Españoles:
En el final de un año que pasa y en vísperas
de otro que comienza, os dirijo mi mensaje tradicional, con el que
me depara Dios la alegría de poder llegar, con mis deseos de
felicidad y mis votos fervientes de hermandad, alegría y paz, a
toda nuestra común familia.
El año que acaba ha sido muy señaladamente
un año de fe. El año Santo Jacobeo ha vuelto a poner de
manifiesto el sentido espiritual que impregna nuestra conciencia
de cristianos y españoles. Y fue, asimismo, un año de fe
nacional, de clara certidumbre hacia el futuro de un pueblo que
hace siete lustros decidió, con arrojo y esfuerzo, su propio
destino.
SOLIDARIDAD
Y FIRME ADHESIÓN
Fe y confianza, hacen posibles las arduas
tareas de cada cual al frente de sus actividades, en el desvelo de
sus deberes familiares, en la hermandad con sus conciudadanos y
también en las tareas, no menos arduas a veces, que imponen las
funciones de mando y de gobierno. Por eso hemos podido mantener
una solidaridad que hoy día se contempla con asombro desde muchos
lugares de la tierra. Vuestra firme adhesión, tan repetidamente
demostrada, ha robustecido mis propósitos y alentado mis horas de
trabajo. Quiero que conste así y que llegue en estos momentos de
intima emoción familiar a vuestros hogares, a todos nuestros
hogares españoles.
En las metas iniciales de nuestro Movimiento
Nacional, figura, y eso lo estáis también experimentando año
tras año, el desarrollo económico de nuestro país, la elevación
del nivel de vida de los españoles. Ese nivel de vida ha podido
alcanzar alturas antes no sospechadas gracias precisamente a
vuestra fe, a las elevadas miras de nuestro pueblo, a las
preocupaciones y desvelos cotidianos, y al sacrificio de quienes
sin pedir nada, todo lo dieron al servicio de una patria mejor. A
ellos y a su ejemplo nos debemos, cuando contemplamos los avances
de un desarrollo evidente, con grandes logros y anchas
perspectivas. Ese desarrollo lleva dentro las esencias de los más
nobles ideales, lleva la intensa fuerza motriz que sólo la fe
puede engendrar.
El año que acaba ha sido pródigo en
acontecimientos en los que habéis dado muestras de vuestro espíritu
de unidad y de vuestra lealtad de siempre. En todas las
poblaciones que recorrí a lo largo de este año, pude comprobar
la fe y el entusiasmo de los hombres y mujeres de España; fe y
entusiasmo que culminaron en la magna concentración de la Plaza
de Oriente, al cumplirse el XXXV aniversario de la fecha en que
asumí el timón de la nave de la patria.
Mi gratitud, pues, por esta constante muestra
de fidelidad, eco renovado del rotundo referéndum por virtud del
cual, hace poco más de un lustro, la nación se dio a sí misma
su propia constitución política genuinamente española, sin
plagios ni mimetismos, de acuerdo con su tradición y con los
principios fundamentales del Movimiento Nacional.
SOLIDEZ DEL
ORDEN INSTITUCIONAL
La historia no se detiene. Este año ha visto
también el acceso de nuevas generaciones a la vida pública con
el inicio de la décima legislatura de las Cortes. La normal
sucesión de las etapas legislativas –ya son dos las
constituidas con arreglo a la Ley Orgánica del Estado-, así como
la renovación, en los términos que señalan nuestras leyes
fundamentales, del Consejo del Reino y el Consejo Nacional,
contribuyen al arraigo de las instituciones políticas, a la forja
de nuevos hombres, que son exponentes de su solidez y garantía de
continuidad.
Nuestras leyes fundamentales aseguran con
dinamismo la solidez del orden Institucional y el desarrollo político
y social dentro de su cauce natural. Por esta vía seguiremos
avanzando. Tras la promulgación en este año de la Ley Sindical y
del nuevo reglamento de las Cortes, se ha remitido a la Cámara
Legislativa una ley básica para la vida de nuestros pueblos y
ciudades, de nuestras provincias y municipios, como es la Ley de Régimen
Local. Y se hallan en estudio otros importantes textos legales que
se están elaborando en cumplimiento de lo preceptuado en la Ley
Orgánica del Estado para el debido desarrollo de la misma.
