo la ruta de la valoración de nuestro suelo, surgió la eterna miopía de los hacen distas de vía estrecha dando argumentos a la antiespaña, que, servidos por sectarios y politicastros con su traición a la Monarquía, habla de traernos aquélla malhadada República, que pretendieron llamar de trabajadores, pero de tan menguada visión económico social, que comenzó su labor por paralizar todas aquellas obras de comunicaciones, riegos y pantanos que la Dictadura había proyectado, provocando la miseria social, y muchísimos millares de trabajadores sin trabajo fueron el corolario natural y el estigma de toda su obra de desgobierno.

Tuvo que ser el Movimiento Nacional el que se enfrentase desde los primeros momentos con problema tan capital para nuestra vida, precisamente cuando por haber sido despojados de todo nadie creía en la obra de nuestro resurgimiento. Y, sin embargo, conforme avanzábamos en nuestra tarea volvieron las cornejas, desde la oscuridad, a lanzar sus gritos: ¡íbamos a arruinar a la Nación! A la Nación, que creían abandonarnos totalmente arruinada y sin posibilidades de visibilidad; pero todo esto ocurría mientras le creábamos nuestras fuentes de electricidad y de energía; cuando explorábamos sus entrañas para traer al acervo nacional nuevos yacimientos de minerales que sustituyeran a nuestra producción minera en trance de extinguirse; cuando levantábamos nuevas y grandes obras hidráulicas que irrigasen los campos calcinados por el sol abrasador de nuestras estepas; cuando creábamos fábricas que ya arrojan anualmente sobre la Hacienda un río de oro o de divisas; cuando se construían barcos que, a la par que aseguraban el trabajo en nuestros astilleros, movían la industria toda de la Nación y recogían la sangría de oro que ayer se derramaba en fletes bajo pabellones extraños; en los momentos en que se reconstruían nuestros ferrocarriles, en trance de colapso; que por decenas de miles se construían viviendas económicas y baratas, y tantas y tantas obras que hoy los españoles ven aparecer y que entrañan ingentes sacrificios y trabajos. y todo esto logrado sin ayuda exterior, pues la modestísima que empezamos a recibir todavía ha de tardar en repercutir en el conjunto de nuestra Patria. Y todo esto, que cambiará totalmente el signo económico de nuestra Nación, era para ellos ¡arruinar a la Nación! Ni de un dólar disponía España para lograrlo; antes al contrario, en el balance de la situación heredamos deudas comerciales anteriores por varios centenares de millones de pesetas oro que pesaban sobre el crédito de nuestra Nación. Y, sin embargo, hoy podemos decir que, pagada nuestra guerra por los dos lados, hemos satisfecho al extranjero hasta la última de nuestras viejas deudas; que rescatamos para la economía nacional la Compañía Telefónica Nacional de España, que en nuestra balanza de pagos constituía una carga onerosa que nuestra economía no podía conllevar, habiendo liquidado virtualmentente su deuda y su valor, de cerca de cien millones de dólares.

Yo quisiera llamaros la atención, señores Procuradores, que cuando forméis juicio de nuestra obra y sobre nuestros presupuestos de gastos sepáis hacer una diferenciación entre los gastos y cargas de la Nación del capitulo de inversión creadoras de riqueza; sin estas inversiones. creadoras de riqueza reproductiva, la Nación se hubiera extinguido en la mediocridad, sin posibilidades de progreso. Si hoy nuestra Hacienda se presenta próspera, la recaudación de los tributos aparece en alza progresiva, la balanza de pagos, más desahogada; se trabaja en los talleres y el paro obrero no constituye un. azote de la Nación; es precisamente por esa sabia política de inversiones creadora y multiplicadora de nuestras fuentes de riqueza. Si un día la nación se consideraba feliz porque poseía en las reservas del Banco de emisión unas cantidades de oro físico patrimonio de toda una vida de la Nación, inferiores a los 3.000 millones de pesetas, hoy España posee por nuestra obra, en bienes tangibles, sin contar pantanos, irrigaciones, ferrocarriles y nuevas masas forestales, en cuantía muy superior, solamente en instalaciones industriales productoras o economizadoras de divisas oro propiedad del Tesoro, una cifra de más. de 7.000 millones de pesetas oro que ha mejorado notablemente nuestra situación económica y que se refleja en nuestra balanza de pagos.

