Noviembre
de 1937
Alumnos de la Academia de Alféreces soldados de España:
Habéis venido a
este viejo caserón para recibir la enseñanza precisa para mandar
debidamente, conforme a las Ordenanzas, a nuestros bravos
soldados. Estáis aquí llevando vida de humildes franciscanos, a
tenor de lo que imponen las circunstancias a la Patria, que ha de
ser austera en todo, en todo humilde, menos en el alto ideal de
cuya grandeza lleváis vosotros el eco dentro del corazón, ese
corazón que habéis sabido templar en el rudo combatir contra los
enemigos de nuestra España y de nuestra civilización. Sois como
aquellos otros bravos que un día salieron humildemente,
calladamente, de España y todos regresaron trayendo a la Patria
la gloria de mundos nuevos. Así vosotros habéis de dar a España
un mundo nuevo, mejor. La consecuencia: de la paz para el imperio
de la justicia y el logro del respeto unánime para la Patria
Madre, esta Patria grande que moría avergonzada de tanta y tanta
cobardía, de tanta y tanta ruindad, de tanto y tanto desorden
infame, que vivía sin fe, sin anhelo de grandeza, empequeñecida,
yerto el corazón. Vosotros tenéis la inmensa suerte, por vuestra
edad, de no haber contribuido ni un ápice; a aquellos oprobios
pasados, vosotros tenéis, con la juventud de vuestros corazones,
la gran dicha de saberos paladines de la Causa santa, de la
dignificación y grandeza de España. La sangre que se está
derramando, la que podáis haber derramado ya vosotros y la que
derraméis cuando, por llevar una estrella en la bocamanga, os
pongáis al frente de los hijos de esta tierra santa, no será estéril,
yo os lo prometo, porque germinará en flores de gloria, que a
vosotros serán debidas y que, una vez acabada esta guerra, podréis
ofrecer, en medio de la mayor emoción, como un relato que hará
revivir su gloria, a vuestros hijos, esos hijos afortunados que
van a heredar el caudal de vuestro esfuerzo de hoy, en la
fortaleza de la España grande, heroica y fuerte.
Alumnos Alféreces del Ejército:
¡ARRIBA ESPAÑA!