EL FUTURO
QUEDA ASEGURADO
Carecen, pues, de fundamento los que
pretenden tacharnos de inmovilistas. En cada momento oportuno se
han ido dando los pasos necesarios. Y así, el 23 de julio de 1969
fue proclamado sucesor en la Jefatura del Estado el Príncipe don
Juan Carlos de Borbón, lo que vino a consagrar el desarrollo
normal de un proceso previsto en nuestras leyes que, robusteciendo
el principio de unidad, asegura la continuidad y la firmeza de
nuestro sistema. Hecho decisivo que ha sido reafirmado por la ley
de 15 de julio último, que determina las funciones del Príncipe
de España en los casos de ausencia o enfermedad del Jefe del
Estado, con lo que queda perfectamente asegurado el futuro de
nuestra patria. Así como las clamorosas muestras de adhesión que
el Príncipe viene recibiendo en sus contactos con el pueblo español
son una prueba del amplio asentimiento popular que aquellas
medidas han merecido.
No debéis nunca olvidar que esta normalidad
política es la que permite las mejoras sociales, meta permanente
de nuestra actuación, la igualdad de oportunidades en la educación
y en el trabajo, el desarrollo económico y social sostenido a lo
largo de los años, cuyos logros son reconocidos por propios y
extraños y están en la conciencia de todos los españoles de
buena voluntad.
LA MÁS
LARGA ERA DE PAZ
No están, pues, justificadas las objeciones
de quienes, admitiendo nuestro desarrollo económico y social,
preconizan, como cosa nueva, un desarrollo político. En nuestro
sistema ambos desarrollos corren parejos a través de un proceso
ininterrumpido, abierto a las necesidades y perspectivas del
momento histórico. Nuestro desarrollo político es precisamente
el que viene asegurando la era de paz y prosperidad más larga que
ha conocido el país. Otra cosa sería si bajo las palabras
“desarrollo político” se pretendiera la vuelta a los errores
del pasado, a los partidos políticos y con ello a la ruptura de
la unidad nacional. Este supuesto sería sencillamente suicida y
el pueblo español ha acumulado sobrada experiencia para negarse
en redondo a un nuevo salto en el vacío, y tiene voluntad
suficiente para continuar su camino en un sistema orgánico,
basado en las instituciones naturales, y, por ello, más
pluralista, eficaz y auténticamente representativo que el
sustentado por el liberalismo parlamentario inorgánico de tipo
formal o por las llamadas democracias populares.
A esta normalidad política interna, que no
quiere decir falta de problemas, sino conciencia plena de los
mismos, voluntad para preverlos y medios idóneos para
resolverlos, se ha correspondido, a pesar de las adversas
circunstancias del mundo que vivimos, con una normalidad semejante
en nuestras relaciones exteriores, España está cada vez más
presente y con mayor eficacia en el mundo internacional.
Mantenemos relaciones de amistad y comercio con todos los sectores
del dividido mundo de nuestros días, cultivamos nuestras
amistades internacionales, reforzamos nuestros vínculos con el
resto de Europa. Y en cuanto a Hispanoamérica, está reciente la
visita de nuestro ministro de Asuntos Exteriores a los países
hermanos del otro lado del mar, que ha dejado constancia de
nuestra voluntad de cooperación estrecha con los países nacidos,
como España, de la tradición cristiana y occidental. Todos los
españoles deben percatarse de cuán importante es la actualización
de nuestra estirpe, que miran hoy hacia España con amor y
confiada expectación.
La llamada a la concordia y a la comprensión
entre los pueblos, grupos raciales y sociales, debe ser la gran
consigna para esta hora delicada del mundo. ¡Cuán cierto es que
la humanidad no está madura para que los destinos de las
naciones, grandes o pequeñas, puedan abandonarse en las manos de
una organización internacional que, en tantas ocasiones, ha
puesto de manifiesto su ineficacia e impotencia ante los que
desoyen sus argumentaciones!.
