25 de agosto de 1936.
Perdido el carácter de nuestro pueblo, con vergüenza de
nuestro presente y olvido de nuestro pasado, faltos de confianza
en nuestro porvenir, recelosos de no tener un concepto de las
cosas, no es extraño que llegase un momento en que tuviera
repercusión todo cuanto fuera elemento de odio, propósito de
disgregación, entre los diversos factores que integran las
fuerzas productoras de riqueza.
Después, logrado el asesinato moral de un pueblo sumido en el
abismo, no es difícil entregarlo, venderlo al mejor postor,
pretextando una misma tendencia ideológica para someterlo como
colonia o como vanguardia en la lucha contra la civilización y la
sociedad.
Tal era nuestra situación. Entre tanto, nuestra balanza
comercial favorable se trocaba en adversa. Los frutos de nuestro
suelo se depreciaban; se nos imponían limitaciones. Se creaban
obstáculos a cuanto significaba destellos de nuestra
personalidad, a la que se pretendía rectificar. Se trataba de
reducir a la nada y desconectar el brazo salvador que podía
liberar a la víctima. Falsos apóstoles enrarecían el ambiente
nacional por medio de predicaciones de un comunismo que ofrecía
la tierra al campesino, la soberanía al obrero y la autonomía
política a las regiones, sembrando el odio y el exterminio.
Tristes ofrecimientos de un régimen, que llegado al Poder
arrebata la tierra al campesino, la libertad al obrero y se opone
a toda flexibilidad autonómica.
Ni libertad, aherrojada por el libertinaje de los partidarios
de los gobernantes; ni igualdad, destruida por quienes en el
Gobierno se declaraban beligerantes; ni fraternidad, desmentida
con el asesinato diario de hombres de oposición, con la
complacencia y complicidad de las Autoridades y el Gobierno.
Pactos ocultos con el comunismo ruso, acuerdos secretos con
naciones extranjeras a espaldas de la Constitución y de las
Leyes; persecución sin tregua de cuanto representase un valor
espiritual y moral o no se uniese al carro de la revolución
moscovita.
Esta era la España de ayer: la de los obreros criminales
explotados por sus directivos, la de los tuberculosos sin
sanatorios, la de los hogares sin lumbre, la de los clásicos
caciques, la de las injusticias sociales, la de los montes sin
árboles, la de los niños sin escuelas, la de los españoles sin
patria, la de los hombres sin Dios.