Si miramos las circunstancias en que esta obra se llevó a cabo, las de la situación del mundo, con sus conjuras Y desasistencias; el azote de las sequías y la elevación de los productos agrícolas en los mercados internacionales se agiganta la obra de cuantos enfrentándose con la responsabilidad colaboraron en esta empresa Y supieron superar las horas difíciles con el menor estrago.

Más largo en hechos que en palabras, nuestro Régimen pudo evitar una gran crisis económica que hubiera dejado sin trabajo a muchos miles y hasta millones de obreros cuando la sequía, como un azote, castigaba nuestros campos y agotaba nuestras fuentes de energía eléctrica. La merma del poder adquisitivo de este núcleo de población hubiera llevado al colapso a otras ramas de la actividad económica, provocando una agravación creciente del mal.

Pues bien; yo os digo que, al igual que en ese caso, cuyo valor y significación ha escapado a muchos, el Estado nacional lo abordó con toda diligencia, abordará con igual resolución los problemas que aseguren una base digna de vida para todos los españoles, como exigencia moral y política de la unidad nacional y de la convivencia, al mismo tiempo que estimula todas las energías de acción económica, pues estamos firmemente resueltos a que esa base digna deje de ser una palabra y una realidad esquiva y movediza para convertirse en un hecho; estando firmemente resueltos a que aquellos artículos Y servicios de interés vital estén en el mercado en cantidad suficiente y a precios tales que el salario normal asegure el nivel de vida medio a que España puede aspirar en cada momento. Según el desarrollo creciente de los recursos nacionales. Nuestra solicitud se dirige igualmente a que, al paso que quede establecido a una altura satisfactoria el nivel económico de todos los españoles y la obtención de la enseñanza en todas sus formas, la administración del crédito y la vida sindical lleguen a representar positivamente condiciones de igualdad y oportunidades para todos los talentos, todas las aptitudes y todas las ambiciones nobles y legitimas.

Hace ya casi un año que mi Gobierno, en su primera reunión, formuló ante el país una declaración sobre la evolución de la economía española, y afirmó que se habían superado las dificultades principales de los años más duros entrándose en una etapa de más halagüeñas perspectivas. Se aludía entonces a los esfuerzos realizados en los pasados tiempos para llegar a esta hora y se anunciaba el desarrollo de un programa económico de gobierno concentrado en torno a la estabilidad de los precios, con aumento de la producción agrícola e industrial y la regulación de las importaciones.

Aquel anuncio de una nueva etapa y de mejores perspectivas se ha ido cumpliendo a lo largo de los últimos meses, sin más retraso que el impuesto por la prudencia del buen gobierno. En el terreno de la agricultura se han impulsado las obras de colonización y de regadíos, así como el incremento de la producción; en el de la industria se ha proseguido la obra de industrialización con el fomento de la producción y la ayuda y el estimulo a las fabricaciones de interés económico nacional, con positivo aumento de los rendimientos, y en las actividades mineras se ha incrementado igualmente la producción de materias primas, que tanto afecta a nuestra balanza de pagos. En el sector del comercio interior se han introducido crecientes libertades de circulación y tráfico, se han suprimido cupos, se han normalizado en buena parte los suministros de materias primas y se han facilitado los desplazamientos de comerciantes y viajeros. En lo concerniente al cambio exterior se han suprimido cuentas y mecanismos especiales inherentes a los momentos difíciles, se han simplificado los tipos de cambio, se ha facilitado la manipulación de divisas y se ha estimulado y requerido la cooperación activa de las instituciones privadas. En lo referente a precios se han conseguido bajas positivas aprovechando la mayor producción nacional y las mayores importaciones de ciertos elementos y artículos, saneando así los precios, como medida previa para la adopción ulterior de nuevas disposiciones orientadas al equilibrio de precios y salarios. Y en materia de abastecimientos se han suprimido sucesivos racionamientos, se han reducido las funciones y el personal de los organismos interventores existentes.