Por ningún motivo podríamos hoy prescindir
de una vigilancia constante y del fortalecimiento de nuestra
propia capacidad de defender la soberanía e independencia de
nuestro Estado, como el mejor medio para salvaguardar nuestra
existencia y el progreso de nuestro pueblo. Al lado de esa
voluntad de legítima defensa, España afirma su propósito de
colaborar con todos los hombres de buena voluntad en la adopción
de medidas que sean beneficiosas para la paz mundial.
PRINCIPIOS
DE NUESTRA POLÍTICA INTERNACIONAL
Creemos, en consecuencia, que España es fiel
a esta línea. Nuestra concordia interior da testimonio de ello.
Las diferencias con los credos políticos de los regímenes
imperantes en diversos países, no han sido óbice para nuestros
contactos o intercambios en todos los campos propicios a cualquier
progreso útil para la vida de todos. La convivencia no presupone
identificación ideológica, ni conjunción con aquellos
principios; significa simplemente voluntad de entendimiento en
cuestiones concretas de interés común.
La no ingerencia en cuestiones internas, el
respeto mutuo y la apertura a todos los horizontes del mundo,
siguen siendo los principios cardinales de nuestra política
internacional.
Bien es verdad que las realidades de España,
cuya raíz está en la pluralidad de nuestro pueblo, su tradición
histórica y su consiguiente misión intransferible, son todavía
incomprendidas y aun hostilizadas por los recalcitrantes de la
vieja política liberal, que viene extinguiéndose progresivamente
sin pena ni gloria. Mas todo ello puede cada vez menos contra un
país que ha recorrido ya tantas leguas en su camino, que está a
la vuelta de tantos espejismos, repudia instintivamente los
partidismos y que, con la salvaguardia y unidad de sus fuerzas
armadas, defiende celosamente el imperio de sus leyes.
NUEVOS E
IMPORTANTES LOGROS SOCIALES
El perfeccionamiento integral de los españoles
es tarea a la que siempre hemos dedicado especial atención. El año
1971 ha sido particularmente fructífero en este aspecto.
Continuamos la tarea de aunar a los españoles en nuevas formas de
participación. La Ley Sindical de 17 de abril, al mismo tiempo
que adecuaba la legislación a las exigencias del orden
constitucional, establecía como principios primordiales del
sindicalismo español los de unidad, generalidad y
representatividad; autonomía, asociación, participación y
libertad de acción. Complementa esta integración de los aspectos
más amplios del mundo del trabajo, la protección al trabajador y
a sus familias, de acuerdo con la fundamental legislación social
del Régimen, que ha logrado este año nuevos e importantes
objetivos, de forma tal que unos millones de españoles están ya
acogidos a la protección de la Seguridad Social, al extenderse
sus beneficios a los trabajadores del campo, y nuevas ayudas han
venido a aliviar la carga económica que pesa sobre las familias
numerosas.
Por su parte, los españoles que trabajan
fuera de nuestras fronteras no podían quedar apartados de la
protección posible del Estado. A este fin la Ley de Emigración,
aprobada el 18 de julio, ampara plenamente a los trabajadores españoles
en el extranjero, concediéndoles los oportunos derechos de
asistencia laboral.
Los objetivos que nos hemos fijado se están
consiguiendo a través de toda esta compleja trama de atención
legal, económica y social del trabajador. Y asimismo es una auténtica
revolución, considerada necesaria, lo logrado en el campo de la
formación cultural. No se trata solamente de garantizar por medio
de la obligatoriedad las enseñanzas básicas, la educación de
todos los sectores de nuestra sociedad. Estamos ante un momento
histórico en el cual la educación y la cultura, unidad y
apoyadas por una información consciente van a modificar
profundamente la sociedad española, poniéndola en condiciones,
mediante una adecuada capacitación, de hacer frente al desafió
de los tiempos.
LA CONFIANZA
EN LA PESETA NO ES PRODUCTO DE LA CASUALIDAD
El signo dinámico del año que acaba se ha
reflejado de manera evidente en el sector económico.
