Comandante
General de Canarias.
Santa
Cruz de Tenerife, a las cinco y cuarto horas del día 18 de julio
de 1936.
¡Españoles!
A cuantos sentís el santo amor a España, a los que en las
filas del Ejército y la Armada habéis hecho profesión de fe en
el servicio de la Patria, a cuantos jurasteis defenderla de sus
enemigos hasta perder la vida, la Nación os llama a su defensa.
La Situación de España es cada día más crítica; la anarquía
reina en la mayoría de los campos y pueblos; autoridades de
nombramiento gubernativo presiden, cuando no fomentan, las
revueltas; a tiro de pistola y ametralladora se dirimen las
diferencias entre los ciudadanos que alevosa y traidoramente se
asesinan, sin que los poderes públicos impongan la paz y la
justicia. Huelgas revolucionarias de todo orden paralizan la vida
de la población, arruinando y destruyendo sus fuentes de riqueza
y creando una situación de hambre que lanzará a la desesperación
a los hombres trabajadores. Los monumentos y tesoros artísticos
son objeto de los más enconados ataques de las hordas
revolucionarias, obedeciendo a la consigna que reciben de las
directivas extranjeras y con la complicidad y negligencia de los
gobernadores de monterilla. Los más graves delitos se cometen en
las ciudades y en los campos, mientras las fuerzas de Orden Pública
permanecen acuarteladas, corroídas por la desesperación que
provoca una obediencia ciega a gobernantes que intentan
deshonrarlas. El Ejército, la Marina y demás instituciones
armadas, son blanco de los más soeces y calumniosos ataques,
precisamente por parte de aquellos que debían velar por su
prestigio, y, entre tanto, los estados de excepción, de alarma, sólo
sirven para amordazar al pueblo y que España ignore lo que sucede
fuera de las puertas de sus villas y ciudades, así como para
encarcelar a los pretendidos adversarios políticos.
La Constitución, por todos suspendida y vulnerada, sufre un
eclipse total: ni la igualdad ante la Ley, ni libertad, aherrojada
por la tiranía; ni fraternidad, cuando el odio y el crimen han
sustituído al mutuo respeto; ni unidad de la Patria, amenazada
por el desgarramiento territorial más que por regionalismo, que
los propios poderes fomentan; ni integridad y defensa de nuestras
fronteras, cuando en el corazón de España se escuchan las
emisoras extranjeras que predican la destrucción y reparto de
nuestro suelo.
La Magistratura, cuya independencia garantiza la Constitución,
sufre igualmente persecuciones que la enervan o mediatizan y
recibe los más duros ataques a su independencia. Pactos
electorales hechos a costa de la integridad de la propia Patria,
unidos a asaltos a Gobiernos civiles y cajas fuertes para falsear
las actas, formaron la cáscara de legalidad que nos preside. Nada
contuvo la apetencia de poder, destitución ilegal del moderador,
glorificación de las revoluciones de Asturias y Cataluña, una y
otra quebrantadoras de la Constitución, que en nombre del pueblo
era el Código fundamental de nuestras Instituciones.
Al espíritu revolucionario e inconsciente de las masas engañadas
y explotadas por los agentes soviéticos se ocultan las
sangrientas realidades de aquel régimen que sacrificó para su
existencia veinticinco millones de personas, se unen la molicie y
negligencia de autoridades de todas clases, que, amparadas en un
Poder claudicante, carecen de autoridad y prestigio para imponer
el orden en el Imperio de la libertad y de la justicia.
¿Es que se puede consentir un día más el vergonzoso espectáculo
que estamos dando al mundo? ¿Es que podemos abandonar a España a
los enemigos de la Patria, con proceder cobarde y traidor, entregándola
sin lucha y sin resistencia?
¡Eso no! Que lo hagan los traidores; pero no lo haremos
quienes juramos defenderla.
Justicia, igualdad ante las leyes, ofrecemos.
Paz y amor entre los españoles; libertad y fraternidad
exentas de libertinajes y tiranía.
Trabajo para todos, justicia social llevada a cabo sin encono
ni violencia, y una equitativa y progresiva distribución de la
riqueza, sin destruir ni poner en peligro la economía española.
Pero, frente a esto, una guerra sin cuartel a los
explotadores de la política, a los engañadores del obrero
honrado, a los extranjeros y a los extranjerizantes, que directa y
solapadamente intentan destruir a España.
En estos momentos es España entera la que se levanta pidiendo
paz, fraternidad y justicia; en todas las regiones, el Ejército,
la Marina y fuerzas de Orden Público se lanzan a defender la
Patria.
La energía en el sostenimiento del orden estará en
proporción a la magnitud de la resistencia que se ofrezca.
Nuestro impulso no se determina por la defensa de unos
intereses bastardos ni por el deseo de retroceder en el camino de
la Historia, porque las instituciones, sean cuales fuesen, deben
garantizar un mínimo de convivencia entre los ciudadanos, que, no
obstante las ilusiones puestas por tantos españoles, se han visto
defraudadas, pese a la transigencia y comprensión de todos los
organismos nacionales, con una respuesta anárquica, cuya realidad
es imponderable.
Como la pureza de nuestras intenciones nos impide el yugular
aquellas conquistas que representen un avance en el mejoramiento
político-social, el espíritu de odio y venganza no tiene
albergue en nuestro pecho; del forzoso naufragio que sufrirán
algunos ensayos legislativos, sabremos salvar cuanto sea
compatible con la paz interior de España y su anhelada grandeza,
haciendo reales por primera vez y en este orden, la trilogía:
fraternidad, libertad e igualdad.
Españoles:
¡¡Viva España!! ¡¡Viva el honrado pueblo español!!.