Toda esta enumeración de realidades positivas ya logradas, que tan considerablemente han favorecido el campo de las actividades económicas españolas, pueden resumirse diciendo que representan el progreso y el triunfo de la tenaz decisión española en tiempos difíciles durante los cuales se sumó a ciertas adversidades aquel cerco que también supimos romper.

Durante ese periodo he tenido siempre presente el sacrificio que representaba para los españoles y he seguido paso a paso los problemas derivados del proceso de la escasez. Hoy, gracias a esa tenacidad y esfuerzo, podemos contemplar realmente los últimos meses como la liquidación del pasado y la preparación del futuro. Y como coronamiento de todo este último periodo y sin toma decisivo que todos los españoles interpretarán seguramente como el más significativo en este orden de cosas, puedo hoy anunciar que a partir del próximo día primero de junio quedará absolutamente suprimida la cartilla de racionamiento .

Desaparece, por lo tanto, lo que ha sido en cada hogar el símbolo y el recuerdo de nuestras dificultades, cuya superación es motivo de orgullo para los españoles. Pero no desaparece, claro está, la vigilancia del Gobierno sobre los problemas vitales del abastecimiento, no sólo por si externas circunstancias obligasen a nuevos sacrificios en defensa de nuestra civilización y modo de vida, sino muy especialmente para proteger siempre a las clases medias y modestas contra perturbaciones de precios que puedan afectar a su nivel de vida real ya que en nuestra política económica nos movemos a impulso de consideraciones sociales humanas y de justicia.

Con la ayuda de Dios hemos entrado en un trayecto más fácil de nuestra ruta, pero aun dentro de esa mejoría nunca se progresa sin esfuerzo, y ese esfuerzo tiene que ser de todos y no sólo de los hombres de gobierno y de sus colaboradores; los productores tienen que afinar sus costes y aumentarlos rendimientos, porque ante las mayores existencias de mercancías la competencia desplaza los articulo s fabricados de cualquier precio. Por la misma razón. los intermediarios deben limitar sus beneficios y reducir sus márgenes si quieren continuar realizando operaciones. Es decir, que al normalizarse la actividad económica todos tienen que ajustarse a ella y prestar una colaboración menos interesada en beneficio de la Nación y de ellos mismos, ya que eso supone la estabilidad de la economía: Estas son las tareas que han de cumplirse y cuya realización será más fácil, porque hoy contamos con mayores medios y no luchamos contra los elementos y la incomprensión.

La mejoría alcanzada en nuestra fortaleza política y económica de carácter básico repercute, como antes os decía, en nuestra fortaleza militar, de cuya preparación ha podido percibirse la Nación en el brillante desfile de nuestro Ejército que estos días ha tenido lugar y cuyo material ha venido fabricándose en casi toda su totalidad en nuestra Patria. En la medida de nuestros medios no ha cesado la preparación técnica de nuestros cuadros de mando, ni la modernización y producción de nuevas armas con halagüeños resultados, aunque en el orden de la preparación militar y de la seguridad exterior los pueblos en los tiempos presentes no pueden permanecer aislados. Nuestra presencia en Europa en su extremo occidental, a caballo del paso entre los dos mares más afectados por la difícil situación presente, imprime a nuestra política exterior, en defensa de nuestros supremos intereses, la necesidad de coordinarlos con los generales de los pueblos. Ello nos llevó un día al Pacto Ibérico con nuestra hermana peninsular, de tan beneficiosos resultados para la paz y la prosperidad de las dos naciones; a estrechar los vínculos con las naciones de nuestra estirpe y reforzar los lazos de amistad con los pueblos árabes ribereños del mar latino, ligados a nosotros por la comunidad de intereses y siglos de una Historia común; y en las presentes circunstancias nos lleva a aceptar las propuestas de Norteamérica de proseguir las conversaciones de nuestros técnicos con vistas a un acuerdo, dentro del área general, de seguridad mutua, que de llegar a feliz término entrañará, sin la menor merma de nuestra soberanía, la asistencia militar y económica correspondiente.