A pesar de algunas desfavorables condiciones
climatológicas, que perjudicaron localmente algunos de nuestros
cultivos y la falta de pastos de otoño para su ganadería, la
balanza global de nuestra agricultura ha sido favorable.
Igual juicio podría darse en la mayor parte
de los servicios, sobre todo de los transportes y el turismo.
A pesar de la elevación de los precios,
defecto general de la economía en todos los países durante el año
que termina, los resultados finales y globales son satisfactorios
ante la gran reserva de divisas acumuladas, la notable liquidez
bancaria y, sobre todo, el ánimo empresarial, condición básica
necesaria para iniciar un período expansivo en el nuevo año que
ahora comienza.
No voy a cansaros con el relato abrumador de
los datos favorables que figuran en todas las publicaciones de
final de año. Baste recordar que la solidez de la economía española
y el alto índice de sus reservas monetarias han hecho posible
que, pese al temporal financiero y a la galerna sufrida en los
mercados internacionales, el Gobierno haya podido mantener la
paridad de la moneda con el oro y, lo más importante, que estas
relaciones, dentro de la estructura económica del país, no
sufran ninguna acción violenta y menos negativa.
Esta confianza en la peseta, como comprenderéis,
no es producto de la casualidad. Los mercados sólo conceden crédito
a quien se lo gana. Y España se ha ganado merecidamente este crédito,
por la forma con que ha sabido llevar su economía. Gracias a una
actuación previsora, España ha triplicado en dos años sus
reservas, que hoy se hallan cautamente distribuidas entre los
distintos activos internacionales disponibles.
La constancia de nuestra política monetaria
ha evitado las cuantiosas pérdidas instantáneas que se seguirían
si se hubiese aceptado pasivamente una devaluación de la peseta.
Al contrario, su revalorización, en forma moderada, permite
aliviar la tensión de los precios interiores, al poder mantener
el valor de los bienes importados, que aseguran una continuidad en
el precio de los suministros interiores de los bienes de inversión
necesarios para nuestro desarrollo y para la considerable mayoría
de empresas que renuevan su utillaje con el pago aplazado. A esta
ventaja en el frente interno se añade la aportación que con esta
decisión realiza España al restablecimiento del equilibrio económico
internacional, que prueba una vez más nuestro deseo de cooperar
al desarrollo del comercio y los intercambios en el mundo libre.
APERTURA AL
MUNDO, UNIDAD EN EL INTERIOR
Como vela, nos hemos afanado por que España
sea un pueblo donde pasa la tradición, lo que no ha impedido
estar a la altura de los tiempos. Jamás pudimos aspirara a que el
país se constituyese en un islote de calma, al margen de las
inquietudes del mundo. Al contrario, nunca nos hemos encontrado más
sensibles a las incidencias exteriores. Las características de la
actual civilización determinan un conocimiento cercano en cuanto
en el mundo acaece, de lo bueno y de lo lamentable. La actitud
española ha sido la de la serenidad y el trabajo sin tregua, la
del equilibrio y la del dinamismo en todos los órdenes; pero esta
insoslayable apertura al mundo, que es una exigencia de los
tiempos, nos impone la necesidad de recordar una y otra vez que en
la unidad está la base de nuestra fortaleza, que en el trabajo
diario y cotidiano está la clave de nuestra pujanza, que sin ser
una economía fuerte no cabe pensar que sea posible establecer una
política avanzada y ésta a su vez no puede darse, sin un trabajo
continuado, eficaz y colectivo. Unidad, continuidad y paz han sido
las claves del renacer español, y si aspiramos a mantenerlo y
completarlo, esas deben seguir siendo las supremas consignas para
el futuro.
En el orden interior ha sido trascendental el
cambio operado en las líneas directrices de la educación española.
