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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado.


 
Discurso en la Inauguración de la Escuela Nacional de Instructoras de Juventudes.

12 de junio de 1951.

Camaradas de la Sección Femenina y pueblos serranos aquí congregados:

No podía hacerse mejor homenaje a la mujer española que este acto en que reciben sus recompensas por su constancia en el servicio. por su espíritu de sacrificio y por su cooperación en la obra grandiosa del Movimiento Nacional estas destacadas figuras de nuestra Juventud Femenina al colocarles la «Y» de oro, de plata, roja o verde sobre sus camisas azules. Simbólico recuerdo a Isabel de Castilla en este año del centenario de su nacimiento, en el que en estas montañas abulenses se restaura el castillo de Las Navas, que va a recibir como nuevas golondrinas de todas las regiones de España a las muchachas españolas para inculcarles aquel espíritu que hizo a la España grande, reencarnando en el de nuestra Cruzada. Tiempos paralelos los de la Reina Isabel de Castilla y los que le toca vivir a esta generación de la mujer española. Aquélla Reina ejemplar levantó el pendón de la unidad de España; aquélla Reina ejemplar hizo hasta de su amor empresa nacional peregrinando por las tierras de Castilla hasta arrancar y hacer efectiva y física de unidad de los hombres y de las tierras de España.

Su impulso fué tan grande, que a su obra siguieron siglos de prosperidad; pero mientras se mantuvo aquélla unidad, mientras se mantuvo aquélla hermandad entre los hombres y las mujeres de España, que ella había creado, el sol de España y su gloria brillaron en el universo y fueron nuestros hombres, salidos de montañas como las vuestras, y nuestras mujeres, los que marcharon por el mundo a enseñar la religión y el alfabeto, a llevar las simientes de nuestros campos o los productos de nuestras cabañas para formar esa gran América española que todavía vuelve el rostro hacia la Madre Patria para rezar, para sentir y para amar.

Y ha tenido que venir la Cruzada española para arrancar a España de su decadencia, decadencia de España a que se había llegado porque se había roto nuestra unidad, la hermandad sagrada levantada entonces, como hoy, sobre la sangre de los mejores de aquélla época, igual que la sangre de nuestros camaradas y de nuestros soldados hoy. Aquélla unidad sólo pudo quebrarse cambiando nuestro ser, invadiéndonos con teorías extrañas, introduciendo aquélla terrible arma, que tantas veces dijimos, inventada contra la salud de nuestra Patria, de enfrentar a españoles con españoles la obra de Isabel de Castilla fué grandiosa y perduró porque supo crear en los pueblos y en las ciudades un espíritu nuevo, porque rompió con los viejos prejuicios, porque con las Guardias y Santas Hermandades que creó cortó el latrocinio de los grandes y sometió a los ambiciosos. Dura y difícil fué entonces su tarea, que sólo pudo morir con el olvido y las maquinaciones criminales de los que, deseando repartirse nuestra capa, empezaron minando nuestro espíritu.

Nuestra victoria hubiera sido huera e ineficaz si no se hubiera llenado de contenidos políticos, si un sentido político social no la hubiera presidido, y, pese a las malicias de los detractores enquistados, fué ese espíritu del Movimiento, encarnado en nuestras juventudes, prendido en vuestros corazones, el que nos dió fuerza y confianza para resistir las presiones de fuera y para que resplandezca y empiece a amanecer en el horizonte español.

Si el Movimiento Nacional no hubiera contado con esa poesía creadora que un día José Antonio concibiera hubiéramos tenido que inventarla, que ir a buscarla a las aldeas y a los pueblos serranos, no contaminados de los vicios de la ciudad; a perseguir las esencias de los tiempos viejos en esas modestas iglesias de aldea, donde el espíritu sereno de nuestros campesinos, reflexivos y filósofos, guarda puras las esencias de la fe. En ellos encontraríamos nuestro ser perdido. Pero no fué necesario porque en medio de la decadencia de España habían sonado cantos de esperanza y la inspiración de nuestros poetas había dado vida a la canción de la Falange, que no sólo se cantaba en nuestros campos. sino en las cárceles rojas y en las mazmorras más tremendas, y así, cuando liberábamos a las ciudades y a los pueblos de la tiranía roja, alzaban sus notas con ilusión el himno de nuestra Falange y el «Oriamendi» de nuestros requetés, escuchados y aprendidos a costa Dios sabe de cuántos sacrificios, que inundaban los espacios como una afirmación.

Si la maldad extraña ha querido marcar un paralelismo entre el Movimiento Nacional nacido de nuestra entraña y regado con nuestra sangre y otros movimientos exóticos, a ello oponemos nosotros estos templos de civismo, estos pechos generosos de mujeres, estos corazones de nuestros camaradas y soldados, forjados para el bien, la justicia y la caridad; este espíritu de hermandad del Movimiento Nacional español, que va por las tierras y por los pueblos de España intentando redimir a nuestros campesinos, irrigando las tierras antes secas y abandonadas, plantando árboles en vuestros montes, aumentando los tornos y las máquinas de los talleres, construyendo escuelas y viviendas, botando nuevos barcos que lleven nuestra bandera por el mundo para intercambiar nuestros productos y para que a todos los hogares españoles pueda llegar el pan, la luz y la justicia.

Pero no bastaba esto; habla que elevar el espíritu del pueblo español, habla que educarlo, había que llevarle nuevas esperanzas y nuevas direcciones. y vosotras fuisteis, la Falange Femenina, las que os entregasteis de corazón a esta obra grandiosa del Movimiento Nacional, las que lleváis un día tras otro vuestras inquietudes y servicios a los hogares y a las mujeres de España; las que habéis sabido colaborar con el Estado, con esa máquina fría y burocrática que son los Estados, que no llegarían nunca al corazón del pueblo si no contasen con una organización cívica, si no existiese esa minoría devota inasequible al desaliento, que con espíritu de servicio llegase a los pueblos y aldeas, como vosotras habéis hecho, para evitar que se murieran nuestros niños, llevando con la ilusión de vuestras canciones, el amor, la justicia y, muchas veces, el pan.  

Yo os felicito en estos momentos a todas las que habéis obtenido hoy este galardón de prender en vuestros pechos la «Y» simbólica de nuestra Reina ejemplar, que estimulará a las otras camaradas que en estos momentos en España se enorgullecen de vosotras. Y a vuestra Delegada de la Sección Femenina, a Pilar Primo de Rivera, mujer ejemplar, que, como aquélla Santa de Ávila o Isabel de Castilla, abrazó la misión de peregrinar por todos los riscos y las aldeas de España..., para que la Falange pueda llevarles, con la verdad, la fe, el pan y la justicia.

¡Arriba España!


   ATRÁS   



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