Esta coincidencia en el reconocimiento de la amenaza general que el Occidente sufre, y el concertar en el orden económico, y militar las previsiones naturales para la seguridad común dentro del área de los comunes intereses, no implica, sin embargo, identificaciones ideológicas en los otros órdenes. Nosotros creemos en el poder de la sustancia cristiana perenne todavía en la medula de las naciones occidentales, y confiamos en que. bajo las apremios de la necesidad, salgan a la luz las virtudes cardinales de gran poder activo. Creemos que la superioridad que los pueblos occidentales tienen sobre el comunismo radica menos en razones de fuerza material y de progreso técnico que en el valor de sus fuerzas espirituales. Mas si en este orden no hay motivos para el tremendismo derrotista que en tantos lugares se acusa, hay grandes razones para urgir los medios de autodefensa suprimiendo las contradicciones y los contrasentidos, cerrando el paso a los fomentos de disgregación interna y evitando las incidencias que, aun siendo de segundo orden, si llegasen a verse rodeadas de ciertas circunstancias, pudieran llegar a ser de consecuencias incalculables.

¡Ojalá llegue a comprenderse a tiempo la necesidad de restablecer el orden moral y de dar coherencia al aparato dialéctico .imprescindible para atajar el comunismo! Nosotros creemos que en los programas de la defensa de Occidente es preciso incluir la salvaguardia de los resortes espirituales a los que debemos nuestra mayor fuerza. Frente al ateismo comunista no es el laicismo lo que corresponde, sino el justo tributo a la suprema jerarquía de lo religioso desde el Estado y fuera del Estado. Frente a la interpretación leninista o stalinista del bolchevismo no es un marxismo apenas atenuado o un socialismo marxistizante lo que a nuestro juicio corresponde, sino la orgullosa afirmación de los valores de la personalidad humana, la negación terminante del materialismo histórico y el reconocimiento firmísimo de la capacidad de regir la Historia desde el Estado y de realizar la justicia a través de las instituciones necesarias. Frente al movimiento sindical que crece anárquico como una marea irresistible después de haber sufrido la proscripción durante casi un siglo, no es suficiente con arrojarle bocados de carne para entretener su apetito, sino que es preciso reconocer en lo sindical la forma de expresión de los intereses de grupo en la sociedad y convirtiéndolo en instrumento de representación pública, incorporarlo al orden político y legislativo.

Yo quiero recordar a este propósito, reafirmando nuestra posición, que es acaso España el único país que no ha reconocido las situaciones originadas por el abandono a la U. R. S. S. de los pueblos del este de Europa y que propugna se mantenga sin la menor concesión la necesidad de devolver la libertad a esos pueblos esclavizados bajo su tiranía roja, para lo que consideramos insuficiente la táctica de renuncia y de apaciguamiento, que arroja sobre los pueblos occidentales una tacha moral y de inconsciencia, de la que no queremos ser participes.

 

Y para terminar, señores Procuradores, quiero excitar vuestra atención hacia la promesa que encierra para nosotros esa juventud española, presta ya, des- pues de una formación sólida y viril en el taller, en la Universidad y en los Campamentos, para incorporarse a los puestos de servicio en todos los órdenes de la vida nacional. Hemos atendido en la medida de las posibilidades a que su formación profesional, académica, moral y política encontrara todos los apoyos desde el Estado y sabemos que en ella tienen la Patria y la Revolución Nacional la máxima garantía de su continuación y de su mantenimiento. Tenemos la seguridad que con la experiencia y la madurez de cada día comprenderá mejor la obra de quienes la precedieron conquistando para ellos el honor de una Patria mejor. La juventud española recogerá la antorcha del resurgimiento nacional y sabrá conservarla para las generaciones venideras.

Yo os exhorto, como representantes del país en la tarea de estudio y de concepción de las leyes, para que os convirtáis en agentes permanentes y celosos de la unidad entre los españoles, en la seguridad de que un pueblo valeroso y unido será siempre dueño
de sus destinos.


   ATRÁS   



© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

E-mail: generalisimoffranco@hotmail.com