Salamanca,
02 de agosto de 1937.
Señor Embajador:
Con profunda emoción
he oído las nobles y
levantadas palabras de Vuestra Excelencia al entregarme las cartas
que os acreditan como embajador extraordinario y
Plenipotenciaria de Su Majestad el Rey de Italia y Emperador de
Etiopía. Llega V. E. a este viejo solar español en los momentos
duros, pero magníficos, en que la nación, consciente de su
destino histórico, se ha levantado para defender también las
esencias de su vida y, cumpliendo otra vez misteriosos designios,
para defender también las esencias de una civilización que nos
es común. Por eso, señor Embajador, la nación española estima
cabalmente esa ofrenda de fraternal e inmutable solidaridad de que
V. E. es portador.
En nombre del
pueblo español agradezco la íntima comprensión del pueblo
italiano y de su ilustre Duce por nuestra Causa, así como los
fervientes votos que formuláis por el seguro triunfo de nuestros
Ejércitos. Ese aliento moral que Italia nos presta cuando están
en carne viva, como llagas, las fronteras de España, y se clavan
victoriosas las banderas de Cristo y de Occidente en los bordes de
una tierra cautiva, de templos sin campana y agonías sin
oraciones, y donde Oriente y las estepas de Asia alzaron ya sus
campamentos, se recibe como el más cordial y amable de los
lenitivos.
España, en la
coyuntura histórica porque atraviesa, pacto del porvenir con el
pasado, en el que el suave y necesario yugo de una tradición
gloriosa se aligera con, el vuelo en potencia, futuro y jubiloso,
de las flechas, España lucha para ser un país donde no ha de
haber hostilidad de la campana de la Iglesia con el ruido
trabajador de los talleres, para ser una nación unida, grande y
libre,: cuya luz ilumine a los hermanos ciegos y a las masas
ofuscadas, y que en la vida internacional sea instrumento para el
mantenimiento, a través de continentes y de Océanos, de esa
cultura mediterránea que amamantaron las ubres de la Loba Romana.
Podéis decir, señor
Embajador, a vuestro Augusto Soberano y al esclarecido Jefe de
vuestro Gobierno, que la Italia Imperial y Fascista tiene fundados
motivos para prever con la España Nacional vínculos cada vez más
estrechos de colaboración, con el propósito noble de ser la
salvaguardia de nuestra común civilización y de la paz
universal.
Estad seguro, señor: Embajador, de que vuestras personales condiciones
de claro talento y exquisito tacto, encontrarán en todos los
organismos de la Espat1a Nacional cuantas facilidades habréis
menester para el desempeño de vuestra altísima misión.