"Sur",
6 de octubre de 1938.
Una comisión de
damas enfermeras de las que prestan sus servicios en primera línea,
visitó al Caudillo para hacerle entrega de un álbum con la firma
de todas las damas
enfermeras en hospitales de los frentes como homenaje de las
mismas en el segundo aniversario de su elevación al Poder.
Una de ellas, con
voz entrecortada por la emoción, pronunció unas palabras
haciendo el ofrecimiento del álbum.
- Todas las
enfermeras que actuamos en los hospitales de los frentes -dijo
-hemos tomado la Santa Comunión el Día. del Caudillo, impetrando
la protección divina para V. E., salvador de España, y hemos
recogido en este álbum sus firmas haciendo entrega con él de la
expresión de nuestra gratitud y adhesión inquebrantable.
El Caudillo les
contestó con voz lenta, armoniosa, paternal. ¡Qué distinta su
voz persuasiva, del tono brillante con que impusiera las
condecoraciones a los voluntarios extranjeros y qué distinta de
como sonaba días antes, al pronunciar su mensaje al pueblo español!
Hablaba lentamente ante el símbolo del dolor sublime y de la
prueba más patente de nuestro humanitarismo.
- Un gran bien me
hacéis -replicó el Caudillo -con vuestro recuerdo y con vuestra
presencia, y nunca mejor que ahora aprecio qué grado de fidelidad
representa vuestra valiosa colaboración.
En los momentos en
que me dejan mis ocupaciones, yo os he visto en los hospitales. Yo
creo que las visitas a los hospitales no deben ser rápidas
ni hechas para no pasar de los dinteles de las puertas. Un
hospital, para ser visitado, requiere horas y aun días. Yo no
tengo tiempo para hacerlo así. Pero en las pocas que los he
visitado yo os he visto, mujeres, en los sitios donde os reclamaba
la Patria. Os he visto en Griñón, en Aragón, y, mientras los
hospitales eran bombardeados, vosotras seguíais trabajando. Pude
comprobar que nadie más ajeno que vosotras al peligro, porque
vuestras manos seguían curando a los heridos, limpiando el sudor
de la frente de los agonizantes, sirviendo el agua al que la pedía
asfixiado por la fiebre, escribiendo sus cartas a las madres, a
las novias. Gracias, señoras, gracias de todo corazón.
Sé de vuestra
obra trascendental que lo será más el día de mañana porque
para entonces vuestro espíritu de sacrificio y de entereza será
mucho más útil por vuestro ejemplo que toda clase de programa.
Vuestra obra no
termina cuando termine la guerra de España con su victorioso
final, porque después os necesitamos, ya que sois la emoción y
serviréis para dar ejemplo de fraternidad, igualdad y justicia
social.
Vuestra abnegación
a las cabeceras de las camas de los heridos hace que vuestros
nombres sean bendecidos por millares de bocas y sois en los
hospitales el emblema de nuestra Sanidad, con vuestros hábitos.
Entre los rojos
han prendido todos los grandes venenos, pero en toda España no
prendió el veneno contra el hogar, la familia o la mujer santa
que nos trajo al mundo. Aun pueden salvarse esas gentes. Yo lo
tengo por seguro al ver vuestro entusiasmo interno que no entiende
de colores y que lo mismo atiende a un comunista que mató a
vuestro hermano que a un soldado de nuestras Divisiones herido por
nuestra santa Causa.
Para mañana, España
cuenta con vosotras. Yo reclamo vuestra cooperación para cuando
no haya tierras que conquistar a los rojos, pero sí conquistar
corazones para
ganarlos para la Causa de Dios y de España.
Las damas
enfermeras escucharon hondamente emocionadas, la breve y sentida
alocución del Caudillo y luego le hicieron entrega del álbum.