Medidas excepcionalmente renovadoras, que demuestran el espíritu
social que inspira toda nuestra acción política. Ni un solo
joven tendrá cerradas las puertas al estudio, no sólo en la enseñanza
secundaria, sino en la superior, si reúne las condiciones y
aptitudes necesarias para ello. España necesita de esa juventud
laboriosa, capaz de dar, mediante su estudio y trabajo, nuevos títulos
que la engrandezcan y dignifiquen. Es de justicia el que la
juventud de hoy reconozca ese celo que el Estado pone en mejorar
sus condiciones de trabajo, en facilitarle el acceso a los
distintos grados de la educación, en renovar sus planes de enseñanza
conforme a las exigencias más modernas que inspiran las reformas
de la educación en todo el mundo. Con un ejemplar esfuerzo de
renovación, el Gobierno trata de poner al servicio de las
exigencias docentes cuantos resortes o instrumentos se aconsejen
como necesarios para la mayor eficacia del aprovechamiento y
formación de nuestra juventud.
MENSAJE DE
EXIGENCIA A LA JUVENTUD
Por esto a las generaciones jóvenes deseo
enviarles, junto a mi saludo, un mensaje de exigencia. Si aspiráis
a ser mejores que vuestros padres y a lograr más altas metas,
vuestros conocimientos habrán de ser también más profundos;
vuestras jornadas universitarias impregnadas de un mayor rigor,
vuestra preparación más completa, y esto nunca podrá lograrse más
que con el trabajo continuo y metódico de profesores y alumnos en
un mismo quehacer y con un mismo ideal. De vosotros depende que la
Universidad pueda marchar a la vanguardia de nuestro progreso.
Estamos viviendo la más grande de las transformaciones que jamás
hubo en la historia, y sólo la acción común de todos hará
posible alcanzar las altas ambiciones que nos hemos trazado para
superar injustificados desfases y ponernos, tanto en lo material
como en lo espiritual, a la altura que exige nuestra historia y
nuestro propio decoro.
En el orden espiritual importa que una vez más
recapitulemos sobre la necesidad de que el pueblo se mantenga fiel
a las esencias de la patria, a cuyo servicio se ofrendaron los
mejores, haciendo posible con su sacrificio estos treinta y cinco
años de paz y de progreso.
PODER
TEMPORAL Y PODER ESPIRITUAL
En ese sentido se ha inspirado la política
nacional en relación con el problema religioso. La propia
confesionalidad de nuestro Estado nos obliga a mirar el futuro
libres de perjuicios y con un perfecto conocimiento de cuáles son
los derechos que limitan el ámbito entre el poder temporal y el
espiritual. La
Iglesia Católica y el Estado constituyen dos poderosas fuerzas
vitales que coinciden en el propósito de promover la perfección
del hombre y su bienestar espiritual y material.
Sus finalidades no pueden contradecirse, porque ello
produciría una lamentable crisis social. El respeto recíproco
entre las libertades de cada una de estas sociedades soberanas, es
la garantía de una armónica colaboración en las finalidades
conjuntas que ambos persiguen. Pero lo que no puede hacer un
Estado es cruzarse de brazos ante determinadas actitudes de carácter
temporal asumidas por algunos eclesiásticos. El Estado se opondrá
a cuantas interferencias de su soberanía le lleguen con
finalidades perturbadoras de la sana convivencia entre los españoles.
En último término lo que nosotros deseamos es la consolidación
de la paz cristiana dentro de nuestras fronteras y contribuir con
ello a la gran empresa de la pacificación del mundo. Por eso
quiero deciros cuánto agradezco ese cotidiano plebiscito que me
dais de trabajar por España con el esfuerzo, anónimo, callado y
profundo que realizáis en el taller, la fábrica, en el
laboratorio o en la cátedra, cumpliendo como un honor el trabajo
de cada día.
A vosotros los que trabajáis en los más
apartados rincones de la geografía española o del extranjero, a
los que creéis que vuestro denuedo es ignorado, quiero llegue hoy
con mi pensamiento de aliento y de esperanzas para el año próximo,
mi reconocimiento emocionado por la manera abnegada y tenaz con
que estáis fraguando el futuro. Que el Señor colme de venturas
vuestros hogares y haga que vuestra vida alcance los frutos de ese
bienestar que, como
hijos ejemplares de la Patria, os merecéis.
La firmeza y fortaleza de mi ánimo no os
faltará, mientras Dios me dé vida, para seguir rigiendo los
destinos de nuestra Patria.
¡Arriba
España!